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Kushim: Parte 3
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Libro electrónico329 páginas5 horas

Kushim: Parte 3

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El Renacimiento, el imperio Incaico, la época dorada de la piratería, las trece Colonias, la Revolución Industrial, las Guerras Mundiales, las décadas de los 60', 70', 80', 90, y los 2000'.
El inconmensurable viaje de Kushim llega a su fin, pero todavía tiene muchas vivencias que relatarnos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 feb 2023
ISBN9798215583012
Kushim: Parte 3
Autor

Cristian Romero de la Torre

Nacido en 1995, en Burjassot, Valencia.Pero es irrelevante, lo importante creo que es justificar porque escogerme a mí y no a otro de los tantos escritores de gran calidad que hay. Y no voy a tratar de convencer a nadie, pero si me preguntan cuál es el motivo por el que escribo, lo tengo claro. Me gusta provocar emociones, sea una sonrisa, un escalofrío o una lágrima. Esas reacciones que yo mismo he experimentado con la literatura y me han cautivado. En mis novelas cambio radicalmente de género y estilo, no se pueden encontrar dos iguales. Yo mismo no seria capaz de leer un solo tipo de novelas y aplico ese mismo principio sobre mis escritos. Espero que si depositas tu confianza en mis libros, recibas una experiencia diferente, entretenida, y quien sabe, incluso enriquecedora, si lo consigo, habré logrado el mejor de los objetivos.Como dijo el gran Edgar Allan Poe: 'durante la hora de lectura, el alma de lector esta sometida a la voluntad de escritor'.Cristian Romero de la Torre.

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    Kushim - Cristian Romero de la Torre

    KUSHIM

    Parte 3

    Cristian Romero de la Torre

    A lo largo de mi vida he perdido a muchas personas...

    Algunas fallecieron, otras se marcharon, con algunas me distancié, otras simplemente dejaron de formar parte de mi vida. Algunas me echaron, a otras las eché. Porque la vida es eso, etapas; lo que va sucediendo mientras hacemos otros planes.

    Quizá ya no tenga contacto con esas personas, quizá no sepa cómo están, dónde, o qué hacen. Lo que sí sé, es que el pasado es inmutable y que ya son parte de mi historia, de quién fui, de quien soy, y de quién seré.

    Por eso esta dedicatoria va por vosotros.

    Renacer.

    Tras abandonar la aldea, comencé a ir de ciudad en ciudad, con la intención de trabajar y conseguir capital con el que costearme la vida. Aquellos años emergió una corriente artística y social que se conoce popularmente como ‘Renacimiento’, y realmente supuso una enorme revolución para toda Europa.

    Todo surgió a raíz de la difusión y extensión de las ideas humanistas. En esta etapa se planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, con nuevos enfoques en los campos de las artes, la política, la filosofía y las ciencias; reemplazando paulatinamente el teocentrismo medieval por el antropocentrismo.

    A nivel personal se podría decir que yo influí enormemente en esta permutación, pues ayudé en la creación y rápida propagación de uno de los inventos más relevantes de la historia, la imprenta de tipos móviles.

    Este relato comienza en Estrasburgo, dónde en ese momento estaba trabajando como mesero. Así me ganaba la vida, además, mi jefa me permitía dormir en la planta superior del establecimiento. No tenía lujos, pero no me faltaba de nada.

    Fue en la cantina donde trabajaba donde le conocí, y es que él, igual que muchos otros, solía frecuentar el establecimiento con asiduidad.

    Quién me iba a decir a mí que aquellos años le estaba sirviendo la comida diariamente al célebre y archiconocido Johannes Gutenberg.

    Aunque debo admitir que la primera vez que le vi me pareció como cualquier otro de los muchos jornaleros que venían para reponer fuerzas y saciar su apetito. En el local y yo trataba de ser cortés con todos los clientes, trataba de conversar con ellos y ser amable, cuantos más clientes satisfechos, más ganancias.

