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VIVENCIAS
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VIVENCIAS

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Las vivencias y vicisitudes de un ingeniero español por el ancho mundo, y en el complejo entorno de los proyectos internacionales de ingeniería y construcción.

Las experiencias de conocer otras culturas, otro dioses y otras creencias, otra forma de pensar y entender

IdiomaEspañol
EditorialParticular
Fecha de lanzamiento28 abr 2023
ISBN9789403698472
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    VIVENCIAS - E LARBY

    PORTADAAFINAL

    VIVENCIAS

    E. Larby

    VIVENCIAS

    Autor: E. Larby

    Diseño de cubierta: E. Larby

    ISBN:9789403698472

    © E. Larby

    Año: 2023

    Editorials: Mibestsellers, Ingramsparks

    Web: publish.mibestseller.es/elarby

    DEDICATORIA

    Estas vivencias se han escrito, expresamente, para que mis nietos y mi sobrino nieto sepan quienes son, de donde vienen, y que no pierdan sus origines, y para que a mi nieta, que quiere ser escritora, le pueda servir de inspiración para el best seller que va a escribir.

    También para agradecer a mi esposa, su insistencia y perseverancia para que plasmara sobre el papel las historias que le contaba. Aunque, cada vez que me lo decía yo refunfuñaba, al final, gracias a su insistencia, me he decido a plasmar aquí mis vivencias.

    Y finalmente tengo que agradecer a mi hija la paciencia y el tiempo que ha dedicado a corregir y mejorar, con sus indicaciones, este manuscrito

    Gracias a todos porque sin vuestro estimulo no hubiese sido capaz de escribir estas líneas.

    PRÓLOGO

    Estas cuartillas me han llevado 12 años escribirlas, no encontraba la formula, no quería que fuera un libro de memorias al uso, donde se cuentan más mentiras que verdades, sino una recopilación de las distintas vivencias que he tenido a lo largo de mi vida, la primera intención fue escribir, solo, sobre algunos momentos o vivencias más entrañables, pero al final una cosa lleva a la otra y ha salido este tocho, pero la idea de las vivencias persistió y de ahí el título.

    Al fin y al cabo, todos los momentos de nuestra existencia son eso, VIVENCIAS.

    El lector me perdonara por dirigirme a ellos en un lenguaje tan directo y personal, pero debo aclarar que estas vivencias fueron escritas para mis nietos y sin la intención de ser publicadas.

    José de Espronceda

    Hojas del árbol caidas, juquetes del viento son, ¡las ilusiones perdidas ¡ay! son hojas desprendidas del árbol del corazón!.

    Índice de contenido

    I LA INFANCIA EN CASAR

    II  NIÑEZ Y JUVENTUD EN CÁDIZ

    III  LA MILI

    IV  EL CURA

    V ASTILLEROS

    VI  PORTUGAL Y LAS COLONIAS

    VII  SUECIA

    VIII CRINAVIS Y GALICIA

    IX ARABIA SAUDITA

    X INDONESIA

    XI  REGRESO A CASA

    XII RUSIA

    XIII PAKISTÁN

    XIV  ARGELIA

    XV NIGERIA

    XVI  LA JUBILACIÓN

    XVII EGIPTO

    XVIII AL CAER EL SOL

    XIX ME VOLVÍ INVISIBLE

    APÉNDICE A EL ABUELO

    APÉNDICE B BREVE HISTORIA DE CÁDIZ

    APÉNDICE C LOS YANQUIS

    APÉNDICE D SINGAPUR

    APÉNDICE E HONG KONG

    APÉNDICE F LA FÁBRICA

    APÉNDICE G F.L. SMITH

    EPÍLOGO

    I LA INFANCIA EN CASAR

    1940 no parecía el año más apropiado para venir al mundo, en un país que había quedado devastado y arruinado por una guerra civil que había durado tres años y había dejado más de 1 millón de muertos y una Europa envuelta en otra guerra que ya llevaba varios meses asolándola y que devendría en una guerra mundial que durante cinco largos años provocó una sangría humana estimada entre 60 y 100 millones de muertos.

