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El secreto de Laura
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El secreto de Laura
Libro electrónico86 páginas1 hora

El secreto de Laura

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Las vivencias de una persona son las que marcan su vida, su carácter y su forma de ver lo que la rodea. Cuando nacemos nadie conoce los obstáculos que nos podemos encontrar en el camino ni las sorpresas que nos tiene preparadas el destino. Pero lo que nadie sabe es de lo que somos capaces cuando la vida nos pone a prueba. En este libro, Laura Velasco narra desde su propia experiencia todas las oportunidades de crecimiento que le ofreció la vida, sus sentimientos más íntimos y lo que se le pasaba por la cabeza en cada instante. Su vida no ha sido fácil, ha estado marcada por etiquetas, burlas e incluso agresiones, desconocimiento, valentía, lucha, superación y por supuesto, miedos. Cansada de tabúes, ignorancia y falta de información, la autora narra cómo consiguió ser la mujer fuerte y luchadora que es hoy día, ofreciéndole a sus lectores la oportunidad de adentrarse en la vida de jóvenes que están pasando por momentos que no deben ser motivo de noticia y, sobre todo, para demostrarles a aquellos que están luchando que rendirse es perder.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 jul 2018
ISBN9788417542535
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    El secreto de Laura - Laura Velasco

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Laura Velasco Moreno

    Edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

    Diseño de portada: Antonio F. López.

    ISBN: 978-84-17542-53-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Mi familia, ese grupo de personas que siempre

    piensa en mí, me protege y me cuida.

    Mi familia, esa gente asignada al nacer, pero también

    esas otras personas que aparecen en tu camino.

    Porque no toda mi familia tiene mi sangre ni todos

    los de mi sangre son mi familia.

    Mi alma gemela, la persona que me inculcó los

    valores que tengo hoy en día.

    La primera persona que me sintió dentro de ella.

    La persona que jamás me fallará.

    Gracias.

    Introducción

    La vida es una constante lucha, una carrera de fondo y obstáculos que debemos superar día a día, mes a mes y año tras año. Desde que nacemos hasta que abandonamos este mundo estamos destinados a pelear y luchar por todo aquello que deseamos tener o conseguir, y cuando llegamos al objetivo automáticamente nos fijamos otra nueva meta. Un examen que queremos aprobar, un móvil que acaba de salir al mercado, la atención de un chico o una chica que nos gusta, salir hasta las tantas o el carnet de conducir son algunas de las cosas que solemos desear en una de las etapas más bonitas y a la vez complicadas de nuestras vidas, y es que la adolescencia está llena de nubes de ambiciones que queremos ir consiguiendo. Mi niñez y mi adolescencia también estuvieron marcadas por todas esas metas, pero sobre todo estuvieron definidas por conseguir algo que yo creía imposible, mi identidad.

    Capítulo 1

    La niñez

    Me he criado en una familia normal, en un pueblo de la capital andaluza en una casa compartida con mis abuelos maternos, mis padres, mi hermana pequeña y mis tíos. Mi hermana y yo apenas nos llevamos dos años de diferencia, y siempre hemos tenido una relación muy cercana y cómplice como si de dos amigos se tratara. Sí, pongo amigos y no amigas porque yo antes me llamaba Carlos.

    Mi hermana Nuria y yo, cuando no estábamos en el colegio, jugábamos en el patio de mi abuela, un patio grande, luminoso y con multitud de espacios donde dos niños de corta edad podían dar rienda suelta a su imaginación. El cuarto donde se guardaba la lavadora era una cueva pirata, el techado donde se guardaba la leña era una selva y los escalones de la escalera que subían a la azotea eran los bancos de una clase donde «las profesoras» enseñaban a sus alumnos. No, no me he equivocado al poner las profesoras, y es que, aunque me llamara Carlos, en los juegos siempre era Laura. Allí era donde yo me sentía cómoda, en ese mundo de fantasía donde yo era la exploradora Laura, la alumna Laura o Laura a secas.

    Un día recuerdo que mi madre me preguntó que por qué me ponía nombre de niña cuando jugaba y yo le respondí que mi nombre no me gustaba, que tenía nombre de niño. No sé qué pensó mi madre en ese instante, la verdad es que me imagino que se le pasaría por la mente «Nos ha salido gay, gay, GAY». Pero la cosa no quedó ahí. A medida que íbamos creciendo mi hermana y yo nuestras diferencias físicas iban aumentando. Mamá, ¿por qué la hermana tiene el pelo largo? —desde este día mi madre comenzó a dejarme crecer el pelo—. ¿Cuando le va a salir lo mismo que a mí? ¿Por qué ella puede usar vestidos? Mi madre siempre me respondía lo mismo, ella es una niña y tu un niño. Con esa diferenciación me empezaron a salir pequeñas calvas en mi cabeza, zonas sin pelo que parecía un césped mal podado. Mi actitud empezó a cambiar, estaba apagada y triste y no quería ver a mi hermana ni en pintura, así que mi madre decidió llevarme al psicólogo para ver que ocurría.

    Un día por semana iba a que mi madre hablara con una señora —la psicóloga— y ella me daba un folio para que dibujase a mi familia. Yo, que era muy obediente, así lo hacía, pero no dibujaba la típica familia de cuatro componentes dándose la mano y feliz, no; recuerdo que siempre tachaba a mi hermana del dibujo tras pintarla, que mis colores eran tristes y fríos y que cuanto más pequeña la dibujara mejor. ¿Odiaba a mi hermana y eso me producía estrés? ¿Quería ser el centro de atención? ¿No soportaba que otra persona compartiera el amor de mis padres?

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