Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Bola: El Amor, No Es Un Juego
Bola: El Amor, No Es Un Juego
Bola: El Amor, No Es Un Juego
Libro electrónico584 páginas7 horas

Bola: El Amor, No Es Un Juego

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Desde que era una adolescente en Cuernavaca, Mxico,
Marie ha soado que a sus 25 aos por fi n tendra la
vida que siempre quiso; ella sera una estilista de pelo
exitosa en una gran ciudad. Cortar y peinar el cabello
no le pareca una profesin ambiciosa a sus padres,
quienes son profesores universitarios, pero para su
soadora hija la idea de ganarse su vida cumpliendo
los deseos para sus melenas a otras mujeres es perfecto.
Durante los ltimos dos aos, Marie, a quien sus
amigos y familia llaman cariosamente "Bola", ha
estado trabajando en uno de los salones de belleza ms
prestigiosos de la Ciudad de Mxico. Con la ayuda
de su jefa, que ve en ella un gran potencial, est a punto de viajar para tomar un
programa de peluquera en Nueva York.
Pero en su cumpleaos 25, Marie no tiene mucho que celebrar, ella acaba de
perder a su nico hermano y se encuentra en Canad a cargo del cuidado de
su sobrina y sobrino quienes quedaron hurfanos. Sus proyectos profesionales
tienen que quedarse en pausa, ya que su prioridad ahora es hacer arreglos para
regresar a su departamento en la Ciudad de Mxico con dos nios pequeos.
Ser madre a los 25 aos no estaba en sus planes, y tampoco est en sus planes
enamorarse, pero accidentalmente se encuentra con un prometedor jugador de
ftbol, Horacio El Bola Gmez, un joven que est luchando por lograr su
sueo de jugar en la Copa del Mundo, quien se roba su corazn.
Ella tiene que decidir si puede poner su vida amorosa en espera, o podra a la vez
ser la mam de dos pequeos, la novia de una nueva estrella del ftbol y la hija que
sus padres siempre quisieron tener.
Por su parte, Horacio El Bola Gomez desea poder concentrarse slo en lo que
sucede en el campo de ftbol, pero no puede evitar enamorarse de la chica con
quien comparte ms que el apodo de "Bola".
La fama, las responsabilidades, la familia, la tecnologa, amigos y ex amores
desempean un papel en esta historia que complica ms la relacin de estas dos
personas que intentarn cualquier cosa por estar juntos, porque a pesar de todo lo
que les rodea ellos saben que el amor no es juego.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento17 mar 2014
ISBN9781463357757
Bola: El Amor, No Es Un Juego

Relacionado con Bola

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Bola

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Bola - Lorena Flores Elizondo

    Inicio

    ¿Mi futuro? Mi futuro lo tenía muy claro cuando era adolescente. A los 25 años sería una joven independiente y feliz, una estilista famosa viviendo en Nueva York, Los Ángeles o París. Lo que nunca pasó por mi mente fue que celebraría precisamente ese cumpleaños preparando un desayuno para dos niños bajo mi cuidado en Edmonton, Canadá, mientras me reponía de uno de los momentos más difíciles de mi vida.

    No, no soy una joven ama de casa desesperada, ni tampoco una mamá soltera que se comió el almuerzo antes del recreo y por eso tiene ahora a dos pequeños de tres y siete años bajo su cuidado… no, las cosas no son así.

    Soy orgullosamente una tía que por una jugarreta del destino se convirtió en mamá soltera de la noche a la mañana.

    Preparar almuerzos, lavar la ropa, acomodar juguetes y saber cuáles son los nuevos personajes de caricaturas infantiles del momento son ahora mis prioridades.

    Eso sí, apenas a principio de este año mi vida sí giraba en torno a planear un maravilloso viaje a Nueva York para perfeccionar mi técnica en una de las mejores escuelas para estilistas.

    Mi trabajo en una de las estéticas más populares del Distrito Federal, en donde vivo desde hace un par de años, me ganó un cupo y todos mis ahorros fueron destinados a cumplir con este objetivo.

    Para envidia de mis compañeras de trabajo, Elisa, la dueña de la estética para quien he trabajado en los últimos dos años, estaba tan orgullosa de que una de sus pupilas lograra esta oportunidad, que insistió en ayudarme con los gastos.

    —Esto no pasa todos los días nena, así que vas o vas—, fueron las palabras de mi querida jefa cuando me dio el sobre con una parte del dinero para el curso.

    Tener ese sobre en mis manos me generó una inmensa felicidad, ese era mi pasaporte a ese mundo maravilloso y sofisticado que tantas veces había imaginado.

    —Muchas gracias Elisa, no te voy a defraudar—, le respondí emocionada, mientras trataba que a mis ojos no se les escapara una lágrima en ese día tan importante para mí.

    Este gesto tan amable de su parte, fue un gran regalo, especialmente porque a mis propios padres les importó un comino esta oportunidad.

    No es que Regina y Camilo, mis adorados progenitores, no me pudieran ayudar económicamente, el problema es que para ellos tener una hija peluquera, no es motivo de gran orgullo.

    Mis padres son Profesores Universitarios, ella de biotecnología y él de física. Cuando terminé la preparatoria y les hablé sobre mi interés en llegar a ser una estilista famosa la noticia los tomó por total sorpresa.

    —¡Peluquera! ¿Quieres ganarte la vida cortando pelo?— fueron las palabras que salieron de sus bocas aquella tarde de verano cuando les di la noticia de que no entraría a la universidad como ellos tanto lo habían planeado.

    Fui muy honesta al confrontarlos y es que no quería que ellos gastaran su dinero ni yo mi tiempo persiguiendo un sueño que no era el mío, yo no quería estar detrás de un escritorio o conduciendo una investigación, lo mío era el arte de trasformar una cabellera o un rostro.

    Tras escucharme, ahora entendían que eso de cambiar mi cabellera ligeramente ondulada y naturalmente café clara cada tres meses a un nuevo estilo y maquillar a todas mis compañeras de preparatoria para las fiestas no era un simple pasatiempo.

