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El Reino de Nith: Lili: El Reino de Nith, #1
El Reino de Nith: Lili: El Reino de Nith, #1
El Reino de Nith: Lili: El Reino de Nith, #1
Libro electrónico231 páginas3 horas

El Reino de Nith: Lili: El Reino de Nith, #1

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Lili es una niña de nueve años que vive con su padre, quien la maltrata severamente. Hace varios años que su madre murió. Ese día, la niña acude a la tumba de su madre, como cada año, para recordar su partida de este mundo, lamentablemente se tarda demasiado y debe llevarle el almuerzo a su padre hasta la fábrica donde trabaja, pero él se molesta y la manda de regreso a su casa, con la advertencia de que será severamente castigada. En el camino de regreso, se pierde y termina en una extraña cueva, que la llevará a un mundo diferente, donde vivirá una aventura extraordinaria.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 may 2023
ISBN9798223239901
El Reino de Nith: Lili: El Reino de Nith, #1

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    El Reino de Nith - Heinrich Grothendieck

    Capítulo 1: El reino perdido.

    Lili era una niña extraordinaria . Apenas había cumplido los nueve años, y a pesar de su corta edad, era una niña muy, muy inteligente. Le encantaba resolver problemas de matemáticas, incluso podía resolver ejercicios de jóvenes que ya estudiaban en bachillerato; ella apenas había ingresado al cuarto año de primaria.

    Era muy delgada, aunque en parte se debía a la poca comida que consumía al día, vivía en la pobreza junto a su padre; su piel era clara y tenía unos hermosos ojos café claro. Poseía una marca de nacimiento en el tobillo, siempre imaginó que esa mancha la identificaba como parte de la realeza, algún día, un rey que había pasado la vida buscando a su hija perdida la encontraría, y por fin viviría feliz al lado de su familia.

    Hacía dos años que su madre había muerto. Lili se sentía muy sola y siempre pensaba en ella, soñaba que algún día volverían a estar juntas. Uno de sus mejores recuerdos era cuando en las mañanas su madre le cepillaba el cabello y le cantaba una canción:

    "La luna ilumina mi tesoro más grande,

    la luna guía mi corazón.

    A ti, mi niña, desde el mismo instante,

    te entrego mi vida, te doy mi canción.

    Por cada risa que en mi pecho nace,

    por cada lágrima que cae en el temor,

    Siempre seré tu faro en el espacio,

    porque eres mi luz, mi sol, mi amor.

    Por ti, mi niña, doy mis días, mis noches,

    mi risa, mi fe, mi eterna devoción.

    Porque para un amor sin reproches,

    no hay medida, ni tiempo, ni condición.

    La luna ilumina nuestro sendero eterno,

    nos guía con su dulce refracción.

    Mi amor por ti, tan puro, tan tierno,

    más fuerte que la gravedad, en constante expansión."

    Así eran algunas de las estrofas, su madre la cantaba con mucho cariño y siempre siguiendo la melodía, surcaba el cepillo por el largo cabello de Lili.

    Como era el aniversario de la partida de su madre, la niña tenía muchas ganas de visitarla en el panteón. Era sábado, apenas se notaban los rayos del Sol cruzando por las cortinas de su habitación, que, por cierto, también era la habitación donde su padre guardaba todo tipo de cosas: herramientas, sillas rotas, pedazos de herrería oxidados, cables de luz, entre tantas otras. Apenas le quedaba un espacio para su cama, pero era suficiente para ella, al fin y al cabo, sólo tenía un par de mudas de ropa y un oso de peluche que la acompañaba a todas partes, siempre vivía intrépidas aventuras al lado de su fiel compañero, el oso Shai.

    La niña se levantó pensando en buscar unas flores para la tumba de su madre. Cogió su juguete, abrió la puerta de su habitación con mucho cuidado, pues la puerta estaba oxidada y hacía mucho ruido, y si algo no quería, era despertar a su padre.

    Salió descalza con los zapatos en las manos, cruzó la cocina y después la sala, volteó a la derecha, hacia la habitación de su padre. Él estaba ahí, tendido sobre la cama, seguramente había bebido hasta muy noche pues el hedor que salía de la habitación era insoportable. La pequeña Lili no entendía cómo su padre podía dormir con los grandes ronquidos que él mismo emitía, si a ella le costaba trabajo dormir, aun con los algodones que se ponía en los oídos.