    Esta situación mundial hizo que la escasez de alimentos fuera tremendamente angustiosa. Para colmo de males mi madre no podía amamantarme, así que cada día era una odisea salir a buscar leche y alimentos para un bebé hambriento y llorón.

    Ahora que he visto a mi nietecito llorar de hambre, porque le estaban preparando el biberón, es cuando me he dado cuenta de la tremenda angustia que debieron padecer mis padres en aquellas circunstancias. La gota que colmó el vaso fue cuando un día, después de varias horas haciendo cola y faltando tres o cuatro personas para llegar a la ventanilla anunciaron que se había acabado la leche, como diría el castizo PRIMER AÑO TRIUNFAL¹

    Tal debió ser la angustia y desesperación de mis padres que decidieron marchar a la Montaña, así se ha denominado siempre en mi casa a lo que hoy es Cantabria.

    El abuelo tenía allí unas pocas tierras y vacas, pero al menos había leche. Aun así, la situación no era demasiado halagüeña, las tierras y vacas eran pocas y las bocas muchas. Allí nos reunimos mis abuelos, dos tíos solteros, una tía mía con su marido y su hija, mis padres y yo, pero no pasábamos necesidad porque se producían patatas, alubias, maíz, y en la huerta se cultivaban todo tipo de hortalizas y vegetales, y como tenían gallinas y un cerdo de cuando en cuando se comían huevos y algún que otro pollo, y en época del «matacío» se preparaban chorizos y morcillas y algún que otro trozo de carne de cerdo y a pesar de que parte de la producción había que entregarla en la Comisaría de Abastos, la comida, aunque escasa, no faltaba, eso sí, el ambiente era muy espartano y de mucho sacrificio y trabajo, pero salimos adelante.

    Cuando tenía cerca de cuatro años, mi madre, que estaba embarazada, se empeñó en ir a dar a luz a su ciudad natal donde estaba toda su familia, su madre y sus numerosos hermanos y hermanas, bien es verdad que en el pueblo las condiciones eran pésimas y mi madre nunca se acostumbró a aquea vida, así que nos pusimos en camino, mi embarazada madre y yo, acompañados de mi tío Paco que estaba soltero; el viaje debió ser horroroso, pues en aquellas fechas los asientos de los trenes en tercera clase eran de madera en compartimentos de 8 viajeros, y se tardaba dos noches de viaje y un día de estancia en Madrid, con el cambio de Estación de Príncipe Pio a Atocha para llegar finalmente a Cádiz.

    Después de dar a luz mi madre, mi hermanita y yo regresamos a la Montaña.

    El deporte por antonomasia en Cantabria es el bolo palma, no hay pueblo o aldea que por pequeño que sea no tenga una bolera y en algunos pueblos, caso de Casar de Periedo, hasta organizan competiciones en las que participan los mejores jugadores de la comunidad. El juego tiene un actor secundario, el pinche, es decir el chico que arma los bolos y va contando y cantando los bolos derribados, y que al final de cada partida recibe un pequeño estipendio. Como ya he comentado, en casa del abuelo había muchas bocas que alimentar y cualquier ingreso extra era bien recibido, así que los domingos después de misa, era obligatorio asistir a ella, me ponía de pinche y a la hora del almuerzo mi padre se quedaba en mi lugar hasta que yo volvía de almorzar, la situación de la familia así lo requería.

