¿Qué sucede en la escuela?: 28 reveladoras historias
Por Sandra Bran
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enfrentan? ¿Y los docentes? ¿Aún son como “los de antes”?
Este libro retoma las vivencias de estudiantes y docentes de algunas
Telesecundarias del estado de México, aunque también cuenta con anécdotas de
chicos de primaria y preparatoria.
Todas, por crudas o insólitas que parezcan,
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¿Qué sucede en la escuela? - Sandra Bran
1 El chico narco
Faltaba mucho a la escuela y no le echaba ganas, como decían sus compañeros, pues no tenía interés en acreditar, sólo iba a la escuela porque lo mandaba su mamá. Así era la vida de Antonio: sin preocupación, sin compromiso, sin la proyección de un futuro. Tenía 15 años y ya tenía vivencias de chico mayor. La vida era dura para él, ya que en el ambiente familiar y social que vivía, requería que se supiera defender y adaptarse a su medio.
Su madre, una mujer joven de apenas 30 años, reflejaba una edad mucho mayor debido al sufrimiento cotidiano. Su padre, un hombre sin voluntad, vivía de chambitas, de lo que fuera saliendo al día: arreglar un contacto, tapar una fuga, pintar un zaguán… con eso comían. No aspiraba a nada a sus 33 años, se consideraba viejo para emprender algo.
Ese día, habían acudido ambos tutores a la escuela debido a un llamado de la orientadora, la maestra Samira, quien necesitaba informarles sobre la situación académica de su hijo. Ella los exhortaba a motivarlo para que terminara la secundaria. Es más, les dijo que ellos también podían estudiar la primaria en un sistema abierto.
El padre del joven le platicó a la maestra lo difícil que sería para ellos, porque él se la pasaba trabajando y su esposa estaba al cuidado del hogar; le contó también la vida tan difícil que le tocó.
—Ya no estoy para andar estudiando, maestra, eso es para los jóvenes. Yo ya estoy cansado. Desde los 8 años trabajé en el campo con mis padres, el trabajo era muy duro, ellos se cansaban mucho y murieron ya viejos, como a los 50. Murieron de cansancio porque tuvieron una vida muy difícil, éramos extremadamente pobres, nunca nos pudieron dar ni siquiera escuela, yo aprendí a leer y escribir hasta los 10 años, ya trabajaba entonces en el campo con ellos, haciendo frío o calor, a ellos no les importaba, nos llevaban a los 8 hermanos pa’ arriba y pa’ abajo a trabajar duro, de 5 de la mañana a las 6 ó 7 de la noche, según el patrón pidiera.
El padre de Antonio siguió su relato:
—Allá en la sierra no anda uno como ahora los chamacos, que no quieren hacer nada. Ni siquiera le rezongaba yo a mi madre, que capaz que yo le dijera algo, agarraba una vara y en las piernas o la espalda me daba dos o tres azotes pa’ que aprendiera a respetar. Ahora, mi hijo anda nadamás en los camiones repartidores de agua y ni quién lo saque de ahí. Ya le dije que si se mete en líos, él los resolverá solo, porque su mamá y yo no tenemos pa’ sacarlo de la cárcel. Y es que anda con unos fulanos que no me dan buena espina.
—Pero ustedes son los padres y él es menor de edad, tiene 15 años apenas, no puede tomar decisiones sin su consentimiento —intervino la maestra, tratando de hacerlos comprender que ellos tenían autoridad todavía sobre él.
—No, qué va a hacer caso, solo dice ahorita vengo y se sale. Ya llega tarde, a eso de las 9 o 10 de la noche. Su madre le dice que tiene que venir a la escuela, ¿y le hace caso? Él ya está más letrado, le dimos escuela y mire, ahora se nos sube a las barbas. A mí sí me interesa que termine de estudiar la secundaria —agregó—, con que termine aquí, al fin que ya sabe rete harto, porque ya ve que ahora se requiere para cualquier trabajo tener estudios.
—Hablen con él, explíquele la importancia de la escuela para su futuro.
—Mi esposa le dice, pero parece que le habla a un burro. Últimamente trae harto dinero y le preguntamos de dónde lo saca y nos dice que el patrón le debía de otros días, ¿verdad, vieja?
