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Muertos Que Viven: Cuentos Con  Refranes, Decires,  Creencias   Y Costumbres Del Alto Sur De La Republica  Dominicana.
Muertos Que Viven: Cuentos Con  Refranes, Decires,  Creencias   Y Costumbres Del Alto Sur De La Republica  Dominicana.
Muertos Que Viven: Cuentos Con  Refranes, Decires,  Creencias   Y Costumbres Del Alto Sur De La Republica  Dominicana.
Libro electrónico150 páginas1 hora

Muertos Que Viven: Cuentos Con Refranes, Decires, Creencias Y Costumbres Del Alto Sur De La Republica Dominicana.

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Información de este libro electrónico

En estos cuentos el autor intenta recrear la vida en un campo de San Cristbal donde l creci a mediados del siglo pasado.
Narra sus vivencias en ese mundo como l las percibi en esos aos. Describe personajes que l conoci y personajes que vivan en la consciencia del folklore de la regin. Describe plantas y animales que ya casi han desaparecidos al igual que los hbitos, creencias y costumbres que tambin han ido desapareciendo con las muertes de los ltimos representantes de esas generaciones.
En las historias se reproduce el impacto que causaron en la mente del autor las muertes o la circunstancia de las muertes de personas o animales, que fueron tan profundas que es como si por siempre continuaran viviendo en su imaginacin.

Esta coleccin de 13 historias de ficcin que se desarrollan en la Repblica Dominicana, lugar de nacimiento del autor Lorenzo Araujo, proporciona una ventana sobre las tradiciones y la vida cotidiana de ese pas. El libro es encantador y est repleto de ancdotas, dichos, costumbres y creencias de la isla, incluyendo la historia brete, mamacita casindorada, una reelaboracin de un popular cuento de hadas de tradicin oral. Entre los mejores cuentos cabe destacar La buena suerte de Martn Gafo que contiene memorables descripciones de las flores en eclosin de los caaverales, y La muerte de Anacleto, tal vez la ms conmovedora y cuidadosamente construida de las historias. La vaca vieja, el ltimo cuento de la coleccin, es tal vez el ms ambicioso. La inclusin de un rbol familiar, al estilo del que se ofrece en Cien aos de soledad, podra ayudar sustancialmente al lector a seguir la historia.
TintaAzul (BlueInk's "Newest Reviews")

This collection of 13 fictional stories set in the Dominican Republic, where author Lorenzo Araujo was born, provides a window into the countrys traditions and everyday life. Full of charm, the book is replete with cautionary tales, anecdotes, sayings, and beliefs from the island nation, including the story "brete, mamacita casindorada" (Open Up Little Golden-Housed Mother), a retelling of a popular oral fairy tale. Among the strongest of the stories are La buena suerte de Martn Gafo (Martn Gafos Good Luck), which contains memorable descriptions of blooming flowers in cane fields, and La muerte de Anacleto (Anacletos Passing), perhaps the most moving and most carefully constructed of the offerings. La vaca vieja (The Old Cow), the last story in the collection is perhaps the most Ambitious. The inclusion of a family tree for the characters, such as the one offered in One Hundred Years of Solitude, would greatly enhance readers ability to follow the story.
TintaAzul (BlueInk's "Newest Reviews")
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento19 nov 2013
ISBN9781463364731
Muertos Que Viven: Cuentos Con  Refranes, Decires,  Creencias   Y Costumbres Del Alto Sur De La Republica  Dominicana.
Autor

