Url, el señor de las montañas
Por Diego Fortunato
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En una de las más fascinantes epopeyas contemporáneas, Url, El Señor de las Montañas, un ser dotado de poderes divinos, libra feroces batallas al lado de sus guerreros para salvar a su nación de las garras de La Fuerza del Mal, comandadas por el sanguinario dictador Adolfo Láchez, quien posee un entrenado y bien armado ejército de más de un millón de hombres. Para enfrentarlo, utiliza los poderes de El báculo de la Esperanza, un poderoso madero de gran fuerza destructiva que le fue legado por El Creador. Katria, una bella ex modelo, Longar, el soldado negro, Hatch, el guerrero petrolero y Kunato, el japonés estratega, son algunos de los héroes Libertarios que luchan a lado de Url en unas inhóspitas montañas enclavadas en La Cordillera de la Costa. El día de La Batalla Final, ocurrirá un acontecimiento que hará estremecer de miedo hasta a los más fieros guerreros.
Diego Fortunato
SOBRE DEL AUTORDiego Fortunato, escritor, poeta, periodista y pintor italiano nacido en Pescara (Italia). Desde su más tierna infancia vive en Venezuela, su tierra adoptiva, país donde se trasladaron sus padres al huir de los rigores y devastación que dejó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Cursó estudios académicos que van desde teatro, en la Escuela de Teatro Lily Álvarez Sierra de Caracas, pintura, leyes en la Facultad de Derecho y periodismo en la entonces llamada Escuela de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela. Desde temprana edad fue seducido por las artes plásticas y la literatura gracias a la pasión y esmero de su madre, ávida lectora y pintora aficionada. Sus novelas, teñidas de aventura, acción y suspenso, logran atrapar en un instante la atención del lector. Sus poesías, salpicadas de delicada belleza, están tejidas de mágicas metáforas. La pintura merece capítulo aparte. En sus cuadros, de impactantes contrastes cromáticos y a veces de sutiles y delicadas aguadas, Fortunato establece sorprendentes diálogos con la luz y las sombras, como en el caso de sus series Mujeres de piel de sombra y La femme en ocre. La mayoría de las portadas de sus libros están ilustradas con sus obras pictóricas.ALGUNAS OBRASNovelas: La Conexión (2001). La Montaña-Diario de un desesperado (2002). Url, El Señor de las Montañas (2003). El papiro (2004). La estrella perdida (El Papiro II-2008). La ventana de agua (El Papiro III-2009). Atrapen al sueño (2012). La espina del camaleón (2014). 33-La profecía (2015). Pirámides de hielo-La revelación (2015). Al este de la muralla-El ojo sagrado (2016). La ciudad sumergida-El último camino (2017). Borneo-El lago de cristal (2019). El origen-Camino al Edén (2020). La palabra (2021). Cuentos: En las profundidades del miedo (1969). Dunas en el cielo (2018). Conciencia (2018).- Dramaturgia: Franco Súperstar (1988), Diego Fortunato-Víctor J. Rodríguez. Ensayos: Evangelios Sotroc (2009). Pensamientos y Sentimientos (2005). Poemarios: Brindis al Dolor (1971). Cuando las Tardes se Tiñen de Aburrimiento (1994). Lágrimas en el cielo (1996). Hojas de abril (1998). El riel de la esperanza (2002). Caricias al Tiempo (2006). Acordes de Vida (2007). Poemas sin clasificar (2008). Palabras al viento (2010). El vuelo (2011). El sueño del peregrino (2016). Sueños de silencio (2018).
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Url, el señor de las montañas - Diego Fortunato
Url, el señor
de las montañas
Por Diego Fortunato
SMASHWORDS EDITION
Url, el señor de las montañas
Copyright © 2002 by Diego Fortunato
Smashwords Edition, leave note
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Diego
Fortunato
Url, el señor
de las montañas
§
Editorial
BUENA FORTUNA
Caracas
DIEGO FORTUNATO
Editorial Buena Fortuna
Caracas, VENEZUELA
Todos los derechos reservados
© Copyright
Url, el señor de las montañas
Copyright©2002 by Diego Fortunato
Cubierta copyright©Diego Odín Fortunato
Pintura de cubierta copyright©Roland Ramírez
ISBN 978-980-12-0010-9
Depósito Legal: If2522003800109
Publicado por
Diego Fortunato en www.smashwords.com
Fotocomposición y Montaje Graphics Center, c.a.