    La pequeña siguió su camino, abrió la puerta y salió de la casa. Era un día hermoso, los rayos de luz ya cubrían todo, respiró profundamente y llenó sus pequeños pulmones del olor a flores y brisa matutina. Corrió en línea recta, adentrándose en el campo. El panteón estaba a unos seis kilómetros detrás de su casa siguiendo en línea recta. Se detuvo un par de veces buscando flores.  Para cuando llegó al panteón, ya llevaba todo un ramo de hermosas flores silvestres.

    El panteón era muy sencillo, apenas delimitado con unos alambres de púas y una entrada que siempre estaba abierta, se encontraba a las afueras del pueblo, no había ninguna casa al menos a un par de kilómetros, pero a su alrededor había muchos árboles frondosos. Lili visitaba a su madre cada vez que soñaba con ella, así que conocía el camino a la perfección.

    En la tumba sólo había una cruz de madera y una inscripción en metal con su nombre, la fecha de nacimiento y muerte. Lili llegó y comenzó a limpiar, quitando las hierbas que crecían por doquier. Buscó por todos lados y al fin encontró el frasco donde colocaba las flores que siempre le llevaba, fue por agua a la pileta que se encontraba a un lado de la entrada y regresó de inmediato para colocar las flores al pie de la tumba de su madre. Se sentó a un lado y comenzó a platicar con su mamá.

    —¡Te extraño muchísimo! —dijo Lili y comenzó a llorar abrazando la tumba de su madre.

    —¡Cómo me gustaría verte de nuevo y poder llenarte de besos, jugar juntas con mi osito! He tenido un sueño, ¿quieres que te lo cuente?

    —Bien, he soñado que estábamos en el mar, en alguna playa, aunque no la reconocí muy bien, jugábamos en la orilla, luego nos divertíamos mucho construyendo un castillo de arena. Nos quedaba tan bonito mamá, ...

    La niña se quedó un rato sin decir nada, sentada en la tumba de su madre, sintiendo hasta los huesos su ausencia. Lili no tenía ninguna pertenencia de valor, solo cosas que tenían un valor sentimental, como la peineta que su madre siempre le ponía para las ocasiones especiales, pero aun con su pobreza, daría todo eso por tener a su madre un día más a su lado.

    Lili se dio cuenta lo tarde que era, pues había colocado marcas debajo de la cruz para calcular la hora de acuerdo con su sombra. Debía regresar de inmediato o su padre se enojaría.

    —Bueno mamá, es hora de irme, no te pongas triste que en otra ocasión vendré a visitarte. ¡Te quiero muchísimo!

    Lili se acercó a la cruz y la besó, sin querer derramó una pequeña lágrima que cayó en la tierra, al pie de la cruz. La niña no lo sabía, pero allí nacería la flor más hermosa del lugar, y tan fuerte, que sería la última en marchitarse.

    Tenía que ir a su casa muy pronto, así que cogió a su oso y tomó el camino de regreso. Corrió tan rápido como sus pequeños pies le permitieron, pero al cabo de un rato sintió el cansancio y se detuvo al pie de una colina. Ahí vio una higuera, con frutos que se veían deliciosos. Sabía que no tenía mucho tiempo, pero recordó lo tanto que le gustaban a su padre los higos, así que se dispuso a tomar algunos. Trepó con mucho cuidado y escogió los que le parecieron más jugosos, por supuesto, comió algunos para ver si estaban listos para comerse, y sí, sabían deliciosos.

    Los echó en una bolsita que llevaba y volvió a correr. Llegó muy rápido, pero ya era tarde, su padre no estaba en casa. Lili debía prepararle el desayuno, así que, con toda seguridad, estaría furioso. Sintió un dolor en el estómago, la última vez que su padre se fue sin su almuerzo la castigó severamente, tardó un par de semanas en que se quitaran las marcas en su espalda, hechas por la hebilla del cinturón de su padre.

    Fue a la parte trasera de la casa donde tenían a las gallinas y buscó algunos huevos, por fortuna había un par de ellos, los cogió y se dirigió a la cocina. Tomó un par de rebanadas de tocino y los frio con el huevo, luego, los puso en un traste, lavó los higos, colocó todo en una pequeña cesta y corrió a la fundición que es donde trabajaba su papá. Tenía tiempo, pues su hora de almuerzo era a las once de la mañana y aún faltaba una hora.

    Sólo había un camino que llevaba de su casa hasta el centro del pueblo, y de ahí tenía que tomar el siguiente camino a la derecha, unos dos kilómetros. Una vez que terminó de preparar el almuerzo de su padre se dirigió a la fundición.

