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Hotel Tropical
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Libro electrónico221 páginas2 horas

Hotel Tropical

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Hotel Tropical es una rica novela que parodia la corrupción política de la mayoría de los países caribeños, sobre todo las pequeñas islas, donde empresarios poderosos hacen de ellas no solo paraísos fiscales, sino también lugares de lucro y placeres eróticos, sometiendo a sus habitantes a negocios ilícitos, como las drogas y la prostitución. Con un discurso claro y directo, Hotel Tropical denuncia, de manera jocosa y amena, los desmanes de estos gobiernos.
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento25 oct 2022
ISBN9789593140621
Hotel Tropical

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    Hotel Tropical - Gaetano Longo

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    Edición: Bertha Hernández López

    Corrección: Jacqueline Carbó Abreu

    Conversión a E-book: Rafael Lago Sarichev

    © Gaetano Longo, 2021

    © Sobre la presente edición:

    Ediciones Cubanas ARTEX, 2021

    ISBN 9789593140621

    Sin la autorización de la editorial Ediciones Cubanas queda prohibido todo tipo de reproducción o distribución de contenido. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

    Ediciones Cubanas

    5ta. Ave., no. 9210, esquina a 94, Miramar, Playa

    e-mail: editorialec@edicuba.artex.cu

    Telef (53) 7204-5492, 7204-3585, 7204-4132

    Tabla de Contenidos

    Índice

    Sinopsis

    Plácidos trópicos

    Hotel Tropical

    Contrapunteo del ocio y del tabaco

    Fratelli d’Italia

    Santo Tomás: ver para creer

    Dulces de almendras y pistolas

    Pasados perfectos

    Desde Suiza con amor

    En busca del tiempo perdido

    Organizando el paraíso

    Entre comidas y otros pasados

    No todo lo que resplandece es oro

    Rock’n roll

    Un buen padre de familia

    Boleros, poemas y malos augurios

    El amor en los tiempos de tormenta

    SEGUNDA PARTE

    Tambores de guerra

    Los jinetes del apocalipsis

    Triángulos y modernas geometrías

    Hierro y fuego

    Esta es la prensa, baby

    Santo Tomás: breve historia contemporánea

    Alguien voló sobre el nido del cuco

    Stars and strips

    Mañana será otro día

    Cantando bajo la lluvia

    Gajes del oficio

    Propuestas imperiales y extraños cigarros

    Guerrilla creativa

    Diplomacia en tiempo de guerra

    Destinos cruzados

    Mientras que haya vida hay esperanza

    Pistolas y dulces de almendras. La venganza

    Ajuste de cuentas

    TERCERA PARTE

    Finales & redenciones

    La calma después de la tormenta

    Santo Tomás: ver otra vez para creer otra vez

    Sentimentalismo asesino

    Boda en tiempos de paz

    Vuelta a los plácidos trópicos

    Sobre el autor

    Landmarks

    Cover

    Table of Contents

    Índice

    Sinopsis / 6

    NUEVOS MUNDOS, OTRAS VIDAS

    Plácidos trópicos / 10

    Hotel Tropical / 12

    Contrapunteo del ocio y del tabaco / 14

    Fratelli d’Italia / 16

    Santo Tomás: ver para creer / 18

    Dulces de almendras y pistolas / 21

    Pasados perfectos / 24

    Desde Suiza con amor / 27

    En busca del tiempo perdido / 31

    Organizando el paraíso / 34

    Entre comidas y otros pasados / 38

    No todo lo que resplandece es oro / 43

    Rock’n roll / 46

    Un buen padre de familia / 49

    Boleros, poemas y malos augurios / 51

    El amor en los tiempos de tormenta / 55

    SEGUNDA PARTE

    Juegos sucios, aires de tempestad / 61

    Tambores de guerra / 62

    Los jinetes del apocalipsis / 65

    Triángulos y modernas geometrías / 69

    Hierro y fuego / 73

    Esta es la prensa, baby / 76