Impreso en Venezuela por Graphics Center, c.a.
Primera Edición: febrero del 2003
E-mail: diegofortunato2002@gmail.com
Esta es una obra de ficción. Los nombres, lugares, caracteres, incidentes y profesiones son producto de la imaginación del autor o están usados de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas actuales, vivas o muertas, acontecimientos o lugares, es mera coincidencia. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del autor y editor.
Entonces me dije a mí mismo: Dios juzgará
al justo y al malvado, porque allá hay un tiempo para cada cosa y para cada acción.
Eclesiastés, 3:17
Mientras los buenos se queden
tranquilos, el mal triunfará.
1
Altivo, con sus dos piernas abiertas bien afianzadas en el suelo, un guerrero escrutaba el horizonte desde el risco de una montaña. En sus manos sostenía un largo cayado de madera mientras que de uno de sus hombros colgaba un lanzacohetes de corto alcance.
Blanco, con el rostro curtido por las inclemencias del tiempo y la edad, el hombre vestía una harapienta batola de lino blanco que ligeramente rozaba sus sucias botas de campaña. Un desvencijado cuero anudado en sus dos extremos le servía de cinturón y sostén de algunas municiones. Su abundante barba y despeinada cabellera entrecana enlazada en forma de cola de caballo detrás de la cabeza, ondulaba al capricho de los vientos del norte. Permanecía inmóvil en el pico más elevado de toda la región, una atalaya natural conocida como Paraje del elefante porque la inmensa roca de granito semejaba la cabeza de un elefante con sus orejas expandidas y listo para atacar.
Sus guerreros lo llamaban Url y era el líder de La Fuerza Libertaria de La Cordillera de la Costa. Pese a que en el extenso territorio donde se combatía las comunicaciones con los otros frentes eran precarias o casi nulas, la gran mayoría de los soldados del ejército que comandaba, aunque nunca lo habían visto, conocían de sus hazañas y memorables batallas vencidas.
Entre los valientes que luchaban por la libertad de su país, Url era el más excepcional de todos porque poseía poderes como ningún otro ser sobre la faz de la tierra.
Ese día, un cuatro de abril, atisbaba el cielo en espera de un inminente ataque. Los combates fratricidas que habían estallado hace más de tres años estaban llegando a su fase culminante. Presentía que la batalla final estaba por llegar, pero no sería esa tarde y tampoco en aquel lugar.
Ante la vigilante mirada de más de un centenar de guerreros que permanecían apostados detrás de sus espaldas, un ruido casi imperceptible para cualquier otro oído humano que procedía de lo profundo del bosque lo puso sobre aviso. En movimiento instintivo, hizo deslizar el lanzacohetes de su hombro y lo apuntó hacia las copas de unos frondosos árboles que se movían al vaivén del viento. Espero algunos segundos y disparó. Una centelleante estela blanquecina surcó la montaña y penetró el corazón del follaje. Pronto se escuchó un ensordecedor estallido seguido de otras detonaciones y lenguas de fuego. Por la cantidad de explosiones, sus guerreros presumieron que Url había hecho blanco en un pequeño convoy de blindados ligeros que logró colarse en la montaña y sigiloso se abrían paso por un angosto sendero que había en la ladera.
Cómo supo aquel hombre que La Fuerza del Mal había penetrado los dominios Libertarios, nadie siquiera podría imaginarlo.
Impasible y con la mirada fija en la humareda, alzó el brazo en alto y con el cayado hizo señas a los vigías de las otras montañas vecinas para que estuviesen alerta.
Sin moverse del acantilado dirigió la mirada al cielo y entre la cresta de dos picos gemelos distinguió las siluetas de tres cazabombarderos con su fuselaje camuflado en tétrico barniz negro mate. Los pájaros de guerra se acercaban a velocidad supersónica hacia donde estaban.
