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Octavio y Cipriano
Octavio y Cipriano
Octavio y Cipriano
Libro electrónico232 páginas2 horas

Octavio y Cipriano

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Información de este libro electrónico

Octavio Ayuso regresará a su pueblo natal tras dieciséis años en el extranjero. Junto a su esposa Cosette formará el que será su nuevo hogar en el pueblo que lo vio crecer. Rápidamente comprobará por si mismo cuanto ha cambiado todo desde su marcha. En su visita a Cipriano, que antaño fue su mejor amigo, se percatará de cuan distinto es todo y de cuantos sucesos han tenido lugar durante su ausencia.

Octavio tendrá que aprender a vivir en un lugar que le resulta familiar, pero que es muy diferente a tal y como él lo recordaba.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2022
ISBN9798215533468
Octavio y Cipriano
Autor

Cristian Romero de la Torre

Nacido en 1995, en Burjassot, Valencia.Pero es irrelevante, lo importante creo que es justificar porque escogerme a mí y no a otro de los tantos escritores de gran calidad que hay. Y no voy a tratar de convencer a nadie, pero si me preguntan cuál es el motivo por el que escribo, lo tengo claro. Me gusta provocar emociones, sea una sonrisa, un escalofrío o una lágrima. Esas reacciones que yo mismo he experimentado con la literatura y me han cautivado. En mis novelas cambio radicalmente de género y estilo, no se pueden encontrar dos iguales. Yo mismo no seria capaz de leer un solo tipo de novelas y aplico ese mismo principio sobre mis escritos. Espero que si depositas tu confianza en mis libros, recibas una experiencia diferente, entretenida, y quien sabe, incluso enriquecedora, si lo consigo, habré logrado el mejor de los objetivos.Como dijo el gran Edgar Allan Poe: 'durante la hora de lectura, el alma de lector esta sometida a la voluntad de escritor'.Cristian Romero de la Torre.

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    Octavio y Cipriano - Cristian Romero de la Torre

    Octavio

    y

    Cipriano.

    Cristian Romero de la torre.

    Todos merecemos encontrar una amistad pura e incondicional.

    I.

    Octavio Ayuso golpeó sonoramente el péndulo del portón. Estaba frente a la entrada de la inmensa mansión de un buen amigo, a la cual llevaba mucho sin asistir. A su llegada le había sorprendido el estado deteriorado de las inmediaciones. La vegetación que conformaba el jardín había crecido descontrolada, adueñándose del entorno a voluntad de la naturaleza. La situación del inmueble era pareja, el color blanco de la fachada se había transformado en un gris sucio y había múltiples grietas y fisuras de todos los tamaños colmando la facha.

    Ante la falta de respuesta, volvió a llamar repetidas veces.

    Le sorprendía estar en la misma vivienda donde había pasado los mejores veranos de su vida, ahora sólo le parecía un recuerdo lejano y borroso de lo que antaño fue.

    Las puertas se entre abrieron dejando ver un rostro cadavérico. Tardó unos segundos en discernir que se trataba de Walter Piterson, él fiel mayordomo que atendía el lugar desde hacía generaciones. Su edad avanzada, sus arrugas repartidas en todas direcciones; su pelo escaso, y el poco que todavía había en sus laterales era canoso, casi blanco. Estaba desmejorado y el inexcusable pasó del tiempo había causado estragos en su pellejo.

    -Buenos días. ¿Puedo ayudarle en algo? —Walter no reconoció el rostro amigo que tenía en frente.

    -Walter soy yo, Octavio.

    - ¡Pardiez! ¡¿Es usted Octavio?! Disculpe mí confusión, mi visión ya no es lo que era. —Walter estaba asombrado y su expresión era buena prueba de ello.

    -Estas excusado, hace tanto que no os visito que es comprensible su yerro.

    -Disculpe mi falta de modales, pase dentro por favor. —Walter hizo aspavientos con su mano derecha.

    -Gracias, y con permiso.

    Octavio accedió al interior que no desentonaba en nada con el aspecto avejentado del exterior. Había grandes manchas similares a humedades en las paredes. Arañas patilargas viviendo en telarañas incrustadas en el techo y las esquinas. Capas densas de polvo en los muebles y un fuerte hedor fruto de la clausura del entorno.

    -Ruego que disculpe el estado de la casa.

    -No tengo nada que disculparle Walter.

    -No quisiera ser descortés, pero me pregunto a qué se debe su visita.

    -He vuelto al pueblo de mi viaje y me preguntaba que era de Cipriano, tengo muchas ganas de verlo.

    -El señor esta...

    Una intromisión no permitió que Walter formulase su afirmación.