    Adiós a la beca que como hija de profesores me esperaba en la universidad y adiós a que mis padres pudieran comentar con sus colegas los logros de su hija. Su consuelo era que por lo menos su hijo mayor, Nicolás, sí había seguidos sus pasos.

    Nicolás, mi querido hermanito, él siempre fue un sabelotodo, un pequeño profesorcito, con todo y sus lentes detrás de sus lindos ojos café claros. Mi mamá siempre recordaba el asombro con el que Nicolás me vio el día que me llevaron a la casa después de que nací.

    —Estabas envuelta en cobijitas porque hacía frío y solo se podía ver tu carita redonda, tus grandes ojos marrones y tu pelito café. Él observó con cuidado el bultito que traía en mis brazos y cuando terminó de analizar la situación, muy firmemente nos dijo a tu padre y a mí: ‘No es una niña, es una bola— esa era la anécdota que me contó mi madre sobre lo que su hijo de entonces seis años le comentó al ver a su nueva hermanita.

    Hoy en día, mi madre desearía no recordar ese momento, pues a pesar de que mis padres me bautizaron como Marie, en honor a la gran química y física polaca Marie Curie, pasé a ser conocida como Bola.

    Mi hermano, quien se convirtió con los años en un hombre gallardo e inteligente, siempre me llamó así desde el primer instante en que me vio, y por eso Bola pasó a ser mi nombre para la gente cercana a mí.

    —¡Bola ven acá! ¡Bola bájate de ahí porque te vas a caer! ¡Bola!—, siempre me llamaba así mi querido hermano.

    Mis padres intentaron muchas veces disuadir a Nicolás de llamarme así, e incluso, apelaron a su inteligencia tratando de explicarle que si como ellos yo iba a ser una profesora universitaria, no podía ir por la vida respondiendo al sobrenombre de Bola, pero ya era demasiado tarde y por más que lo intentaron cada vez más personas en la escuela o los amigos de la casa me llamaba así.

    Con los años cada vez más el Marie quedó a un lado y empecé a ser conocida como Bola.

    A pesar de mi rebeldía a seguir los pasos profesionales de nuestros padres, Nicolás siempre me apoyó en todas mis loqueras e incluso se mostró emocionado cuando le conté de mis planes de estudiar un año en Estados Unidos.

    —¡Bola es una gran oportunidad, tienes que ir!—, me dijo muy entusiasmado cuando compartí con él la primicia de mi viaje. Varias fueron las ocasiones en las hablamos sobre el tema de mi próximo viaje, y el poder compartir mis expectativas y deseos con él, hacía todo más emocionante.

    —¡La Gran Manzana te espera hermanita, tienes que irte, pero ya!—, fue uno de sus últimos comentarios que me dejó en el Facebook, esa bendita página de Internet que nos permitía estar en contacto a diario a pesar de los kilómetros de distancia que nos separaban.

    Estaba tan emocionado por mí, que quiso ayudarme a pagar los costos, pero no pude aceptarlo, después de todo él estaba estudiando una maestría y manteniendo a una familia en Canadá.

    Aunque mi hermano entró a la universidad a estudiar Ingeniería Física como mis padres siempre lo soñaron, decidió casarse después de su graduación. Se casó con el gran amor de su vida, Romina, una joven alta como él, de ojos claros y cabello oscuro, a quien conocía desde la infancia.

    Se hicieron novios en la preparatoria, pero después terminaron cuando cada uno se fue a estudiar a universidades distintas. Lo que nunca sospechamos, ni si quiera mis padres, es que al tiempo regresaron y continuaron siendo novios a distancia.

    Obviamente después de 4 años de separación lo que más deseaban era estar juntos, así que apenas y cada uno recibió su diploma hicieron planes para casarse.

    —Sin Romina en mi vida, nada tiene sentido!—, me dijo mi hermano cuando lo acompañé a comprarle el anillo de compromiso a su amada. Nunca olvidaré los ojos de mi hermano cuando Romina estaba cerca, era completamente otra persona, y para él no existía alguien más.

    Ya como profesionales Romina se convirtió en maestra de primaria y mi hermano empezó a trabajar en el área de investigación de la universidad donde trabajaban también mis padres.

    Al poco tiempo de casados llegó la pequeña Romina, una nena con la sonrisa y el cabello oscuro como el de su madre y uno ojos café claro como los de mi hermano.

    La llegada de la primera nieta suavizó un poco el corazón de mis padres, quienes hubieran deseado que mi hermano esperara para casarse y se hubiera dedicado a sacar su maestría y así estar más cerca de un doctorado, pero los hijos de este par de profesores universitarios salieron más apasionados por la vida y al igual que yo, mi hermano estaba decidido a hacer las cosas a su manera.

    —Cada quien tiene que ser el arquitecto de su propio destino—, me decía mi hermano cada que hablábamos de nuestros planes y del temor de desilusionar a nuestros padres.

    Desde hace un año y medio Nicolás y Romina se fueron a vivir a Canadá, donde él estudiaba la maestría y ella se encargaba de mis pequeños sobrinos. Cuando se fueron, Nico el más chiquito, apenas tenía poco más de un año y necesitaba de todas las atenciones de su madre, mientras Romi a sus 6 años estaba por entrar a la primaria.

    Con mi hermano nos comunicábamos a diario por el bendito Internet y gracias a eso podía seguir paso a paso el crecimiento de mis sobrinos. El Facebook era mi lugar preferido para saber qué hacía mi hermano y su familia gracias a las fotos y comentarios que colocaba casi a diario.

    Aún recuerdo las caritas de mis sobrinos asomándose por la camarita de la computadora gritando ¡Tía Bola!, cada que nos veían video chatear. En contraste a la comunicación con mi hermano, con mis padres la interacción siempre ha sido menos cercana.