—Sí, Toño —respondió la madre—. Y mire, maestra, lo mejor es que ya no venga porque mi hijo anda metido en malos pasos, ya me dijeron los vecinos que anda con unos dizque extorsionadores, anda todo el día montado en el camión del agua, pero me dicen que al negocio que llegan les piden dinero, que les venden cosas, marihuana y no sé qué otras cosas de polvito blanco, porque el otro día le encontré en su pantalón y me dijo: Deje ahí, no toque eso que está bien caro y me lo van a cobrar
. Y yo le pregunté por qué cuidaba eso tanto y me dijo que mejor ni se metiera en eso: Ma’, déjeme a mí que yo sé lo que hago
.
—Hay de ti si te metes en problemas
, le dije, maestra, que sepa que no voy a estar gastando el dinero que no tengo para ayudarlo si se mete en problemas. Desde los 10 años ya no hace caso, se sale a la calle y se mete ya noche, ¿verdad, viejo? —agregó la madre, dirigiéndose a su marido, que estaba atento a lo que decía su esposa.
—Sí, maestra. Luego yo llegaba de hacer algún trabajo y lo encontraba en la calle y le llamaba la atención a mi vieja de que lo dejara tan tarde allá con los vagos, porque en la cuadra se junta puro vicioso, ahí están con la mona, con la marihuana y quién sabe qué más. Yo lo metía a puro sape, pero mi mujer es bien alcahueta y dice que lo debe dejar salir para que se foguee con los de la colonia, porque si no, lo van a agarrar de bajada y no se va a saber defender, y eso sí es cierto porque aquel que no es ‘malora’, lo traen de su menso. Yo le doy permiso que llegue a una hora razonable, las 7 u 8 de la noche.
—¿Y a qué hora revisan tareas? —se dirigió la maestra a ellos, tratando de hurgar qué tan atentos estaban de la formación escolar de su hijo.
El padre abrió grandes los ojos y no supo qué responder, por lo que la madre, contestó:
—Yo le pregunto por la tarea y me dice que no le dejan. Y pues yo le digo: allá tú si no la haces, porque es tu responsabilidad y ya estás grande
.
—Pues no hace las tareas, y bien saben ustedes que tampoco acude a la escuela. Viene 1 o 2 veces por semana y así no podrá acreditar la secundaria. Quiero que estén conscientes de eso.
—Sí, lo estamos —dijo el padre con expresión de interés—, pero si no quiere entender, ya ve que no quiere separarse de los del agua. De ahí sacan buena cantidad de dinero que luego se la dan al patrón. El patrón está en la cárcel y desde ahí les da indicaciones para que ellos sigan haciendo lo que hacen. Mi hijo me dice que mejor no me meta, que él sabe lo que hace y que en poco tiempo vamos a tener una casa grande, que ya no nos va a faltar nada, pero a mí me da miedo que le pase algo.
El padre siguió contando…
—Dice que la policía está coludida con ellos, que reciben su tajada también todos los días para hacerse de la vista gorda. Mi hijo cuenta que están más protegidos por la policía que por los de los negocios. El señor que está en la cárcel ya tiene todo controlado, desde allá negocia con los meros jefes y no hay ningún problema, todos los polis saben quiénes son y se les cuadran. Cada que llegan a un negocio, la policía se retira del lugar para dejarlos que actúen como a ellos se les antoje. Luego regresan y se hacen los sorprendidos cuando los de los negocios les dicen que fueron a pedirles dinero y les hacen preguntas, según que para estar al pendiente, y también les piden dinero dizque para cuidarlos…
—Ya no me cuenten, por favor, me incomoda saber esto —dijo la maestra, pues se sentía en riesgo, sentía que le estaban dando mucha información y muy delicada—. Mejor dígale a su hijo que venga a platicar conmigo y veremos la forma de ayudarlo, ya sea que asista o que haga exámenes extraordinarios para pasar sus materias.
La maestra orientadora sintió miedo e inseguridad de su persona y de los estudiantes de la institución, porque pensaba que podían involucrar a los alumnos más susceptibles en actos delictivos, por eso era mejor llevársela bien con Antonio y sus padres, que aunque eran muy ignorantes, tenían poder, poder que su hijo les confería con el solo hecho de pertenecer a un grupo delictivo.
Por ello, ya no insistió en que el alumno se presentara a clases, ni que hiciera trabajos o exámenes, por lo que optó por cambiar la estrategia.
—Sí, maestra —le contestó el padre—. Hoy que llegue a la casa en la noche, le digo que venga mañana y platique con usted.
—Muy bien, así le hacemos. Acá veo a su hijo.
Los padres se despidieron muy amablemente y contentos porque la maestra los había escuchado.