    - ¿Ya estás hablando solo viejo mastuerzo? —Una voz femenina reprendió desde el corredor.

    - ¡Calla mujer, que tenemos visita! —Vociferó Walter.

    - ¿Visita? —Replicó con incredulidad asomando su jeta por la cancela. — ¡¿Octavio!? —Exclamó con la misma incredulidad que había exhibido Walter.

    -Para servirla. —Respondió Octavio con amabilidad.

    Se trataba de la cocinera y ama de llaves, Doña Guilda. Era de la 'quinta' de Walter, pero se conservaba mejor y todavía poseía la vivacidad y la intrepidez que siempre la habían caracterizado.

    - ¡Que ven mis ojos, ya no queda nada del joven muchacho que dejo el pueblo!

    -Ya sabe los años no pasan en balde.

    - ¡Que me vas a decir a mí! Mírame y podrás comprobar que el tiempo no deja títere con cabeza.

    -Pero si está usted estupenda.

    - ¡No seas zalamero! Pero bueno, cuéntame ¿qué es de tú vida?

    -Casado y de regreso al hogar.

    - ¿¡Casado!? Sin duda es una mujer afortunada.

    -Eso quiero pensar. —Bromeó desenfadado Octavio.

    -Perdona mis modales, ¿puedo ofrecerte algo se beber?

    -No gracias, estoy bien.

    Walter observaba la conversación en silencio, sin interferir en el coloquio.

    - ¿Y a qué se debe tú visita?

    -Cómo le estaba diciendo a Walter, venía a saludarlos y a ver a Cipriano.

    -Entiendo... —Declaró Guilda con desasosiego.

    - ¿Sucede algo con Cipriano?

    -El señor ya no es la persona que recuerda. Ahora se comporta cómo un demente.

    - ¡Guilda! ¡Retén tu viperina lengua! —Walter no permitía tamaño exceso de confianza.

    - ¡Es la pura verdad! —Recriminó Guilda.

    - ¿Pero está bien? ¿No? —Octavio no ocultaba su inquietud.

    -Está en la planta de arriba. —Replicó Guilda.

    -Si lo desea puedo acompañarle, ahora el señor ocupa la alcoba de sus difuntos padres.

    -Dios los tenga en su gloria. —Añadió Guilda.

    -Sí por favor Walter, me gustaría verle.

    -Acompáñeme pues.

    -Si desea comer algo o cualquier otra cosa, ya sabe dónde encontrarme.

    -Por descontado, gracias Guilda.

    Octavio se encaminó tras Walter, subieron por las escaleras que tenían forma de 'U' y alcanzaron la segunda planta. El pasillo separaba en paralelo las diferentes estancias, continuaron hasta la intersección y prosiguieron con un desvió a la derecha, así llegaron frente a los aposentos de Cipriano.

    Walter interactuó con la puerta con dos golpes secos en el centro. Nadie respondió. Walter tomó la decisión de abrir a pesar de no disponer de aprobación.

    Los ojos de Octavio se obnubilaron, su amigo estaba recostado sobre un mugriento colchón que yacía en el suelo. La habitación estaba tan desordenada que parecía que hubiese sucedido un cataclismo en su interior. Los libros se agolpaban inadecuadamente, las prendas de vestir reposaban entorno a unas sillas de madera, la mesa principal estaba repleta de todo tipo de objetos. Era tanto el desorden que era difícil caminar en su interior, para hacerlo había que esquivar todo tipo de elementos y enseres.

    - ¡Señor! ¡Señor! —Walter elevó el tono de su voz para despertarlo.

    Cipriano estaba boca abajo y no contestaba a ningún estímulo.

    -¡¡¡Señor!!! —Gritó con vehemencia.

    - ¿No te he dicho que no me molestes…? —Cipriano ni si quiera miro antes de replicar, seguía con el semblante pegado a la almohada.

    -Señor, tiene visita.

    -Eso es improba... —No terminó la frase al divisar que había alguien junto a Walter.

    - ¡Hola Cipriano!

    - ¿Qué ven mis ojos? —Manifestó de manera oratoria mientras se incorporaba. — ¿Eres tú Octavio, viejo amigo? —No podía creer lo que sus ojos captaban, le parecía un espejismo.

    -Claro que soy yo. —Octavio le dedicó una boyante sonrisa.

    Cipriano se aproximó con celeridad.

    - ¡A mis brazos amigo!

    Octavio y él se fundieron en un fraternal abrazo.

    - ¿Cómo que estás aquí? —Seguía sin creer en la presencia de Octavio. — Walter ya te puedes marchar.

    -Si señor. —Respondió el mayordomo antes de retirarse la estancia.

