Memè Scianca
Por Roberto Calasso
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Roberto Calasso evoca su infancia en la Florencia de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra.
Una bellísima evocación de episodios de la infancia en Florencia en los años de la guerra y la inmediata posguerra: un gato de peluche, la detención del padre tras el asesinato del intelectual fascista Giovanni Gentile, el abuelo editor, los soldados americanos vistos desde una ventana, la primera lectura de Proust con trece años, los secretos vínculos con Kafka y Pasternak, el descubrimiento del eros en unas ilustraciones de Orlando furioso de Doré, un par de cafés y una droguería, las figuritas del pesebre en el salón de casa, el olor del polvillo de los escombros de Por Santa María, la decisión infantil de llamarse Memè Scianca…
Roberto Calasso
Roberto Calasso (1941–2021) was born in Florence and lived in Milan. Begun in 1983 with The Ruin of Kasch, his landmark series now comprises The Marriage of Cadmus and Harmony, Ka, K., Tiepolo Pink, La Folie Baudelaire, Ardor, The Celestial Hunter, The Unnamable Present, The Book of All Books, and The Tablet of Destinies. Calasso also wrote the novel The Impure Fool and eight books of essays, the first three of which have been published in English: The Art of the Publisher, The Forty-Nine Steps, Literature and the Gods, The Madness That Comes from the Nymphs, One Hundred Letters to an Unknown Reader, The Hieroglyphs of Sir Thomas Browne, The Rule of the Good Neighbor; or, How to Find an Order for Your Books, and American Allucinations. He was the publisher of Adelphi Edizioni.
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Memè Scianca - Edgardo Dobry
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Portada
Memè Scianca
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Créditos
Roberto Calasso (Florencia 1941-Milán 2021) fue presidente y director literario de Adelphi. Entre sus obras destacan La ruina de Kasch, Las bodas de Cadmo y Harmonía, Ka, K., El rosa Tiepolo, La Folie Baudelaire, El ardor, La actualidad innombrable y El Cazador Celeste.
Memè Scianca Una bellísima evocación de episodios de la infancia en Florencia en los años de la guerra y la inmediata posguerra: un gato de peluche, la detención del padre tras el asesinato del intelectual fascista Giovanni Gentile, el abuelo editor, los soldados americanos vistos desde una ventana, la primera lectura de Proust con trece años, los secretos vínculos con Kafka y Pasternak, el descubrimiento del eros en unas ilustraciones de Orlando furioso de Doré, un par de cafés y una droguería, las figuritas del pesebre en el salón de casa, el olor del polvillo de los escombros, la decisión infantil de llamarse Memè Scianca...
Para Josephine
Para Tancredi
Era una noche templada a finales de primavera. Estábamos sentados en torno a una mesa de piedra, bajo una pérgola. Un poco más allá, el lago de Garda. Por aquellos días yo estaba leyendo los recuerdos de infancia de Florenski, titulados A mis hijos. Me habían conmovido en particular algunas historias, algunos detalles de sus primeros años en la estepa del Cáucaso. Josephine, de veintiún años, y Tancredi, de doce, me escuchaban interesados, pero también por complacerme. Historias demasiado lejanas, pensé. Después empezaron a preguntarme qué recuerdos conservaba yo de mis primeros años. Dije algo y me di cuenta de inmediato de que sonaba igualmente lejano. ¿Qué diferencia había, en el fondo, entre la estepa del Cáucaso a finales del siglo XIX y Florencia durante la guerra? No demasiada. Pertenecían, ambas, a esa era incierta y borrosa que se extendía desde los años precedentes a su nacimiento.
«Oía cómo llegaba el verano por el bulevar.» Empecé a escribir mi primer libro de memorias en Florencia, a los doce años. Se abría con esa frase sobre el verano, referida a la época fabulosa en la que tenía cinco o seis años. El acorde inicial lo daba el cambio en el sonido de un tranvía, con el aproximarse de la nueva estación. Era el 19, que entonces pasaba por el centro del bulevar Reina Margherita, antes de que asumiera el nombre republicano y resistente de Spartaco Lavagnini. Al sonido cambiante de los tranvías correspondían, de noche, las láminas de luz que partían la oscuridad en franjas paralelas: solitarios automóviles que atravesaban el bulevar.
Después nos trasladábamos al lugar donde el verano alcanzaba su momento culminante. Un campo soleado y enceguecedor. Castellina in Chianti, donde mis padres alquilaban una casa. En ese punto choqué con el primer obstáculo grave para quien escribe un cuento: los nombres. No quería que fueran nombres verdaderos. Traté de inventar algo que sonara plausiblemente toscano. Pero no conseguí llegar demasiado lejos. Al final, las páginas sobre Castellina, de las que solo escribí una mínima parte, iban a llamarse Castillo. Allí mi primer recuerdo tiene que ver con ratones nocturnos. Grandes habitaciones, llenas de sombra, semivacías. Junto a mi cama había un armario imponente y lúgubre, de madera oscura. Desvelado en plena noche, oía un ruido tenaz, que no se parecía a nada y provenía del armario. Eran ratones que roían las mantas apiladas. Por la mañana, dije con tono convencido: «Hay ratones en el armario». Al principio no me creyeron. Pensaban en fantasías infantiles. Pero enseguida se dieron cuenta también ellos y se desencadenó una gran agitación. Para arreglar el desastre vino una modista, que era sordomuda. Miraba las mantas roídas y decía: «Naierre, naierre», que en su lenguaje significaba: «Cortar, cortar». Después, poco a poco, todo se tranquilizó.
Tras ese