Al siguiente día, se presentó Antonio a clases, quitado de la pena como si no hubiera faltado toda la semana; ya era jueves y él ni siquiera mostraba preocupación de si habían dejado una tarea o no.
La orientadora vio que estaba en el receso con sus compañeros y se acercó a él, ya que él no hizo nada por hablar con ella.
—Hola, Toño, ¿te comentaron ayer tus padres de que hablaras conmigo hoy?
— Ah sí, pero no la vi en la mañana, por eso me vine a mi salón.
—¿No preguntaste por mí?
—La verdad, no, pensé que si me la topaba ya hablaba con usted.
—Oye, ¿quieres seguir estudiando o ya no?
—La neta, ya no, pero mis jefes insisten en que venga y luego me dan lástima de que me estén dale y dale con que venga a la escuela y pues aquí estoy, pero si por mí fuera, ya no vendría.
—¿No te gusta la escuela?
—Neta, no. No le encuentro para qué, la verdad se gana más dinero allá afuera que perdiendo el tiempo acá.
—No es pérdida de tiempo. Es formarte un futuro sin riesgos para ti y la familia que formes. Además, puedes tener un mejor salario si estás preparado.
—El buen salario se gana en donde estoy, ya estoy ganando bien. Me dan 2,500 pesos a la semana y casi no hago nada. Mis padres han trabajado toda la vida y no tienen nada.
—Mira, tal vez no lo veas redituable de inmediato, pero a largo plazo tú tendrías algo para ti y tu familia.
—Dígaselo a mis padres, si prefieren ahorita vivir bien o dentro de 10 años, ellos ya están grandes y a lo mejor ya ni disfrutarán lo que yo les dé para ese tiempo. Mejor ahorita en corto.
—No es mi intención convencerte, pero me gustaría que vieras la posibilidad de hacer extraordinarios para que obtengas tu certificado de secundaria.
—¿Y no puedo venir así, de vez en cuando?
—No, y de hecho si tú quieres sacar tu certificado, todavía tendríamos que hablar con las autoridades de la escuela para ver si se puede de esta manera.
—No le mueva, maestra, mejor me voy y así la dejamos. Gracias, pero ya me da güeva estar viniendo.
—Está bien, te veo muy decidido. Voy a citar a tus padres para que vengan a darte de baja y ya te dedicas a lo que estás haciendo.
Antonio respiró profundo.
—Gracias, ya se me hacía una pesadilla tener que venir.
La orientadora, que era una mujer que se preocupaba mucho por los alumnos, estaba realizando mil conjeturas en su cabeza, pero sabía que era lo mejor para la escuela, no así para Toño. Realizó un citatorio para los padres.
—Se lo das a tus padres y mañana los veo para realizar el trámite de tu baja. Espero te vaya muy bien en lo que hagas. Sólo te pido que no te pongas en riesgo, ni expongas a tus padres.
—No se preocupe, todo está controlado —le guiñó un ojo y se fue al salón de clases.
Al siguiente día, los padres de Toño no asistieron a la escuela; se les trató de localizar por teléfono y no fue posible, ya que habían dado el número de una vecina y ésta les contestaba que no estaban.
La orientadora fue al domicilio que tenían registrado y pudo observar que la colonia donde vivían era una zona altamente marginada: no estaban pavimentadas las calles, había perros por doquier, y aunque era martes, había teporochos tirados en la calle, todavía con una botella ya casi vacía, que la cuidaban con su vida.
Llegó al domicilio y se encontró con un zaguán muy deteriorado; adentro los perros ladraban y se aventaban contra la puerta. Ella quería regresar y abandonar la encomienda que se había propuesto, sin embargo, decidió terminar la hazaña y tocó con una moneda, retirándose luego a distancia prudente para no sentir tan cerca a los perros.
—¿Qué se le ofrece? —dijo con una voz de mujer, con molestia, desde adentro.
—Estoy buscando a los padres de Antonio Cruz Tapia. ¿Aquí viven?
Se escuchó que agarraban a los perros y los metían a un lugar para resguardarlos. Esto le dio alivio a la maestra. Abrió la puerta una señora de aspecto desaliñado, con un delantal y cara de amargura que delataba una vida muy dura. Con desconfianza, le preguntó:
—¿Quién los busca?
—La maestra Samira, orientadora de la secundaria.
—Permítame —le dijo con rudeza—. ¡María, le hablan de la escuela de su hijo! —gritó a todo pulmón para evitar ir a tocar a su cuarto.