    La casa de Lili era muy vieja, hecha de un material que su padre llamaba adobe y los techos eran de teja, apenas sujetados a una estructura de metal por unos cables. A la pequeña siempre le daban miedo las grandes tormentas, pues sentía que toda su casa se caería a pedazos. Sin embargo, así era la mayoría de las casas del pueblo, eran pocos los que tenían una mejor casa, y la única que sobresalía era la del político que gobernaba ahí, desde hace ya varias décadas.

    Llegó quince minutos antes de la hora del almuerzo, así que se entretuvo jugando un rato con su oso de peluche en la entrada.

    Ella acomodaba un montón de piedritas simulando que son personas y que su oso Shai era víctima de un hechizo malévolo y se volvía un monstruo que iba por todos lados destruyendo todo, la gente corría despavorida, con miedo de ser aplastados por la gran bestia. Justo cuando la gente se daba por vencida, cuando ya no había más esperanza, aparecía la pequeña Lili, la princesa más poderosa del universo, y se enfrascaba en una gran batalla contra el monstruo.

    La gran pelea se prolongó tanto tiempo, que la gente ya no soportaba más, creían que la gran princesa Lili perdería, pero justo en ese momento, ella usaba su anillo mágico y logró quitar al oso Shai el maleficio que pesaba sobre él. La gente recién salvada gritaba de alegría, todo era júbilo. En ese momento sonó la campana del receso de la fundición, regresando a Lili a la realidad.

    —Buen día señor —le dijo Lili al guardia de la entrada, quien daba la apariencia de tener unos setenta años, era un poco regordete, y parecía que siempre estaba de buen humor —¿me permite entrar a dejarle el almuerzo a mi padre?

    —Claro pequeña —le contestó el guardia de muy buena gana —pasa, ¿sabes dónde está tu padre?

    —Sí señor, ya sé dónde es —le contestó Lili.

    El viejo guardia, abrió la puerta y permitió ingresar a la pequeña quién corrió para llegar a tiempo. No era la primera vez que ella le traía el almuerzo a su papá, así que la fundición no le era del todo desconocida. Pasando la caseta de vigilancia había dos secciones a la derecha donde forjaban los metales y a la izquierda había dos más donde les daban forma, los usaban para la construcción de los nuevos edificios en la ciudad. Su papá trabajaba en donde se fundían. Sin embargo, hasta el fondo, había una pequeña sección que es donde todos almorzaban, ella fue directo a ese lugar.

    Antes de llegar, vio a su padre saliendo de su sección, iba riendo con varios de sus compañeros, lo cual para la pequeña Lili era algo extraño, pues con ella no era así, no recordaba haberlo visto reír estando con ella.

    —¡Papá! —le gritó —¡papá te traje tu almuerzo!

    Su padre la escuchó y volteó a donde estaba la niña, se dirigió hacia ella. Lili se detuvo de inmediato, vio la mirada furiosa de su padre y un miedo se apoderó de ella, como si todo su cuerpo se paralizara. Ya no pudo avanzar un paso más.

    —¡Donde demonios estabas! —dijo su padre sumamente molesto, levantó su mano derecha pensando en darle un buen golpe, pero se contuvo al ver a los demás trabajadores, de no haber estado ahí, seguramente la habría golpeado hasta quedar cansado —¡sabes que no me gusta que vengas a la fundición!

    —Lo siento padre, ... —la voz de Lili sonaba temblorosa y al principio pareció más un chillido —se me hizo tarde, fui a llevarle unas flores a mi madre.

    —¡Flores! ¡Para qué carajos le llevas flores! —le contestó aún más enojado, al tiempo que le arrebataba su pequeña cesta —Te dije que la próxima vez que me hicieras esto te castigaría, ahora ¡lárgate a la casa antes de que te golpee en este instante!

    —¡Lo siento mucho papá! —dijo Lili, pero su padre ya no se quedó a escucharla, se fue inmediatamente.

    La pequeña niña tenía lágrimas en los ojos, pero decidió que si lloraba el castigo sería peor, apretó los puños, suspiró, dio media vuelta y salió corriendo de ahí.

    —¿Estás bien? —le dijo el guardia al verla salir, pero Lili no contestó.

