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Te Presto Mis Zapatos: Tomo II
Te Presto Mis Zapatos: Tomo II
Te Presto Mis Zapatos: Tomo II
Libro electrónico344 páginas5 horas

Te Presto Mis Zapatos: Tomo II

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Información de este libro electrónico

En este tomo, Marcela planea la huída con sus dos pequeños hijos cuando su esposo la tiene secuestrada. Comienza su nueva vida y la sociedad le da la bienvenida como madre soltera y mujer divorciada con todos los tabús de esa época en un nucleo social conservador y religioso. Habla de la felicidad de la llegada del que completa su familia, tambi

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento11 abr 2024
ISBN9781685746391
Te Presto Mis Zapatos: Tomo II

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    Te Presto Mis Zapatos - Marcela Cordero

    Te_presto_mis_zapatos_port_ebook.jpg

    TE PRESTO

    MIS ZAPATOS

    Tomo II

    Marcela Cordero

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño de portada: Ángel Flores Guerra B.

    Diseño y maquetación: Diana Patricia González Juárez

    Fotografía de portada:

    Copyright © 2023 Marcela Cordero

    ISBN Paperback: 978-1-68574-638-4

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-640-7

    ISBN eBook: 978-1-68574-639-1

    Índice

    LA HUIDA

    EL COMIENZO DE NUESTRA NUEVA VIDA

    BIENVENIDOS A LAS FAMILIAS DISFUNCIONALES

    El SUBCOMANDANTE MARCOS

    TITIANE

    EL HÉROE

    MAURICIO

    LA CORRUPCIÓN MEXICANA

    RODRIGO

    EL AUTOBÚS

    EL HUEVO

    ¡¡SORPRESA, PAPÁ!!

    INTERRUMPIMOS ESTE PROGRAMA

    EL CHAPO

    LAS TORRES GEMELAS

    QUÉ BUENO QUE SANTA SÍ TIENE DINERO

    FORD FOCUS 2002

    ¡¡CASI ME GUSTA!!

    AMIR

    MENTIRAS NECESARIAS

    POLICÍA ENCUBIERTO

    LA CAÍDA DE SUPERMAN

    EL ÁRBOL DE NAVIDAD

    LA VICTORIA

    LA HUIDA

    Llegó la hora de irnos, fue una tristeza, las camitas, los juguetes y la ropita nueva de mis hijos, todo tenía que quedarse; en Cancún ya no tenían ropa que les quedara. En ese año habían crecido y todo lo que tenían era nuevo, lo que más me dolió fue dejar mis fotos, todos esos álbumes que escribieron la historia de mi vida, los viajes y vivencias del sexenio de mi tío, de Televisa, mis amigos de la infancia, mi comienzo en Cancún, la unidad de la comunidad en el huracán, todo estaba ahí y no podía llevármelo. Lo más valioso para mí era cada foto de los cuatro años de Pablo y los casi dos de Andrés, les tomé miles de fotos increíbles que se quedarían ahí. Traté de memorizarlas todas y aceptar el daño, qué coraje que mi mamá, aun lejos y sin ser parte de nuestra vida, seguía perjudicándome con sus acciones, no tenía por qué haberlas mandado. Cuando huyes, no puedes llevarte nada para no levantar sospechas, tienes que pretender que es un día normal y prácticamente correr con lo que traes puesto.

    Otra cosa que me dolería era Andreita, que a sus 3 años ya había sufrido un total abandono de su mamá, peor que mi propia experiencia. No había orden en su casa, ni limpieza, ni rutina, ni amor, ni cuidados, los niños y yo suplimos todo ese vacío que ella tenía, en los días libres de su mamá solo eran importantes el alcohol y las drogas. Se había acostumbrado a nuestra compañía, a mi amor y mis cuidados, ya hablaba algo de español, nos iríamos sin decir adiós; de repente, sin avisar, sin que ella entendiera, así como dejé a Eddy, ahora la dejaría a ella sin mayor explicación, a una niñita inocente y buena que confiaba en mí le rompería el corazón.

    Este era el plan, sabía que en el kinder de Pablo, las mamás podían ir de voluntarias al salón de sus hijos para observar la clase; le mandé una nota a la maestra pidiéndole ser voluntaria, la escondí en la libreta de tareas que la maestra revisaba todos los días, sin que Pablo ni Alfredo vieran.