    Johannes era uno de esos asiduos, ya que trabajaba como platero cerca de la cantina. Para mí era como cualquier otro comensal. Eso sí, él destacaba por ser era un tipo muy enigmático, y aunque le encantaba conversar de temas triviales, era parco a la hora de hablar de sus negocios o sus intenciones. Lo poco que sabía es que había formado una sociedad para desarrollar ciertos procedimientos confidenciales.

    Cuanto más indagaba más curiosidad sentía por su persona. Mi interés me llevó a huronear sobre su entorno e inclusive a interrogar a sus vecinos. Todos coincidían en una cosa, cuando no estaba comiendo en una de las cantinas cercanas, estaba el su taller; había quienes decían que siempre estaba allí, a todas horas, de noche y de día. ¿En qué trabajaba? Nadie pudo contestarme con exactitud a la cuestión. No soy supersticioso, sin embargo, sentía algo inexplicable que me producía la necesidad de saber, algo en mi interior me decía que era mi hado.

    Tras una gran deliberación decidí que me colaría en su taller para poder comprobar con mis propios ojos que secretos se ocultaban en el interior. Una noche me adentré y rompí cuidadosamente la cerradura de la entrada, conseguí acceder, pero nada más pasar fui pillado in fraganti por Johannes.

    Al verme se quedó pasmado, supongo que yo era la última persona que esperaba ver. No sentí la necesidad de taparme la cara y me reconoció de inmediato. Su reacción fue muy comedida ante mi allanamiento, no se alteró por mi presencia, únicamente quería saber quién me enviaba a espiarle. Fue tremendamente difícil hacer que me creyese, al explicarle que solo actuaba por curiosidad y que no había implicado ningún tercero.

    La conversación aquella noche fue tan fluida como inusual. Le pregunté abiertamente por sus creaciones y me mostré muy interesado, pero él mantuvo el secretismo en todo momento. Solo añadió que trabajaba en algo innovador que podía cambiar el mundo. Su brío y su pujanza eran arrebatadoras y quedé fascinado.

    Le pregunté si necesitaba un ayudante, y me ofrecí a colaborar con él desinteresadamente. Johannes dudó sobre mí, no obstante, decidió aceptarme como adjunto. Me explicó que tendría que superar un periodo de prueba y que por el momento prefería no compartir sus intenciones.

    Desde aquel día y en adelante fui de manera regular al taller. Solía hacerlo por la noche, ya que tenía que compaginarlo con mi puesto en la taberna. Pero acudía siempre que tenía un rato libre.

    Johannes solía demandar todo tipo de tareas, desde comprar materiales hasta encargarme de la fundición de minerales. Algunas veces solo me entregaba componentes y me pedía que los enlazase de una manera determinada. Los meses pasaban, y aunque me gané su confianza no quiso explicarme en qué consistía nuestro trabajo.

    Si tuviese que describirle con una sola palabra escogería el término soñador. No obstante, también era alguien elocuente, reservado, embaucador y un perfeccionista empedernido.

    Todo estaba avanzando, cuando comenzaron las contrariedades. Y es que Johannes tuvo serios problemas en la ciudad con algunos de sus asociados y tuvo que afrontar complejos litigios en los tribunales. Dado el revuelo que se generó decidió que abandonaría Estrasburgo y me preguntó si deseaba continuar con nuestra asociación. Por supuesto, le respondí afirmativamente y me marché con él.

    Tras aquello pasamos años desplazándonos entre ciudades en busca de benefactores, pero fue una tarea verdaderamente infructuosa. En casi todas las ciudades rehusaron financiarnos; que Johannes fuese reticente a explicar sus pretensiones no nos favorecía. Para nuestra fortuna todo cambió en Maguncia, ciudad natal de Johannes. Allí logró seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de él la suma de 800 florines, una cantidad nada desdeñable para la época. Fust aceptó cuando Johannes consintió poner sus herramientas y utensilios como garantía.

    Gracias a esa financiación costeamos los materiales y nuestras necesidades durante los dos siguientes años. Durante ese periodo Johannes me consideró alguien digno y compartió todos sus secretos conmigo.

