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El Padre Sin Cabeza Y Rumbo a Xoy
El Padre Sin Cabeza Y Rumbo a Xoy
El Padre Sin Cabeza Y Rumbo a Xoy
Libro electrónico89 páginas1 hora

El Padre Sin Cabeza Y Rumbo a Xoy

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Jos Zednem es Jos Benigno Mndez Cabrera, Jos Mndez o Nino (el Tata). Sus padres, quienes fueron agricultores y comerciantes, le entonaban canciones indgenas de cuna, rancheras y de marimba, y le contaban relatos de antao, y todo sto probablemente influy a que desde muy pequeo demostrara inters por la msica y la literatura, por eso en quinto grado de primaria gan su primer concurso de poesa dedicado al rbol.
Apegado a su terruo, la mayora de sus temas estn relacionados a su queridsimo Xoy, donde vivi casi permanentemente hasta los veintids aos, pues a los catorce en Antigua-Guatemala; a los diecisiete aos estudia en Quezaltenango y all aprende a ejecutar muy bien la guitarra y el lad. Luego se traslada a la ciudad capital y su inters abarca otro instrumento ms, la marimba.
Su trabajo bsico fue de maestro, primero de educacin primaria, luego de Bachillerato y Magisterio y de catedrtico en la Extensin Universitaria de San Carlos, y finalmente de Maestro Asistente en los Estados Unidos de Amrica.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento17 sept 2013
ISBN9781463358815
El Padre Sin Cabeza Y Rumbo a Xoy
Autor

José Zednem

José Zednem, nació en Joyabaj, El Quiché, Guatemala, en octubre de 1946. Pertenece a la quinta generación de músicos, poetas y locos, desde Tata Pedro Méndez, y es de los pocos que se han decidido a publicar sus creaciones. Se graduó de Maestro de Educación Primaria en el Instituto Rafael Aqueche y su primera experiencia de educador rural lo llevó a lugares remotos durante un período de tres años. Posteriormente se trasladó a la ciudad capital y continuó estudios de Pedagogía, Historia Universal, Filosofía y Letras en la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde se graduó de Profesor de Enseñanza Media en Lengua y Literatura Española e Hispanoamericana. En el año 1990 publicó por primera vez El padre sin cabeza (Leyenda de Joyabaj), con una venta récord de tres mil ejemplares en menos de un mes. Y reaparece la misma obra con un agregado de tres cuentos titulados Rumbo a Xoy, pero ahora en los Estados Unidos de América, donde actualmente reside con su familia desde hace más dedieciséis años en Marrero, Nueva Orleans, Louisiana.

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    El Padre Sin Cabeza Y Rumbo a Xoy - José Zednem

    El padre sin cabeza

    (Leyenda de Joyabaj) 

    y

    Rumbo a Xoy

    10472.png

    José Zednem

    Copyright © 2013 por José Zednem.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013909989

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 10/08/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    473734

    Índice

    DEDICATORIA

    EL PADRE SIN CABEZA (Leyenda de Joyabaj)

    RUMBO A XOY

    EL DE LOS PLÁTANOS

    Epílogo

    EL RESPETO A LOS MAYORES

    EL RETORNO A MI PUEBLO

    DEDICATORIA

    A DIOS :   Quien me da palabra.

    A MIS PADRES BIOLÓGICOS :

                   Simeón Méndez Bolaños

                   Aura Domitila Cabrera Sánchez

    A mi esposa:   Ninfa Lizet

    Mis hijos :   Nino y Jennifer, Aura y Louis,

                   Rolando.

    MIS NIETOS :   Louis e Isabel.

    Y usted, naturalmente.

    EL PADRE SIN CABEZA

    (LEYENDA DE JOYABAJ)

    Estábamos sentados en unas tablas sostenidas por unos burros de madera en el lugar que sirve de plaza al pueblo. Era la noche de un sábado, víspera del mejor día de la semana, y precisamente por eso estaban allí las tablas, los burros y palos que sirven para instalar las tiendas ambulantes de los achimeros.(1)

    Uno de mis niños me dice:

    − ¡Papa, cuéntanos un cuento!

    Mariita, aprobando con celeridad:

    − ¡Síiii, un cuento!