    -Pues mira, he vuelto al pueblo.

    - ¿Y qué demonio a susurrado a tu oído para tomar tan abominable decisión? —Interpeló sin poder evitar el sarcasmo.

    -Nadie puede evitar enternecerse al pensar en el hogar.

    Cipriano le sonrió de manera frívola.

    -Cuanto hace que te fuiste, ¿15 años?

    -16 para ser exactos. —Octavio le corrigió.

    - ¿Y mis modales? Por favor vamos a sentarnos.

    Con presteza Cipriano retiró las prendas que cubrían dos de las sillas y las dejó caer al suelo.

    - Cuéntame viejo amigo, ¿qué ha sido de ti todo este tiempo? —Cipriano se interesó por las vivencias de su acompañante.

    -Por dónde empezar... Básicamente he viajado mucho, he recorrido mundo.

    -Permíteme el pecado de la envidia, ¿qué lugares has visitado desde tu partida?

    -Estuve en Sudamérica, crucé el Atlántico en una de las embarcaciones más imponentes de nuestro tiempo.

    -Interesante.

    -Visite Brasil, Colombia, Argentina y Chile. Luego estuve en los Estados Unidos, durante casi tres años, después tomé otro barco hasta gran Bretaña.

    -Fascinante, continúa. —Cipriano estaba atento al alegato.

    -Después de eso pasé por Alemania, y continúe por Polonia, Ucrania y Rusia. Para finalmente llegar a la India. Al quedarme sin fondos y gastar mis ahorros trabajé en un buque mercantil. Tanto viaje en barco me curtió para enfrentar la mar y sus inclemencias.

    -Increíble. —Cipriano estaba asombrado con Octavio por su inconmensurable vida.

    -Después subí una locomotora y me fui a Francia. Cuando estalló la guerra decidí que debíamos irnos bien lejos, y estuvimos viviendo en la bella isla de Malta.

    - ¿Estuvimos? —Pregunto con retintín.

    -Si... Me he casado. —Comento con Orgullo.

    -A...

    - ¿Por qué esa expresión?

    -Pensaba que lo más extravagante que me contarías sería el motivo que te ha traído de vuelta, pero sin duda te has superado. —Comentó con sátira.

    - ¿En serio...?

    -No es por ti, es que no creo en el matrimonio.

    Octavio le miró con discordancia.

    -No pongas esa cara... Va cuéntame, ¿cómo es ella?

    -Es perfecta, al menos lo es para mí.

    Pues eso es lo importante mi querido Octavio. —Cipriano se incorporó de la silla. — Espera aquí, voy a por algo.

    Cipriano abandonó con celeridad la habitación. Octavio permaneció quieto, pero ante la tardanza de Cipriano no pudo evitar curiosear.

    Fue con cuidado para no pisar ninguno de los objetos que se agolpaban en el pavimento de la habitación.

    Llamó su atención la cantidad de libros que habían esparcido por el suelo. Se agachó para otearlos y ordenarlos unos encimas de otros. Había múltiples títulos, Octavio fue leyendo las portadas una a una.

    Había mucha variedad: «la niebla» de Miguel de Unamuno, «humano, demasiado humano» de Friedrich Nietzsche, «Micromegas» de Voltaire, «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez, «Hamlet» de William Shakespeare, «la odisea de Homero», «el conde de Montecristo» de Alexandre Dumas, «Moby dick» de Herman Merville y muchísimos más.

    - ¿Quieres qué te preste alguno? —Bromeó Cipriano que regresaba con una botella de whisky y dos copas vacías.

    - ¿Te los has leído todos?

    -Absolutamente todos.

    -Eso es impresionante.

    Octavio estaba asombrado, a pesar de sus múltiples viajes nunca había desarrollado el útil hábito de la lectura.

    Cipriano se aproximó y recuperó su asiento. Destapó la botella y rellenó los vasos.

    -Por este gratificante reencuentro. —Declaró alzando la copa.

    Octavio se aproximó hasta la silla y repitió el gesto de Cipriano para acabar brindando con él.

    II.

    -Y dime Octavio, ¿cómo se llama tu mujer?

    -Cosette.

    -Vaya, se llama igual que un personaje de la obra 'los miserables' de Víctor Hugo.

    La expresión de Octavio denotaba su ignorancia, ya que no conocía ni el autor, ni la obra.

    -Y, ¿qué tal tus padres? ¿Siguen regentando la granja?

    -Sí, ya sabes, con los animales y laborando el campo. Mi regreso también está motivado por ellos, quiero ayudarlos con el mantenimiento.

    - Ah, ¿sí?

    -Mi padre tiene grandes problemas de espalda y mi madre no está mucho mejor, cataratas en los ojos y problemas en los tobillos.

