Diario flaite de un vampiro
Por Joannes Lillo
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«Aquí hay sangre, sexo y drogas. En parte lo menciono porque es cierto. Y en parte porque suena a la clásica-frase-impresionante sobre algún libro o alguna película, y lo que hace Joannes Lillo acá es justo lo opuesto a lo clásicamente impresionante. Suena contradictorio. Pero este libro se alimenta de su contradicción. Un libro de vampiros que se ríe del género libro de vampiros. Una novela de formación vampírica que se ríe de las típicas novelas de formación donde el héroe aprende algo. Un juego autobiográfico –el vampiro es Joan, Joannes, Johnny– que se ríe de la autobiografía. Una novela que siempre se está escapando de lo que se supone que una novela tiene que ser. Un texto que está narrado con tanta desidia como energía y en el que la vida –o la muerte– huye de cualquier épica posible para en cambio abrazar momentos cotidianos, comunes, pequeños y hermosamente charchas.» Camila Gutiérrez
“El joven escritor Joannes Lillo propone una nueva forma de ironizar la nouvelle vampiro, romper el canon del romanticismo, y ejecutar un pacto con la muerte y la escritura”. Diego Ramírez
“Un libro fantástico, barroco, sangriento y marginal”. 60Watts
SOBRE EL AUTOR:
JOANNES LILLO nació en Santiago de Chile en 1989. Fue ganador del Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral 2015 en el género cuento. También obtuvo un premio especial en el Concurso Roberto Bolaño a la Creación Literaria Joven 2014, y la Beca de Creación Literaria del Fondo del Libro del Ministerio de Cultura 2016. Diario flaite de un vampiro es su primera novela, originada en el taller literario Moda
y Pueblo.
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Diario flaite de un vampiro - Joannes Lillo
Vicious
- Pieza de Clementina -
M ientras subía los peldaños, me di cuenta de que aún estaba muy volao. La Clementina me había arrimado sujetándome por la cintura, aunque yo no había dicho ni sí ni no a su golosa sugerencia. Al ser el primero en el último escalón, la escuché por detrás decirme que era la primera pieza a la izquierda.
No me encontraba tan mal como para entrar y percibir su nuevo cuarto, el que antes vislumbré en sus fotos del Facebook. Solo me restaba encajar los ángulos, los peluches por ahí, los cosméticos por allá, el aroma y color a Clementina por todo lo ancho.
Sentí entonces unas manos que me abrieron la sencilla hebilla, pero que en vez de continuar con la irreverencia, se voltearon y subieron mi polera, dejándome vestido solo en piel de gallina. Me di la vuelta, era el Chalo. Mejor dicho, el vampiro Chalo. Atrás suyo la Clementina, con ojos sin vergüenzas. Enseguida, él, con suave brusquedad me empujó a la cama, donde reboté. Mantuve los ojos firmes en los de él, esperando no sé qué.
Comenzó a desabotonarse la camisa. Ella lo imitó. Yo fingí desinterés retomando la inspección de la pieza. Existían muchos artificios en los que detenerse. La Clementina tenía una torrecilla de discos originales escondida entre una pared y el escritorio. El único que pude reconocer, más que nada por mi estado, fue el álbum Yield de Pearl Jam. Nunca me gustó Pearl Jam. En cada vacile, en cada track, en cada play, solo ansío retomar la conversación para que mis labios no se dobleguen ante el machaque de pronunciación en inglés junto a los invitados. No lo entiendo en verdad.
Una velocidad sobrehumana me sacó las zapatillas y mandó a volar mis pantalones. Los miré; el Chalo me examinaba en cuclillas y la Clementina quemaba otro porro ya hecho y encendido hace milésimas. Me lo pasó y yo, acostumbrado a ni pensar, volví al inhalo hambriento, como chancho desesperado, aguantándome la tiranía del humo, haciéndoles huelga a mis fosas.
Miré hacia arriba, a los flyers pegados al techo. Yo había ido a algunos de esos especiales. 31 Minutos en el Caupolicán, a ese no fui, dicen que estuvo filete. Antes era fanático de 31 Minutos. Vi el primer capítulo, la primera vez que lo dieron. Quizá soy uno de los pocos que pueden contar eso. Pero luego se masificó, se hostigó, llegó a las masas, y, personalmente, me cuido de las masas. No es porque me encuentre especial, sino porque ya tengo mucha masa en los dedos y la cabeza. No entiendo yo.
Ya no quedaba nada del pito ni tampoco de mí. Estaba pedío, había quedado entero loco, los ojos no los podía dejar quietos. Miré al angosto espejo, me presentaba una deliciosa pareja. El Chalo y la Clementina desnudos. No recordaba que ella fuera tan pálida. Es decir, seguía siendo morena, le seguían diciendo «la Negra» sus amigas con cariño, lo que pasa es que ahora destilaba, ofertaba, salpicaba palidez. Me dejé caer de espaldas en la cama. La miré para decirle que me sentía muy volao, entonces advertí lo nuevo, nuevos dientes, nuevos surcos y tonalidades varias en su rostro.
—¡Hueona culiá, te hiciste vampiro! ¿Cuándo?
—¿Qué pasa, Joanito? ¿Me va a decir que se va a echar pa atrás?
Me quedé en un trance donde la ociosidad y el sabor a miedo le fueron ganando terreno a cualquier otro eco. Después de la pausa, contesté:
—Si me entero de que esta hueá es una trampa, sí, me echo pa atrás y les juro hueones que les doy pelea. Pero si es una trampa y nunca me enteré… Dios sabrá que me gustó la hueá.
Me desvié otra vez, a una foto de Björk que parecía flotar, con la magia de Bailarina en la oscuridad. Björk, Björk, Björk, ¿no? ¿Una artista?, sí, de más. Pero su público, algunas cosas de su música y puestas en escenas son muy poseras, están demás. No sé pa qué se complica así. ¿Será porque su nombre es complicado?, ¿será por Ricardo López? No sé. No lo entenderían.
Se miraron como si hubieran escuchado un chiste mío. El Chalo me levantó del brazo y me besó con una risa chueca en los labios. Sus besos continuaron por un desfilado hasta encontrarse un nido, entre mi cuello y la clavícula derecha. La Clementina, a quien quizá deba llamar la vampira Clementina ahora, quiso chupar primero mi guinda pezón de la izquierda. Más tarde se dejó ascender, con su confianza característica, con un deslice salival que solo su lengua sabía dar. Cabalgó en mis costillas hasta pararse en el lomo. Y casi, casi al mismo tiempo, dos ardores pareados en mi cuerpo. Ardores que se fueron traduciendo en drenajes, drenajes que me dieron cuenta de lo que pasaba en verdad. Era una cuestión de drenaje, solo eso. Solo eso quise creer. La palabra drenaje ya es muy bacán, si la pronuncias pareciera que te anestesiara el drenaje. Lo único más allá de mi comprensión, fue la destreza que me desestresaba el sistema.
Bajé un rato los ojos posándolos enfrente, donde el primer libro que identifiqué en la repisa fue Eclipse, cosa que en verdad no entendía. No entendía cómo la Clementina podía tener esos gustos tan raros, por no decir malos.
- Por dios -
La culpa fue del Patrick. Bueno, yo también quería, pero le dije como seis veces que no, que mejor hiciéramos otra cosa. Weno, sería muy falso echarle la culpa a él nomás. Esa noche estábamos en la plaza, sentados en las máquinas. Habíamos ido a todas partes y en ningún lao quedaban pitos. No sabíamos qué hacer, nos aburríamos, queríamos enajenarnos. Y no con copete, ese proceso es muy lento y chorea.