    Santo Tomás: breve historia contemporánea / 79

    Alguien voló sobre el nido del cuco / 84

    Stars and strips / 88

    Mañana será otro día / 91

    Cantando bajo la lluvia / 94

    Gajes del oficio / 97

    Propuestas imperiales y extraños cigarros / 101

    Guerrilla creativa / 104

    Diplomacia en tiempo de guerra / 110

    Destinos cruzados / 116

    Mientras que haya vida hay esperanza / 120

    Pistolas y dulces de almendras. La venganza 124

    Ajuste de cuentas / 129

    TERCERA PARTE

    Finales & redenciones / 133

    La calma después de la tormenta / 134

    Santo Tomás: ver otra vez para creer otra vez / 140

    Sentimentalismo asesino / 144

    Boda en tiempos de paz / 146

    Vuelta a los plácidos trópicos / 149

    Sobre el autor / 151

    Sinopsis

    Hotel Tropical es una rica novela que parodia la corrupción política de la mayoría de los países caribeños, sobre todo las pequeñas islas, donde empresarios poderosos hacen de ellas no solo paraísos fiscales, sino también lugares de lucro y placeres eróticos, sometiendo a sus habitantes a negocios ilícitos, como las drogas y la prostitución. Con un discurso claro y directo, Hotel Tropical, denuncia, de manera jocosa y amena, los desmanes de estos gobiernos.

    Si hay nostalgia, es de las cosas que nunca vimos, de las mujeres con las que no hemos dormido y soñado y de los amigos que aún no hemos tenido, los libros sin leer, las comidas humeantes en la olla aún no probadas. Esa es la verdadera y única nostalgia.

    Paco Ignacio Taibo II

    Voy a buscar una playa

    Con un palmar bajo la luna

    Para arrancarme de una

    Este dolor en el alma.

    ¡Caramba!

    Y si no te vuelvo a ver

    Gilberto Santa Rosa

    NUEVOS MUNDOS, OTRAS VIDAS

    Plácidos trópicos

    Reggaeman descansaba tranquilo, con sus largas trenzas recogidas dentro de un gorro de colores rojo, amarillo y verde, mientras una ligera brisa que llegaba del mar hacía balancear su hamaca.

    Un poco más allá, el Alemán orinaba contra el tronco de una palmera, esmerándose para no mojarse los pies. Se había tomado unas cuantas cervezas y como su vejiga tardaba en vaciarse, se aplicó, moviendo su herramienta, en hacer arabescos en la arena con el pesado chorro.

    Hesnerley Moreno era un joven negro, como el carbón, del cual pocos recordaban el nombre verdadero. Era más conocido como el Alemán, por llevar siempre una camiseta del equipo nacional alemán de fútbol. A los pocos curiosos, en su mayoría turistas, que le preguntaban la razón de ese apodo, explicaba que, unos años antes, un grupo de jóvenes y rubios arios, que habían llegado a las Indias Occidentales para una serie de partidos amistosos, habían olvidado sobre el muelle, al momento de la salida, un par de grandes maletas. Dentro, encontró veintidós camisetas blancas con el emblema del equipo nacional de fútbol de aquel lejano país, pantaloncitos y calcetines negros.

    Desde ese día, sin saber exactamente dónde estaba ubicada Alemania, no había dejado de vestirse de esa manera, excepto por los calcetines, por supuesto, dado el perenne calor que envolvía la isla durante todos los meses del año.

    El Alemán, tras un rato, mientras reponía sus herramientas en el pantaloncito, vio una figura que avanzaba por el muelle después de haber bajado de un pequeño barco de madera en malas condiciones. Cuando ya estaba cerca, lo reconoció.

    —Buenos días, cónsul —dijo, levantando la camiseta y pasándose las manos sobre la barriga.

    —Hola, chicos. Veo que ustedes siempre están trabajando... —contestó el hombre descalzo y sin camisa, con jeans desgastados, cortados a la altura de las rodillas y la cabeza cubierta con una gorra de béisbol.

    —Vamos a descargar el pescado que trae José.