    Su idea me pareció verdaderamente revolucionaria. Ya había visto otros tipos de imprenta, pero nada similar. Johannes fue influido por el arte de la orfebrería y las técnicas de acuñación de monedas que aprendió a temprana edad, y había extrapolado el concepto con la idea de aplicarlo a su invento.

    Me lo explicó él mismo y me pareció deslumbrante. En aquella época la única forma de transmitir conocimiento por escrito era mediante la afanosa intervención de los monjes y algunos nobles, que transcribían a mano los documentos, era flemático y demasiado limitado. Si Johannes conseguía su objetivo podía cambiarlo para siempre.

    Pero pasados dos años el dinero se terminó y Johannes todavía no había concluido su invención. Por ello le solicitó más capital a Fust, que accedió a cambio de una participación en la empresa. En aquel entonces alguien más se unió a nosotros, Peter Schöffer, un calígrafo de gran talento que se había instruido en París. Sinceramente, no me causó nunca una buena impresión, había algo en él que me generaba desconfianza.

    Nuestro primer trabajo fue con tipos móviles, y fue el ‘El Misal de Constanza’.

    Y por fin, todo parecía estar preparado para implementar la imprenta y hacer que la xilografía fuera algo obsoleto.

    Y es que había una gran diferencia, la xilografía grababa el texto sobre madera rebajando lo que quedaba en blanco, impregnaba la plancha y se aplicaba sobre papel de arroz. La imprenta entintaba los tipos móviles de la plancha de metal sobre pergamino o papel.

    Johannes procedió a sustituir la madera por el metal, fabricando moldes de fundición capaces de reproducir tipos metálicos para permitir la composición de textos. Como plancha de impresión, amoldó una vieja prensa de vino a la que sujetaba un molde construido por letras móviles, en lugar de manuscribirlo en un bloque de madera grabada. En resumen, una genialidad.

    Después de numerosas pruebas en la fundición de tipos, de buscar los soportes adecuados y del tratamiento químico de tintas capaces de imprimir por las dos caras, comenzamos a estampar el primer libro concebido mediante su creación, que no fue otro que la conocida ‘Biblia de 42 líneas’. No me entusiasmo en demasía que ese fuese el primer ejemplar, pero la religión continuaba siendo un aspecto fundamental en la sociedad y en la cultura.

    Ese mismo año, cuando aún seguíamos celebrando el éxito, Hust interpuso una demanda contra Johannes. El muy granuja lo acusó de no haber respetado sus compromisos financieros. Hust terminó ganando el pleito, gracias a la colaboración de Peter Schöffer. Sus declaraciones contra el Johannes condicionaron en gran medida el resultado de la sentencia.

    Mi infortunado amigo fue condenado a pagar 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital que le había prestado junto con los intereses devengados. Y eso no fue lo peor…, también perdimos el taller y la mayor parte de nuestro material, todo terminó en manos del maldito Fust.

    Tras aquel suceso Johannes nunca volvió a ser el mismo. Su existencia pasó a ser amarga, su personalidad cambió y su mentalidad también. Se convirtió alguien deprimido y desdichado. Traté de animarle, de ayudarle, de alentarle y apoyarle; incluso le di todo cuanto tenía ahorrado para ampararle con sus deudas. Pero lejos de emplear el capital en algo productivo lo gastó en alcohol para mitigar su pesadumbre. Tras aquello tuvimos una discusión terrible, él me pidió que me fuese, alegó que ya no tenía nada que enseñarme ni tarea que darme, que me fuese lejos y empezase de cero, que era joven y que todavía tenía tiempo. Y eso era cierto, tiempo tenía de sobra.

    Me hubiese gustado despedirme de Johannes de otra forma, pero no recordaré nuestra relación por como terminó, sino por cómo se desarrolló y por la gran labor que llevamos a cabo. Yo me fui, pero él decidió permanecer en Maguncia. Estaba arruinado, pero eso no evitó que se viese acosado por los acreedores, algunos de los cuales le llevaron de nuevo ante los tribunales. Lo último que supe de él es que decidió refugiarse en la comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. 