    Mi tía Carmina, hermana de mi padre y ya emancipada, tenía muchos conejos y me regaló una coneja y de esta forma empezaron mis responsabilidades. Todos los días al salir del colegio cogía un gran cesto de mimbre y me iba por la mies a recoger cardos para alimentar a mi coneja, esta pronto empezó a parir como lo que era, y por lo tanto la prole aumentaba a ritmo vertiginoso, y mi trabajo también²

    Al cumplir 7 años mi padre me regaló un corderito, así que el trabajo se acumulaba, todas las mañanas antes de ir al cole tenía que llevarlo a un monte que hay detrás de la casa, cruzando la vías del tren (en aquella época no había vallas protectoras, tampoco había tanto tráfico como ahora), y dejarlo amarrado, pero con cuerda suficiente para que pastara, el problema era el descenso, el monte tiene una pendiente bastante inclinada así que tenía que bajar arrastrando el trasero de forma que mis pantalones siempre estaban rotos por sálvese la parte.

    Estos animalitos, como relataré más tarde, me dieron muchas satisfacciones y también dos de los mayores disgustos de mi niñez.

    Pero también hubo momentos muy felices, los críos disfrutábamos mucho en las romerías y verbenas, solíamos sentarnos en el escenario provisional que montaban en cada pueblo, y pidiendo, una y otra vez a la orquestina, que cantara la canción de moda «La Vaca Lechera».

    El día grande de Casar es sin duda el 10 de agosto, la fiesta de su patrono San Lorenzo. Ese día toda la gente se engalana con sus mejores ropas para asistir a la misa solemne en honor a su patrón, se organiza una procesión llevando en andas al Santo, sin olvidar la parrilla donde, se dice, fue asado vivo. Al terminar la misa, en la campa de la iglesia bailan los picayos una danza tradicional cántabra y después se hace una ronda por las varias tabernas del pueblo, para degustar las apetitosas rabas. Toda la familia se reunía para el almuerzo y a continuación, los hombres, sobre todo, se dirigían a la bolera.

    Casar organizaba, y lo sigue haciendo, un torneo de bolos palma al que asistían, por sus generosos premios, los mejores jugadores de la provincia, pero el momento más excitante para los críos era cuando empezaban a explotar los cohetes anunciando el inicio de la romería, que se celebraba al lado de la bolera. Y aún hoy se sigue celebrando allí, frente al palacio de Casar³, se instalaba una carreta de bueyes que servía de improvisado escenario para la orquestina que se había contratado. Los vendedores ambulantes instalaban sus chiringuitos, de roscos y buñuelos, baratijas y juguetes para los peques, y ¡el churrero! Los mayores bailaban a lo suelto y los más jóvenes a lo «agarrao», así hasta el anochecer, la familia volvía a reunirse para cenar y otra vez los cohetes anunciando el inicio de la verbena que duraba hasta bien entrada la noche. Un día muy completo.

    Otro momento de disfrute era cuando la pandilla subía al monte a robar castañas y hacer una mangosta, cada día elegíamos una propiedad diferente, un día la de mi abuelo, al día siguiente la de la familia de otro crio, así rotábamos.

    Encendíamos una fogata en medio del monte, en un claro, y a saciarnos de castañas.

    Un día estábamos atareados cuando vimos en la distancia a un hombre que parecía llevar una escopeta. Nos habían contado muchas cosas de los maquis, y no todas buenas, así que pensando que era un maquis echamos a correr presa del pánico, pero por más que corríamos no conseguíamos perder de vista al individuo. Solo estuvimos seguros al llegar a nuestras casas.

    Mi abuelo era muy aficionado a meternos miedo y nos contaba muchas historias sobre lobos, seguramente inventadas, para que no subiéramos al monte, por lo que estábamos muy atentos. Efectivamente había lobos en aquella zona.

    Otro al que le gustaba meternos el miedo en el cuerpo era a Miro, el del toro⁴. Tenía una propiedad colindante con la de mi abuelo, pero a diferencia de la de mi abuelo, que solo era monte, la de Miro tenía una cuadra y vacas, de forma que salvo para dormir, estaban siempre en el monte.

    Nosotros nos dejábamos caer por allí porque tenía unos manzanos cuajados de fruto, los árboles estaban en unas hondonadas y no eran fácilmente accesibles, pero además Miro nos decía, despreocupadamente, «si bajáis tener cuidado porque hay serpientes».