    Una vez fuera del pueblo, ella no pudo contener sus lágrimas, lloró a todo pulmón, no sólo por el miedo de la golpiza que recibiría, sino por la pena de no tener a su madre. Incluso, pasó por su mente la idea de huir de casa, y no es que no lo hubiera pensado antes, sino que como siempre, no encontraba que esa fuera una solución; después de todo ¿A dónde iría? No conocía ningún otro lugar, que no fuera el pueblo donde vivía, y mucho menos conocía a algún familiar. Y si no fuera suficiente, el pueblo estaba rodeado de un gran desierto, le llevaría un par de semanas salir de ahí o quizá meses, no lo sabía.

    En todo ese tiempo, no paró de correr, sintió ardor en las piernas, pero no le importó, si pudiera, correría por el resto de su vida.

    Sin darse cuenta, se perdió. Se detuvo para tratar de orientarse, pero no lograba identificar aquel lugar. No entendía cómo llegó ahí, siempre andaba por el mismo camino, incluso dormida tomaría el correcto. Volteó a un lado y a otro y no identificaba nada, estaba en un camino rodeado de dos pequeñas colinas, decidió que lo mejor era regresar. Caminó unos doscientos metros y encontró algo que le llamó la atención: una enorme cueva.

    «¿Qué extraño lugar» pensó Lili, pues la entrada de la cueva era rara, como si hubiese sido hecha por el hombre, pues tenía ciertos patrones geométricos, pero como si tuviera miles de años abandonada «¿Cómo habré llagado hasta aquí?» Dio unos pasos hacia la cueva y una extraña luz comenzó a irradiar desde dentro.

    La niña entró cautelosa, pero no podía dejar de mirar el resplandor que de ahí salía. Lili observó con detalle, pues parecía que el camino había sido tallado por el hombre, pues eran dos paredes paralelas, lisas completamente y el techo parecía que terminaba en forma triangular, además de tener inscripciones, pero en un lenguaje que ella no conocía.

    Unos veinte metros adentro de la cueva, el resplandor comenzó a desaparecer, parecía que una enorme roca tapaba la luz. Lili inspeccionó todo, hasta que encontró un agujero en la parte inferior izquierda. Un hombre común no cabría por ese orificio, pero ella sí que podría.  Se adentró.

    Entre más avanzaba la luz se volvía más segadora, hasta que por fin entró totalmente, poco a poco sus ojos se acostumbraron a la luz y lo que al principio era una silueta sin forma, ahora se dejaba ver con gran nitidez. ¡Dentro de la cueva había un gran valle lleno de vida!

    Lili no podía creer lo que veía, quizá era un sueño, no estaba segura. Ella se encontraba en una parte alta y le permitía ver todo el lugar, a lo lejos vio un gran castillo que se erigía imponente, resplandeciente, parecía que estaba bañado en oro; a su alrededor había otras construcciones extrañas, quizá eran casas. Un rio dividía el valle y parecía que nacía en una cascada que estaba a unos doscientos metros de donde estaba ella. Era algo maravilloso, afuera de la cueva era un desierto, pero dentro estaba lleno de vida, llenó de árboles.

    «Qué lugar tan bonito» pensó Lili, «nunca imaginé que una ciudad pudiese estar dentro de una montaña» Algo resplandeciente llamó la atención de la pequeña, éste se encontraba abajo donde fluía el rio, sabía que debía regresar a casa antes que su padre, pero la curiosidad fue más grande, así que decidió bajar a ver qué era eso que irradiaba tanta luz.

    La pequeña volteó a ver la cueva, y se dio cuenta que parecía un castillo incrustado en la montaña y justo debajo, había una escalera que descendía al valle, un tanto maltrecha por el paso del tiempo. No dudó en bajar.

    Las escalinatas terminaban en un claro junto al rio. Lili se dio cuenta que había vestigios de alguna civilización, tal vez eran casas, aunque por la apariencia debió ser una muy antigua. Avanzó hacia donde estaba el objeto brillante pero un ruido interrumpió su andar. Se detuvo y observó con detenimiento a todos lados, no vio nada raro, empezó a caminar y el ruido se escuchó de nuevo, era una voz y venía del rio.

    —¡Auxilio! —le pareció oír, pero se escuchaba algo extraño, era un sonido silencioso, como ahogado.

    Lili volvió a escuchar el sonido, así que corrió hacia el rio, sin duda de ahí venía el grito. Al llegar vio un objeto, era como una carroza, pero estaba volteada; una mujer se sujetaba para no ser arrastrada por la corriente.

    —¡Auxilio! —volvió a gritar la mujer, pero le costaba trabajo, el agua la jalaba con fuerza, como si fuera una mano intentando arrastrarla al fondo del rio.

    Lili buscó por todos lados

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