Autobiografía Esteban Nicolás Fariña Pueblos originarios
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Autobiografía Esteban Nicolás Fariña Pueblos originarios - Esteban Nicolás Fariña
Recuerdos
Infancia
Tengo el recuerdo de mi madre con la preocupación en sus ojos. Desde chiquito tengo muy buena memoria, me acuerdo de muchas cosas importantes. Escuchaba a los adultos teniendo cuatro o cinco años, pero ella no quería que escuchara.
Mi madre cuando quedó embarazada vio la tristeza de su amiga que ya había parido antes a su bebé y nunca llegó a conocerlo, más que el primer día. Estábamos en una dictadura, ella tenía mucho miedo y pasó por un embarazo muy feo, con temor a que nos separen en ese tiempo. Todos estaban asustados, mis abuelos la contenían, trataban de que no salga mucho para cuidarnos, sé que me esperaron con ansias y preocupación.
Cuando nací todo cambió, ese miedo se transformó en alegría.
Mi madre era una joven muy sujeta a sus padres, humilde y honrada. Al nacer todo cambió, el miedo se había ido y los ojos de ellos estaban para mí. No sólo fui el nieto, sino el hijo de mis abuelos.
La suerte de que mi familia hizo todo lo que pudo y consiguieron que yo pueda estar con mi madre, con mi familia, y no ser uno de los desaparecidos. A mi padre nunca lo conocí, no tengo ningún recuerdo de él porque no sabía quién era, tampoco de su familia. Creo que no lo necesité, aun sabiendo que quizás algún familiar pudo haberse acercado a saber de mí.
Fue una infancia muy linda la que recuerdo. Siempre recuerdo a mi abuela, ella decía:
—¿Dónde está el chirete?
—Ahí anda, lagartijeando.
Lagartijear es andar por el campo, el monte, persiguiendo y cazando lagartijas. Pero yo no los mataba, era muy especial porque aprendí de chiquito que no tenía que matarlas. Jugaba con ellas, las perseguía. Quería jugar y muchas veces me lastimé con alguna rama. No quería hacerles daño, sabía que no se debía dañar a ningún animalito ni asustarlos, pero lo tomaba como un juego porque al lagartijear las corría y ellas salían corriendo aún más rápido de lo que podía yo hacerlo, eso era lo divertido, correr, ser libres.
También me gustaba juntar latas, las de conserva, las de durazno, y dispararle con la gomera y acertarle. De esa manera me divertía. Cuando le erraba a alguna no me enojaba, sino que me concentraba, buscando mi objetivo para poder tirar las latas y me reía, me ponía contento.
Jugaba a las bolitas. Comencé con poquitas, a la semana tenía mi bolsa de red llena, las cuidaba mucho y también prestaba a quienes no tenían. Volvía a casa con tierra en las uñas, pero feliz. Así se jugaba antes, con juegos que no eran caros y nos divertíamos mucho mientras jugábamos, nos divertíamos mucho sin herir a nadie, todos éramos uno solo.
Siempre era el primero en llegar a clase.
Mi primer amor platónico fue a los cuatro años con mi maestra de jardín. Ella ordenaba y yo iba detrás de ella ordenando también, todos me seguían. Yo creo que María después entendió que estaba enamorado de ella. Pero sólo fue platónico, sentí mi primera gran devoción y admiración hacia una docente.
Recuerdo que cuando veía venir a mi maestra me ponía feliz, ella se acercaba y me ponía nervioso al tenerla tan cerca. Por supuesto, ella como una gran docente, quería a todos por igual.
Su mirada era tierna. Recuerdo que siempre olía a perfume de jazmín. Creo que el amor inocente que cualquier niño tiene es por la misma inocencia de no diferenciar y por eso creo que nunca olvidé a María. Ella era sencilla, muy humana, brotaba de sus labios una sonrisa siempre estaba de buen humor, aunque sabíamos todos que caminaba muchos kilómetros para llegar a tiempo a la