Lorenzo Araujo

Lorenzo Araujo obtained his Medical Degree from the Universidad Autonoma de Santo Domingo, Dominican Republic in 1977. He received a bachelor degree in Modern Languages from Brooklyn College, in New York, 1984 and his training in General Psychiatry from Mount Sinai Medical School at Cabrini Medical Center in New York, 1990 to 1994. He completed his training in Geriatric Psychiatry from 1994 to 1996 at Downstate Medical Center in Brooklyn, New York. He became certified on Substance Abuse from the American Board of Addiction Medicine, 2006 and from the Board of Psychiatry and Neurology, 2010. Since the year 2005 is Assistant Voluntary Clinical professor of Psychiatry in Oklahoma University School of Medicine and since 2009 Executive Director of the Substance Abuse Clinic at the Oklahoma City Veterans Administration Medical Center. He has published in his native language, Spanish, a short stories book “Muertos Que Viven, Palibrio, USA 2013, some poems: “Un Breve Canto de Amor y Muchos Sueños” Suplemento Literario Listín Diario, Santo Domingo, Dominican Republic, 1977; and a Literary Critique: “Dos Tiempos en la Evolución de los Mitos Indígenas en la Obra de Miguel Ángel Asturias” Suplemento Literario La Noticia, Santo Domingo, Dominican Republic 1979. He has also published a literary Critique: “Mesianismo Sociologico en la Poesia de Pedro Mir” publishing Department of the Universidad Autonoma de Santo Domingo, Santo Domingo, Dominican Republic; 2015; and a book of poetry “Poesia Sin Tiempo”, Editorial Santuario, Santo Domingo, Dominican Republic, 2015.

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    Muertos Que Viven - Lorenzo Araujo

    Copyright © 2013, 2014 por Lorenzo Araujo.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:         2013916447

    ISBN:        Tapa Dura        978-1-4633-6472-4

                     Tapa Blanda        978-1-4633-6474-8

                 Libro Electrónico        978-1-4633-6473-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 18/12/2014

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    473652

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    ÁBRETE, MAMACITA CASINDORADA

    LAS AVISPAS

    LA BUENA SUERTE DE MARTÍN GAFO

    EL BÚCARO

    LA GALLERA

    LA GUINEA PINTA

    EL HOMBRE QUE VIVIÓ SIN PENAS NI GLORIAS

    LA MUERTE DE ANACLETO PÉREZ

    LA MUERTE DE DON JAMIL

    LA MUERTE DE COLORETE

    JOSÉ MACHADO

    EL MALNACIDO

    LA VACA VIEJA

    RESEÑA BIOGRÁFICA

    RESUMEN DEL LIBRO

    A mi esposa, Anania, porque desde que la conocí,

    es la energía que nutre mi imaginación.

    PRÓLOGO

    Con los avances de la tecnología de los últimos cincuenta años, la desaparición del latifundio, los cambios del clima y la transformación de la estructura de las familias campesinas, la generación presente no tiene conexiones con la generación próximo pasada. Con la muerte de los abuelos, se muere su historia, su pasado y sus tradiciones. Al llegar al final de sus vidas, a los miembros de la generación siguiente a la de los abuelos, los asalta la nostalgia de que con sus muertes, quedaran sepultados por el internet y la televisión para siempre, sus experiencias, sus hábitos, sus costumbres.

    Con la desforestación de los montes, se pararon las lluvias torrenciales, se secaron las cañadas, los arroyos y muchos ríos pequeños. Con el paso del tiempo han desaparecido muchas especies de pájaros y animales y de plantas. Se murieron los videntes, los brujos y los curanderos. Ya por los campos no salen los muertos por las noches, ni se ven los fuegos fatuos y la imaginación de los campesinos se ha empobrecido, y están secas y polvorientas como la misma tierra. Ya los hombres no hacen convites. En fin, lector, las generaciones presentes son como arboles sin raíces.

    ÁBRETE, MAMACITA CASINDORADA

    ¹

    Y las piernas del universo, que eran entonces dos ventanas de piedra, se abrieron, y por ellas entró la preñez del bien simple y sencillo, como las aguas claras que corría en cursos bajitos y cristalinos. Los arroyos y los montes eran el todo, y la esperanza de mayor relevancia para los hombres era la muerte. El mundo era amplio y sin límites, pero al mismo tiempo, reducido a lo que un hombre pudiera hacer con sus propias manos, soportar en sus propios hombros y ver con sus propios ojos.

    El radio de acción donde se desenvolvía Heriberto Carmona estaba agotado. Ya no se encontraban frutos comestibles. Había muy pocos peces en los charcos de los arroyos y pocos pájaros y animales que cazar en los montes. Los repollos de la guáyiga se hacían cada vez más escasos.

    Esa mañana, Heriberto salió del bohío con su macuto al hombro, una coa de palo en las manos y su machete al cinto. Iba a montear, iba a ver lo que el sol del día le deparaba. Durante las últimas dos semanas, él y su familia habían comido muy poco. Se sentía impotente, como se siente cualquier hombre cuando no puede proteger a su mujer y a sus hijos. Había decidido morirse en el monte luchando si era necesario, y no encerrado en un cuarto junto con los suyos, lamentando su desventura. Así que, al salir del bohío esa mañana, se persignó y se prometió a sí mismo no retornar con las manos vacías.