    Ella me mandó una forma que decía: «Ha sido seleccionada para venir de voluntaria el próximo miércoles al salón de su hijo Pablo, por favor, firme estos papeles y no falte ese día, puede usar el transporte escolar de su hijo para llegar a la escuela». Le enseñé los papeles a Alfredo y le dije que eso era un requisito obligatorio, que no podía faltar, de otra manera vendrían a investigar, empezarían a hacer preguntas y sospecharían que algo andaba mal, no me habían visto hacía 4 meses en la parada del camión donde todos me conocían, como no entendía inglés muy bien, no sabía exactamente lo que decía el papel y se lo creyó.

    El miércoles llegó temprano y nos dio zapatos y un sweater, no nos quiso llevar en el coche, era un trecho muy largo caminando. Le dije que me tenía que llevar la carriola y nos fue siguiendo despacito en el coche hasta que llegamos a la parada del camión. Estuvo viéndonos hasta que nos subimos al camión, este arrancó y nos siguió a la escuela, checó que me presentara con la maestra de Pablo, para verme entrar, se bajó del coche, esperó mucho tras la reja, hasta ver que nos metíamos al salón de clases. Cuando él estaba en la puerta de la escuela me dijo:

    —Aquí me vas a ver a la salida, te voy a ver como subes al camión, lo voy a seguir hasta la parada de la casa y de ahí hasta que te encierre otra vez.

    —Sí, no te preocupes, así va a ser, yo no pedí venir, me mandaron llamar y tengo que estar aquí ayudando hasta el final del día escolar, ese es el requisito. ¿A dónde voy a ir sin dinero, ni pasaporte, ni ningún tipo de identificación, ni tarjetas de crédito ni nada? Además de que sé que me estás siguiendo. Tranquilo que te voy a obedecer.

    —Pues más te vale porque este secreto no va a salir de aquí —me dijo.

    —¿Eso es lo que te aflige? No te preocupes, yo nunca diré nada, me muero de vergüenza, además de que si alguien se lo cuenta a los niños de grandes no será muy bueno para ellos, jamás haría nada por perjudicarte a ti dañándolos a ellos, yo no soy como tú.

    Me había visto muy sumisa todos estos meses, así que yo sabía que era el mejor plan para que bajara la guardia. Aunque se portara macho y amenazador, las peleas son de dos, él no tenía contrincante pero tampoco podía no contestarle como ahorita porque no sería normal, podría sospechar, así que supe muy inteligente tener reacciones sometidas, sumisas, a la vez quejarme un poco y hacer cosas más normales a las reacciones de alguien que no está planeando un escape. Mantuve esa balanza completamente equilibrada en esos 4 largos meses de cautiverio y tiranía.

    Estuve en la clase de Pablo con su hermanito, quien estaba feliz también. Llegó la hora del lunch y le dije a los niños que comieran bien, yo también comí algo pues tenía derecho. Guardé lo que otros dejaron, ellos lo tiraban; en la pañalera de Andresito metí un cambio de ropa para cada uno y unos pañales porque Alfredo me la revisó, no pude poner nada más. Ya tenía algo de guarniciones, cuartitos de leches, manzanas, bolsitas de zanahorias, unas galletas, unos plátanos y pan, no sabía si lograríamos victoriosamente el plan de escape. Los niños salieron al recreo y luego volvimos a clases. Cuando estábamos en la clase después de un rato, un niño le machucó muy fuerte un dedo a mi bebé y se le cayó la uña, la enfermera de la escuela me dijo que a lo mejor se le había fisurado el dedito y se lo entablilló. Pensé: «No puede ser, justo el día que planeaba irme»; lo vendaron bien, regresamos al salón donde estaba Pablo, a Andrés le dolía mucho el dedito, ya no podía alargar más mi plan pues al enfriársele el golpe le dolería más y se me complicaría, así que le dije:

    —Pablo, dile a tu miss que quieres ir al baño y quieres que yo te lleve.

    Me dijo que sí, así que lo llevé al baño, yo llevaba a Andrés en la carriola con la pañalera, ya había metido la mochila y el suéter de Pablo ahí, después del baño ya no regresamos al salón.