    Ellos viven en Cuernavaca, una ciudad que queda como a una hora y media de distancia de la Ciudad de México, a donde yo me fui a radicar para continuar con mis estudios de estilista, y bueno aunque por lo menos cada semana hablamos, las conversaciones siempre son bastante triviales. -¿Cómo están? ¿Qué tal la casa? ¿El clima? ¿Qué tal las cosas en la universidad?- esas son las preguntas de cajón las cuales son básicamente las mismas que ellos me hacen a mí.

    A veces cuando mi papá anda de buenas, me pregunta por mi trabajo, pero debo tener cuidado de no dar muchos detalles, porque sé que se aburre y en la siguiente llamada evitará sacar el tema. En cambio la comunicación con mi hermano era más frecuente, incluso mi madre y Romina hablaban por teléfono seguido.

    Es por eso que cuando sucedió ese maldito accidente automovilístico que les robó la vida a mi hermano y mi cuñada, mis padres estaban seguros de que ellos serían los tutores de los niños, pero las cosas no fueron así.

    Creo que esa mañana no había desayunado, y que bueno que no lo hice porque de haber tenido algo en el estómago cuando mi madre me informó de lo sucedido con Nicolás y Romina, hubiera vomitado en pleno salón de belleza.

    Elisa salió tras de mí al ver que después de contestar la llamada de mi madre, salí corriendo a la parte de atrás del edificio. Necesitaba aire, escuchar las palabras Accidente, Nicolás, Romina, murieron, fue demasiado para mí.

    En ese momento sentía como si me hubieran dado un golpe en el estómago y me hubieran sacaron el aire por completo. —¿Por qué ellos? ¿Y mis sobrinos? ¿Por qué ya no podrán conocer los maravillosos seres humanos que son sus padres?—, grité en cuanto estuve sola.

    Algunas de mis compañeras, con quienes por lo regular me llevaba pésimo, salieron a ver qué me sucedía. Ninguna se atrevió a acercarse mucho, después de todo no éramos amigas, y dejaron que Elisa fuera la que intentara hacerme preguntas y darme apoyo.

    Solo recuerdo sus miradas de asombro, no sé cómo estaría mi rostro en esos momentos, pero me imagino que reflejaba el pesar de estar sintiendo el peor dolor que había sentido mi alma en toda mi vida.

    En cuanto pudimos, junto con mis padres volamos a Edmonton, teníamos que estar con los niños y hacer los arreglos respectivos con los restos de sus padres. Mis padres estaban desechos, pero ante todo se mantenían en calma pues sabían que sus nietos, quienes no iban con sus padres al momento que el coche fue embestido por un tráiler, los necesitaban.

    Bastó con que la pequeña Romina nos viera llegar en el aeropuerto para que corriera a abrazarnos. A Nico lo tenía en brazos Elena, una de las amigas que mi hermano y su esposa tenían allá.

    Esta vez, el ¡Tía Bola! que salió de la boca de Romi estaba lleno de dolor, y mi corazón se hizo pedacitos al escucharla. La abracé lo más fuerte posible, y sentí el palpitar de su pequeño corazoncito, mientras me preguntaba qué había pasado con sus papás.

    Mientras mis padres se encargaron de todo el papeleo y esos asuntos, yo me aboqué a cuidar a mis pequeños sobrinos. Me dolía enormemente verlos pasar por esos momentos. Sus ojitos estaban llorosos y llenos de preguntas. Con el paso de los días Romi entendía un poco la situación, sabía que sus papitos ya no estaban con nosotros y entendía un poco el concepto del Cielo, pero con Nico, las cosas eran más difíciles. Él solo quería que su mamá le diera de comer o que su papi lo llevara al baño.

    —¡Mamá! ¡Mi mamá! ¡Pa! ¡Mi papá! —, gritaba hasta quedarse dormido Nico en la sala, donde armamos un espacio junto con Romi para dormir juntos los tres. Entre muchas almohadas de colores, muñecos de peluche y sábanas que colgamos sobre nosotros, creamos un pequeño campamento en el que los tres nos sentíamos un poco más arropados.

    Yo trataba de leerles un cuento y nos acostábamos abrazados o tomados de la mano hasta que ellos se dormían por completo. Fueron días muy difíciles, en los que todos dormíamos poco y comíamos menos. Días en los que el tiempo por momentos parecía detenerse, especialmente cuando recordábamos lo que estábamos viviendo, pero de repente el tiempo se aceleraba cuando no queríamos pensar en tomar decisiones y pensar en qué vendría después de que termináramos con los trámites.

    Romina era hija única, y solo contaba con su padre quien también vino junto a su segunda esposa a Canadá para estar presente en la ceremonia donde nos despedimos de su hija y mi hermano, y después los cuerpos fueron incinerados, como ellos lo dejaron estipulado en su testamento.

    Ese bendito testamento, ¿cómo sabia mi hermano que necesitaba hacer uno? ¿En qué momento lo pensaron? Por mi cabeza no dejaban de pasar estas preguntas, mi madre me dijo que lo más probable es que lo hicieron desde que nació Romina.

    —Cuando tienes un hijo todo se vuelve más sencillo porque todas tus decisiones son pensando en él o ella. Para tu hermano lo más importante era el bienestar de ellos—, me dijo mi madre en un momento en que nos quedamos solas en la casa que rentaba Nicolás.

    Mis padres entraban y salían de la casa arreglando asuntos con los abogados, policía, compañías de seguros y todo lo relacionado con la casa. En esos momentos admiré a mis padres por su fortaleza para lidiar con todas esas situaciones incómodas que no permiten vivir un duelo tan grave como lo es la pérdida de un hijo.

    Después de una semana en Edmonton estábamos listos para escuchar el testamento, aunque de todas maneras entre mis padres y los de Romina ya habían acordado que se llevarían los niños a México después de terminar de arreglar todo lo relacionado con los bienes y papeleos de mi hermano y su familia.