    —¡Pero si ni siquiera está el barco!

    —Tarde o temprano llegará. Mientras, esperamos.

    —No es un mal trabajo —dijo irónicamente el hombre, quitándose la gorra y pasándose la mano por el pelo.

    —Se hace lo que se puede —respondió el Alemán.

    —Entonces, que la pasen bien y no se cansen demasiado. Por favor, Hesnerley, cuando llegue José dile que esta noche lo espero en mi casa.

    El Alemán le guiñó el ojo y regresó la vista al mar, rascándose perezosamente el pecho. Reggaeman, mecido por la brisa como un bebé, murmuró algo con los ojos cerrados, lentamente levantó el brazo para despedirse y retornó a su posición preferida.

    Hotel Tropical

    Sacó su pañuelo rojo y, con un movimiento lento, se secó la frente. Se puso otra vez la gorra de béisbol y empezó a caminar sin apuro, bajo el sol del mediodía, con dos grandes pescados en la mano.

    La casa de dos plantas se encontraba a poco más de ochocientos metros del pequeño puerto y estaba rodeada por un recinto de madera pintado de verde. En la fachada se podía ver un viejo cartel descolorido, con dos palmeras dibujadas en los lados, que decía: Hotel Tropical.

    A la entrada del jardín, junto al buzón, estaba un gran escudo de metal donde se podía leer Consulado General Honorario de la República Italiana, mientras sobre el techo se agitaba perennemente, al compás del viento bendito del Caribe, una bandera con los colores nacionales.

    Cultivado en la parte trasera del jardín, lejos de miradas indiscretas, armado de pala y pico, se había inventado de la nada un pequeño huerto con tomates, lechugas, pimientos y berenjenas. Dos árboles daban una sombra agradable: uno era de aguacate y el otro de mango. Entre los dos troncos había colocado una cómoda hamaca sobre la cual dormitaba en las tardes de su ocio tropical.

    En el lado derecho de la casa, un poco alejada, estaba la única ceiba existente en esa zona de la ciudad. Era un viejo árbol muy alto y frondoso, con un tronco enorme y enormes raíces que se salían de la tierra.

    Por el hecho de ser la única ceiba dentro de muchos kilómetros, a menudo era utilizada por los religiosos de origen africano de la isla, para diferentes tipos de ceremonias y ofrendas a sus dioses ancestrales.

    Pocos días después de tomar posesión de su residencia, mientras estaba arreglando la casa, al nuevo propietario se le acercaron dos señores mayores, que vivían en las cercanías. Los dos, sin muchas vueltas, le habían pedido permiso para utilizar el árbol. Dieron algunas explicaciones que le resultaron un poco absurdas, pero como le parecían personas serias, e intrigado por la petición, decidió secundarlos, optando por una política de buena vecindad.

    De ese modo, muy a menudo, se había encontrado a muchas personas en el jardín que, después de saludarlo de manera cortés, entre cantos y oraciones, encendían velas a la base del árbol o sacrificaban gallos y gallinas que luego eran abandonados entre las raíces de la ceiba.

    Un tiempo después, cuando la vieja Mamma Rosa comenzó a trabajar para él, después de unas cuantas visitas inesperadas de aquellos huéspedes, le había pedido que limpiara y llevara a la basura los cadáveres de los animales.

    —De ninguna manera —le contestó—. Esas son ofrendas para los dioses que viven allí. En esta casa hago todo lo que usted me pida, pero tocar esas cosas ¡ni hablarlo!

    La anciana le dio una rápida lección sobre la antigua religión traída a la isla por los esclavos africanos y, de vez en cuando, la había visto parada delante del árbol. Parecía hablar sola, se movía y gesticulaba y, antes de regresar a su casa, encendía una vela que dejaba entre las raíces.

    Él, no muy convencido por aquellas explicaciones, pero no queriendo faltar a su palabra con los dos ancianos, sobre todo para evitar cualquier posible y desagradable maldición, había decidido dejar las cosas como estaban e ir a limpiar personalmente, cada vez que los religiosos se marchaban al final de sus ceremonias.

