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Awqa Puma Temporizador
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Libro electrónico263 páginas3 horas

Awqa Puma Temporizador

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Información de este libro electrónico

Awqa Puma se traslada al pasado para descubrir que su
hroe, el fundador de la nueva humanidad, no es ms que un
cobarde mentiroso
Matas Zuccarelli intuye que slo superar la incapacidad
orgsmica, cuando se deje estrellar en su sueo recurrente de
cada libre
Tres aliengenas le ofrecen la vida eterna, a cambio de
asumir el cargo de archivero de la humanidad
Lucas Agero es la pieza principal de un juego que se est llevando
a cabo quince siglos despus, pero el joven est a punto de patear
el tablero
Luego de la buena acogida de El guionista de Dioso del
Diablo?, Walter Gerardo Greulach vuelve a sorprendernos con
Awqa Puma. El maestro de los fi nales impensados nos transporta
ahora al mundo de la fantasa y de la ciencia fi ccin, en una especie
de montaa rusa de emociones.
Si usted puede adivinar el desenlace de seis de estos once cuentos,
el prximo libro de W.G.G se lo lleva gratis.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento31 may 2011
ISBN9781617648977
Awqa Puma Temporizador

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    Vista previa del libro

    Awqa Puma Temporizador - Walter Greulach

    Copyright © 2011 por Walter Greulach.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso:   2011930352

    ISBN: Tapa Dura           978-1-6176-4895-3

    ISBN: Tapa Blanda        978-1-6176-4896-0

    ISBN: Libro Electrónico  978-1-6176-4897-7

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Tapa e ilustraciones: Gito Petersen

    Corrección y asesoramiento: Graciela Angélica Dobantón

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

    Para ordenar copias adicionales de este libro, contactar:

    Palibrio

    1-877-407-5847

    www.Palibrio.com

    ordenes@palibrio.com

    341662

    Índice

    Prólogo

    Awqa Puma, temporizador

    Del lado de la luna en sombras

    En plena lucidez

    El último viaje del Gringo Julián

    El archivero de la humanidad

    Las termas de Lucifer

    Maximiliano y su piedra azul

    Nueve segundos

    ¿La mentira mejor contada?

    Invasión en Christmas

    Asesino serial del año

    A Tito Barón, Néstor Prieto, Sergio Coniglio y Alfredo Moleker.

    ¿Será que hasta nuestro último empeño es solo un sueño dentro de un sueño?

    Edgard Allan Poe

    Prólogo

    ¿Cómo plasmar en la hoja algo que atrape al lector del principio al fin? Un problema que pocos han podido resolver. A esta altura de la vida, me conformo con que, aunque sea, el veinticinco por ciento de mis relatos cumplan ese objetivo.

    Un cuento excelente puede salvar un libro mediocre, comentaba con acierto un editor el otro día.

    A veces me recriminan la carencia de finales felices, tranquilos, naturales podríamos decir. Miren que lo he intentado, pero la terca lapicera opina por sí sola. Un cuento rosa o el dedo al borde del gatillo parece ser mi dilema.

    En Awqa Puma he atemperado mi espíritu trágico. Sé que les suena poco creíble, pero algunos protagonistas sobreviven en el final de sus historias.

    Un colega escritor, tiempo atrás me llamó la atención:—De tan inesperados tus finales van a llegar a volverse previsibles—me dijo sin anestesia. Por esto usted sostiene en sus manos una obra de cuentos más suave que El guionista de Dios . . . ¿o del Diablo? Aunque sólo un poco.

    El dedo se ha alejado apenas un par de milímetros del gatillo. Que la disfruten . . .

    W.G.G

    Awqa Puma, temporizador

    A Gerald Thomas

    Capítulo I

    El empleado público

    Se arrimó al ventanal de la diminuta vivienda y alzó la vista intrigado.

    ¿Cómo habrá sido el cielo en la antigüedad cuando el clima era inestable? preguntó mirando el horizonte de vidrio azul pálido. Cuántas veces se habían delineado en su imaginación nubes blancas, grises y negras, iluminadas por rayos y con truenos como música de fondo. Entonces un pequeño pestañeo bastaba para anclarlo nuevamente al silencio.

    Awqa Puma acercó con cuidado la taza a sus labios. ¡Vaya si disfrutaba de esta bebida! Tan común en el pasado y ahora casi imposible de conseguir. Le resultaba carísimo y a veces debía esperar como un año para que le llegara una pequeña entrega. Un día, quince décadas atrás, un compañero de trabajo le había hablado sobre un loco que cultivaba en el balconcito de su departamento la extraña planta.