    Pensando en lo responsable que ellos eran, todos esperábamos que los niños pasarían al cuidado de mis padres, pero no fue así. El abogado lo dijo claro el día que nos reunimos con él en su oficina, Nicolás Lugo y Romina Castro dejaron como tutora de sus hijos a la señorita Marie Lugo Jasso.

    Esa fue la segunda vez en los últimos días que sentí que el mundo se me venía encima. Mis padres y los de Romina no podían creer lo que estaba sucediendo, pero no les quedó más que asumir que esa era la voluntad de sus hijos. A mí, el peso de la situación me cayó cuando leí la carta que me dejaron.

    Querida Bola:

    No llores y presta mucha atención a lo que te vamos a decir. Si estás escuchando estas líneas será porque por alguna razón nosotros no podemos estar con nuestros hijos. No es una equivocación, de todo corazón esperamos que seas tú quien se encargue del cuidado de Romi y Nico, si es que nosotros no estamos presentes o estamos incapacitados para estar con ellos.

    No tengas miedo, sabemos que los adoras, que eres una persona inteligente, amorosa y con unas ganas de vivir que esperamos también inculques en ellos. No los dejes solos, no los dejes estar tristes y lo más importante, no te sientas incompetente porque nosotros sabemos que tú podrás con esta gran responsabilidad.

    Confiamos en ti querida Bola y estaremos apoyándote. Todo nuestro amor, confianza y fe para ti. Nicolás y Romina.

    Ellos confiaron en mí, yo no podía hacerme chiquita, era mi momento de demostrar que todo mi discurso de ser una mujer independiente que estaba en control de su destino no eran únicamente palabras.

    Tan en control estaba de mi destino que en ese momento decidí cambiar de planes completamente, todo por la nueva gran responsabilidad que tenía en mis manos.

    Mis padres y los de Romina hablaron conmigo y se ofrecieron a tomar a los niños si es que yo no me sentía capaz de cuidarlos. Obviamente les expliqué que de ninguna manera estaba dispuesta a renunciar para hacerme cargo de Romina y Nico, estaba preparada para asumir esa responsabilidad.

    —Piensa en tu viaje a Estados Unidos—, me dijeron mis padres a quienes de pronto les interesó la idea de que me fuera del país a seguir con mi carrera como estilista.

    —A buena hora les interesa mi futuro profesional. ¡De verdad que son increíbles, no puedo creer que ahora, ahora les viene a interesar mi futuro!—, les dije muy molesta cuando de nueva cuenta sacaron a colación ese tema.

    Al ver mi negativa a ceder a mis sobrinos, los cuatro decidieron regresar a México, yo me tendría que quedar un par de días más mientras se terminaban de arreglar los asuntos de la tutoría de los niños.

    La casa en Canadá era rentada así que solo se tendrían que poner en venta los dos automóviles y algunos muebles. Mis padres y los de Romina se querían quedar con algunos detalles personales de sus hijos, y bueno yo tenía que decidir qué cosas de los niños nos podríamos llevar.

    El padre de Romina y su esposa se habían encargado en esos días de todo lo que fuera mantener la casa en orden y preparar las comidas para todos. Mis padres se encargaron del cierre de cuentas del banco y de dejar en buenas manos lo de la venta de los muebles y los autos.

    Nicolás y Romina dejaron un par de seguros de vida, que auguraban una mensualidad para el cuidado de los niños hasta que cumplieran su mayoría de edad, pero gran parte de ese dinero y lo de la venta de los autos y muebles se irían a una cuenta para cuando los niños fueran a la universidad.

    Mi mamá hablaba y hablaba sobre lo mucho que le importaba a mi hermano que su hijos fueron a la universidad. Por dentro yo quería gritarle No te preocupes mamita, ni Romi ni Nico van a ser peluqueros como su tía, las profesiones no se pegan como la varicela, pero ese no era el momento para explotar, de hecho en todos esos días en casa de mi hermano había hecho todo lo posible para controlarme y ni si quiera había vuelto a llorar desde que lo había hecho en el avión.

    Mis padres y los de Romina regresarían antes que yo a México, a mí me quedaban dos días más en Canadá para recibir los documentos de los niños. Esa sería mi primera prueba de fuego.

    —Hija, dejamos comida lista en el refrigerador, solo la tienes que calentar en el microondas unos minutos y ya, tu mamá me dijo que la cocina no era tu fuerte—, me dijo la madrastra de Romina cuando nos despedimos en el aeropuerto. Mis padres fueron más prácticos en su despedida.

    -Nos llamas si tienes algún problema Marie, tu padre y yo en cualquier minuto nos vamos al DF si nos necesitan-, me aseguró mi madre una y otra vez antes de pasar a su sala. Después de despedirme de mis padres y de los de Romina decidí llamar a Elisa, mi jefa, para explicarle la situación. Esa era la hora de hacer todas esas cosas incómodas antes de llegar a la casa donde estaban mis sobrinos al cuidado de Elena, la amiga de mi cuñada y mi hermano.

    No me había comunicado con ella desde que salí corriendo para arreglar lo del viaje a Canadá, pero ahora era momento de enfrentar la realidad. Por un lado, tenía que decirle que aún no podía regresar a trabajar, que debía quedarme unos días más en Edmonton, y segundo, notificarle que ahora no podría hacer el viaje a Estados Unidos y todo el dinero que ya se había invertido en eso no podía ser reembolsado.

    Elisa entendía que me tenía que quedar en Canadá un tiempo más, pero no así renunciar a mi sueño de estudiar en Estados Unidos. Eso era algo que no podía comprender y por más que le expliqué durante la llamada no lo entendió. —Los niños me necesitan, mi hermano y su esposa así lo decidieron y yo tengo que hacerme cargo de ellos— le dije una y otra vez. Ella mientras tanto me respondía desde su perspectiva práctica y fría.

    —No Bola, las cosas no tiene que ser así, hasta tus padres por primera vez te apoyan y quieren que te vayas a estudiar, eso es un mensaje divino de que tienes que irte, querida—, me dijo en varias ocasiones para tratar de convencerme. Ser una exitosa estilista era su gran orgullo, y desde el primer momento en que me conoció, Elisa me dijo que sabía que yo al igual que ella llegaría lejos en este campo.