    Así protegía sus árboles de nuestras incursiones. Hablando de miedo, cuando el toro Islero corneó de muerte al entonces mítico torero Manolete, los adultos se inventaron una historia que a los peques nos hacía estremecer de terror

    Para evitar que fuéramos por la solitaria carretera se les ocurrió decirnos que tuviéramos mucho cuidado porque pasaban coches con gente que secuestraba a los niños para sacarles la sangre para curar al torero y aunque en aquellas fechas la carretera no era muy transitada cada vez que veíamos un coche, salíamos corriendo para nuestras casas como alma que lleva el diablo. Eran otros tiempos y otro tipo de educación.

    Una anécdota que mi madre solía contarme, porque le hacía gracia, era cuando fui con mis tíos, Eloína y Federico, y mi prima Margarita, que vivían en Santander, a la playa.

    Llegó un momento que me entró hambre, y como no me atrevía a pedir comida, preguntaba qué hora era, cundo me lo decían yo comentaba: «a esta hora, mi hermana ya está comiendo». Mis tíos no se si no captaban el mensaje o no me hacían caso, pero como el hambre apretaba, yo volvía a lo mismo. Esta escena se repitió varias veces, hasta que por fin llegó la hora deseada del almuerzo.

    También me contaba mi madre, como nuestro vecino Miquelín, de mi edad, venía los domingos por la mañana para que fuéramos a misa. Yo la mayoría de las veces no quería ir, por alguna razón estaba cabreado, y me negaba a acompañarle, el pobre chico se marchaba llorando y diciendo: «Milín tiene ropa y no quiere ir a misa, y yo que quiero ir a misa no tengo ropa»⁵.

    Hablando de misa, un día que asistía a ella, y andaba cabreado porque seguramente había ido forzado⁶ cuando llegó el momento de la consagración y con la iglesia abarrotada, no cabía un alfiler, todo el mundo se arrodilló, menos uno, yo, el cura me mandó arrodillar, me salió la vena contestaria que siempre he tenido y cuando todo el mundo estaba arrodillado yo permanecía de pie, hasta que me expulsó de la iglesia.

    En septiembre se celebra una romería muy famosa en honor de San Cipriano en el monte donde está la ermita en la que se venera al Santo. La víspera de la romería estaba yo en la socarrena cuando vi que mi abuela llevaba cogida por las orejas a mi coneja, que ya era grande y hermosa y era la coneja madre, en dirección a la cocina. Alarmado le pregunté ¿Qué haces abuela? Y ella todo diligente me contestaba «nada, nada» y devolvía la coneja al corral. La escena se repitió un par de veces más. No sé si me enviaron a algún recado o me fui a jugar, el resultado fue que a mi vuelta a casa me encontré la piel de mi coneja madre puesta en un palo a secar. El berrinche fue tremendo y me fui a la cama sin cenar y sin hablar con nadie.

    Al día siguiente con la excitación de la fiesta me olvidé de mi coneja, el cerebro de los niños es increíble se acuerdan de cosas pasadas y olvidan, a veces, el presente.

    El día de la romería íbamos todos felices, unos montados en el carro de la burra, no había coches, y otros a pie. El tiempo transcurría plácidamente, los mayores bebiendo y bailando y los niños jugando, y así llegó la hora de la comida. Mi abuela extendió una sábana en el verde, nos sentamos todos alrededor y llegó mi abuela con una gran olla que puso en el centro del círculo de comensales, la destapó y ¡horror! Allí estaba mi coneja en trozos, otra vez el berrinche y la llantina y otra vez sin probar bocado.