    En el recreo vi que en la parte de atrás de la escuela había un bosque y vi como el jardinero abría una puerta para tirar las hojas secas que había recogido. Le faltaba mucho por recoger, y mientras terminaba la reja estaba abierta, así que del baño me fui por los pasillos buscando la salida al patio de atrás. Me asomé, no había nadie afuera, era súper arriesgado porque éramos muy visibles, todas las ventanas de los salones daban al patio, me fui por una orilla, no crucé por en medio rezando que cada maestra estuviera entretenida con su clase. Chequé que pudiéramos salir y salimos, avancé lo más rápido posible por el bosque, pronto nos perderíamos de vista. Pablo me preguntó:

    —¿A dónde vamos?

    —A ver al abuelo —le dije.

    —¿Por qué salimos por aquí?

    —Es que tu maestra me dijo que no quería que otros niños vieran que nos dejó salir antes.

    Y le cambié el tema, pero él seguía preguntando, le expliqué que me llamó el abuelo y me dijo que nos extrañaba y como empiezan las vacaciones de semana santa, aprovecharíamos para ir a verlo.—Pero aquí no está el camión de la escuela —contestó Pablito.

    —Es que las mamás que vienen de voluntarias pueden llevar a sus hijos a este bosque encantado a la salida.

    Muy contento siguió caminando conmigo, recorrimos todo el bosque cerca de 40 minutos sin saber a dónde iba a salir, llegamos a una calle, vi una parada de camión, me quedé escondida en el bosque hasta que vi que venía el camión. Salimos y corrí a la parada con los niños.

    —Señor, me robaron mi bolsa, no tengo dinero, por favor, mi niño se lastimó y tengo que llevarlo al doctor.

    Como él bebé tenía todo el dedo vendado y ensangrentado y me vio salir corriendo del bosque, sin pensarlo mucho, me dijo:

    —Súbase, señora.

    Me dejó subir y le pedí que me bajara a donde está el trolebús, que llega justo a la frontera, pasa por toda la ciudad, así que no importaba cuál camión tomara, en algún momento se toparía con el trolebús.

    Para subir al trolebús tienes que pagar en una máquina dependiendo dónde lo tomas y hacia dónde quieres ir, sacas un boleto, pero nadie te lo revisa al entrar, los checadores van en el tren pasando de vagón en vagón, se ve de lejos cuando vienen checando el vagón de enfrente; tienes dos opciones, caminar hacia atrás hasta que se te acaben los vagones, o salirte en la siguiente parada, subirte en el próximo y tratar de ir avanzando sin que te agarren de polizón. Escogí irme saliendo cada vez que venían a hacer la revisión, con la suerte de que llegamos hasta la frontera y nunca me cacharon. Pablo no sabía lo que pasaba pero lo entretuve diciéndole que había que transbordar muchas veces porque estábamos lejos. Le di algo de comer de la pañalera, se entretuvo y no pregunto más; yo, temblando, temiendo que de la escuela llamaran a Alfredo, nos buscara y entonces sí me iba a matar, pues todas las veces que tuve que salir del troli, quedábamos expuestos a media calle a la vista de todos mientras llegaba el siguiente.

    Llegamos a la última parada, bajamos y caminamos hacia el puente que cruza a México, sin pasaportes, ni dinero, ni ningún tipo de identificación, ni ropa, ni comida, nada, era justo la hora en que Alfredo estaría esperando a que saliéramos de la escuela para subirnos al camión ¡¡y se daría cuenta de que nunca saldríamos!!

    ¡¡¡Qué nervios!!! Seguro estuvo antes de la hora de salida primero que nadie para estar pendiente de cada uno de mis movimientos, sabía que no podíamos salir antes, y menos si estaba de voluntaria asistiendo a la maestra. Teníamos que ayudar en el salón, ayudar a salir a los niños a los camiones, tenía que entregar mi pase de visitante, pero no contó con que encontraría una puerta trasera abierta y escaparía por el bosque.