    -Entiendo, pero bueno, los achaques de la edad no son necesariamente malos, son el precio a pagar por estar vivo.

    -Totalmente de acuerdo. —Octavio quedo cautivado por el comentario.

    Cipriano aprovechó la pausa para rellenar los recipientes vacíos con más whisky.

    - ¿Oye, puedo preguntarte algo? —Octavio incidió enigmático.

    -Adelante amigo mío.

    - ¿Qué les paso a tus padres? —No quería atribular a Cipriano, pero la curiosidad le estaba consumiendo. — He oído que fallecieron, pero desconozco la causa.

    - ¿Recuerdas que mi padre practicaba la caza?

    -Sí...

    -Pues así le alcanzó la muerte. Algún animal del bosque acometió contra él mientras realizaba su cacería y no sobrevivió a las heridas.

    -Vaya... Cuanto lo siento...

    -No deberías. —Declaró con frialdad.

    - ¿Por qué? —Estaba confundido por la respuesta.

    -No cazaba para alimentarse, lo hacía por pura diversión. Y cómo dice el refrán, 'uno recoge lo que siembra'. Unos mozos del pueblo encontraron su cadáver con mordeduras y arañazos.

    Octavio quedó estupefacto por la indiferencia con la que Cipriano se expresaba a hablar de su padre.

    - ¿Y qué fue de tu madre? —Preguntó con circunspección.

    La mirada de Cipriano exhibía la congoja que aún sentía al pensar en el trágico fallecimiento de su progenitora. Cipriano siempre había tenido una mejor relación con su madre y por eso todavía le costaba conversar sobre el óbito de esta.

    -Disculpa si he sido inoportuno, no tienes por qué responder. —Octavio percibió al instante el dolor en los ojos de Cipriano.

    -Da igual... Ella tuvo una fuerte depresión a causa de la muerte de mi padre. Un día Walter la encontró sin vida en este mismo cuarto. —Al terminar la afirmación también terminó el contenido restante de su copa.

    -Cuanto lo siento amigo... Es desgarrador perder a alguien a quien amas.

    -Lo es...

    -Ahora estarán ambos en un lugar mejor, seguro. —Octavio quería reconfortar a su amigo.

    -No lo creo. Están bajo tierra en la parte oeste del jardín.

    -Ahí yacen sus cuerpos inertes, pero no sus almas inmortales.

    -Después de tantos viajes y de conocer el extenso 'globo' en el que vivimos no sé cómo puedes creer en sandeces.

    - ¿Consideras a Dios una sandez?

    -Así es. ¿Acaso tú consideras que puede existir?

    -Lo pienso, sí.

    - ¿Y eso cómo puede ser? —Cipriano le dedicó una mirada agnóstica.

    -Cómo tú has dicho, he visto mucho mundo, y he visto cosas realmente difíciles de explicar.

    - ¿Cómo qué?

    -Un ejemplo es cuando estuve en Estados Unidos, unos forajidos entraron en la iglesia en la que yo estaba para robar la recaudación. El párroco se opuso y recibió un disparo en el pecho.

    -Un cura que prefiere ser herido a perder dinero, ¿qué tiene eso de milagroso? —Replicó con cinismo.

    -La bala no alcanzo su cuerpo, fue repelida por la cruz que colgaba de su cuello. El párroco salió ileso del percance.

    -Entonces creo que confundes casualidad y fortuna con fe.

    -Presencie con mis propios ojos lo sucedido y puedo decirte que no fue suerte, fue Dios.

    -Es algo que me molesta de la religión, si pasa algo bueno es un milagro y si no 'los caminos del señor son inescrutables'. Sólo espero que no creas las mentiras de la Biblia.

    -Pienso que son historias que se emplean como metáforas para educar e inculcar valores en las personas.

    -Yo pienso que eso no es cuestión de la religión, deberían ser los padres de cada uno los que deben formar los principios e ideales morales.

    -En eso tienes razón.

    -Menos mal. —Afirmó Cipriano mostrando su característica ironía.

    - ¿Y en qué crees tú? —Octavio le sonrió con aspereza.

    - ¿Yo? En el ser humano y en su capacidad.

    -Ah...

    - ¿Entiendes de lo que hablo?

    -No estoy del todo seguro. —Octavio no tuvo inconveniente en admitir su desconocimiento.

    -Opino que todo consiste en la capacidad del ser humano para superarse. Para crear, para ingeniar, para imaginar cosas que cambiarán la forma en la que la sociedad piensa y vive.

    Octavio estaba seducido por la pasión con la que Cipriano se expresaba. No sé parecía

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