    En agosto de 1947 hubo en Cádiz una tremenda explosión ⁷, que se oyó hasta una distancia de 120 km. en Isla Cristina (Huelva), la explosión destrozó toda la zona al exterior de las murallas que protegen el casco antiguo. Mi madre estaba preocupadísima por su familia, muy numerosa, que vivía en aquella ciudad. Como resultado de aquella catástrofe mi abuela materna decidió visitarnos y apareció por la Montaña, con su labia convenció a mi madre, aunque no necesitó mucho, para que volviese a Cádiz y ese fue el fin de mi etapa en Cantabria.

    Cuando se aproximaba el tiempo de la partida hacia Cádiz, fuimos mi padre y yo, con mi corderito correteando a nuestro alrededor, a ver a un ganadero de un pueblo cercano que tenía un gran rebaño. Mi corderito al ver tantos congéneres se volvió loco y se dedicó a husmear y a mezclarse con los otros animales parecía feliz e integrado. Entretanto mi padre cerró el trato con el paisano y nos marchamos. La finca donde estaba el rebaño tenía una puerta que era una cancela de rejas, no llevábamos andados más de tres metros cuando oímos un cordero balando y al volvernos vimos a mi corderito que sacaba la cabeza y nos llamaba. Nunca sabré si lo hacía de tristeza o porque quería despedirse. Os podéis imaginar mi estado de ánimo.

    El recuerdo del disgusto de mis animalitos me ha quedado grabado en el alma.

    La última y triste estampa que recuerdo fue el día de nuestra partida, ver a mi abuela paterna, hierática en la socarrena, viéndonos partir, sin decir nada, sin derramar una lagrima, pero con una tristeza infinita en su mirada. En su fuero interno sabía que ya no nos volvería a ver nunca más.

    Mi etapa en la Montaña me ha dejado una secuela y un recuerdo imborrable, vuelvo allí cada vez que puedo y aunque no nací allí por carácter me considero cántabro más que andaluz, aunque tengo un cariño especial por la tierra que me vio nacer y crecer. Digamos que tengo el corazón repartido 0, como cantaba un famoso rapsoda, «tengo el corazón partío».

    ¹ Las triunfantes huestes franquistas proclamaban así su triunfo en la guerra.

    ² Para que os hagáis una idea de la proliferación de estos animales me referiré al número de Leonardo Fibonacci. Este matemático había imaginado que una pareja de conejos que producía dos crías cada mes, pareja que se reproducía al mismo ritmo al mes de nacer se preguntó: cuántas parejas de conejos habría al cabo de un año. La respuesta era 144 parejas. Pero lo que se convirtió en la secuencia numérica más famosa de la historia de las matemáticas fue la serie de parejas que había cada mes 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144. Para obtener el número siguiente solo hay que sumar los dos dígitos anteriores. Ken Follet, Doble Juego pág. 327.

    ³ El palacete era la casa solariega del afamado compositor y pianista Jesús de Monasterio, hijo adoptivo del pueblo, y que gozaba de un respeto reverencial de los aldeanos, hoy día ha sido adquirido por el pueblo y convertido en museo, y la gran cochera adyacente ha sido convertida en centro de mayores.

    De hecho, Miro tenía un sobrino en el maquis. No sabíamos cómo Manolo se había convertido en maquis, pero se contaban muchas cosas sobre él. Una de ellas nos impactaba, Manolo solía bajar a casa de sus tíos, generalmente de noche y a hurtadillas, en busca de comida y descanso. Un día la guardia civil, que los vigilaba permanentemente, entró en su busca. Sus tíos rápidamente lo escondieron en un hueco que habían construido debajo del pesebre del enorme toro semental que tenían. Por supuesto que los números de la guardia civil no osaron acercarse, ni por curiosidad, a donde estaba el toro. Años más tarde un amigo del pueblo y yo, comentando este tema, llegamos a una hipótesis plausible. Los maquis solían bajar a la propiedad de Miro en el monte a dormir en la cuadra y comer algo. Manolo, quisiera o no, tenía que cooperar con ellos, la guardia civil, con su mentalidad represiva, debió presionar, e incluso maltratar al chaval, de forma que este preso del pánico decidió echarse al monte. Años más tarde, en un viaje que hice con él a Potes, al pasar por el desfiladero de la Hermida, empezó a contarme sus andanzas por aquella zona, pero nunca mencionó las causas de su decisión.