    Para salir de Estados Unidos hay que avanzar por un túnel muy largo hasta llegar al otro lado; lo bueno, que en México no te piden pasaportes para entrar. Una vez que cruzamos, le di mi reloj a un taxista, le pedí que me llevara a la placita donde siempre íbamos, llegué al banco y fui con el gerente, le pregunté si se acordaba de mis hijos y de mí, que íbamos todos los primeros de mes a retirar dinero que mandaba mi papá, sí se acordó de nosotros. Después le dije que perdí mi bolsa con todo hasta los pasaportes y que no me dejaron cruzar a mi casa, así que iba a tener que irme a Cancún pero que necesitaba avisarle a mi papá, entonces me dejó hacer una llamada de larga distancia:

    —Papito, vine a Tijuana al súper, estoy viendo que en la agencia de viajes que está aquí mismo en la plaza hay una promoción muy buena de Semana Santa. Necesito comprar los boletos ahorita o ya no me los apartan, por favor, mándame un giro, estoy aquí en el banco.

    —No, mi hijita, ¿para qué vienes?

    —Papá, necesito ir a Cancún, por favor, manda el dinero.

    —¿Pero que no te gusta San Diego?

    Yo no sabía cómo explicarle y se me hacía raro que me dijera eso.

    —¿Qué? no quieres que vayamos a verte? —le dije—. ¡¡Los niños te extrañan!! Yo también.

    OK. ¿Cuánto necesitas?

    Así que le pedí el dinero de los boletos y algo más para poder comer, taxis y alguna emergencia. Le pedí que se fuera al banco inmediatamente, que me iba a quedar esperando, me hizo caso y depositó, le di la cantidad correcta al gerente, la verificó, me hizo un cheque de caja, todo sin cobrarme un centavo, ni pedirme identificación, se portó muy bien, yo creo que mi papá pensó que compraría los boletos para otro día, nunca se imaginó que los compraría para irme en ese mismo momento.

    Esperamos ahí una hora y cada minuto para mí era una eternidad. Alfredo llegaría en minutos si se le ocurría buscarnos ahí, pero tenía la confianza de que cuando se fuera el último niño y yo no saliera, él se bajaría a preguntar, en lo que me buscaban y luego en lo que él me buscaba primero en la casa, tendría oportunidad de que no me descubriera.

    Inmediatamente me fui a comprar nuestros boletos a una agencia de viajes que en verdad estaba en la misma placita, el próximo vuelo a Cancún salía al día siguiente, ya menos tensa llevé a los niños al cine para matar tiempo, de ahí me fui a un Vips a cenar y tomé café hasta la mañana siguiente para podernos quedar ahí. Los niños se durmieron en los taburetes, al día siguiente les di de desayunar, nos lavamos la cara, pagué la cuenta y al aeropuerto; de todas maneras, estaríamos en peligro mientras no nos subiéramos al avión, le dije al taxista que en la entrada del aeropuerto se fuera despacio, quería yo checar que no hubiera moros en la costa, pero Alfredo estaba ahí esperándonos.

    Como estaba buscando sin saber y no es muy listo, supe que tendría oportunidad, le pedí al taxi que se parara antes de la entrada al aeropuerto como si fuéramos a rentar un coche, pues todavía faltaba un rato para que nos dejaran entrar a la sala de espera, le expliqué lo que pasaba. Cuando dio la hora de poder entrar, mandé al chofer del taxi a llevar la carriola doblada, la pañalera y que las pusiera en la entrada de la puerta de la sala de abordaje, así yo sabría hacia dónde correr, él se bajó, preguntó y las dejó ahí, llegó al coche, le pagué, le pedí que me llevara a una puerta lateral cerca de donde enseñaríamos nuestros pases, lo bueno es que en esa época no pedían identificación mientras viajaras dentro del país. Aunque Alfredo me vio, estaba muy lejos, yo entré corriendo al aeropuerto, enseñé mis boletos, tenía un solo pie adentro cuando él llegó, trató de entrar, le dijeron:

    —Debe tener boleto para entrar, no puede pasar.

    El luchado, Pablo, casi se me sale «¡¡¡Papiiiiiitoooo!!!».

    Yo, como pude, jalé a Pablo, con el pie, arrastré la pañalera, el señor me dio la carriola, la abrí rápido mientras él discutía con seguridad, puse a los dos niños ahí, la pañalera en el techo y los llevé lejos. Él me gritó:

    —¡¡¡No puedes llevarte a mis hijos!!!, si te los llevas te olvidas de mí para siempre.

    Yo solo vi al señor de seguridad y le dije:

    —Violencia doméstica, no lo dejen pasar.

    Me fui, él empezó a golpear a todos, pero lo detuvieron, le pidieron que si no se iba, lo arrestarían, y se fue.