    Puede que Johannes muriese endeudado y en un estado controvertible, pero hay que reconocer que, sin él, y su ingenio, los libros hubiesen continuado siendo escasos en número, de alto coste, de muy limitada difusión y sólo al alcance de una élite alfabetizada. Él lo cambió todo. Y por ello su figura y su legado perduraron en el tiempo hasta el día de hoy.

    ¿Qué fue de mí tras abandonar Maguncia? Pues en gran medida se podría decir que también me aproveché de Johannes, al menos de su legado. Y es que yo era un privilegiado, era de los pocos que sabia como crear una imprenta, y no dudé en utilizar mis conocimientos para obtener beneficios. En los siguientes años viajé de ciudad en ciudad, cobrando grandes cantidades a los gobernantes locales para compartir con ellos la gran invención.

    El primer lugar al que fui fue Estrasburgo. Con mis primeras ganancias me compré ropa nueva y adquirí un joven corcel purasangre al que apodé Gutem en honor a mi amigo.

    Luego fui recorriendo los territorios en todas direcciones. Colonia, Augsburgo, Basel, incluso visité París. En todas ellas comercié utilizando la imprenta y su relevancia. Me convertí en alguien tremendamente acaudalado. Aunque cada vez tenía más competencia, alguien llevó el invento hasta Londres, Roma o Venecia antes de que yo tuviese ocasión de hacerlo. No obstante, si llegué a muchas otras ciudades como Lyon, Génova, Milán o Florencia.

    La imprenta se extendió con una rapidez inusitada y se comenzaron a publicar y reproducir manuscritos de todas las índoles y en todas las direcciones.

    Durante mis viajes conocí muchos de los sucesos que acaecieron mientras estaba Maguncia. El mundo había cambiado mientras trabajaba con Johannes.

    Quizá el suceso de más relevancia sea la caída de la ciudad que parecía inexpugnable, Constantinopla. Nunca fue de mi agrado, demasiada gente afinada, mala higiene, su olor siempre me resultó rancio y no abundaban los buenos modales. No obstante, no merecía una final así…, pero poco pudieron hacer contra el imperio otomano y la tenacidad del sultán Mehmed II. El sitio de la ciudad y la posterior batalla debieron ser tan espectaculares como espeluznantes, ciertamente me alegro de no haber estado cerca cuando ocurrió.

    Aquellos meses mediante un comerciante conocí la primera arma de fuego, el arcabuz. Si bien ya conocía los cañones y había visto su poder, esto era totalmente distinto. En cuanto vi en qué consistía y como se utilizaba comprendí que estaba frente algo perverso y problemático. Admito que supuso un renacer en las tácticas militares, pero no creo que fuese un cambio positivo. Desde su llegada sustituyó totalmente a la ballesta, y es que su difusión y su diseminación fue tan inaudita como apresurada. Para mí, aquella invención fue una imprudencia. Hay que ser hábil y experimentado para utilizar una espada o un arco, pero cualquiera puede disparar un arma. No requiere destreza y hace que sea demasiado fácil arrebatar una vida.

    Otro acontecimiento digno de mención en aquellas décadas fue el final de la guerra entre Francia e Inglaterra, la guerra de los 100 años concluyó tras 116 años de batallas, rencillas y disputas. El bando victorioso, si es que realmente lo hubo, fue Francia, su rey Carlos VII tomó Burdeos y Aquitania, recuperando toda Francia, salvo Calais.

    Para mí todo aquello solo eran relatos sin importancia, y es que yo era ajeno a batallas y penurias; ya había peleado demasiado y experimentado demasiadas veces la miseria en mi propia piel, ahora solo anhelaba paz y tranquilidad. Y reconozco que mis bienes me lo permitían. Puede que el dinero no aporte la felicidad, pero financia su búsqueda. Y es que amasé una verdadera fortuna aquellos años, tanta que no sabía qué hacer con ella. Quizá el máximo beneficiario fuera Gutem, tras asentarnos le di una vida llena de placeres, adquirí varias yeguas y mi fiel amigo se convirtió en un semental.