    —De ella se extrae un amargo e imbebible brebaje— acotó.

    Al enterarse que se trataba de café, tan común en la antigüedad, no resistió la idea de probarlo.

    Sentado en el sofá, con los párpados cerrados, repasaba distraídamente las noticias del momento.

    —Nada interesante, las mismas estupideces de siempre— murmuró.

    Iba digiriendo, acompañando con pequeños tragos, las tabletas con los complementos alimenticios que necesitaría para el resto de la jornada. Esta noche antes de acostarse comería alguna más si le volvía el hambre. Siempre envidió a aquéllos que un milenio y pico atrás disfrutaban de los frutos genuinos que la naturaleza les ofrecía. Ahora sólo desabridos productos incoloros eran creados artificialmente en laboratorios.

    Desconectó el ordenador instalado en su cerebro y abrió lentamente sus ojos claros.

    —¡Qué bonita mañana!—dijo sonriendo. Aunque era igual que todas, hoy se sentía feliz.

    Corría el 7 de julio del año 1126 y, bien temprano, le comunicaron la noticia de su vida. Al fin lo habían oficializado como agente temporizador, uno de los empleos públicos más cotizados. Mañana emprendería su primer viaje solo. No más horas interminables en la monótona oficina, no más entrenamientos a la noche y misiones como simple asistente. Sus largos años de estudio y sus contactos en el ministerio comenzaban a rendirle frutos.

    Con solo un pensamiento activó el sistema para cerrar las cortinas. La sala le brindaba ahora una reconfortante oscuridad. Extendió el apoyo para los pies, reclinando un poco más el sillón. Vertió café en el dorado recipiente, aspirando con deleite. El aroma le acercó nostalgias que creía perdidas. Intentó recordar cuándo había realizado el último rebobinado. Más de un milenio de historia estaba almacenado en la memoria inserta en la parte inferior de la nuca.

    —¿Por qué no?—se dijo entusiasmado.

    Tendría todo el día libre, recién mañana debía presentarse en el Instituto Nacional de Administración Temporal. Disminuyó los latidos del corazón e inhaló profundamente, comenzando el viaje por su pasado.

    Del tiempo anterior a su nacimiento tenia grabados videos contextualizados con abundante información. Estaban registrados los hitos más importantes de la civilización naciente.

    Los primeros cincuenta años bajo tierra y las tremendas dificultades para construir la primera ciudad sobre la superficie, terminada en el 57.

    La creación de la asamblea con sus trece supremos y un consejo de treinta senadores. Todos elegidos democráticamente. Este justo sistema duraría hasta el 286, cuando los supremos disolvieron el congreso y pasaron a tener cargos vitalicios. La urgencia de unir filas y unificar criterios en la difícil lucha contra los rebeldes que quieren subvertir nuestro orden, en la maligna búsqueda de estúpidas utopías, era la primera justificación que aparecía acompañando el film del momento infausto en que se consolidaba la dictadura total.

    En el 310 se creaba la Academia mayor para la formación de empleados públicos. Los recién nacidos seleccionados, eran separados de sus padres cuando tenían solamente seis meses y llevados al gigantesco edificio de adoctrinamiento. Allí llegarían a convertirse en expertos en el entendimiento del comportamiento irracional del hombre. Aprenderían a conocer y poder manipular los sentimientos de los otros. Repasarían una y otra vez la historia pre—Umbral de su género, estudiando los errores que no podían volver a repetirse. El punto central de todo era llegar a controlar y si era posible suprimir las emociones sin sentido de la especie humana.

    Otro momento gris en la historia fue el acaecido a principios del 374, cuando se creaba el primer escuadrón de ejecutores. Estos grupos comando, controlados directamente por los supremos, sembraron el terror entre las numerosas mentes libres y soñadoras que aún quedaban por aquellas épocas. Cualquier sospechoso de rebeldía era aniquilado en el mismo sitio y sin ninguna posibilidad de juicio.

    Despuntando la cuarta centuria los sátrapas pergeñaron otra siniestra idea: borrar la historia antigua. Sólo los empleados públicos conocerían sobre la existencia del holocausto y el hombre pre-Umbral. Se acabaría así con el argumento de los subversivos de que el tiempo pasado fue mejor.