    Contar con su apoyo para mí fue muy importante y por eso le dediqué cuerpo y alma a mi trabajo desde el primer minuto que me contrató. —Mientras tú me sigas demostrando que vives, respiras y sueñas con este trabajo, yo estaré apoyándote—, decía cada vez que me veía un poco cansada o con estrés por el trabajo.

    Para pagar esa confianza, yo llegaba temprano, siempre estaba tratando de actualizarme y ser única en cada uno de los estilos, cortes y trabajos que hacía. Con Elisa también compartíamos la misma filosofía, cada estilo de cabello tenía que reflejar el alma de cada cliente. No era cosa de nada más agarrar unas tijeras y ya, tienes que conocer a cada persona que se sienta en tu silla e interpretar lo que ellos tienen en mente para su look.

    Poco a poco fui consiguiendo una cartera de clientes, la mayoría de los que a Elisa le gustaba tener en su salón. Mujeres de dinero que podían pagar desde el corte más sofisticado hasta un cambio de look drástico. En poco tiempo me convertí en su niña de oro, y eso generó muchas envidias y resentimiento entre mis compañeras.

    —Mírala se cree diva—, escuché varias veces murmurar a mis compañeras. Claro que yo también puse de mi parte para ganarme su mala onda. Yo tenía la idea de que al salón de belleza iba a trabajar y jamás me preocupé por hacer amistades.

    Cuando me enteré que hablaban de mí a mis espaldas, no me sorprendió y en lugar de tratar de remediar la situación, mis silencios y mi falta de interés en crear conflictos hicieron que el resentimiento de mis compañeras creciera más. De hecho ellas no me llamaba Bola, solo Elisa tenía ese privilegio, para ellas era Marie o La fría como el viento, como las escuché llamarme una tarde que hablaban sobre como nunca salía a comer con ellas.

    Mi dedicación y buen desempeño me ganaron ser la consentida de Elisa, por eso ahora que estaba poniendo mi carrera en segundo plano, para ella era una gran decepción.

    Después de escucharla decir que estaba cometiendo el peor error de mi vida, decidí que no podía regresar a trabajar para Elisa. Si no entendía mis razones para no irme a Estados Unidos, menos entendería que ahora no podría trabajar en días festivos, mucho menos atender clientes especiales hasta los domingos y sería imposible ahora salir muy tarde con tal de dejar satisfecha a alguna de las clientas del salón.

    Mis prioridades ahora eran otras y lo que menos necesitaba era que alguien me dijera que estaba cometiendo un error, no ahora que estaba asumiendo uno de los retos más importantes de mi vida. Después de mi última conversación telefónica con Elisa, le mandé un correo electrónico con mi renuncia. En su respuesta esta vez no hubo más palabras y ofertas para cambiar de opinión solo un Aceptada.

    Si en algo son expertos mis padres es, en su manera tan estricta de querer demostrar que estoy cometiendo un error. De niña nunca me prohibieron nada, pero su indiferencia hacia mis intereses era un claro ejemplo de su desacuerdo.

    -Si decides que no quieres seguir leyendo el libro que te regalamos, tú te lo pierdes-, me decían cuando no seguía alguna de sus instrucciones como leer a diario alguno de esas biografías de científicos que me regalaban. Cuando decidí que quería estar en el equipo de debate de la escuela, estaban orgullosísimos, pero al momento que les conté tiempo después que había decidido dejarlo porque ahora quería estar en el grupo de porristas, su respuesta fue silencio e indiferencia.

    Jamás fueron a verme a una competencia y tampoco se enteraron que llegué a ser capitán del equipo, y que al final de la temporada se me entregó un reconocimiento por toda la ayuda que con el equipo de porristas hicimos a diferentes organizaciones de la comunidad.

    Tampoco estuvieron muy al tanto de mis estudios para convertirme en estilista en el Distrito Federal, y mucho menos se enteraron del estrés por el que pasaba cuando necesitaba llevar un invitado para presentar alguno de mis exámenes en su cabellera.

    Fue en uno de esos momentos de desesperación buscando un voluntario, que conocí a Bernardo, mi querido Bernie. Bernardo, hubiera sido el novio ideal que me hubiera puesto de nuevo en los buenos ojos de mis padres.

    Él es farmacéutico y ahora trabaja para una de las compañías más importantes del país. Su vida gira en torno a su trabajo y para lo que menos tiene tiempo es para las cosas triviales como cortarse el pelo. Siendo vecinos ocasionalmente nos saludábamos en el elevador, a pesar de ser un hombre muy preparado académicamente, Bernie, como yo lo llamo de cariño, siempre ha sido un hombre sencillo y atento a los detalles.

    Creo que fue esa sencillez y su capacidad para darse cuenta cuando una persona es sincera, lo que lo hicieron aceptar ir conmigo a la escuela para que le cortara el pelo. -Sé que no nos conocemos, yo me llamo Bola, buen no me llamo así, pero todos me dicen Bola, y bueno, somos vecinos y siempre nos sonreímos cuando nos vemos en el elevador, y sé que puede ser muy atrevido de mi parte pero, ¿me permitirías cortarte el pelo?-, le dije desesperada un día que estaba a horas de tener que presentar un examen para una de mis clases.

    Bernardo me observó en silencio, y cuando yo pensaba que se iba a negar e iba a salir corriendo al ver mi desesperación, me miró con mucha dulzura y aceptó ir conmigo. Ese día él se sentó en mi silla en la escuela y además de dejarme cortarle el pelo, empezamos a conocernos más, y fue así como nuestra amistad comenzó a surgir.