    También doné grandes sumas a la beneficencia, me hacía sentir bien compartir con otros. Para no tener que llevarlo conmigo ingresé gran parte de mis fondos en sucursales bancarias. Repartí mi capital entre las ciudades de Florencia, Venecia y Génova. Preferí depositarlo por miedo a posibles hurtos a las ciudades, no quería correr el riesgo de perderlo toda una vez más.

    Lógicamente, compré inmuebles en las tres ciudades y contraté empleados para que se ocupasen de sus cuidados mientras yo estaba ausente, también adquirí una villa a las afueras de Milán que solía ejercer como mi residencia principal.

    Cada pocos años, y como siempre he hecho, me trasladaba durante largos periodos para pasar inadvertido. Aunque debido a mi tremendo éxito eran muchos los que sentían curiosidad por mi persona. Muchas familias poderosas e influyentes querían conocerme, pero yo escogía meticulosamente con quién codearme.

    Pasaba muchas horas en casa y sentía la necesidad de mantenerme ocupado, es así como acabé desarrollando hábitos artísticos, principalmente comencé a sentir un gran interés por la pintura. Tenía a mano los materiales y me dediqué a los lienzos.

    También me aficioné a la lectura, una de mis obras favoritas fue la ‘divina comedia’ de Dante Alighieri. También me agradaron otros escritos como ‘El conde Lucanor’ obra de Don Juan Manuel, ‘Decamerón’ de Giovanni Boccaccio, o ‘La ciudad de las damas’, de Christine de Pizan.

    Por supuesto, hubo muchas obras más que me deleitaron, pero que por desgracia se perdieron en el tiempo y nadie de la actualidad salvo yo ha podido disfrutarlas. Lo cierto es que apenas las recuerdo y es por eso que no me he atrevido a reescribirlas.

    Aquellos años también tuve la suerte de relacionarme con algunas de las personas que pasaron a la historia por su inmenso talento.

    Conocí a algunos notables diligentes, como Lorenzo de Médici, con el compartí una agradable visita a un afamado restaurante en Florencia. Él realmente estaba más interesado en convencerme para invertir en su ciudad que en mí persona, pero era una época dónde él valor de algunas personas parecía medirse únicamente por sus posesiones.

    Aunque algo si obtuve de él, y es que fue Lorenzo quién me presentó a Sandro Botticelli, al cual le compré una exquisita pintura con la que cubrí la pared de mi residencia en la localidad. Era un retrato de una joven florentina.

    No tengo nada malo que decir de él, aunque honestamente el pintor y yo no congeniamos, teníamos personalidades muy dispares.

    En Milán conocí al que probablemente sea el polímata más reconocido y respetado de la historia. Leonardo di ser Piero da Vinci. En aquel momento el gran Leonardo trabajaba para el duque de Milán, Ludovico Sforza; él fue quién nos presentó. Me llevó personalmente a su academia, ya que estaba muy interesado en conocerle. Pude presentarle mis respetos y mi admiración, pero era un hombre ocupado y fue una reunión muy breve.

    Ese día pude ver el que quizá sea el fresco más aclamado del mundo, ‘la última cena’. Aunque la primera vez que yo lo vi todavía no estaba acabado.

    De nuestros escasos encuentros, el rato más amplio que compartí con el ‘magnífico’ fue en durante una boda. Él se había ocupado de organizar el evento y fue un verdadero espectáculo, incluyo algunas tramoyas de su propia autoría, con las que maravilló al público.

    Yo normalmente jamás iba a eventos públicos ni reuniones sociales, pero hice una excepción para poder estar cerca de Leonardo.

    En la ceremonia también coincidí con otras personas de renombre, como el matemático Luca Pacioli y el músico Atalante Migliorotti.

    Cuando aquel enlace estaba llegando a su fin me acerqué a Leonardo y tuvimos una extensa plática. Hablamos de botánica, de arquitectura, de pintura, de anatomía, de filosofía y de escritura; cualquier materia se tornaba grata y amena al deliberarla con él. A Leonardo le sorprendió que yo fuese alguien tan versado y que tuviese tantos conocimientos sobre tantas cuestiones. Añadió que le sorprendía que alguien tan joven fuese tan capaz. Y debo admitir que por un instante me vi tentado de contarle quién era realmente yo.