El terreno tenía varios cuartos, en uno de ellos vivían los padres de Antonio, con él y sus dos hermanitos.
—La mamá de Toño salió. Se veía que se acababa de levantar, aun cuando eran las 10 am. La orientadora sintió pena y le dijo que la disculpara, pero que le había mandado un citatorio con su hijo para que fueran a la escuela a firmar su baja.
—Pásele, le invito un café, acá afuera hace frío.
Era invierno y las mañanas estaban muy frías. La maestra Samira aceptó y entró al cuarto que le señaló la señora. Era solo una habitación con una ventila de aproximadamente 50 x 30 cms., con solo dos camas: en una de ellas estaban acostados los dos hermanos de Toño, que al parecer tampoco asistían a la escuela regularmente, y en la otra se veía que dormían los padres. En el piso había un petate, que tal vez era donde dormía Toño. Tenían una estufa, una mesa pequeña y un frigobar; en una esquina había una especie de ropero. Eso era todo lo que tenían. Afuera había un baño que se tapaba con una cortina de tela, que tal vez lo usaban para bañarse y para hacer sus necesidades.
A la maestra se le estrujó el corazón y sintió ganas de llorar por las condiciones en las que vivían. Pensó: esto es lo que está orillando a Toño a hacer lo que hace
. No era justificable, pero era la única opción que conocía por el medio en el que vivía.
La madre de Toño puso a calentar agua en un pocillo:
—Perdón por no ofrecerle otra cosa, pero mi marido ayer no tuvo trabajo y tal vez hoy sí me dé algo de dinero, si es que le pagan la chamba que está haciendo. O también puede que Toño me traiga, porque se fue desde temprano con los del agua y me dijo que hoy sí traía algo para que comiéramos.
En la mesa, junto a la estufa, solo había pedazos de pan duro que los niños agarraron y comenzaron a comer con dificultad, con el café que les dio su madre.
—Disculpe mi imprudencia, pero como la cité y no fue a la escuela, me atreví a venir hasta acá para que me firme la baja de su hijo.
—No es imprudencia, maestra, sí nos dijo Toño, pero lo platicamos los tres. Mi marido, Toño y yo, decidimos que salga su certificado y que al final del año vaya por él, para que tenga un documento con el que pueda encontrar un trabajo, o qué sé yo para qué lo utilice.
—Las cosas no son así, él debe asistir a clases y pasar sus materias para recibir el documento, de otra manera no es posible. O la otra, como les dije, es que haga los exámenes extraordinarios, entonces tendría que estudiar aquí en casa y estar al pendiente. Esto último, consultándolo con el director de la escuela, porque tal vez no se pueda tampoco.
—Pues fíjese que mi hijo habló con su patrón y él le dijo que sí le van a dar su documento porque él sabe cómo hablar con los maestros y el director y que no tendrá ningún problema al final del curso para que se lo entreguen. Le dijo que no se diera de baja y que él se encargaba de todo lo demás. Por eso ya no fuimos, maestra, porque el patrón de él lo va a arreglar.
A la maestra le dio un vuelco el corazón y se le empezó a nublar la razón, ya no sabía qué decir, porque con esa respuesta de la madre ya estaba en riesgo ella, sus compañeros maestros y los directivos.
—Está bien, yo hablo con el director y le comento la situación, ya no se preocupen, veremos qué podemos hacer con la situación de su hijo.
— Mi hijo dijo que iba a pasar hoy a la escuela, con su jefe, para hablar con el director.
—Si puede, dígale a su hijo que no vaya, que mejor nos contactamos con él otro día.
—No, maestra, que de una vez vaya, para ya quitarnos este problema. Además, su patrón no siempre tiene tiempo porque a veces lo mandan a otros lugares a hacer ventas o a cobrar.
La maestra se tomó con dificultad el café y se despidió de la señora. Ya no quiso decir más, pues temía que lo que hablaran lo tomaran a mal, ni siquiera insistió con la baja de su hijo.
—Gracias por el café, nos estamos viendo. Que tenga un muy buen día.
—Sí, maestra, ya la veremos después mi esposo y yo.
La orientadora tomó sus cosas y se dirigió a la escuela con el temor de que fuera a decir el patrón de Toño; temía recibir amenazas para conseguir el certificado. En el camino iba pensando qué decirle a su jefe, al parecer no iba a ser fácil deshacerse de Toño. Nunca imaginó que un joven tan lleno de vida y muy simpático, estuviera metido en esos negocios turbios. Ahora tenía que hablar con el director y ver