    En el 448 se implantó la primera ley que controlaba la natalidad. La población superaba los dos millones de habitantes. La nueva regla permitió sólo un hijo por pareja y regiría por más de sesenta años.

    Corría el 512, el 95% de la superficie terrestre estaba cubierto de aguas mortalmente contaminadas. Resultaba costosísimo y casi impracticable construir nuevas ciudades. Argesto, la número treinta, fue la última. A partir de allí se decidió controlar férreamente el número de seres humanos.

    La medida tomada por el gobierno en el 517 le pareció a muchos ultra radical, pero el tiempo les daría la razón. Todas las mujeres fueron esterilizadas. Pensando en futuros desembarcos en nuevos mundos, en el 5 por ciento el proceso sería reversible. Todo esto pudiese resultar insensato, si no aportáramos un dato fundamental: el increíble desarrollo de la ciencia médica. En la puerta del siglo VI, el hombre alcanzó su más preciado sueño, la inmortalidad. Tres millones de almas convivían en la perfección casi absoluta.

    El 590 de la era pos Umbral fue el año que lo recibió. Formaba parte de los veinticinco mil alumbramientos planificados. Debían reemplazar en la Tierra al contingente que colonizaría Arsumi. Once meses antes, por primera vez una nave espacial había descendido sobre el planeta del tipo habitable más cercano.

    Arsumi está situado a 4.5 años luz de la Tierra, gira alrededor de la estrella Alpha Centauro B en un sistema estelar triple. Es una de las más de diez mil masas rocosas descubiertas y etiquetadas como posibles de albergar vida.

    Awqa Puma disminuyó la velocidad de las imágenes, estaba repasando su infancia y adolescencia. A partir de ese momento, todo lo que sus ojos habían observado estaba grabado segundo a segundo. Miles de horas desgastando pasillos y aulas de la Academia. Estudiando extasiado las imágenes de una vibrante civilización enterrada por sus propias contradicciones. Lejos de mirar con ojos objetivos todo aquello, él se iba identificando cada vez más con los viejos habitantes de la Tierra. Por alguna razón, que nunca llegaría a entender, su cerebro era reticente a cualquier tipo de imposiciones.

    Pausó el rebobinador y desactivó el bloqueador externo. El café circuló reconfortante por su garganta. Sintió un poco de calor y bajó dos grados su termostato corporal.

    —¿No sería mejor ser un ente amorfo caminando tranquilo por allí y no tener esta hiriente conciencia de infelicidad?—se cuestionó el joven inmortal como tantas veces.

    Ver aquella etapa de su vida le provocaba un tremendo desasosiego. Al rememorar los lejanos días de estudiante lo envolvía una sensación de vacío. Tomaba noción de una existencia acotada, del desconocimiento de las emociones más sublimes. El comprender su condición de recipiente hueco lo aterraba. Aunque también lo desvelaba el tema de los dos mil novecientos noventa y nueve empleados públicos restantes que parecían no tener conciencia de esto.

    Sólo tres mil entre tres millones sabían la verdad: hubo un hombre pre—Umbral. Una civilización milenaria dominada por el amor y el odio. Culturalmente riquísima, plagada de razas e idiomas diferentes. La irracional disputa entre oriente y occidente la llevó a la total destrucción. En menos de una semana trece mil millones de seres humanos (junto a toda especie viviente) fueron eliminados de la faz de la tierra.

    En la nueva era, siempre los mismos tres mil privilegiados (o malditos) estuvieron a cargo del lavado de cerebros, del mantenimiento del status quo. Al principio a sangre y a fuego, masacrando a los espíritus indómitos que buscaban el libre albedrío. En la actualidad todo era más sencillo, se habían reportado sólo tres ejecuciones en los pasados dos siglos. La última, ciento treinta años atrás.

    El Estado y su mano de obra lograron el principal objetivo trazado por los primeros supremos: transformar a una especie vivaz, enérgica y emprendedora en una masa insulsa de autómatas idiotizados.

    A veces Awqa Puma creía que era el único que pensaba de aquella manera. Nada puede ser peor que el holocausto total, respondían sumisos sus compañeros de trabajo cuando les planteaba alguna interrogante. No llegaba a discernir si era miedo o convicción lo que los dominaba. Nunca tensó la cuerda, ni llevó la conversación más allá de alguna aventurada frase. Quizá fuese el último soñador, un rebelde encubierto. De una cosa estaba seguro: no era ningún idiota. No pensaba inmolarse por la causa. Tenía otros planes.