Cuando creyó tenerlos a distancia, indiferente a las mortíferas ráfagas que escupían sobre ellos aquellas aves asesinas, extendió los brazos en forma de cruz y pronto los volvió a cerrar dejando caer el lanzacohetes, que dando brincos rodó cerca de sus pies. Sin inmutarse, aprisionó con fuerza el cayado entre sus dos manos, cerró por instantes los ojos y al volverlos a abrir dirigió la punta del madero hacia el avión más cercano.
De aquella vara en cuya punta tenía tallada la cabeza de un carnero, salió un azulado rayo de luz que enseguida impactó en el corazón del pájaro de guerra dejándolo fuera de combate en cuestión de segundos. Los otros dos corrieron la misma suerte.
Del este y el sur apareció un par más, pero fueron derribados por las certeras baterías antiaéreas Libertarias enclavadas en los flancos de las montañas.
Una ligera llovizna comenzó a rociar la verde montaña. Url seguía estático en el borde del Paraje del elefante a la espera de otra arremetida, pero esta no ocurrió.
Convencido de que no habría más ataques, giró sobre sus talones, recogió el lanzacohetes del suelo y fue al encuentro de sus hombres, quienes al verlo caminar hacia ellos comenzaron a vitorearlo.
Desde los siete picachos que se elevaban en aquel solitario paraje, los guerreros dispararon salvas al aire para celebrar la victoria.
A pasos firmes Url se mezcló entre sus hombres. Su semblante no reflejaba alegría sino una profunda inquietud. Algo le perturbaba. Se detuvo cerca de unos guerreros y preguntó por las bajas.
–Son pocas, apenas nos tocaron –informó con el rostro pincelado de gloria un joven soldado que no debería pasar de los diecisiete años.
–Me duele igual… No importa si fuese una o mil –respondió con frustración.
–Están penetrando la montaña... Será difícil contenerlos por mucho tiempo. Tú, más que nadie, lo sabes… ¿Qué haremos? –preguntó reflexivo Longar, un negro y fornido comandante que siempre lo acompañaba durante las batallas.
–Nada… Seguiremos aquí. Es el punto más elevado y con más Libertarios que montaña alguna haya tenido. Aquí resistiremos hasta lograr la victoria y la libertad.
–Pero señor, ya nos tienen ubicados y seremos blanco fácil de sus incursiones –señaló confuso Kunato, un joven de descendencia japonesa que luchaba junto a ellos hace un par de años.
–El Padre me pide que permanezca aquí y así lo haré –concluyó Url sereno, sin dar más explicaciones.
–Si así lo deseas, así se hará señor... –respondió el guerrero japonés con humilde obediencia achinando aún más sus pequeños y rasgados ojos.
Url sabía que un extraordinario poder divino regía cada uno de sus actos, aunque no comprendía cómo y porqué sus pensamientos estaban aunados a esas sensaciones. Hasta en los momentos que era asaltado por perniciosas dudas, acataba los sacros designios que les eran transmitidos desde lo más profundo de su alma. Su fe lo mantenía inflexible.
– ¿Vas al valle? – preguntó Kunato al verlo melancólico.
–Después… Todavía tengo cosas que hacer –contestó parco.
Junto a Longar, veterano capitán que había desertado de Las Fuerzas Armadas de la nación que ahora buscaba libertar, caminó por una boscosa vereda llena de frondosos eucaliptos que conducía al improvisado hospital de campaña construido en un desfiladero cercano.
Estando a pocos metros de la entrada, un fuerte olor a sangre y muerte impregnó el aire en toda su profana crueldad. Al verlo descorrer la cortina que fungía de puerta, con El báculo de la esperanza, como llamaban sus guerreros al inseparable cayado que siempre llevaba consigo, médicos, heridos y convalecientes, hicieron silencio. Con la vista acompañaron sus movimientos mientras se desplazaba hacia el final de la barraca-hospital.
Pese a los quejidos y reclamos de algunos heridos, Url seguía caminado sin prestarles atención. Siquiera miraba hacia la hilera de camas apiñadas a sus costados. Todos sus sentidos estaban centrados en códigos indescifrables que brotaban de su interior y que sólo él podía descifrar y entender.
De pronto se detuvo y dirigió sus pasos hacia un hombre que tenía su cuerpo cubierto por un laberinto de vendas y gasas ensangrentadas. Yacía adormilado sobre un camastro con aspecto de féretro. Estaba tan débil, que siquiera le quedaban fuerzas para lamentarse.