    Con el tiempo, entre los habitantes de la zona se corrió la voz sobre la existencia del pequeño gallinero que había creado en la parte trasera del jardín, cerca del huerto. Así, muy a menudo, llegaba gente para comprarle, sobre todo, gallos prietos, muy utilizados para aquellas extrañas ceremonias. De manera que, además de tener siempre en la casa huevos frescos y pollos que terminaban sobre su mesa impecablemente cocinados por Mamma Rosa, se convirtió, a su pesar, en el abastecedor de los animales de la zona, lo que le reportaba un poco de dinero extra.

    Contrapunteo del ocio y del tabaco

    Traspuso el jardín, subió lentamente los cuatro escalones del portal, colocó el par de pescados sobre la mesa y se sentó en el sillón.

    —Don Pablo, así me ensucia todo —oyó la voz de Mamma Rosa tras de él—. Deme esos peces que se los voy a preparar.

    —Hoy hace un calor tremendo.

    La anciana tomó el pescado, limpió la mesa con un trapo y, como por arte de magia, hizo aparecer de la nada un vaso de ron con hielo y un grueso tabaco.

    —Este es el último Robaina. Que lo disfrute en paz, porque si ese descarao de José no trae otros, los próximos días tendrá que fumarse esos apestosos tabacos holandeses.

    —Mamá, yo no sé lo que haría sin usted —dijo sonriendo.

    —Yo tampoco sé lo que haría, don Pablo. Lo que sé es que si yo no estuviera aquí, en vez de un consulado esto sería un burdel —respondió la mujer entrando en la casa.

    Mamma Rosa era una mujer mayor, muy prieta y con un culo enorme. No tenía familia y vivía en una cabaña de madera al lado de la suya. La había conocido unos días después de su llegada a la isla y cuando, finalmente, se había instalado en su nueva residencia, ella se ofreció para ayudarlo, por unos pocos dólares, en las tareas domésticas.

    Con el pasar del tiempo, más que como una simple sirvienta había empezado a comportarse de manera muy maternal. Era de carácter fuerte y no tenía pelos en la lengua. Cuando él llegaba ebrio a la casa, cosa que pasaba con bastante frecuencia durante ciertos períodos, le quitaba la ropa, lo ponía en la cama y al día siguiente lo reprendía como si fuera su hijo. Cocinaba, planchaba y mantenía la casa en perfecto orden, sobre todo tras su nombramiento como Cónsul General Honorario.

    Paolo Di Leo: unos años antes, definitivamente cansado de la existencia que llevaba en Venecia, donde se ganaba la vida como empleado de la municipalidad, vendió cuanto tenía para instalarse en Santo Tomás.

    Había comprado la casa, por un precio módico, a una pareja de ancianos alemanes que en los sesenta, a su vez, le compraron la propiedad a un francés que regresó a Marsella. La remozaron y abrieron el hotel Tropical, un pequeño hostal de gestión familiar. Décadas después, enfermos de nostalgia, ellos también decidieron venderlo todo y retornar a Munich, para pasar sus últimos años entre cervezas y salchichas.

    Antes de establecerse de forma permanente en aquel jirón de tierra bendecido por el Señor, en uno de sus varios viajes de vacaciones a la isla, Paolo Di Leo había conocido a José. Desde el primer momento le pareció un hombre honesto y así, cuando decidió pasar allí el resto de su vida, lo eligió como socio para abrir un pequeño restaurante.

    El lugar, contiguo al puertecito cercano a su casa, durante el día era centro de reunión de los isleños. A la hora de la comida se llenaba de turistas, en su mayoría ricos estadounidenses, ingleses y franceses.

    El viejo José, del cual nunca había podido adivinar la edad, además de ser su socio, era también su abastecedor personal de ron y tabacos cubanos. No sabía cómo ni dónde, pero siempre se las arreglaba para suministrarle botellas de ron añejo de la más grande

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