    Antes de despedirnos le pregunté qué haría de ser poseedor de la vida eterna. Recuerdo que Leonardo se quedó pensativo varios segundos y manifestó que, aunque era una idea interesante, ningún ser humano debería ser eterno. Al preguntarle el por qué, replicó diciéndome que el tiempo era algo relativo y que siempre es suficientemente extenso para aquellos que lo usan, que no es necesario que sea ilimitado para dejar una huella imborrable.

    Aquella fue la última vez que le vi, poco después las tropas de Luis XII de Francia conquistaron el Ducado de Milán y muchos, entre los que me incluyo, decidimos dejar la ciudad.

    Entonces decidí ir hasta mi residencia de Venecia. Allí tuve la enorme suerte de conocer a Gentile Bellini y que este me asesorase para que mejorase mis técnicas pictóricas y al retratar a la sociedad del momento.

    El problema es que por mucho que aprendiese nuevas formas de hacer arte me sentía extraño. Llevaba décadas sin cazar un animal, sin pescar, sin combatir, sin tejer, ya casi apenas cocinaba, y solía contratar a otros para que lo hiciesen por mí. No podía negar que tenía sentimientos enfrentados.

    Una parte de mí estaba satisfecha con todo ese lujo y mi opulenta vida, sin embargo, mi otra parte anhelaba vivir verdaderamente. Sentía que mi riqueza me había aburguesado. Desde fuera puede parecer que la solución era tan simple como retomar mis hábitos, pero desde dentro no era tan sencillo. Ya no experimentaba esa necesidad y eso me abatía. No fueron pocas las veces que pensé en dejarlo todo e irme lejos..., pero no encontraba el coraje para hacerlo. Por otra parte, sentía que había agotado mi tiempo en las regiones circundantes, era inevitable que alguien infiriera en mi condición y comenzasen a preguntarse qué ocurría. Tal fue mi neurosis, que dejé de relacionarme con otros, sentía que cada día que pasaba estaba más cerca de suceder lo inapelable. Cada pocos meses cambiaba de empleados, para seguir siendo un enigma para aquellos que me traían el sustento y satisfacían mis antojos.

    Entonces lo entendí…, tener mucho patrimonio aporta seguridad, a veces te define, te protege y te permite vivir sin pensar en el mañana, pero no te puede garantizar la armonía, ni la realización personal, ni tan siquiera la felicidad. Hubiese regalado cuanto tenía por ver a familiares y amigos de mi pasado, pero el dinero tampoco puede hacer eso.

    Cavilaba sobre mis opciones y qué quería hacer cuando ocurrió lo inconcebible. Tras meses encerrado en mi hogar decidí salir e ir a comer tranquilamente a una cantina. Mientras terminaba y apurada mi plato oí a un navegante contarle a otro algunos acontecimientos de suma relevancia.

    Y es que un tal Cristóbal Colón había cruzado el atlántico y descubierto un nuevo mundo. El término ‘descubrir’ quizá sea inexacto, puesto que ya habitaban seres humanos en aquellas tierras lejanas, pero no cabe duda de que gracias a él ambos mundos colisionaron.

    Al escucharles me inmiscuí en su conversación ya que estaba inmensamente interesado. Cuantos más detalles me relataba más asombro experimentaba, veía honestidad en sus ojos, pero aun así me parecía una historia demasiado descabellada para ser cierta. Uno de ellos incluso nombró el ‘tratado de Tordesillas’ por el cual los reyes católicos y Juan II de Portugal habían decidido repartirse los nuevos territorios.

    Durante los siguientes días estuve investigando y preguntando a todos aquellos que podían tener constancia de lo acontecido. Todos confirmaban la narración de los marineros, tenían la certeza de que al otro lado del océano había una bárbara extensión de tierra. Aquello supuso un aliciente en mi existencia, y es que sentía una inmensa ansia por conocer esa exótica región y verla con mis propios ojos. Aunque reconozco que también me sentí bastante estúpido…, y es que con mi basta edad debería haber llegado allí antes mucho antes que la expedición española. Y aunque no lo hice, debí estar muy cerca. No obstante, debo reconocer que llegué a pensar que no había nada en esa ubicación. Porque así es la vida, lo que sabemos es una gota y lo que ignoramos un océano. Y en esta ocasión, era literalmente un océano lo que había de por medio.

