Naufragios urbanos
Por Marco Cañizales
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Naufragios urbanos - Marco Cañizales
Marco Cañizales
Naufragios
urbanos
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y con ello, apoyar los esfuerzos creativos de su autor y de la editorial,
empeñada en la producción y divulgación de bibliodiversidad.
Su apoyo implica impedir copias no autorizadas de la misma
y confiamos plenamente en su honestidad y solidaridad.
logourukColección Sulayom
San José, Costa Rica
Primera edición, 2018.
© Uruk Editores, S.A.
© Marco Cañizales.
San José, Costa Rica.
Teléfono: (506) 2271-6321.
Correo electrónico: info@urukeditores.com
Internet: www.urukeditores.com.
Fotografía de portada: Pixabay, liberada de derechos de autor bajo Creative Commons.
Prohibida la reproducción total o parcial por medios mecánicos, electrónicos, digitales o cualquier otro, sin la autorización escrita del editor. Todos los derechos reservados. Hecho el depósito de ley.
Impresión: Publicaciones El Atabal, S.A., San José, Costa Rica.
"[...] yo quiero ser triste
porque cuando uno es triste
queda más tiempo para pensar"
Joaquín Gutiérrez Mangel
Para Esteban y Naty,
mis cuentos favoritos.
Desamores de oficina
Yo debería enamorarme de vos. Lo dijo de una vez y sin pensarlo, dejó la boca entreabierta para llenar la oficina de su incienso y con la mirada fija en mí, con las pestañas apuntando a la gloria de las nubes de gypsum y al sol fluorescente de la oficina.
Acababa de leer mi blog y luego de ver el último poema soltó la frase sin pensarlo, volvió la mirada al monitor y siguió trabajando. Yo quedé mirando el ángulo desde donde hacía solo unos segundos sus ojos me miraban. Yo debería enamorarme de vos, me dijo, y yo me preguntaba si sabía que el poema era para ella; claro que tenía que saberlo. No me dio tiempo de responderle, Manuel entró en la oficina pisoteando la alfombra y también mi poema, la miró con ese beso ocular que se dan los amantes de oficina cuando los demás miran. De nuevo dejó la boca entreabierta llenando todo con el aroma de su aliento, pero esta vez el aroma no era para mí.
Cerré los ojos con la ansiedad de no mirar más sus besos oculares, para no ver las risitas cómplices. Me concentré en el reporte de Acevedo, tan necio con esas ganas de llevar al éxito un proyecto fracasado. Era un buen proyecto, una buena intención. Las buenas intenciones en esta oficina nacen sietemesinas y maltrechas, con pocas posibilidades de triunfar en la vida, con pulmones angostos que no las dejan ganar el aire de las otras ideas, las malas, las de los jefes, las que luego tenemos que rescatar de su torpeza, las que cuando triunfan son de los jefes y cuando fracasan nos las ponen encima como elefantes a los que nosotros dimos a luz.
Mi amor por ella era una buena intención, tal vez por eso no prosperaba y saltaba del Word en mi monitor al blog mal entildado en el monitor de ella. ¿Sabrá de verdad que me gusta? Ya superé mi miedo a decírselo, he llegado al valor absoluto del silencio, de mirarla besarse con Manuel a la salida, llegando ya al café teatro. Manuel también lo sabía, tal vez por eso aún me duele la rodilla desde el último partido Contabilidad versus Ventas. Fue un azar deportivo, dijimos, pero él y yo sabíamos que no. Al menos yo gané esa partida. Tres a dos ganamos, los tres goles míos por Ventas y un gol de él por Contabilidad. Yo conservé el triunfo y él la boca de ella que humedece todo con su aroma. Salí perdiendo con marcador a favor: tres a dos.
Ya era el mediodía y decidí dejarlos tranquilos dándose sus besos oculares, o de otro tipo; me monté al ascensor con la esperanza de un alivio, de un no mirarlos más. Me recosté al espejo del ascensor e inhalé con total claridad el aroma de la boca de ella. Cerré los ojos y traté de pensar en otra cosa, los abrí y me concentré en las lucecitas que marcaban el descenso tres, dos, uno. La puerta se abrió, calenté mi comida, me senté. Sonia se sentó a mi lado como de costumbre, me veía con esa mirada maravillosa que me daba siempre que yo estaba triste, o que me daba siempre y yo solo notaba cuando me sentía triste. ¿Cómo vas? –Bien, ¿vos? –La pasé genial el fin de semana, me fui con mis hermanos a Jacó, pasamos por la feria del maíz y te traje chorreadas, apenas las vi me acordé de vos. Y me miraba con los mismos ojos que yo miraba la chorreada, y ponía esos ojos apasionados, pero también maternales… ¡cómo me joden esos ojos maternales! Si no fuera por esos ojos. Me contaba todo de la playa y el mar, de lo que comió, del mosco que la picó. Insistía en tocarme la mano cada tres frases. De cuando en vez, su pie me rozaba bajo la mesa de forma casi accidental; lo sería de no estar acompañado por una miradita cómplice a cada toque. Y yo la miraba con cariño y la distancia que da ese cariño de a quien no se quiere. Cerré mis labios y con la fuerza de mi silencio le dije: yo debería enamorarme de vos.
Varias veces en el mismo instante
"[…] ma due occhi che ti guardano, cosi vicini e veri
ti fan scordare le parole, confondono i pensieri"
Lucio Dalla
Sacó de nuevo la ficha y leyó el número: A58. No había cambiado desde la última vez que lo vio. Ensayó una nueva forma de doblar el papel y lo guardó en su bolsa. Segundos más tarde palparía la bolsa para comprobar que seguía ahí y memorizó de nuevo el bolsillo utilizado, el izquierdo de la camisa, con la esperanza de no olvidar dónde estaba cuando lo llamaran. Nunca funcionaba, la ficha siempre aparecía después de requisar todas las bolsas ante la mirada cansada del ejecutivo.
Sacó de nuevo el papel de la ficha y lo interrogó, el papel confesó cansino, A58. Miró la pizarra electrónica, aún faltaba mucho para su turno; la pizarra parpadeó y gritó, A24, pasar a posición ocho. Sacó el papel de nuevo, más para distraerse que para verificar el número; A58. La pizarra aún seguía mostrándose desinteresada y burocrática en el A24.
A58, el número no había cambiado, pero sí habían cambiado de posición los incómodos clientes en las desesperadas sillas, algunos incluso preferían ponerse de pie. Dobló la ficha en picos esta vez.