    Cansados y sucios, nos quedamos escondidos como una hora en el baño de mujeres. Yo, muerta de miedo de que lograra entrar, los niños, desesperados. Al fin decidí salir de ahí e irme a la sala de espera, es un aeropuerto muy pequeño y horrible, sin tiendas, ni restaurantes, nada, los niños impacientes sin saber lo que pasaba, sin sus cosas, Pablo preguntando:

    —¿A dónde vamos?, ¿por qué nos escondemos?, ¿por qué dormimos en el restaurante? Quiero mi cama, mis juguetes.

    —Vamos a ver al abuelo a Cancún —les dije yo.

    Teníamos que esperar ahí como 5 horas más, solo veía a mis pobres niños confundidos haciendo preguntas que yo trataba de contestar lo más fácil posible, pero con un nudo en la garganta al saber que tan chiquitos y tan buenos no había manera de explicarles lo que sucedía realmente. Cómo puede una madre romper la imagen que ellos tienen de su padre al que adoran, además de saber que seguro no lo volveríamos a ver, no tendrían a ese símbolo masculino que les haría tanta falta, pero sería más fácil acostumbrarse a no tenerlo, que a vivir con él de esa manera; pues ese hombre no tenía escrúpulos ni moral, había demostrado que ni siquiera era consciente de sus actos al golpear a su esposa y, peor aún, a su bebé. Él se equivocó, nunca lo aceptó, los quiso usar para someterme, como si ellos fueran un objeto sin valor para él. Una madre aguanta lo que sea, pero no le toques a sus hijos porque eso va a ser lo último que hagas.

    Hacía mucho frío en el aeropuerto, a Andresito se le salió la pipí del pañal, usé su cambio de ropa y lavé lo sucio, colgué en las mesas su ropita para que se secara, parecía que estábamos en una vecindad, solos en ese aeropuerto, creí que éramos los únicos pasajeros, luego empezó a venir más gente y al fin nos fuimos, yo sabía que iba a ser un viaje muy pesado súper largo, con una escala en CDMX de 18 horas en el vuelo. Pablo se mareó, se puso verde, se veía y se sentía súper mal, vomitó dos veces, así que llegando a CDMX, llamé a mi mamá, le pedí que por favor nos recogiera en el aeropuerto para bañarnos, descansar y comer.

    Para nosotros ya habían pasado 36 horas en la calle desde que salimos de la casa, yo solo había dormitado en el avión 20 minutos. Pablito se sentía muy mal, yo estaba sin medicinas ni mucho dinero, súper cansada, más todo el estrés de huir, de haber visto a Alfredo en el aeropuerto, la rareza inexplicable de los comentarios de mi papá después de que no supo nada de nosotros en cuatro meses, parecía que no quería que fuéramos, yo no me sentía muy bien tampoco. Le dije a mi mamá que por favor nos recibiera:

    —Si no puedes venir, yo me voy en taxi con mis últimos centavos, necesitamos descansar un poco, Pablito se siente muy mal y Andresito se lastimó un dedito, le duele muchísimo, tiene todo el dedo morado, creo que está roto. Hay que cambiarle las gasas, están todas ensangrentadas, de veras le duele mucho, te lo suplico.

    Contestó que tenía el baby shower de mi cuñada Alicia, que lo sentía mucho, pero no podía venir a recogernos, ni quería niños en su fiesta. Ella no había visto a los niños en meses, aunque no sabía lo que estaba pasando, simplemente con las circunstancias que le conté era para que nos recibiera, se me hizo muy cruel, pero soy tan tonta que en vez de enojarme e ignorarla, tomar un taxi y llegar a mi casa de México, alimentar, curar, bañar, acostar a mis niños y yo a descansar sin importarme mi mamá y su estúpido baby shower en el que no estorbaríamos, pues estaríamos dormidos en el segundo piso, tontamente bajé la cabeza y me resigné a que sufriéramos las próximas 18 horas.

    Ese miedo que aún le tenía a mi mamá afloró, aun después de todo lo que me había pasado, su voz me hacía muy débil y me lastimaba ver que no le importáramos, era capaz de dejarnos ahí sin ningún remordimiento; la casa no era de ella, era de mi papá, mía, de mis hermanos, de toda la familia, también de sus nietos, tenía todo el derecho de llegar aun sin avisar.

