Relatos de un Chileno en Nueva York 1: Relatos de un Chileno en Nueva York 1
Por Roberto Romero
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Relatos de un chileno en Nueva York, la serie que se ha tomado Facebook e Instagram, llega por fin en formato de libro. Este volumen reúne la mitad inicial de su primera temporada —incluyendo los relatos del 1 al 90—, además de material inédito que ve la luz por primera vez en estas páginas.
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Relatos de un Chileno en Nueva York 1 - Roberto Romero
I. BACK IN BLACK
151. EL CIELO… OTRA VEZ
Tomo una gomita morada y la dejo donde antes había un dulce amarillo.
Dicen que no hay lugar como el hogar.
Y también eso de Home sweet home.
Que volver es como ponerle PLAY a una película que estaba en pausa.
Pero la verdad es que Santiago estuvo raro.
No raro malo.
Pero raro raro.
Cambio otra gomita morada, ahora por una pastilla azul.
A lo mejor fue culpa del paso de un hemisferio al otro. Porque mientras yo andaba en modo vacaciones de verano, el resto estaba en plena mitad de año. Tal vez fue que todos corrían de lado a lado y yo andaba más lento. Más cauto, en verdad.
Como anda uno después de pegarse un porrazo fuerte.
O quizás es que todos parecían tan adultos.
Y yo debo haberme visto tan, pero tan perdido.
Muevo un chicle verde hacia la derecha.
A pesar de todo, Santiago fue productivo. El Pessoa me consiguió los correos de algunas editoriales, así que aproveché de revisar la novela una última vez y me lancé a probar suerte. Pensaba empezar a escribir algo nuevo, pero no hubo cuándo entre tanto asado, cerveza y café con amigos, amigas, primos, tías, excolegas y olvidadas amistades de la infancia que aparecieron de la nada, repitiendo siempre el mismo mantra: Supe que estás de visita en Chile… ¿cómo no nos vamos a ver?
.
Estar de visita en Chile, parece, es como ser una estrella de cine.
O el hombre de jengibre.
Todos quieren un pedazo de ti.
Tomo un caramelo rojo, pero recapacito. Lo dejo donde mismo y voy por un dulce amarillo.
Entre que yo me juntaba a tomar café hasta con la tía del kiosko de mi colegio y que la Quel andaba investigando con su profesora, la verdad es que nos vimos poco y nada en este mes y medio. Aprovecha. Después en Nueva York vai a estar cansado de verme todos los días
bromeó ella cuando se lo comenté y luego agregó que estaban dando su ópera favorita y que, si la echaba tanto de menos, podíamos ir juntos a verla. La ópera era en italiano y yo no escuchaba una canción en ese idioma desde que se me salió la cinta del cassette de Eros Ramazzotti que tenía cuando chico. En un momento, entró al escenario un hombre gordo y dejó salir de sus labios un vozarrón ronco.
—Ese es el barítono, Róber. La voz más grave de todas –me instruyó la Quel, sin dejar de mirar el escenario. Y luego añadió, casi ceremoniosa–. El barítono siempre trae consigo la tragedia.
Creo que lo único que entendí esa noche fue eso.
Eso y que no todos los italianos cantan como gangosos.
No sé exactamente cómo, pero con un chicle verde logro mover un poco una cereza.
Dos semanas después de aterrizar en Santiago, Armando estuvo de cumpleaños. Junto al mío, son los únicos eventos en que mi papá y mi mamá están bajo el mismo techo. Después de su visita a Nueva York, reconozco que llegué asustado, aunque nunca imaginé lo que iba a pasar allí. Todo parecía igual que siempre: mi papá circunspecto, mi mamá dicharachera y Armando comentando el último documental que había visto como si estuviera escribiendo una reseña para el Artes y Letras. Debí haber notado, sí, que mi hermano se veía distinto. Más relajado. Apenas miró el celular durante toda la celebración.
—Yo no sé si él se da cuenta lo cambiado que está después de que viajamos a verlos a ustedes. Pero le hizo tan bien –me confesó la Pía en un momento de la noche.
Ella llevaba un vaso de Coca Cola en la mano y supongo que debí haber notado eso también. Porque después que Armando sopló las velas de su torta, cuando las luces volvieron a encenderse, nos contaron que estaban embarazados.
—Y mi hermano se veía radiante –le comenté a Vicente en un bar de Bellavista al que habíamos ido por unas cervezas–. No lo entiendo. Yo estoy seguro que a él fue que le escuché que las guaguas son como las serpientes de coral. Bonitas, mientras estén bien lejos de uno.
—Las guaguas son como los terremotos, Róber –me respondió mi amigo–. No las puedes ignorar, aunque quieras. Y cuando llegan, nada queda en el lugar en que estaba antes.