    Los padres de Miguelín eran pobres de solemnidad, en un pueblo si no tienes tierras no eres nadie, tenían como huésped al cura del pueblo, Don Francisco, y este debió influir mucho en el chico pues desde pequeño quería ser cura y, efectivamente, lo fue, lo que para el pueblo significó todo un acontecimiento. Ahora está jubilado, pero me comenta un amigo que todos los domingos va al pueblo a cantar misa y, quizás, como venganza por las burlas que padeció cuando era niño, les mete unas sacudidas a los feligreses que los deja hechos papilla.

    El cura del pueblo, junto con el alcalde y el jefe de puesto de la guardia civil, era la troika que tenía al rebaño controlado. Cuando no asistías a misa el cura, en cuanto se tropezaba contigo te decía: «el domingo no te vi en misa». Así de sutil era la represión a veces, otras eran más agresivas.

    La deflagración de 1.100 cargas de profundidad, minas submarinas y cabezas de torpedo produjo un enorme hongo de humo y polvo, seguido de un enrojecimiento del cielo que se puedo ver en toda la Bahía de Cádiz, Huelva y algunos pueblos de Sevilla y cuyo ruido atronador se pudo oír en la propia capital andaluza. El fogonazo fue tan espectacular que pudo ser contemplado en el Monte Hacho en Ceuta e incluso en Portugal. La explosión provocó 150 muertos, más de 5.000 heridos y decenas de mutilados. La explosión provocó un hecho más trágico y emotivo, si cabe, cual fue la destrucción de la Casa Cuna donde murieron 26 niños y bebés que estaban allí albergados.

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    II NIÑEZ Y JUVENTUD EN CÁDIZ

    El viaje de retorno a Cádiz no empezó de forma muy placentera, más bien lo contrario, era la época del estraperlo así que el tren Santander Madrid estaba abarrotado de estraperlistas que hacían el viaje hasta Palencia llevando y trayendo productos, la gente viajaba de pie en los pasillos, en los compartimentos se apiñaban los viajeros, no recuerdo donde estaban mis padres y mi hermana, pero yo estaba sentado encima de un baúl en el retrete del vagón, que, además, tenía el suelo cubierto con una cuarta de agua. Cuando llegó el revisor entró en el retrete una señora huyendo de él, se levantó la falda y simuló que estaba haciendo sus necesidades, yo miraba y no entendía nada A partir de Palencia se normalizó un poco la situación.

    Finalmente llegamos a Cádiz sanos y salvos.

    Mi abuela materna tenía alquilado un piso antiguo con una distribución en forma de U, el salón y una habitación daban a la calle y allí nos acomodamos con mi abuela.

    En la parte frontal que daba a un patio interior vivía subarrendado un matrimonio con dos hijos pequeños, en la siguiente habitación vivía mi tío Manolo y su esposa, en las dos siguientes mi tío Ramón, su esposa y unos cuantos hijos, y en el otro lado de la U vivía mi tío Rafael con su esposa y una caterva de hijos que nunca conseguí contar del todo. La cocina era comunal y allí se reunían todas las mujeres de la casa a cocinar en sus infernillos de carbón. No había baño, solo un retrete que estaba muy a menudo atascado, y siempre lleno de cucarachas.

    La familia, más de 20 personas entre tíos, tías, primos y primas, se llevaba bien bajo la batuta de mi abuela que era de armas tomar y tenía mucho carácter, aunque el ambiente, dentro de la pobreza generalizada, era agradable.