    Los niños se sentían muy mal, empezaron a vomitar, no tenía más que un cambio de ropa, tuve que lavar su ropita en el baño otra vez y dejarlos medio vestidos como pude, los acomodé en un rincón para ver si podían dormir un poco en el suelo frío del aeropuerto, sin cobijas, ni almohadas, como pude les puse la pañalera de almohada y mi sweater en el piso, los acosté, los apapaché, no tenía dinero para comprar medicinas, no sé qué les hizo mal, yo pienso que también era el cansancio y el estrés lo que los puso así, quizás si dormían un poco se sentirían mejor. Se nos hizo una eternidad, Pablo ya ni hablaba ni preguntaba nada, ellos solo querían llegar y que esa pesadilla terminara; conseguí que sacaran la carriola de las maletas y acomodé a Pablo ahí, pues el suelo era muy frío y duro, lo tapé muy bien con mi sweater y aunque le colgaban las piernitas se sintió mejor y se durmió. Yo abracé a mi bebé, que estaba a medio vestir, le di calor con mi cuerpo, también se quedó dormido, yo ya no podía más de sueño, la noche anterior del escape no había podido dormir bien de los nervios, más la noche en vela en la cafetería, pero no podía flaquear porque tenía que sostener a Andrés que pesaba muchísimo y se me caería de los brazos. Velé el sueño de mis hijos por alrededor de 5 horas, ya no aguantaba los brazos, así que desperté a Pablo, le pedí que ahora me dejara acostar al bebé en la carriola, se despertó mucho mejor, ya no le dolía la panza, ni estaba mareado, dejó que acostara a su hermanito. Fuimos a una mesa del área de la comida rápida, le compré algo de comer y le dije:

    —Mientras comes, me voy a dormir un poco recargada en la mesa, por favor, cuida a tu hermanito, no te muevas, pues te podrían robar. Cualquier cosa, gritas ¿ok? Y me quedé profundamente dormida no sé cuánto tiempo, como 3 horas. Cuando desperté ahí estaba Pablo y su hermanito ya despierto, yo ni siquiera sentí ni oí nada, Pablo le había enderezado el asiento de la carriola y hasta le había preparado una lechita con la fórmula de la pañalera. No sé cómo consiguió el agua, no sé cuántas cucharadas le puso, no sé siquiera si alguien le ayudó, pero ahí estaban junto a mí y sintiéndose mejor, todavía nos faltaban 10 horas más para nuestro vuelo.

    Los dejé caminar por ahí cerca, se sentaron a jugar con los sobres de azúcar. Caminando por ahí, vimos una cafetería que tenía mesas con sillones corridos y pensé que sería una buena opción, así que los llevé al baño, nos sentamos, pedí algo de comer, Pablo se recostó en su banca y se quedó dormido. Andresito se acostó en mis piernas cuando terminó de comer algo, se quedó dormido, ahí velé otra vez su sueño, medio dormitando hasta que llegó la hora de irnos a nuestra sala de espera para al fin tomar el vuelo de regreso a casa.

    Antes de subirme al avión conseguí una caseta telefónica, llamé a la casa de Cancún con la suerte de que esta vez contestó mi papá, le dije:

    —Ya vamos para allá, recógenos en el aeropuerto en dos horas.

    —¿Ya vienes hoy? —preguntó—. ¿Pero cómo tan pronto? Dijiste que en Semana Santa, estamos a finales de abril, la Semana Santa ya pasó.

    Yo no tenía ni idea de en qué día vivía, porque había estado aislada por cuatro meses.

    —Yo creí que me lo decías solo porque necesitabas dinero y pusiste eso de pretexto, pensé que si venían sería hasta el verano cuando Pablo acabara la escuela —continuó—. ¿Para qué vienes, mi hijita? Mejor vente en el verano y así te quedas más tiempo.

    ——¡No! Ya vamos para allá, papá.

    Él insistía, yo estaba muy desconcertada y sorprendida por lo que me contestaba, no tenía dinero para seguir hablando, él no dejaba de decir que para qué iba:

    —No puedes venir,.

    —¿¿¿Cómo??? ¿Por qué no, papá? ¿Qué es lo que está pasando? Por favor, dime, no entiendo lo que me quieres decir.

    Pero él no contestó nada.

    —Por favor, no me dejes tirada en el aeropuerto que los niños están muy cansados.

