UNA COSECHA DE GENEROSIDAD
Instaurado en 1979, el Pritzker es uno de los premios internacionales más prestigiosos del sector de la arquitectura. Hasta la fecha, solo dos proyectos españoles han logrado hacerse con tal reconocimiento. El primero, y único hasta 2017, fue por el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal de San Sebastián, en 1996. Pero el Pritzker es solo uno más de entre los muchos laureles que atesora Rafael Moneo (Tudela, Navarra, 1937), desde el Mies van der Rohe (2001) al Príncipe de Asturias de las Artes (2012), aunque pocos hechos hablan mejor de su alcance profesional que haber dirigido durante cinco años el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Harvard. Además, y suele ser cosa poco común, Moneo también es profeta en su tierra, y de ahí que su firma esté en la rehabilitación del Museo Thyssen-Bornemisza (1992) o en la ampliación del Museo del Prado (2007).
Pero aunque impresionados por ellos, no son para ir a pasar el día con Moneo en un viejo monasterio a un par de kilómetros del pueblo vallisoletano de Olmedo. De hecho, ni siquiera nos hemos citado allí con Moneo, el gran arquitecto, ya octogenario, sino con don Rafael, un ‘vinatero’, que no bodeguero, que observa sus viñas con el silencio inteligente de quien sabe que hay que escuchar para aprender. Y él está aprendiendo, desde luego, no tanto como le gustaría, pero se esmera por mejorar cada día en una labor que, a la edad a la que otros muchos se retiran para vivir de conferencias y homenajes, él aceptó protagonizar como una suerte de reinvención: de arquitecto a vinatero. Todo, en realidad, por amor al arte. Y como en las historias clásicas, merced a una mujer.
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