    − Aaahhh, ¿les parece uno del Duende?

    − ¡Ah, no!; esos dan mucho miedo –dice mi esposa.

    − Entonces, ¿uno de La Llorona?

    − ¡Huuuuuy, peor! –dicen varias voces. Mi hermana, que estaba acostumbrada a esos relatos, sólo reía, esperando, maliciosamente, que yo contara uno espeluznante, para experimentar en los patojos aquellas sensaciones que ella había grabado en su niñez.

    − Bueno, les contaré del Padre sin cabeza –resolví–; de los sucesos cuando él vivió y de cómo fue sepultado, sin cabeza, en El Calvario, ¿les parece?

    !Síiii! (varias voces); pelo que no lé mutho mieeyo (una voz); ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja! (todos, menos una).

    Él, en realidad, tenía cabeza –dice mi hermana, tratando de amortiguar algún desvanecimiento–. Era un hombre muy raro. Algunos dicen aún que no comía. Los inditos que vivían cerca de El Calvario, decían que sí comía, pero muy poco. Pensaban que más se alimentaba de hierbas, en mínimas cantidades y crudas… De vez en cuando se acercaba a las casas de los naturales y, con señas, les pedía frijoles y unas dos tortillas. Hacía sus machules(2), comía, daba las gracias con una reverencia muy tímida y, frotándose las manos para limpiárselas, se retiraba, mirando siempre al suelo.

    Proseguí, contrariando la narrativa descollada de mi hermana: Era pelón, de estatura mediana, poquita barba, delgado, muy pensativo, sotana negruzca… tal vez gris.

    Los patojos se apretujaban, por aquello de los escalofríos. Aunque unos términos los desconocían, los sustituían con nuestra mímica; además sus pensamientos iban más delante de nuestro relato, pues en alguna otra oportunidad ya habían oído esta narración, con variantes, pero esencialmente, la misma.

    Pocas horas más temprano que ahorita –continué–, como a las seis de la tarde, empezaba a correr cierto viento raro en todo el pueblo: levantaba papeles, tusas, hojas y otras basuras livianas como en remolinos chiquitos; les daba vueltas en el aire y huían, para caer de nuevo a otro remolino. Los olotes y serotes de chuchos –y a veces hasta de gente, ji-ji— se quebraban, revolcándose en las calles, empedradas unas, de terracería otras… Pueblo oscuro; las paredes encaladas de las casas también se deprimían ante la penumbra provocada por las nubes alborotadas y sucias.

    Hoy va haber misa, era el clamor angustioso de los papás, los abuelos, las tías. ¿Qué quéee? Que habrá misa. Los patojos se meten a su cama cada quien y cuidadito si se acercan a las ventanas, era una de las primeras reprimendas.

    El viento a cada rato se hacía más fuerte, violento. Los árboles pequeños y grandes de los patios de las casas hasta se acostaban y crujían a causa del castigo que azotaba al pueblo. Por los dos barrancos de casi toda la Calle Real se oía —según la época— el impacto de los injertos o aguacates o sunsas o guapinoles, coyoles, jaboncillos, nances, a veces matasanos, zapotes y hasta jocotes de corona y de shino.

    Como a las once de la noche, el viento comenzaba a amainar y rápido. Minutos después, ya todo en media calma, el silencio era extrañable para quienes curiosamente esperaban aún hasta la una de la mañana del día siguiente. (Siempre hay curiosos, y gracias a ellos el relato se complementa.)

    Ya tranquilizado el ambiente, silencio absoluto, empezaba a oírse voces, y parecía de viajeros que, con paso tranquilo y acompasado, se dirigían a algún lugar remoto e interesante. No se entendía qué decían, pero por el murmullo que se captaba era de intuírse cierta tranquilidad de los interlocutores. Hablaban probablemente español, porque la mayor intensidad del acento en las palabras era grave, y se dejaban notar interjecciones suaves como: ¡Ahhh!, Mmmmmmmmmm, ¡Ajaa!, Tototentototente, Mmmmfú.

    Los curiosos que ya mencioné, gente madura, y que esperaban después de la fuerza impetuosa del viento,

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