Url se le acercó, puso sus manos sobre la frente del enfermo y entre labios rezó una imperceptible oración. Al terminarla, del vestíbulo de la muerte aquel guerrero volvió a la vida en forma milagrosa.
–Toda oscuridad huirá de ti… Tal como la luz del mundo fue creada, la luz volverá a ti –dijo antes de retirarle las manos.
Ninguno volvió a quejarse, menos a pedirle ayuda. Sabían de antemano y por experiencias vividas anteriormente, que su sola presencia en la enfermería era garantía de vida y que si había salvado a uno de muerte segura, los otros estaban fuera de peligro porque de otra forma también les hubiese impuesto las manos.
Eso los reconfortaba y daba paz. Tanto, que después de sus visitas a la barraca algunos afirmaban que un farol color esmeralda iluminaba sus sueños durante las noches, por lo que su recuperación casi siempre era atribuida a algo divino y milagroso.
Url no abandonó el hospital de campaña hasta no estar completamente seguro de que ese día, al menos, nadie más moriría.
Desde el inicio de los combates habían transcurrido más de tres horas y la noche comenzaba a cobijar con su arcoíris de sombras a la montaña.
Al salir de la enfermería el hombre del báculo divino comenzó a andar hacia la cabaña que le servía de albergue y descanso. En otros frentes y montañas la lucha continuaba. Los fulgores y estallidos de bombas y de morteros que se desdibujaban en la lontananza atrajeron su atención.
Se detuvo. Afincó el báculo en un terraplén y se puso a observar los destellos. Su mirada parecía distante, tanto como sus pensamientos. De pronto apartó la vista de los reflejos y siguió bajando por el desfiladero. En su expresión se presentía algo enigmático. No obstante, era tan insondable, que ni Longar, que marchaba a su lado, así como Kunato, quien los alcanzó y se les unió al verlos salir del hospital, lo advirtieron. Los dos hombres sólo hablaban de hazañas y de guerras. De lo que sucedería si La Fuerza del Mal, comandada por el sanguinario tirano Adolfo Láchez seguía atacándoles de la manera tan despiadada como lo hizo la tarde de ese día. Su preocupación era tan real como el respeto que le tenían a Url, el hombre que desde que llegó a las montañas los llevó de una victoria a otra.
Al llegar a la cabaña el guerrero del báculo les hizo señas para que se retirasen. Los dos comandantes obedecieron sin decir nada y se dirigieron hacia una vereda que conducía hacia el fondo de Valle Encantado, el cual comenzaba a emerger de entre las laderas como si se tratase de un hermoso pesebre que a pasos lentos iba alumbrándose gracias a los candiles que encendían las sigilosas y combativas mujeres del valle.
Al verlos alejar, Url entró y caminó hacia el fondo de su cabaña. Iluminado por una pequeña vela se despojó de la parte delantera de su larga batola, tomó entre los dedos el crucifijo de plata que pendía de la cadena que siempre llevaba afianzada en su cuello, se arrodilló y comenzó a orar.
2
Antes de convertirse en fiero guerrero, Url no era Url. En la época pacífica era un simple ingeniero, de poca o ninguna notoriedad. Cuando estalló la guerra fratricida entre su pueblo, tomó acciones civiles. Participó en marchas y protestas contra el gobierno dictatorial de Láchez, pero estas no tuvieron ningún resultado. Sólo muerte de civiles desarmados y desolación.
Se sintió defraudado. Por ello, después de que su único hijo y esposa perecieran en un accidente vial y sintiéndose al borde de la depresión más lacerante, se internó en una montaña ubicada al noreste de la gran ciudad.
La guerra ya había estallado. A Url, cuyo nombre verdadero era Cristhian Odín La Vella, lejano descendiente de una noble familia italiana, no le importó nada. Que su país se despedazara ya no era su problema y tampoco le interesaba en que iría a parar todo. Su pesar, su luto y angustia era todo su bagaje de vida.
Juzgaba que no había más sufrimiento que el suyo, ni pena más grande que consolar. Estaba tan atormentado, que en las noches poco o nada dormía. Las pesadillas y los recuerdos de su hijo y esposa asaltaban