    De mi abuela materna no puedo recordar demasiado porque murió siendo yo muy pequeño, lo que si recuerdo es su velatorio, porque entonces la gente se moría en casa, y allí se velaba el cadáver. Murió de algo de hígado ya que su cara estaba amarilla, durante el velatorio la tenía tapada con un paño, y todo el empeño de mi madre y tías era que le diera un beso. Cada vez que le levantaban el velo se me revolvía el estómago y no podía hacer lo que me pedían. Esa imagen me acompañará siempre.

    En Cádiz solo había dos colegios a nuestro alcance, La Salle y Mirandilla, ambos pertenecientes a órdenes religiosas, pero para nuestra desgracia todas las plazas estaban cubiertas, así que mis padres tuvieron que hacer un gran esfuerzo económico para enviarme a un colegio privado, bueno lo de colegio es un decir, sus instalaciones estaban en un piso antiguo, también en forma de U y orientado hacia un patio interior, como casi todos los pisos antiguos en la ciudad. Su ubicación era en frente del mercado de la ciudad, un sitio poco idóneo.

    En el ala que daba a la calle había un gran salón y allí nos apiñábamos alumnos de tres o cuatro niveles diferentes, el Maestro Don Antonio, más conocido como el «picota»¹ se sentaba debajo del marco que separaba el salón de otra habitación donde estaban los alumnos más mayores, en el ala central había dos clases bajo la dirección de una sobrina del maestro y en la otra ala del piso una gran cocina donde estaban los parvulitos y era dirigido por la esposa del maestro. Por supuesto no había recreo ni vacaciones de verano ni Navidades.

    Cuando llegaba la Navidad cantábamos a coro «al olor del mazapán, peladillas y turrones le pedimos a Don Antonio que nos dé las vacaciones» con esta canción tratábamos de ablandarlo, pero ni por esas, la pela es la pela, y no era época para perder ingresos.

    Su avaricia no tenía limites, durante unos meses un grupito reducido decidimos hacer «robona»², pues bien, al final de cada mes íbamos al cole pagábamos la cuota y a seguir de «robona». Don Antonio abría el bolso y no se preocupaba si asistíamos a clase o no.

    La catadura moral del individuo queda reflejada en su lema que repetía una y otra vez «no hay que ser falangista ni comunista sino pancista». A nuestra edad no entendíamos su significado, ahora sí.

    Al final se descubrió el asunto de la «robona» con el consiguiente enfado descomunal de nuestros padres.

    Tan poco placentero era asistir al colegio que muchos días me negaba a ir, así que salía a la calle y me sentaba en la acera enfrente de la casa. Mi madre asomada al balcón me gritaba que fuera al cole. Al final tenía que bajar a la calle, yo daba entonces una carrera, y me sentaba otra vez en la acera, mi madre tenía que seguirme, cuando se acercaba yo daba otra carrera y mi madre detrás, y así una y otra vez hasta llegar al cole. Me imagino lo que la hacía sufrir este comportamiento mío.

    Cuando tenía 13 años tuve mi primera novia. Ella tenía un hermano pequeño en el colegio, cuando iba a recogerlo también me recogía a mí. El sistema era el siguiente, cuando alguien iba a recoger a un alumno, entraba en el patio y golpeaba con un aldabón, salía un alumno y esta decía el nombre del alumno al que iba a recoger, mi novia nos citaba a los dos y a la calle.

    El trato que sufríamos los alumnos era el típico de la época, castigos, golpes con una regla y represión, mucha represión. Un día, aun no sé porque lo hice, se me ocurrió torcer la nariz, D. Antonio me vio, debió pensar que me estaba burlando de él y me arreó una serie de golpes que aún me duelen. Por supuesto no podías decir nada en casa porque ese trato era moneda corriente en todos los estratos de la sociedad.

    Hay una frase que explica con meridiana claridad la mentalidad de aquella época: «La letra con sangre entra».