    Mientras se internaba en el monte, llevaba el ánimo decidido de un triunfador. Las dedaleras colgaban de los árboles. Las tierras húmedas, pastosas, apretaban en su vientre las raíces anémicas y comprimidas de las plantas tuberculosas. Heriberto vio que al pie de una loma, una colonia como de una docena de repollos de guáyiga crecía con entusiasmo. Se le alegró más el espíritu. Pensó que aunque fuera eso todo lo que encontrara, tenía suficiente comida para su familia por lo menos para una semana. Blandió con frenesí su coa para arrancar la primera cepa de la colonia, y al hacerlo, golpeó con energía la rama de un árbol que la estaba cubriendo. Entonces, una mariposa negra, grande y con ribetes dorados de tornasol y terciopelo en su dorso alzó el vuelo y, por unos minutos, se mantuvo como suspendida en el aire.

    Heriberto quedó pasmado, contemplando ese milagro de la naturaleza. Como el insecto parecía inmóvil en el aire, dejó la coa clavada en la tierra y, todavía con su macuto terciado al hombro, decidió tocarlo. Pero cuando lo intentó, la mariposa se movió unos cuantos pasos; él intentó tocarla de nuevo, y ella de nuevo se movió unos cuantos pasos más. Así siguieron, sin que Heriberto fuera consciente de que el tiempo pasaba. Cuando volvió a mirar a su alrededor, descubrió que sin darse cuenta, se había internado por una vereda que no conocía, y no sabía cómo salir de nuevo a donde había dejado su coa clavada en la tierra. La mariposa se posó en el tronco de un árbol alto y muy grueso, y el color oscuro del insecto se camufló con el color marrón de la cáscara del árbol, de tal modo que aunque él había visto el lugar exacto donde ella se había posado, le costaba mucho trabajo distinguirla.

    En el momento en el que intentó volver a buscar su coa y la colonia de tubérculos, sintió un ruido como el de un tropel de muchos animales acercándose. Heriberto se escondió detrás del árbol donde se había posado la mariposa y, desde ahí, sin ver a la persona que hablaba, escuchó una voz que decía «Ábrete, mamacita casindorada». Heriberto estaba muy asustado y sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. Al cabo de un rato, volvió a escuchar la voz, que decía

    «Ciérrate, mamacita casindorada». Y el ruido del tropel desapareció por el mismo lugar por el que había venido.

    Heriberto estaba como congelado y tenía temor de moverse porque no quería romper el silencio que reinaba en la selva. En ese momento, la mariposa volvió a volar y a quedarse suspendida en el aire. Heriberto otra vez quiso tocarla, pero ella voló nuevamente, esta vez en dirección hacia el lugar desde donde la voz había hablado. La siguió, y ella se posó sobre lo que parecía una peña muy grande que hasta entonces había estado oculta para él. Por pura curiosidad, y todavía lleno de miedo y con voz trémula, Heriberto repitió las palabras que había oído: «Ábrete, mamacita casindorada», y lo que parecía una piedra se convirtió en una casa, y una puerta se abrió, y en su interior había oro por todos los rincones. Todo era de oro. El piso y las paredes eran de oro, y de oro era el techo. Y había oro en forma de barras y en forma de botellas, y turrones y piedras de oro. Había columnas de oro en el centro de la casa y había pececitos, pájaros y animales de oro. Heriberto no se inmutó. Tomó un puñado de piedras de oro, lo echó en su macuto, pronunció las palabras mágicas «Ábrete, mamacita casindorada», la obediente puerta se abrió, y él quedó rico y libre. Ya afuera, repitió las palabras mágicas «Ciérrate, mamacita casindorada», y la puerta se cerró. Heriberto no sabía que tenía poder mágico en sus palabras hasta el momento en el que le mandó a la puerta que se abriera y se cerrara, y ella lo hizo.