—Vas a entender cuando seas papá, Tito –me dijo mi mamá, semanas después, cuando le comenté que ya no parecía haber otro tema en la familia más que la futura guagua.
No sé si me había dado cuenta antes, pero la gente siempre dice cuando seas papá
y nunca si es que eres papá
.
Con un dedo, bajo una pastilla azul. Logro sacar un chocolate y también dos merengues.
¿Que qué pasó con la beca?
Pues claro que apelé al resultado. El mismo día que pisé Santiago. Con recurso legal y todo. No iba a quedarme sin estudiar por un error estúpido y que no había sido ni mío, para peor.
Me dijeron que me responderían por carta certificada.
Voy a mover el dulce naranjo rayado hacia abajo, pero me arrepiento.
La carta certificada llegó hace un par de días.
Con la misma respuesta de tantos palitos de helados Savory en mi infancia.
Siga participando.
Por último, me hubieran mandado un Chocolito adentro del sobre, los desgraciados.
Quizás mover el dulce naranjo a la derecha, pero no estoy seguro.
—La cagó la película buena –en el asiento a mi lado, la Quel se saca los audífonos–. ¿En qué andai tú, Róber? No me digai que jugando Candy Crush pa’ variar… ¿en qué nivel vai ya?
—El 152.
—Estai pegado en ese desde el año pasado. ¿Por qué no bajai otro juego, mejor?
No le respondo, porque estoy moviendo el dulce rayado hacia arriba. Explota junto a otros dos naranjos, provocando una reacción en cadena a su alrededor y por toda la columna. Tres chicles verdes explotan y tres gomitas moradas también. Se forma un caramelo rayado rojo y revienta, llevándose consigo dos de los merengues que quedan. La última cereza cae hasta el fondo y desaparece por el extremo inferior de la pantalla, mientras la princesa de Candy Crush me anuncia que, de una vez por todas, he pasado el nivel 152.
—El día que me muera podrán decirse muchas cosas de mí, Quel –le muestro la pantalla de mi celular, satisfecho–. Pero que me rindo fácil, no va a ser una de ellas.
Ella va a responder, pero la interrumpe la voz por los parlantes.
Dicen también que el hogar está donde está el corazón.
Y de acuerdo al piloto del avión, el mío está iniciando su descenso hacia JFK.
Yo me agarro fuerte a los brazos de mi asiento.
Empieza nuestra segunda temporada en Nueva York.
152. PANDORA TRACK SIX: ELTON JOHN / I’M STILL STANDING
Yo he estado aquí antes.
Solo en el departamento, la Quel en su primer día en La Universidad, y el Central Park mirándome, acusador, al otro lado de la ventana.
Igual que el año pasado.
Aunque se siente distinto.
Menos angustioso, quizás.
Con más esperanza, ¿verdad?
Se tiene que sentir distinto.
Por primera vez desde que volvimos a Nueva York, veo mi convicción flaquear. Así que abro Pandora en el celular, lo conecto en los parlantes chicos del living-comedor-cocina y Elton John viene en mi ayuda.
"♫ You could never know what it’s like [Tú nunca pudiste saber cómo es].
Your blood like winter freezes just like ice [Tu sangre, como invierno, se congela como el hielo] ♫"
Los versos son como una inyección de adrenalina. Porque es cierto, no ganarme ninguna de las tres becas fue una derrota. Saber que había estado a un paso de cumplir mi sueño y perderlo. No voy a negar que amargó gran parte de mi estadía en Santiago. Pero, al final, creo que entendí. No que las cosas pasan por algo o que mi lugar está en otro lado, porque en verdad no creo en el destino ni nada de eso. Las cosas pasan porque la vida es así no más, llena de errores y fallas del sistema. Entendí que la vida no se trata de toboganes ni escaleras, sino que de caminos múltiples, que se abren y se cierran. No de arribas y abajos. Siempre de adelantes.
Y que aun con los sueños rotos y desparramados en el piso, tengo todo lo que necesito para seguir avanzando.
"♫ And did you think this fool could never win [¿Y pensaste que este tonto nunca ganaría?]
Well look at me, I’m coming back again [Pues mírame, aquí vengo yo de nuevo] ♫"
Así que aquí estamos de vuelta, pienso mientras me acerco a la ventana al ritmo de la música. De vuelta a la ciudad donde todo es posible. La que puede llevarte a lo más alto o masticarte y escupirte en el desague.
—Y yo sé que voy pa’ arriba, ¿cierto? –pregunto en voz alta, hacia el parque.
"♫Don’t you know I’m still standing better than I ever did [No sabes que todavía estoy de pie, más fuerte que nunca].
Looking like a true survivor, feeling like a little kid [Luciendo como un superviviente, sintiéndome como un niño pequeño] ♫"
La duda, ahí de nuevo.
