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Los hermanos Flores y su niñez: Autobiografía relatada
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Libro electrónico129 páginas1 hora

Los hermanos Flores y su niñez: Autobiografía relatada

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...Mi autobiografía, aparte de ser toda mi vida de alegrías y tristezas, quiero que sea la motivación para muchas mujeres.

Quiero que mi relato sea una inspiración para nunca darse por vencidas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2020
ISBN9781643346731
Los hermanos Flores y su niñez: Autobiografía relatada

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    Los hermanos Flores y su niñez - Yasmin Flores

    I

    Llevo el nombre de una dulce flor, con un aroma muy peculiar. Nací en Los Cocos, un caserío cercano a Apastepeque, situado en el apartamento de San Vicente, del pequeño pulgarcito de América: El Salvador. Quiero contarte un poco de este mágico lugar que me vio nacer. En lengua Nahuatl Apastepeque, significa Cerro del Alabastro, pues proviene de Apast, que significa alabastro y Tepic, cerro. Y así como el alabastro es una piedra caliza transparente y poco dura, también así es la gente de Apastepeque, como una piedra, porque tiene su propia fortaleza y tan transparente como su gente que no oculta nada. Poco dura porque la vida nos ha enseñado que no debemos darnos por vencidos.

    Es una tranquila ciudad bajo el sol, muy cerca pero totalmente independiente de San Vicente. Tiene un rostro propio, historias propias y tiene hijos que responden por su pueblo, sus calles modestas y sus esquinas llenas de secretos, guardan su historia cargada de entrega y sacrificio. Sus vientos deshojan los mensajes del pasado y la brisa mágica del mediodía envuelve la ciudad cálida y tranquila, así como el calor de los lugareños, que son muy trabajadores, mi pueblo atesora la realidad de su propia cultura.

    De este precioso lugar es originaria mi madre, quien tenía apenas catorce años cuando se casó. Era tan joven que cuando nació su primer hijo era como si siguiera jugando a las muñecas, pero con un niño de verdad y cuando este todavía no había aprendido a caminar, nació su segundo bebé.

    No me contó nunca, exactamente, lo que pasó, pero es de suponer que estaban muy jóvenes para jugar de papá y de mamá, para tener obligaciones y responsabilidades de gente mayor, así que tuvieron muchos problemas y ya no pudieron vivir juntos. Cuando se separaron, los niños también se separaron uno del otro porque el primero se quedó a vivir con su papá y el segundo se lo llevo mi abuelita materna, al tiempo después mi mamá se volvió a quedar sola y conoció a mi papá y se fueron a vivir juntos.

    Del fruto de esa unión, nació otro niño, mi papá estaba muy feliz porque para ese entonces, tener un varón representaba signo de hombría. Podía demostrar ante sus amigos lo viril que podía ser y presumía de su buena fortuna. Era imprescindible que llevara su nombre, le pusieron Julio Yovanni.

    Pero un año después, una mañana de agosto, entre el melifluo sonido que hacen los pájaros al despertar, justamente cuando empieza a salir el sol tibio, nací yo.

    Mi hermano Yovanni había alegrado el seno familiar y le había dado a mi padre el orgullo de ser hombre, pero, no sé si por el machismo o por el don de mando que lo caracterizaba en ese entonces, la noticia no le vino bien y se molestó muchísimo con mi madre porque quería seguir teniendo hijos varones, nada más. Ellos le ayudarían en el futuro con el trabajo, cuando mi hermano Juan Antonio, uno de los hijos que mi mamá tuvo antes de estar con mi papá, se vino a él le gustó mucho la idea que estuviera con nosotros, que a pesar de que no era su hijo, le daría todo el amor y el calor de una familia y además podía presumir de tener dos hijos varones y una niña, así, el sexo masculino llevaría la ventaja en la familia. Nunca entendí por qué razón el mayor de los hijos de mi mamá, José Carlos, no se vino a vivir con nosotros y se quedó en La Galera, viviendo solo con su papá y trabajando en un taller de enderezado y pintura. Después con muy poca diferencia de años, nacieron mis hermanos César, Darwin y Marvin; y cuando yo tenía nueve años, mi hermana menor volvió a desentonar la melodía familiar que enorgullecía a mi padre, pero ahora él ya estaba más conforme, seguían siendo mayoría, la llamaron Xiomara Griselda, en total fuimos ocho hermanos.

    Nadie se dio cuenta de que la más feliz de todos era yo, porque después de tanto tiempo volvió a escucharse los dulces balbuceos de una niña. Para mí fue como que me regalaran una muñequita de verdad, era tan frágil y tan indefensa. Yo deseaba estar cargándola en mi regazo todo el día, pero no podía porque debía ayudar en los quehaceres de la casa. Recuerdo que en una ocasión que llegó mi abuela, me dijo que juntas bañaríamos a la bebé, me dejó cambiarle la ropita y ponerle cremita. Fue uno de los días más maravillosos de mi vida. Todo mi instinto materno estaba floreciendo tan prematuramente con la carga de la ilusión que cualquiera podría sentir cuando le dan el más esperado regalo. Cuando fue pasando el tiempo, yo siempre vestía a mi hermanita, la peinaba con unas trencitas tan pequeñitas que se le escondían entre su cabello fino y suave, yo la consentía como mi más preciado tesoro. Al poco tiempo, me di cuenta de que su cabello ya le había crecido mucho. En las puntas se le hacían como gajos de flores, así que en mis pensamientos de niña y acordándome de lo que había escuchado que al cortarlo crecía mejor, fui a traer unas tijeras y decidí jugar a la estilista y se lo corté. Yo la veía más preciosa que nunca, pero cuando llegó mi mamá se enojó muchísimo y me dijo que no la había dejado bien. Recuerdo que fue una de las razones por la que me gané un regaño muy fuerte y no me pegaron porque mi hermanita se puso a llorar muy fuerte cuando mi mamá me hablaba en ese tono.

    A los pocos días vi que le empezó a crecer nuevamente y yo seguía jugando con ella, lo que más me gustaba era ponerle un vestidito que tenía la faldita con paletones plegados que le llevó la tía Esperancita desde la capital, yo se lo ponía y me sentaba en el umbral de la puerta, con ella sentadita en mis piernas, a ver la gente pasar, o más bien, para que nos vieran al pasar.

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