    OK —me contestó. Y colgamos.

    No tenía ni siquiera energía para pensar en lo que me había dicho, no hice conclusiones, nada, llegamos, salí y ahí estaba mi papá. Manejó sin que me preguntara nada de Alfredo, nada de por qué regresaba, nada de nada, puros chistes con los niños y ya.

    EL COMIENZO DE NUESTRA NUEVA VIDA

    Cuando llegamos a mi casa, mi papá me confesó que estaba rentada, ¡¡¡otra gente vivía ahí!!! Así que mis bebés y yo no teníamos dónde quedarnos.

    — A ver si puedes quedarte con alguna de tus amigas, yo estoy viviendo en casa de tu hermana.

    —¿¿¿¿¿¿¿Quéééééééééééé???????—Sí, hijita, lo siento. En mayo que te fuiste no te habías ni subido al avión cuando tu hermano llegó aquí con un camión de mudanza, un amigo y una familia a los que les rentó la casa. Para que ellos pusieran sus cosas se deshizo de todo lo tuyo, solo le pedí que dejaran la cama King Size porque era nueva, así que ya no tienes nada. Yo me tuve que ir a casa de Gaby, solo podemos entrar a la oficina, que está en el cuarto de servicio. Desde ese día no puedo contestar el teléfono 24/7 por lo que las ventas se han caído mucho; al amigo le rentó un cuarto y a la familia el resto de la casa, ¿ahora qué vas a hacer? Porque aquí no puedes quedarte.

    Volteé a verlo, sin decir nada, con la mente llena de cosas que hubiera querido decirle. Pensé: «Cómo es posible que mi propio papá, al que adoro, que supuestamente también me quiere y quiere a sus nietos, permita que mi hermano lo pisotee de esa manera y de pilón nos lleve a nosotros entre las patas también. Cómo puede atreverse a decir que en dónde nos vamos a quedar».

    Con lo mucho que le encargué la casa y el negocio que es nuestra fuente de ingresos, si desde el día que me fui están aquí, todo lo que me gasté en el súper y en suplementos que compré con tanto sacrificio para mi papá, para todo un año, resultó que fue para otras personas. Lo que nos costó mantener la imagen del negocio como un servicio de 24/7 por tantos años lo tiró a la basura por dejar que Gabriel hiciera lo que quería. Todavía le dio pena molestar a la gente que vivía ahí, cuando están ahí sin permiso, mi hermano ganando dinero de mi propiedad, con una renta mensual, ¿que no es suficiente todo lo que nos ha robado?

    Ahora entiendo por qué mi mamá mandó los álbumes, pues estuvo en septiembre para el nacimiento de Ivana, la otra hija de mi hermana, seguro le dijo «ya no queremos esta cajota aquí» y me la mandó. Mis cosas, los juguetes de los niños sus camitas, ropa, recuerdos, la colección de películas que tanto les gustaban y que tanto dinero me costaron, tv, videocasetera, todo lo mío de 7 años ya no existía, ni platos, licuadora, sábanas, toallas, arreglos, ¡todo! ¿Entienden el concepto? ¡Absolutamente todo! Significa que mis papás y mi hermana fueron cómplices de lo que mi hermano hizo, yo estaba furiosa, llevaba días sin dormir, sin comer bien, muy estresada, saliendo de cautiverio por 4 meses, con el trauma de lo que vi con mi esposo, todo lo que pasó ¡¡¡¡y ahora esto!!!!

    Lourdes tenía razón con la venta del garaje, mi papá me mintió para que yo no me preocupara, sin pensar en qué me diría cuando yo regresara, o ¿qué? ¿Esperaban que nunca regresáramos? Ya no podía de cansancio y desilusiones, tenía el corazón roto, dejé todo en San Diego, calculando y sabiendo que en Cancún me esperaba mi casa completa, para que al llegar no encontrara absolutamente nada. La casa que dejé con todo puesto de 7 años de matrimonio, todo lo compramos solos, nadie nos regaló nunca nada y se atreven a venderlo sin permiso y sin importarles en lo absoluto, también perdí por su culpa mis preciados álbumes de fotos, mi pasado entero de recuerdos que era sagrado para mí... Me di cuenta de que por más que yo intenté ser parte de la familia, estaba sola, nunca me habían querido ni respetado en la casa de mis

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