Tengo que llamar a la caballería.
Por suerte llevo puesta una camisa. Y en el departamento aún queda de la cera que compramos para algunas de nuestras tantas campañas de la guerra contra los bed bugs.
Si alguien filmara mi living-comedor-cocina desde el parque ahora, lo grabaría completamente vacío.
Y de pronto, yo entraría al encuadre.
Deslizándome desde la pieza.
Y sin pantalones.
Sé que la canción no corresponde, pero no me importa. Siempre quise hacer esto.
Tom Cruise, eres una alpargata.
"♫ I’m still standing after all this time [Todavía estoy de pie, después de todo este tiempo].
Picking up the pieces of my life without you on my mind [Recogiendo los pedazos de mi vida, sin ti en la cabeza] ♫"
Y ahí estoy yo, bailando en camisa y calzoncillos, cuando la música se corta porque suena mi celular.
—Robertou, ¿cómo estás? Qué bueno que te alcancé a encontrar. ¿Cómo estuvo Chile? –me pregunta el profesor Scott al otro lado de la línea– Imagino que andarás muy ocupado, pero necesito que conversemos sobre el paper de migración y comida. Creo que tenemos algunos datos prometedores. ¿Podrías pasar hoy a mi oficina, después de la recepción de estudiantes nuevos?
Todavía estoy de pie, sí, pero me voy un poco a la mierda.
Porque entre tanta búsqueda interior, nunca di aviso a La Universidad de que no iba a poder estudiar.
—Profesor… –parto, titubeante–. No voy a ir a la recepción de estudiantes nuevos… Tuve un problema con la beca y no voy a entrar al Doctorado este año.
—¿Qué problema, Robertou? ¿No te alcanza? Sé que no es mucho lo que te da la beca, en especial con lo cara que es esta ciudad. Pero siempre puedes postular a otros fondos para complementarla después.
—Lo que pasa es que no me la gané, profesor.
—¿Cómo que no te la ganaste?
—No me la gané.
—¿De qué hablas? Si yo estaba en el comité evaluador.
—Pero si el comité evaluador es chilen… Profesor, le estoy hablando de la beca estatal de Chile. ¿De qué está hablando usted?
—De la beca de La Universidad. Para nuestros estudiantes de doctorado. Te tiene que haber llegado el mail, un poco después que recibiste la carta de aceptación.
—No me llegó nada.
—¡Qué raro! ¿Revisaste tu carpeta de Spam?
Enciendo el computador con el corazón a mil.
"♫ I’m still standing... yeah yeah yeah [Todavía estoy de pie… sí, sí, sí] ♫"
Abro el correo. Las manos me tiemblan.
"♫ I’m still standing... yeah yeah yeah [Todavía estoy de pie… sí, sí, sí] ♫"
Hago click sobre la carpeta de Correo no deseado
.
"♫ I’m still standing... yeah yeah yeah [Todavía estoy de pie… sí, sí, sí] ♫"
Y ahí está.
El correo de la cuarta beca.
La beca que hasta ahora no sabía que existía.
"♫ I’m still standing... yeah yeah yeah [Todavía estoy de pie… sí, sí, sí] ♫"
Voy a poder estudiar.
Se siente como si fuera mentira, pero es verdad.
Voy a poder estudiar.
—¿Todo bien, Robertou? –Scott sigue al teléfono– Tengo una reunión ahora, pero si tienes algún problema, podemos conversarlo después en mi oficina. La recepción de estudiantes nuevos es de diez a dos de la tarde. Te espero después de eso.
Son las nueve cuarenta y cinco, y yo soy pura adrenalina. Sin pensarlo, agarro las llaves y salgo corriendo.
—No me ‘iga que hoy eh el día ese de andal en ropa interiól en el sabwey, Robelto –suelta la señora Yocasta cuando nos topamos en la escalera, casi llegando al primer piso–. ¡Ay, mi Dioh, ya no saben qué invental!
Solo ahí me doy cuenta que estoy sin pantalones.
¿Pero qué tanto importa?, pienso, ¡I’M STILL STANDING CONCHAMIMADRE!
153. EL NOMBRE
La Universidad.
No sé cuántas veces he atravesado sus rejas desde que llegué a Nueva York. Acompañando a la Quel a algún trámite o yendo a una reunión del equipo de Scott. A veces, simplemente para acortar camino, aunque en verdad fuera solo para admirarla. Una mala excusa, de pretendiente despechado al que nunca lo pescaron.
Es que es linda La Universidad, con sus edificios antiguos, sus estatuas europeas y sus techos de bronce.
Hoy, cuando cruzo esas rejas de nuevo, se ve más linda que nunca.