    Yo no sé si esto es así o no, pero lo que yo sí puedo asegurar que la psique humana es increíble. Cuando en la escuela nos enseñaban algo nuevo y me era difícil asimilarlo a la primera, me deprimía y pensaba que tenía tantas cosas en la cabeza que ya no me entraban los nuevos conceptos. Entonces me ponía nervioso y hacía alguna trastada y mi madre me daba un par de «cosquis»³ en la cabeza y entonces pensaba que esos golpes me habían hecho espacio en el cerebro. Y eso funcionaba pues rápidamente aprendía la nueva lección.

    Aun así, nunca dejaré de agradecer el esfuerzo tan tremendo que hicieron mis padres por darme una educación.

    Cuando a primeros de mes mi madre recibía el giro de la nómina de mi padre, que estaba navegando, el primer pago era mi colegio.

    Esta situación me llevó a tomar una decisión equivocada que pudo condicionar mi vida, para mal. Me referiré a esto más tarde.

    En casa de mi abuela vivía un matrimonio, el hombre, Luis, era albañil y trabajaba como tal en las instalaciones que la petrolera Cepsa tenía en las afueras de la ciudad, concretamente en el lugar conocido como Puntales. La empresa convocó unas plazas para contratar a empleados fijos, y como el pobre Luis era analfabeto, me pidió que le enseñara a leer, escribir y hacer números. Aquí tenemos a un chico de 13 años enseñando a un hombre casado y con dos hijos. El pobre hombre me daba semanalmente un dinero que sacaba de su escaso salario El buen hombre aprobó y mejoró sustancialmente su miserable vida⁴.

    También sacaba algún dinero gracias a mi tío Manolo, este trabajaba de camarero y según el turno de trabajo, yo le llevaba diariamente el almuerzo o la cena. Me daba 50 céntimos que yo guardaba celosamente.

    A ese dinero le añadía lo que me daba su hija, mi prima.

    Los domingos la única distracción de las parejas de novios, era pasear, ir al cine y volver a pasear, así que cada fin de semana se estrenaba una película y la gente se volvía loca para verla, el cine hacía furor, las colas para comprar las entradas eran larguísimas, así que mi prima me mandaba a mí, y me daba algunas pesetas. Eso y lo de mi tío Manolo me permitía pagar las 7,50 pesetas que costaba la entrada para asistir a los partidos que el Cádiz jugaba en el Campo de la Mirandilla, «era un forofo del fútbol».

    También ganaba algún dinero llevándole la comida al ya marido de mi prima Pepi. Pepe su marido trabajaba en Astilleros que en aquellas fechas estaba construyendo el buque escuela Esmeralda para la Armada Chilena. El Esmeralda era una réplica del buque escuela español Juan Sebastián Elcano. El Esmeralda fue botado en mayo de 1953.

    A los catorce años y con pantalón corto, asistí a la inauguración del estadio Ramon de Carranza, y al primer trofeo del mismo nombre. Esto era un acontecimiento importantísimo en la vida de la ciudad, ya que era la única oportunidad de ver futbol de primera división.

    Recuerdo una eliminatoria de ascenso de tercera a segunda entre el Cádiz y el Racing de Santander que ganaron los gaditanos. La ciudad se volvió loca, el recibimiento al equipo en la Alcaldía fue multitudinario, yo lo contemplé, como un forofo más, desde un balcón que daba a la plaza de San Juan de Dios, los gaditanos con su gracejo habitual cantaban la conocida canción de los cuatro «pañuelucos» pero con una pequeña modificación, que decía:

    Cuatro panuelucos tengo, olé y olé

    Y los cuatro son de seda

    El Cádiz ya está en segunda

    y el Santander en tercera.

    Empecé a fumar a los catorce años. Donde actualmente se asienta la barriada Loreto, llamada así por ser la Patrona de la Aviación, había una gran extensión de terreno baldío, el llamado campo de la aviación, porque en sus aledaños se asentaba la factoría de CASA. Construcciones Aeronáuticas Sociedad Anónima y en la cercanía había un almacén

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