Cuentos reunidos en este lugar
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Cuentos reunidos en este lugar - Juan Manuel Cuello
Juan Manuel Cuello
Cuello, Juan Manuel
Cuentos reunidos en este lugar / Juan Manuel Cuello. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-631-6540-48-5
1. Literatura. 2. Narrativa. 3. Cuentos contemporáneos. I. Título.
CDD A863
© Tercero en discordia
Directora editorial: Ana Laura Gallardo
Coordinadora editorial: Ana Verónica Salas
www.editorialted.com
@editorialted
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
ISBN 978-631-6540-48-5
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.
Ilusiones
Las ilusiones son potestad de todos. También de Joaquín, que gastó sus ahorros para comprar dos sacos de harina y los cargó en su mula con la ilusión de hacer 800 tacos para la fiesta de la Guadalupe; si vendo todos, empiezo a hacer tacos para venderles a cuantos pasen por la puerta de mi casa… Y si les vendo tacos a cuantos pasen por la puerta de mi casa…
Cuando llegaba a ese punto de su ilusión, su mente quedaba en blanco, no podía avanzar más allá. Para él su vida comenzaba a las 4 de la mañana, cuando se iba a la obra a trabajar de albañil. Lo hacía desde los 14 años, tomando solo los descansos del domingo, que desaparecían cuando la obra estaba por ser concluida. La jornada laboral terminaba cuando las luces del día se apagaban, y luego los obreros volvían, tras una hora de viaje, a su barrio de casitas bajas y piso de tierra, aunque alegres y agradecidos a la virgencita que repartía sus bendiciones.
El día anterior a la fiesta de la Guadalupe, fue la primera vez en sus veinticinco años que le pidió permiso a su patrón para no ir a trabajar. Ni cuando nacieron sus cuatros hijos lo hizo, así saben que el trabajo es lo primero para cuidar a la familia, le decía a su esposa Fátima. Su patrón le dijo que sí, que lo merecía y que le iba a ir bien con la venta de tacos, ya que eran los más ricos del poblado.
Trabajó duro con sus manos, amasó y amasó durante horas. La textura de la masa, en comparación con los materiales de la construcción, era para él como si fuera seda. A pesar de la callosidad que tenía, casi que gozaba cuando la masa llegaba al punto exacto para dejarla descansar con la harina dispersa, esa que ya no se incorpora al bollo. Preparó los rellenos con la receta que había aprendido de su familia y que él había mejorado: carne, cebolla, chile, sal, condimentos varios, igual al resto, pero en proporciones dictadas por el mismísimo dios de los tacos, y que perfumaban la casa con el aroma de los días de festejo. Juntó leña suficiente y la cortó pareja, limpió su horno de barro y sus bandejas quedaron brillantes. Llenó las tinajas de agua limpia y le prendió dos velas a la virgen, una por su día y la otra para que lo ayudara.
En la víspera de la fiesta, descansó un poco. No durmió, pero soñó despierto, sus ilusiones volaron como nunca antes. Y se sintió feliz.
Cocinó desde muy temprano. Su esposa Fátima y sus hijos lo ayudaron. Todos trabajaron duro y la gente vivió una fiesta inolvidable. Y sin dudas, los tacos de Joaquín fueron un éxito rotundo. Vendieron todos, no les quedó ni para ellos hacia el final de la jornada. Los niños estaban exhaustos, pero orgullosos de haber ayudado a su papá; estaban felices. Joaquín vio el cansancio y la alegría en cada uno de los integrantes de su familia: Fátima, Luis, Francisco, Ernesto y Gregorio. Había en la mesa de la cocina una montaña de plata aún sin contar. A Joaquín no le salían las palabras. Estaba emocionado. Se sintió feliz cada vez que le pedían un taco y cada vez que lo felicitaban por lo ricos que estaban. Pero más feliz se sintió al ver a su familia alegre después de haber trabajado todo el día con él.
Comieron lo poco que había en la casa, unos frijolitos con huevos pochados. Luis rescató una chela bien helada y se la entregó a su padre como si fuera un trofeo. La abrió en silencio y cuando la destapó, todos rieron primero y lloraron después. La familia se fundió en un abrazo y tras contar las anécdotas del día, se fueron a dormir. Esa noche Joaquín tampoco descansó bien, pensó en todo el dinero que habían juntado. Su mente voló, y durmió apenas unas horas con una sonrisa clavada en el rostro.
Cuando Fátima y sus hijos despertaron, se encontraron con la ausencia de Joaquín y con víveres para que pudieran desayunar y almorzar. Al caer la tarde, volvió con la ropa habitual del trabajo en la obra y con el cansancio de siempre. Pero su rostro era otro. Nadie se atrevía a preguntarle por qué había vuelto a la obra. ¡Con el dinero que habían ganado! Fátima había comprado unas cuantas provisiones y la heladera estaba llena. Preparó unos chilaquiles de pollo, que era la comida preferida de Joaquín, y abrió una botella de Coca-Cola y otra de cerveza. Agradecieron a la virgen y cenaron en silencio. Al finalizar, Joaquín le dijo a su familia: Me lo estuve pensando bien y voy a seguir trabajando de albañil. La recompensa más grande del día de ayer fue verlos trabajar a ustedes y todos juntos formando un equipo. Verán, nadie elige dónde nacer y en qué condiciones, pero todos podemos elegir ser felices o no serlo. A nosotros nos tocó ser pobres, pero soy rico por tenerlos a ustedes. El dinero lo ganamos entre todos y lo disfrutaremos entre todos. Pensé en pasar unas vacaciones en la playa y disfrutar de ese mar que atrae a viajeros de todo el mundo y que millones de mexicanos pobres no conocemos.
Aguardiente porteña
Roberto caminaba con las manos enfundadas en los bolsillos de su gamulán marrón ya un tanto derruido. Había heredado esa antigua prenda de vestir de su padre y debía tener no menos de cincuenta años, uno podía darse cuenta de ello a simple vista. Recorría las calles de invierno en aquel barrio de veredas anchas, árboles centenarios sin hojas y sin brotes, niños corriendo detrás de una pelota y niñas jugando al elástico. Cuando bajaba el sol y el humito de sus bocas se hacía visible, era la hora de meterse adentro de sus casas. Las calles quedaban oscuras, solitarias, pero, como siempre, hay una luz al final, en este caso de la cuadra donde el paredón de las vías daba a la calle Juncal, que en el barrio llamaban la cortada
. Allí se prendía la luz del viejo almacén El obrero, devenido en bar de mala muerte frecuentado por borrachos, fracasados y olvidados.
A Roberto se lo respetaba por haber participado activamente en movimientos y revueltas anarquistas, y en un barrio de antiguos trabajadores ferroviarios simpatizantes con la fraternidad, era considerado casi un héroe de guerra. Como cada noche, dejó el gamulán en el perchero situado al costado izquierdo de la barra, estudió la pizarra que ya conocía de memoria y después de un tiempo pidió un noyó. Serafín, de oficio adiestrador de caballos y manifacero por vocación, lo miró con un ojo y con el otro miraba a