Remembranzas del ayer: Mi autobiografia
Por Manuel Rosario
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Remembranzas del ayer, es una obra para el deleite del publico en general. Fue escrita para compartir con el lector, las penas, las alegrias, y los fracasos de una familia de cinco ninos que quedan solos a la diestra de Dios, siendo Gloria la mayor, la cual contaba con solo doce anos.
Una historia conmovedora digna de leer para poder entender los valores familiares.
La separacion matrimonial, causo estragos fisicos y psicologicos, a una familia que vivia en la mas extrema pobreza; sin un techo fijo, agua potable y escasez de sanidad.
Los exhorto a que disfruten de esta interesante historia, que comienza en Puerto Rico y culmina en Nueva York.
!Que la disfruten!
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Remembranzas del ayer - Manuel Rosario
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Estoy aquí sentado, meditando y recordando, los momentos de un pasado triste, de una vida llena de congojas, de dolor y pena.
Mi nombre es, Manuel Rosario, nací el 15 de septiembre del año 1944. Mi pueblo natal es Barceloneta, ubicado en la parte norte de la bella isla de Puerto Rico.
Mi papá se llamaba Manuel Rosario; igual que yo, y nació el día 25 de abril de 1912. Mi mamá se llamaba Adelina Rosado, y nació el día 14 de julio de 1920.
Parte de mi niñez la viví en el barrio de Garrochales, en un estado de pobreza total. El matrimonio de mis padres, procreó cinco hijos: Gloria, Miguel, Rosa, Eva, y por supuesto, yo. Mi niñez fue triste y dolorosa, llena de necesidad donde carecíamos de todo. Vivíamos en una pequeña casa, con barrotes ya podridos por la lluvia y la humedad. La casa estaba construida de madera y paja de caña seca, y cobijada con planchas de zinc.
Había escasez de todo: No teníamos agua potable ni luz eléctrica, la ropa era limitada, y por estufa, teníamos un fogón con tres piedras en forma triangular, al cual le agregábamos leña para poder cocinar. El agua la teníamos que buscar en los caños que quedaban cerca a la casa, y nos alumbrábamos con un quinqué de gas. Parte de nuestra alimentación consistía de lo que cosechábamos en una pequeña hortaliza que teníamos detrás de la casa.
Mi papá por su parte, trabajaba en el corte de la caña de azúcar, que era una de las fuentes económicas más productivas del pueblo de Barceloneta. Mi mamá, por el contrario, trabajaba abonando las plantaciones de caña, en los meses de crecimiento. Mi papá era un hombre de mediana estatura, tenía los ojos negros como azabache, su piel era oscura y tenía una mirada fija y dominante como la de un falcón.
Mi padre no era alcohólico, pero los fines de semana tomaba sin piedad. Se daba unas borracheras, que a veces lo tenían que traer arrastrado a la casa. En ocasiones me pegaba, y me castigaba de una forma brutal. Mi madre era una mujer jocosa y le encantaba la música y el baile. Tenía el pelo negro, con algunas canas y sus ojos eran brillantes y comunicativos.
En cuanto a mis hermanas, Gloria, Rosa y Eva, eran muchachas nobles y sencillas, y por lo tanto vivían bajo el manto de la ignorancia. Gloria era la mayor de todas y lucía un poco mayor para su edad. Mi hermano Miguel, era alto y muy apuesto, tenía el pelo negro como azabache, y su piel era fina y sedosa. Mi hermana Rosa era blanca, tenía ojos verdosos y picarescos, y su cara era achatada. Mi hermana Eva, era la más pequeña, tenía ojos pardos, pelo negro y grifo y su piel era suave y brillante.
Los juguetes de mi niñez eran fabricados por mí mismo. Hacía bueyes de botellas vacías, torciéndole un alambre al cuello de la botella, y estirándolo a ambos lados, para formar los cuernos. Jugaba al béisbol con una pelota hecha de trapos viejos, amarrada con hilo o una cabuya de nilón.
Una tarde de lluvia, cuando corría de mi casa a la del vecino, no vi una cerca de alambres de púas, que dividía mi casa con la del vecino y me quedé atrapado, colgando de los alambres. Comencé a gritar, hasta que mi madre al oír mis gritos, vino y me liberó de aquella horrible osadía. Mi cuerpo estaba empapado de sangre y no se podían ver las heridas penetrantes que me habían dejado aquellos alambres. Después de un baño, pudieron localizar las heridas. Tenía una herida en el brazo izquierdo, y mi barriga estaba perforada por varias partes.
Me llevaron al hospital, y después de una larga espera, me cogieron doce puntos en la barriga, y ocho en el brazo izquierdo. Las heridas curaron, pero las cicatrices quedaron en mi cuerpo para siempre.
Mi vida continuó normalmente: pero al final del año 1949, surgió algo fatal en la familia... Mi madre se enamoró de otro hombre. Mi padre al enterarse, se mudó de la casa y nuestra situación empezó a empeorar cada día más. Por un tiempo indefinido, nos quedamos sin la compañía de nuestro padre. Una tarde que mi madre no estaba en la casa, mi padre vino a buscarnos, recogimos lo poco que teníamos y nos fuimos con él. Nos llevó a vivir a un lugar solitario, donde no había casas cerca a la de nosotros. No había servicio eléctrico ni agua potable. El servicio sanitario era una letrina en malas condiciones sanitarias, que apenas se podía usar. A veces teníamos que evacuar detrás de la casa, a la luz de la luna, que era la única luz que alumbraba el lugar.
Los terrenos donde estaba localizada nuestra casa, pertenecían a la central Plazuela, y se los habían cedido a mi papá, para que los usara temporalmente. La central Plazuela, era el ingenio azucarero del pueblo de Barceloneta.
Nuestra alimentación consistía en productos menores que cosechábamos al rededor de nuestra casa. La estufa era un fogón cuadrado de madera y metal, al cual se le añadía leña de troncos secos que recogíamos por los alrededores de la casa.
Recuerdo que había una separación entre la casa y la cocina, y había que salir afuera para poder cocinar. La cocina estaba construida de madera y paja de caña seca. El piso era de barro y resbalaba como una barra de jabón, cuando estaba mojado. La cobija era de planchas de zinc viejo, y el agua se colaba por los agujeros cuando llovía.
Una tarde que mi hermana Gloria estaba cocinando patatas, sin querer, puso la olla en el piso, aún con el agua hirviendo. En ese preciso momento yo pasaba y el piso estaba mojado, y de pronto me resbalé, y caí precisamente en la olla de agua hirviendo. Me di una quemadura horrible en toda la espalda. Me llevaron al hospital en estado de emergencia. Al llegar al hospital, mi piel estaba llena de ampollas enormes. El dolor era insoportable: estaba achicharrado, y tenía dos bolsas de líquido que me colgaban de mis testículos, las cuales me evitaban andar con facilidad.
Al llegar el doctor, le explicó a mi mamá y a mi hermana Gloria, que las quemaduras eran de segundo grado, y por lo tal, me tenían que internar. Todos los días me cambiaban las vendas, y el dolor era agonizante e insoportable cada día más. Tenía que dormir de lado o boca abajo, para que las vendas no hicieran contacto con mi espalda.