Puede que sea por el sol de septiembre.
O, más probable, porque yo voy más contento que ganador de Pasapalabra.
En un puesto en el centro del patio, una colorina de veintitantos me pregunta si soy estudiante nuevo. A mí me dan ganas de abrazarla fuerte y darle las gracias por sus palabras, pero me contengo y le digo que sí. Que soy del Doctorado de Investigación Social. Ella me felicita, me entrega una carpeta llena de papeles y me indica cómo llegar al auditorio.
Como voy un poco atrasado, entro cuando las luces ya están apagadas. En algún lugar de ese auditorio debería estar la Quel. Chequeo el celular para ver si me respondió el mensaje que le mandé mientras corría desde el departamento hasta acá, pero nada. Sobre el escenario, un calvo de anteojos da un discurso de bienvenida, así que busco algún puesto vacío y me siento.
Al calvo le sigue un hombre mayor de barba, una mujer de pelo oscuro y un tipo más joven, con chaqueta y pantalones claros. Todos muy formales, pero cálidos a la vez. Todos hablando de lo orgullosos que debemos sentirnos, del privilegio que es estudiar en La Universidad y de lo importante que es aprovechar lo que Nueva York tiene para ofrecer.
O eso es lo que creo que dicen, porque apenas los escucho. Mi cabeza está ocupada todavía, procesando el giro en ciento ochenta grados que mi vida se ha pegado en apenas unas horas. De paso, no puedo dejar de pensar en que el auditorio en que estamos se parece demasiado al Gran Comedor de Hogwarts. Así que, mientras mi mente pasa de preguntarse ¿por qué son tan misteriosos los caminos de la vida?
a ¿por qué Harry Potter no usó el Giratiempo para viajar al pasado y matar a Voldemort en la cuna?
, el presentador de chaqueta clara termina su discurso y nos da oficialmente la bienvenida a La Universidad. Todos se ponen de pie y aplauden.
—Qué emocionante, ¿verdad? –me comenta la persona a mi lado. Es un hombre asiático y bien flaco. Se ve bastante más joven que yo.
—Muy emocionante –le respondo y pienso que este es un buen momento para empezar a ser más sociable–. Me llamo Roberto. Vengo de Chile.
—Mucho gusto. Yo soy Jimmy y vengo de China –me estrecha la mano y seguro nota mi cara de #¿cómodijoquedijo?, porque agrega rápidamente–. Es mi nombre norteamericano –mi cara ahora debe ser de #¿cómodijoquedijomijo?, así que él continúa–. Es común entre la gente de mi país cuando venimos a Estados Unidos. Como les cuesta tanto pronunciar nuestros nombres acá.
—Es que estos yankees a veces no entienden que no son el centro del mundo –le respondo yo con convicción, mientras pienso que un nombre es como la piel, porque viene contigo desde que naces. Y de hecho es más propio todavía, porque la piel se pierde después que te mueres, pero el nombre no. Se queda contigo, tallado en piedra y recuerdos. Pienso que el nombre es como una palabra mágica, que te invoca y te encarna cada vez que un par de labios lo pronuncian. Y pienso también que ya es suficientemente difícil empezar un nuevo capítulo en una tierra desconocida y dejar atrás a tus seres queridos y todo lo que te es familiar, como para que además uno tenga que perder su propia identidad, perder parte de uno mismo.
Así que le pregunto cuál es su nombre.
—El verdadero –agrego.
Él me dedica una sonrisa tímida.
—Syngjiangxun.
Yo parpadeo un par de veces, intentado que mi cerebro reaccione.
—¿Me lo puedes repetir?
—Syngjiangxun –modula él, un poco más lento.
Pero no lo suficiente.
—Entonces –hablo yo, finalmente–, ¿prefieres que te diga James o Jimmy está bien?
154. EL PESCADO DE LOS SIMPSON
Entre folletos de clubes universitarios, mapas del campus, avisos de las selecciones deportivas y calcomanías varias, la carpeta que me entregaron en la recepción de La Universidad tenía una lista de paseos guiados
a los que los estudiantes nuevos se podían inscribir. Para conocer Nueva York y empezar a hacer nuevos amigos
decía el folleto. Había uno a lo alto del Empire State y una ruta culinaria por Little Italy y China Town. También otro que incluía andar en bicicleta y terminar con un picnic en el Central Park.
—Por eso no entiendo por qué elegiste este, Róber –me reclama la Quel, mientras se abrocha el chaleco salvavidas–. En verdad, lo que no entiendo es por qué me inscribiste sin preguntar.
—Si va a estar choro, Quel –replico yo, aunque omito que elegí esto porque estaba tan acelerado ese día, que leí Ewoks en el Hudson
en vez de Kayaks en el Hudson
, y pensé que era