    Al salir de la casa, estaba cegado a causa de la iluminación que había en el interior por el resplandor del oro, así que esperó por un instante que su vista se adaptara a la luz líquida del oro del sol. Cuando sus ojos se aclararon, vio que la mariposa negra volaba delante de él y fue tras ella hasta que regresó al lugar donde había dejado su coa de palo clavada en la tierra. Entonces, la mariposa se elevó cada vez más y más, y se perdió a los lejos, entre las copas de los árboles. Heriberto puso el macuto con las piedras de oro en el suelo, con su coa desenterró media docena de tubérculos que serían la comida para él y su familia esa noche, y por los senderos del bosque, encontró el camino a su casa.

    Mientras su mujer preparaba comida con los tubérculos que él había traído, Heriberto le contó la experiencia que había tenido en el monte ese día. Vitelina, su mujer, se asustó mucho y le dijo que se alegraba de que él fuera tan prudente y no hubiera tomado demasiado oro.

    A la mañana siguiente, montó su burro a pelo y se fue al pueblo a vender el oro. Después de venderlo, Heriberto compró alimentos y todos los avíos necesarios para el burro, y así volvió a la casa, con las árganas cargadas para su familia. También compró dos bisagras para agarrar una puerta que se estaba cayendo, unos cuantos clavos para fijar algunas tablas que se estaban saliendo y una lata de pintura para pintar la casita por dentro. A su mujer le compró un vestido de organdí rosado y unas alpargatas.

    Al cabo de una semana, pasó por la casa de Heriberto el compadre Avaricio, que iba hacia al pueblo. Al ver la casita pintada y a Vitelina con unas alpargatas en los pies, preguntó cómo había ocurrido tanto progreso en la casa. La explicación que le dio Heriberto fue que un tío lejano le había dejado una pequeña herencia, pero antes de que terminara, Avaricio se sintió muy indignado. Le dijo que sabía que él no tenía familia que pudiera dejarle nada. Le dijo que estaba mintiendo y que un compadre no debía mentirle a otro compadre. Le dijo que le estaba escondiendo las fuentes de donde había obtenido la riqueza y, enfrente de Vitelina, lo amenazó de muerte si no le decía dónde había encontrado el dinero. Vitelina le había anticipado a Heriberto que no le dijera a nadie lo que había pasado, pero al ver lo agresivo que estaba el compadre Avaricio, lo miró con discreción y le guiñó un ojo.

    Entonces, Heriberto le contó a su compadre lo que le había ocurrido en el monte hacía una semana. Avaricio estaba todavía enojado y aun le reprochó por qué hacía ya una semana que tenía ese secreto y se lo había ocultado a él.

    —Quizás, usted tiene ya escondida una buena porción de ese oro y ahora me viene a mí con ese cuento triste —dijo Avaricio, y aunque Heriberto trataba de disculparse, él no entraba en razón y, finalmente, agregó en tono amenazante—: Hoy mismo me lleva usted a donde está esa «casita casi adrada» que usted dice.

    Heriberto le explicó que ya era muy tarde para adentrarse en el monte e ir hasta donde se encontraba el tesoro, ya que estaba a una larga distancia. Le prometió que a la mañana siguiente lo llevaría, a él solo, y le mostraría el lugar. Después, él podía hacer lo que quisiera. Airado, Avaricio replicó que a él nadie le ordenaba lo que debía hacer, que no iba a perder tiempo arriesgándose a que otra persona encontrara y se llevara el oro, y dictaminó que a la mañana siguiente él iría hacia el monte con sus cinco hijos, su mujer y sus dos cuñados. Otra vez, su compadre trató de advertirle que los caminos eran estrechos y que no era posible llevar animales aviados. Avaricio, muy impaciente, le gritó que llevaría hachas y machetes, y abriría las trochas que fueran necesarias para ir a buscar el tesoro.

    Esa noche, Heriberto no pudo dormir, y Vitelina, aunque no lo verbalizaba, temía que el compadre Avaricio matara a su marido. Heriberto estaba preocupado porque no estaba seguro de poder llegar al sitio exacto donde estaba la casita casindorada, ya que recordaba que había llegado allí guiado por la mariposa negra. Por cómo había visto al compadre Avaricio ese día, se daba cuenta de que si fallaba en encontrar el lugar, era hombre muerto: Avaricio pensaría que era un ardid que él había usado para quedarse con todo el oro.

    Antes que el sol llegó el compadre Avaricio con su

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