    -¿No puedo creer que no tengas un estilista de cabecera Bernie?- le dije asombrada cuando me confesó que se cortaba el pelo cada que se acordaba y entraba al primer lugar con el que se topaba. -Mi estimada Bola, me llamo Bernardo y sí, la verdad nunca me ha parecido importante dedicarle más que un par de minutos a estas cuestiones del cabello, me conformo con que este cortito y limpio-, me dijo mientras no dejaba de revisar sus pendientes en su agenda electrónica.

    Sí, yo soy la reina para poner apodos o agregar diminutivos a muchas palabras, él habla propia y perfectamente español y así como yo puedo dedicarle horas a cosas tan mundanas como elegir mi ropa, mi color de pelo o hasta el tipo de cereal que quiero desayunar, él es todo lo contrario.

    Bernie tiene un estilo clásico y tiene por costumbre todos los domingos coordinar su ropa para toda la semana. El negro y el azul son los colores que predominan en su guardarropa. Más aun así con nuestras diferencias encontramos que teníamos muchas cosas en común.

    A los dos nos gusta leer, aunque yo leo revistas de cortes de cabello y él lee libros de ficción. A los dos nos gusta el Sushi, aunque él prefiere los crudos y yo me conformo con los rollos California. A los dos nos gusta la música, aunque a mí me gusta de todo un poco y él prefiere su música clásica. Bueno tal vez no somos tan iguales, pero eso es lo que nos ha hecho encontrar en el otro algo que nos complementa. A él le debo aprender que una agenda me puede ayudar a tener un control de los tiempos de mi día y gracias a mí él descubrió que en el tiempo libre se puede hacer muchas más cosas que estar en la casa leyendo, y así hemos aprendido a explorar la ciudad, a perdernos en las calles y hasta recorrer muesos y galerías.

    Él dice que no sabe en qué momento nos volvimos amigos. Yo le digo que fue en el momento en el que ya no me reclamó por llamarlo Bernie; cuando empecé a pasar más tiempo en su departamento que en el mío y cuando compartimos todas esas cosas que a los dos nos vuelven locos de los hombres, sí, esos adorables hombres que a los dos nos pueden robar el corazón.

    Totalmente consciente de que con mis padres no contaba para hacer la llegada de Romi y Nicolás más amena a mi departamento, ellos esperaban que los llamara desesperada para que me ayudaran, y que los niños se fueran con ellos, mi amigo Bernie sería mi única salvación.

    -Bernie, es Bola, perdón que te esté dejando un mensaje mientras murmullo, pero mis sobrinos están dormidos, y lograr que se duerman es todo un show que para qué te cuento…Oye, es viernes y ya es tarde, espero que me esté contestando tu buzón porque ya estás dormido o porque finalmente saliste a cenar con el historiador que conociste la otra vez, ¡eh!… ¿Oye espero que no estés ignorando mi llamada porque sigues en el laboratorio, Bernie?…bueno, ya al grano, necesito un gran favor amigo. Llegamos el lunes y, bueno quería pedirte que fueras por nosotros al aeropuerto, el vuelo llega a medio día así que igual es tu hora de comida y, bueno también te quería pedir que fueras al supermercado por mí, ya sé que yo soy la que compro las cosas del súper para mi depa y el tuyo, pero esta vez tendrás que dedicarle un poquito de tu valioso tiempo a esta labor mundana. Te mandaré una lista con lo que me hace falta y lo que sé que a ti siempre te hace falta. Te quiero mucho amigo y ya voy a cortar porque…-, dije lo más rápido posible para alcanzar a dejar el mensaje completo pero me faltó el final.

    Colgué el teléfono y me fui a recostar a la sala donde ahora mis sobrinos dormían plácidamente. Observé sus caritas y no pude evitar recordar a sus padres, recordé lo maravilloso que siempre fueron conmigo. En el poco tiempo que pude convivir con Romina siempre se portó atenta y simpática conmigo, es más hasta me dejaba que les cortara el pelo a ella y a los niños.

    -Tienes un gran talento Bola, sabes exactamente lo que mi cabello necesita. A estas alturas de mi vida y con los niños ya no puedo dedicarle tanto tiempo a mi arreglo-, me dijo con una sonrisa el día que me pidió cortarle su larga cabellera para dejarle un corte más práctico. Mi hermano era mi héroe, mi gran apoyo y pañuelo de lágrimas. Él tenía siempre las palabras exactas para aliviar mi corazón cuando sufría por desamor, por el trabajo o por mis mil y un discusiones con mi madre.

    -Bola, si un chico no puede ver lo maravillosa que eres, no importa que sea el más inteligente de la escuela, que viva aquí o en China. Es un ciego y un tonto que algún día se reprochará no haberte hecho caso-, me dijo mi hermano cuando me vio llorar devastada por mi ex amor de la preparatoria. Recordando cada uno de sus consejos y palabras, fue como logré dormirme esa noche y en mis sueños seguí recordando todo lo que había aprendido de él.

    Aunque mi cuerpo pedía a gritos seguir durmiendo, me despertaron dos pequeñas vocecitas que algo hacían en la cocina. -Nico siéntate aquí yo te voy hacer de desayunar- le decía, plantada en su rol de Mamá, Romi a su hermano que la observa con sus hermosos ojos café claro. Romi, quien ella misma se había peinado esa mañana con dos coletas disparejas, abrió el refrigerador, sacó la leche y la puso sobre la mesa. Después ayudó a que su hermano se sentara en la silla y se fue a buscar el cereal. Como el cereal se encontraba en una de las alacenas altas, Romi acomodó una de las sillas y se subió sobre ella para alcanzar la barrita donde estaba su cereal de chocolate favorito. Aun sobre la silla no lo alcanzaba y entonces puso sus pies de puntitas para ver si así lograba su cometido. Continuó alzando sus manos para ver si así finalmente lograba su objetivo, pero no pudo. Su tercera opción fue comenzar a saltar y empujar las cajas y fue así como terminó tirando el cereal y otras cajas a su alrededor.