    Capítulo II

    El fundador

    —Como ustedes lo han dicho caballeros, la decisión está tomada, no hay vuelta atrás—dijo el hombre, mirando tímidamente a las otras personas que se hallaban frente a él. Es cuestión de tiempo para que todo se derrumbe definitivamente. Mejor actuar rápido pues la supervivencia del hombre mismo está en juego.

    Veinte años después a ochocientos metros bajo tierra, el doctor Humbert Grenlich se preguntaba si aquélla había sido la única opción. Caminando pesadamente por el pasillo que unía los laboratorios con la zona de dormitorios, seguía recordando la trascendental reunión. De un lado, el grupo compuesto por los doce científicos a cargo del plan; del otro lado, los siete políticos más influyentes del mundo. El lugar, una pequeña y discreta oficina en el edificio central de la ONU en Pekín.

    Éste había sido el último cónclave de una serie de dieciocho realizados durante tres años y medio. El tópico principal, desde el primer encuentro, fue el de la superpoblación mundial. En aquel diciembre del 2083 las cifras hablaban de más de trece mil millones de habitantes. El hecho adquiría características dramáticas debido a la escasez de alimentos. Un panorama que había sobrepasado las proyecciones más pesimistas.

    El 60 por ciento de las tierras cultivables a principios de siglo eran ahora nuevas zonas marinas. El calentamiento global estaba derritiendo en forma acelerada el hielo polar. En ocho décadas la tierra seca se redujo casi a la mitad. El 95 por ciento de los seres humanos vivía hacinado en gigantescas ciudades. El caos empezaba a imperar en gran parte de ellas. Se habían construido unas especies de ciudadelas internas en donde vivían acuartelados los privilegiados de siempre. Esta elite buscaba desesperadamente una salida al colapso que se avecinaba.

    El doctor Grenlich, prestigioso físico nuclear quien residía por entonces en la fortaleza de Berlín, era consciente de la urgencia de un cambio radical que salvaguardara la especie. O por lo menos, a los privilegiados. El holocausto no va a ser nuclear como se pronostica desde el siglo pasado, sino que los humanos terminarían comiéndose unos a otros, comentaba el científico a quien quisiese oírlo.

    Otra de las principales causas del descalabro mundial radicaba en que este reducido núcleo de gente multimillonaria no estaba dispuesto, de ninguna forma, a utilizar esa riqueza para ayudar a sus semejantes. De esto, lamentablemente, Grenlich tomaría conciencia años después.

    En esas aciagas jornadas fue estructurando en su mente la estrategia. A primera instancia, ridícula por lo descabellada. Cobró impulso cuando se la presentó, casi como una broma de mal gusto, a tres respetados colegas en una mesa de café. La reacción seria y meditada de sus interlocutores fue el puntapié inicial. A partir de allí, buscó el apoyo de los grandes iluminados de la comunidad científica y cuando estuvieron seguros de su viabilidad, la presentaron ante los popes políticos.

    Se edificarían diez ciudades subterráneas, a un kilómetro de profundidad. Deberían estar en las zonas más apartadas de los centros poblacionales. Era imprescindible garantizar la perfecta comunicación entre todas ellas. Pasase lo que pasase no se podía nunca interrumpir el contacto. Deberían contar con todos los elementos técnicos y humanos que garantizaran su completa autogestión. Ocho mil personas en cada núcleo con el espacio y sobradas comodidades para sobrevivir meses y hasta años si fuese necesario. Mientras tanto, en la superficie, las masas hambrientas asolarían el planeta.

    Los costos de esta obra faraónica serían solventados por los siete gobiernos que regían el planeta: China, India, la comunidad europea, EE UU, Brasil, Irán e Israel. Todos coordinados por la ONU. Sólo un pequeño núcleo de influyentes en cada país estaría al corriente del emprendimiento. El secreto y la discreción absolutos serían los únicos garantes del éxito.

    Tras un arduo debate, en la cuarta reunión, después de limadas algunas diferencias se autorizó el comienzo de todas las ciudades en forma simultánea. En tres años los trabajos debían estar terminados.

    Dejó las botas abajo de la cama y se sacó con desgano las medias azules. Recostó su cuerpo sobre el colchón blando y volvió a interrogarse si no existió otra salida. Vivía deprimido, la conciencia lo martirizaba y ni siquiera tenía la certeza de que lo hecho iba a terminar en algo positivo.

    Recordaba nítidamente la reunión final y la cara de espanto de la mayoría de los allí presentes. En

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