    Durante los siguientes meses compré los materiales pertinentes y contraté mano de obra experta para que elaborasen una embarcación. No era grande, pero era sólida, y se podía manejar por una sola persona. En cuanto la vi terminada supe que con ella podría llegar hasta allí y más allá.

    Igual que hizo Colón primero viajaría hasta las islas Canarias y después seguiría las coordenadas que me habían trasmitido. Sabía que la travesía sería larga y por ello llené mi embarcación con todo lo que podía necesitar. Con mi fortuna me compré piezas exquisitas, y es que quería estar preparado para cualquier contratiempo, adquirí un arco fantástico, una caña de pescar magnífica, una espada excelente, ánforas, alimentos imperecederos y muchos otros elementos prácticos como la brújula.

    Antes de partir legué mis posesiones y fui al banco para recuperar mi crédito. Aproximadamente la mitad me la llevé en un cofre conmigo y el resto lo regalé en el barrio más pobre de la ciudad. Cause tal revuelo que vinieron los guardias y por poco me detienen. No quería perder el tiempo, así que decidí abandonar el resto de mis residencias y posesiones. Lo más difícil fue despedirme de los vástagos de mi fiel caballo Gutem. Ellos se quedaron en un establo con una familia que gozaba de mi confianza y de los cuales sabía que tratarían dignamente a los corceles.

    Esperé ávidamente hasta primavera y entonces decidí partir, el ‘nuevo mundo’ me aguardaba.

    Inca.

    Cuando mi nave estaba preparada salí de Venecia y recorrí la costa hasta dejar atrás el mar Adriático y el golfo. Mi primera parada fue en la isla de Malta. Allí atraqué brevemente, lo hice en una de sus playas desiertas.

    Solamente bajé a tierra para enterrar mi cofre. Si dejaba allí mis bienes más valiosos garantizaba poder recuperarlos de ser necesario. No soy alguien pesimista, pero la experiencia me ha enseñado que a veces las calamidades ocurren, por mucho que tratemos de evitarlas. Y, en definitiva, esas monedas no me servirían de nada para mi nuevo cometido. Únicamente me llevé unas veinte monedas, por si surgía algún gasto imprevisto.

    Tras mi efímero paso por la isla me desplacé hasta al sur de la península ibérica. Hacía aproximadamente una década se había efectuado la reconquista y habían expulsado a los musulmanes del territorio. Todo comenzó cuando Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón se casaron. Tras una breve guerra de sucesión ambos terminaron como soberanos y aliaron sus reinos, forjando así, el comienzo de una poderosa unión. En sus primeros años los reyes realizaron notables cambios económicos y políticos que hicieron prosperar enormemente la península.

    Durante mi escueta pausa adquirí un laúd y también prendas de abrigo, ya que sabía lo gélido y húmedo que podía ser el océano durante la noche.

    Una vez retorné a la mar traspasé el estrecho y descendí por la costa africana hasta sobrepasar el archipiélago canario. Debí haber parado en algunas de las islas para reposar, pero me vencieron mis ansias por arribar. Empleé la corriente de las Islas Canarias y los vientos alisios para propulsar mi navío. Así empezó mi viaje a lo desconocido.

    Las dos primeras semanas me dediqué a pescar y distraerme tocando el laúd. La mayoría de mis viandas continuaban en buen estado, al igual que mi ánimo. No obstante, tras aproximadamente un mes empecé a experimentar cierta enajenación, acompañada de pensamientos extraños. Y es que llevaba muchísimo tiempo sin hacer un viaje de semejante magnitud y había olvidado lo severo que puede ser cuando se efectúa en soledad.

    La comida y el agua dulce se terminaron a las seis semanas, había calculado cuanto necesitaría, pero no contaba con mi ansiedad, la

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