    Ese fue el ruido que finalmente me despertó de mi sueño y me hizo dar un salto y correr a la cocina. -¡Romina! ¡Nico!-, grite al entrar y encontrarla a ella sobre la silla y al pequeño jugando con los platos y cubiertos en la mesa.

    Corrí hacía donde estaba Romi, la tomé en mis brazos y la puse en el suelo. -Pequeña no hagas esto, te puedes caer princesa y entonces sí, imagínate-, le dije aún asustada.

    -Es que quería darle su cereal a Nico, ya es tarde y mi mamá siempre nos da el desayuno temprano-, me dijo con un puchero en su rostro. -Te entiendo mi amor, pero a la otra me despiertas, no importa que me tengas que sacudir, o hacer cosquillas, pero me despiertas y me dices Tía Bola tenemos hambre-, le dije mientras le hacía cosquillas para que olvidara el mal rato.

    -Bola, Bola-, gritó Nico que se quería unir a nuestra pequeña conversación. Tomé a Romi de la mano y fuimos hasta él y las dos le hicimos cosquillitas. -Si cereal es lo que quieren desayunar, bueno tengo que decirles que su tía Bola sabe hacer un cereal riquísimo"-, les dije mientras fui a recoger el cereal y les preparé un plato para ellos y otro para mí.

    Mientras desayunábamos en la cocina decidí hablarles un poco sobre los planes que ya se venían. Ellos ya sabían que pronto nos iríamos a México y aunque no mostraron resistencia, yo sabía que tal vez aún había muchas preguntas revoloteando por su cabeza.

    -¿Qué les parece niños si hoy vamos al mall?, tal vez podamos comprar algo que ustedes se quieran llevar a México. ¿Qué les parece?-, les propuse esperando escuchar qué opinaban de irnos a vivir a mi departamento en un país al que poco recordaban. -¿Tía y ya nos vamos a ir para siempre?-, me cuestionó Romi mientras comía su cereal al igual que su hermano.

    -Sí, princesa, ¿te acuerdas cuando estaban acá los abuelos y les dijimos que tus papis decidieron que si ellos no estaban, ustedes vivirían conmigo? Como yo vivo en el DF nos iremos para allá el lunes-, le respondí tratando de simplificar el hecho de que además de perder a sus padres, ahora también dejarían su casa y el país en donde ya tenían viviendo casi dos años.

    -¿Y nos vamos a llevar todas nuestras cosas? ¿Y las muñecas y los juguetes? ¿Y mi uniforme de la escuela?-, siguió cuestionando la pequeña. -La ropa y los juguetes nos los podemos llevar y si no caben en las maletas, nos los enviará Elena después… y bueno, tu uniforme ya no lo necesitas porque tendrás uno nuevo cuando entres a la escuela al iniciar el ciclo escolar. Vas a ver que encontraremos una escuela muy bonita donde harás muchas amiguitas mi amor-, le respondí esperando de todo corazón que todos estos cambios no la fueran a asustar. Romi heredó la calma de su papá y esa mirada de paz con la que él siempre lograba tranquilizarme.

    -¿Sabes tía?, a mí me gusta mucho México y tengo ganas de regresar-, me dijo para luego seguir comiendo. Las palabras de la pequeña me llenaron de tranquilidad por unos minutos, esas palabras fueron el mejor regalo que pude haber recibido en mi cumpleaños número 25.

    Desahogo

    D espués de bañar a los niños y arreglarnos, empecé a preparar todo para nuestro paseo. Primero iríamos a la oficina del abogado de mi hermano, él me entregaría los papeles que oficializaban mi rol como tutora de los niños, y después iríamos a distraernos al mall.

    Cada que visitaba a mi hermano en Canadá, una parada obligatoria era el West Edmonton Mall, ese era uno de mis lugares favoritos y Romina se encargaba siempre de que tuviéramos suficiente tiempo para ir de compras. Las compras no eran la única atracción, este lugar es conocido como el mall más grande del mundo y además de un sin fin de tiendas, tiene un parque de diversiones, una pista de patinaje y hasta un parque acuático.

    Ahora ir al mall no era algo que me emocionaba, al contrario lo veía como la prueba de fuego, esta vez estaríamos los niños y yo solos. Yo aún tenía el automóvil que mis padres rentaron para trasportarnos en Canadá, así que tomé las llaves y salí con los niños dispuesta a que juntos nos despejaríamos y pasaríamos una tarde agradable, después de todo, eso es lo que querrían sus padres que pasara.

    Abrí la puerta, esperando que Romi y Nico se sentaran en la parte de atrás, pero ella se quedó inmóvil. ¿Qué pasa Romi? ¿Por qué no entras al auto?- le pregunté mientras me agachaba para estar a su misma altura.

    -Tía, falta la sillita de Nico, mis papás siempre la ponen para que vaya más seguro-, me dijo mortificada. -¡La sillita de Nico!-, exclamé. -Tienes toda la razón mi amor. Deja voy por ella-. Tomé a mis sobrinos de la mano y fuimos hasta la cochera, donde aún estaba la camioneta de la familia, busqué la llave en el llavero que me habían entregado mis padres cuando se fueron y al encontrarla abrí la puerta.

    La camioneta aún tenía el olor a mi hermano y Romina y no pude evitar sentir un escalofrío. Romi quería entrar, pero le dije que me esperara mientras yo sacaba la sillita. No quería que al igual que a mí el aroma le trajera a mi sobrina recuerdos. Saqué la sillita lo más rápido posible y cerré la puerta. -¡Vamos mis niños se nos hace tarde!-, les dije mientras los tres corrimos hacia el auto. Por primera vez prendí el radio, tenía que escuchar un poco de música después de tantos días de duelo.

    Mi cabeza empezó a moverse y vi por el espejo retrovisor como los niños sonreían al escucharme cantar tan fuera de tono. El día estaba soleando y cuando llegamos a la oficina del abogado los tres nos bajamos con una sonrisa, misma que se borró de mi rostro cuando empecé a firmar y firmar documentos donde la vida y el destino de estos dos pequeñines quedaban en mis manos.

