Historias de la Coja: En el amor todo vale
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Cuando el amor se hace presente y ya no sabes que hacer, sólo hay una persona que te puede guiar.
Marco Antonio Ojeda Parada
En coautoría con Carolina Andrea Soto San Martín"La importancia de tener acceso al conocimiento es aplicarlo y compartirlo, porque el amor es la fuerza de todo lo bueno, de los cambios y es la clave del mundo nuevo" @PortaldelEmbrujo
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Historias de la Coja - Marco Antonio Ojeda Parada
HISTORIAS DE LA COJA
«En el amor todo vale»
***
Ya era tarde, oscurecía y el supermercado estaba a punto de cerrar. Afuera hacía frío y todavía faltaba acomodar algunas repisas antes de salir. En uno de los pasillos, y junto a una estantería, se encontraba él, Francisco, un joven reponedor que ya llevaba unos años trabajando en aquel lugar. Su turno ya casi terminaba y sólo le quedaba sacar y acomodar los últimos productos de unas cajas en su sector. El lugar estaba bastante silencioso e incluso ya habían apagado esa música ambiental que ponen cuando uno va a comprar. Francisco no presintió nada, simplemente, y de un momento a otro, sintió que una mano tocó su hombro.
─Acompáñame. Tengo una tarea para ti.
Al voltear de un sobresalto vio a ese hombre cincuentón que siempre estaba pendiente de él. Era don Jaime, el supervisor. Ya se notaba su edad y la verdad es que aparentaba ser mucho mayor de lo que era, quizás por todo el estrés que conlleva su labor. Tenía un caminar pausado y una mirada apacible, lucía ya sus buenas canas en el cabello aunque muchas veces las intentó ocultar y, aunque era muy serio cuando quería serlo, siempre estaba dispuesto a ayudar y a escuchar a quien lo necesitase. Don Jaime parecía tener ojos hasta por detrás de la espalda ya que siempre sabía lo que ocurría a su alrededor, pero a pesar de todo nunca actuaba como un viejo amargado, más bien su rostro siempre reflejaba simpatía y se notaba que era bastante agradable en su interior. Francisco lo miró a los ojos y, ya recuperándose del susto que le dio, volvió a dejar la caja que había tomado en su lugar para ir con él.
Mientras caminaban, Francisco pensó que tendría que quedarse tediosamente organizando nuevos productos como ya tantas veces lo había hecho. La última vez fueron 2 horas extras de trabajo y, aunque la paga por eso no era mala, no le agradaba cambiar sus planes a último minuto, ni menos le agradaba quedarse más tiempo del esperado en el supermercado.
─Sé que es tarde, pero necesito que acompañes a una señorita a conocer las instalaciones ─dijo don Jaime─. Desde mañana comienza a trabajar de reponedora, y tú podrás explicarle, mejor que yo, como funciona el sistema para que así mañana al menos ya sepa por dónde empezar.
─Sí, señor.
Francisco era un joven delgado, tímido y respetuoso, y siempre se mostraba dispuesto a colaborar, de seguro esa era una de las razones por la cual el supervisor lo estimaba y lo consideraba cada vez que se requería a alguien para hacer unas horas extras.
Mientras caminaban vio a lo lejos a una joven delgada y, sin saber por qué, eso le empezó a causar nerviosismo, era una rara sensación.
Ella era bajita, de tez blanca y pecosa, tenía el cabello claro, liso y le llegaba hasta la mitad de su espalda. Se asemejaba a una cascada de agua. Era de semblante serio, pero tenía un muy dulce mirar. Era muy menuda y no muy curvilínea de cuerpo, pero sin embargo, su ropa le resaltaba la pequeña cintura que tenía.
─Señorita Juanita, él es Francisco. La llevará a conocer las instalaciones.
La joven miró a Francisco directo a los ojos y le sonrió. Aquella mirada lo puso nervioso y su sonrisa lo hizo estremecer haciéndole sentir inmediatamente un calor intenso en el pecho y, por un instante, tuvo la sensación de que jamás volvería a respirar.
─Hola.
Francisco enmudeció al escucharla. Ella era, sin duda alguna, la mujer más bonita que había visto jamás. Luego de un momento, y como si no supiera qué decir, le respondió con apenas un hilo de voz:
─Hola...
Con un hablar y un caminar un poco torpe, netamente influenciado por los nervios, Francisco comenzó a explicarle el funcionamiento del lugar. Caminaron por largos pasillos que tenían estanterías por ambos lados llenos de muchos productos que Juanita debía aprender a organizar. Así que ahí estaba ella, comprendiendo cómo debían colocarse las etiquetas en cada repisa, cómo debían apilarse las cajas de los diferentes productos para usar bien el espacio designado para ellas, y cómo interpretar el nombre que les ponían a los pasillos para saber qué mercaderías debía llevar a ese lugar.
El recorrido duró por lo menos 1 hora y, mientras caminaban, Francisco no podía evitar mirarla tratando de memorizar cada una de sus facciones.
Juanita tenía unos ojos de color pardo y unas preciosas pecas en sus mejillas, además de esa linda sonrisa que vio cuando llegó y que con ansias esperaba volver a ver.
De vez en cuando él trataba de sonreírle, sin embargo, la muchacha, muy seria y concentrada, no lo observaba pues con sus ojos apuntaba cada detalle del trabajo que debía desempeñar.
Al terminar el