    Nunca había pensado en lo que una mujer siente cuando se convierte en madre, pero esa mañana mi corazón palpitó como nunca, y las palmas de mis manos sudaron y sudaron al firmar cada documento en el que oficialmente me hacía responsable del cuidado y bienestar de mis sobrinos.

    -Señorita Lugo Jasso, su hermano tenía plena confianza en usted y por eso la eligió para quedarse a cargo de los niños. Sé que usted hará un gran trabajo-, me dijo el abogado con una gran sonrisa. En ese momento yo hubiera dado lo que fuera por tener la mitad de la confianza que el abogado parecía tener en mí.

    Los niños eran muy pequeños para entender lo que estaba pasando, para ellos todo lo que pasaba en esa oficina se resumía a que irían a vivir con su tía. Salimos de la oficina y al sentir el aire, respiré profundamente, el día iba apenas comenzando.

    Llegamos al centro comercial, esperando pasar un día de lo más normal posible, pero por dentro yo era un manojo de emociones. Por un lado, estaba la angustia de estar a solas con los niños; por otro lado, los recuerdos que habían vuelto a mí al entrar a la camioneta de mi hermano, en tercer lugar la cita con el abogado y por último todas esas lágrimas que había evitado derramar en los últimos días para no perder el control ya no querían detenerse más.

    Con cada niño a mi lado y tomados de la mano caminamos por los pasillos y aunque el lugar estaba inundado de gente, no podía evitar sentir que estábamos solos. Como explorando un nuevo planeta. -¡Tía, mira, en esa tienda mi mamá siempre nos compraba la ropa!-, me dijo la pequeña mientras jalaba de mi mano. -¿En serio, Romi?, pues vamos- le dije con una sonrisa.

    Entramos y nos dirigimos hacia la ropa infantil. Tomé a Nico entre mis brazos mientras no despegaba mi mirada de Romi que veía entusiasmada toda la ropa. -¡Tía Bola, mira!, ¿sí me queda verdad?-, me dijo emocionada mientras sostenía

    Una chamarra rosa, su color favorito. -Yo creo que sí te queda Romi, pero imagínate, te lo pondrías hasta septiembre cuando empiecen a bajar las temperaturas en México. Tal vez sea mejor comprarte una talla más grande. Deja ver si te encuentro otra-, le dije mientras puse a Nico en el suelo para yo poder buscar otra talla.

    Empecé a buscar el la chamarra que le quedara bien Romi para el clima en el DF y ella jugaba con Nico. Mientras buscaba les hacía preguntas a mis sobrinos y escucharlos hablar era lo que me aseguraba que ambos seguían a mi lado. Finalmente encontré la chamarra de la talla que buscaba y se la di a Romi para que se la midiera, estaba apenas ajustándoselas cuando me percaté que alguien ya no estaba con nosotros.

    -¿Tú qué crees Nico, le queda bien a tu hermana?-, dije esperando ver al pequeñín junto a nosotras, pero no era así, él no estaba en ningún lugar cerca. -¡Nico! ¡Nico! ¿Dónde está Nico, Romi?-, grité asustada al no ver a mi sobrino por ningún lado cerca.

    Tomé de la mano a Romi y comenzamos a caminar entre los pasillos de ropa gritando el nombre del niño.

    Me lo imaginaba solito, apenas puede hablar, ¿cómo iba a explicar si tiene tres años que busca a la despistada de su tía? Mientras lo seguíamos buscando, mi corazón palpitaba y en un momento comencé a marearme. La angustia me consumía. ¿Cómo pude haber perdido al niño?, me reprochaba una y otra vez en mi cabeza.

    -¡Bola! ¡Bola!-, escuché gritar a lo lejos, pero no sabía exactamente en donde, no sabía hacia qué lado caminar y me angustiaba pensar quien le iba a responder a los gritos de ayuda de mi sobrino sino era yo. -¿Qué te pasa, chiquito? ¿Por qué me llamas?-, le dijo un hombre alto de tez morena clara, cabello negro un tanto ondulado y ojos marrones que tomó a mi sobrino por los brazos.

    Yo llegué corriendo hasta donde ellos estaban y Nico al verme gritó aún más fuerte ¡Bola!. Sin soltar a Romi de mi mano, extendí mi otra mano para tomarlo entre mis brazos y no pude evitar soltarme a llorar como una verdadera Magdalena. Abracé al niño lo más fuerte que pude y jalé a Romi hacia nosotros.

    -No me hagan esto, ustedes se desaparecen y yo me vuelvo loca-, les dije entre sollozos. Era como si mi corazón, alma y ojos se hubieran puesto de acuerdo para desahogarse al mismo tiempo. Yo era un manojo de sentimientos y hasta olvidé que el hombre que tenía a Nico entre sus brazos nos observaba.

    -Disculpa, yo no quise asustar al niño, lo que pasa es que él me llamó y por eso lo tomé en mis brazos-, me dijo intentando explicar por qué tenía a mi sobrino cargado cuando llegué. -¿Quieres que le llame a alguien, no sé, a tu esposo?-, me dijo mientras me mostraba su iPhone. Yo quería contestarle que estaba bien, que no tenía que llamar a nadie porque ni si quiera teníamos a quien llamar, pero las lágrimas y el sentimiento no me dejaban pronunciar palabras.

    -Mi tía no tiene esposo-, respondió Romi por mí. -Bueno tal vez podemos llamar a tus papas- le dijo el hombre que estaba tratando de ayudarnos.

    -Mis papas están en el Cielo-, le dijo la pequeñita y él no pudo evitar ponerse rojo, no sabía qué hacer, pero quería de verdad ayudarnos. -¿Quieres agua? ¿Un té? ¿Algo? Aquí enfrente, mira-, dijo apuntando nervioso hacia un coffee shop enfrente de la tienda. -Les puedo invitar algo, de verdad me siento mal de verlos así, tengo una hermana y sobrinos que viven lejos de mí y me

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1