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Ciclon
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Ciclon

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Muchas personas a lo largo de sus vidas conocen lo que es un ciclón.
Sin embargo, Ciclón, en este caso es solo una metáfora para llamar a un personaje.
Muchas personas también, a lo largo de sus vidas conocen a alguien que es un ciclón; metafóricamente hablando. Y es que muchas veces, ya en política, ya en el deporte, ya en el arte, o ya en la vida cotidiana aparece un ciclón; y donde quiera que aparece, altera el orden y el curso de las cosas; y muchas veces el orden y el curso de la vida cotidiana de algunas personas; por eso vemos revoluciones musicales, políticas, comunales y de culturas enteras que afectan mayormente el comportamiento y trayectoria de una o varias personas.

La época a la que se refiere la historia de éste personaje que vamos a llamar Ciclón es por allá en los años 40s cuando en el medio rural del pueblo al cual nos vamos a referir, la mayoría de los campesinos aún usaban el arado y las mulas para labrar sus tierras; y el burro, el caballo, y la carreta cómo medio de transporte.

Aquí no se habla de prosperidad ni de pobreza exactamente; pues el campesinado del cual vamos a tratar en este relato, era feliz; por lo menos en ese tiempo; feliz porque nunca les faltaba el pan nuestro de cada día. Claro, en donde quiera hay aspiraciones, pues siempre hay gente que no se conforma con lo que tiene, pero en términos generales, para la mayoría allí bastaba con que lloviera; porque cuando había agua en las presas, había pasto en los campos, buenas cosechas, carne, leche y granos; entonces este es el panorama económico que nos ocupa para esta narración.
El nombre de ‘El Refugio’ podría coincidir con el de otro lugar que también se llame así; pero el pueblo al que nos vamos a referir, asì cómo el de sus personajes son ficticios, aunque en esta narración el nombre de El Refugio se enriquece con las costumbres y algunos personajes de pueblos circunvecinos, y esos no son ficticios, como son El Abrigo, Solima, El Coyote, Compuertas, Hormiguero, y el Fénix entr
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento15 abr 2016
ISBN9781483567754
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    Ciclon - Fernando Gonzalez Andrade

    XX

    CICLÓN

    I

    Hace muchos años, muchos, había un pequeño pueblo al noreste del estado de Durango, llamado El Refugio, y su situación geográfica no era ningún privilegio respecto a los demás pueblos, ranchos, villas, y ejidos circunvecinos, pues se encontraba algo apartado, por no decir escondido de los demás y cómo a 15 kilómetros del camino principal conocido entonces cómo Camino Real, dada la importancia de este camino cómo arteria vial. Este Camino Real pues, unía varios ranchos y ejidos de más o menos importancia y entroncaba al fin con una carretera llena de baches y parches que iba a Torreón, Gómez Palacio y Lerdo; ciudades con mucho auge comercial unidas entre sí por aquel importantísimo medio de transporte: el romántico tranvía.

    Toda esta vasta extensión territorial ya era conocida cómo Región Lagunera, pues los ríos Aguanaval y Nazas irrigaban toda esta área en una de canales, tajos y acequias, llevando su vendito líquido hasta los lugares más recónditos, tales como El Refugio, convirtiendo a esa área en todo un oasis, ya que por naturaleza todo el norte del estado de Durango es semidesértico.

    A pesar de su aislamiento El Refugio sí se podía considerar privilegiado respecto a otros pueblos de esa área pues contaba con un centro cívico, típico de la mayoría de los pueblos provincianos cómo lo era una plaza con árboles muy altos; sabinos, álamos y fresnos, que aunque muy viejos y muy terrosos, estaban muy frondosos; pues agua no les faltaba.

    La placita aquella lucía corredores muy limpios enfilados por bancas de madera y mármol, cortesía de los frailes que construyeron la parroquia Del Refugio, patrona del pueblo y que dio origen a su nombre.

    A pesar de que el tiempo ya enseñaba su paso en aquellas añejas y terrosas canteras de esta parroquia, el delicado arte de recias manos de antaño prevalecía en todas las figuras esculpidas en aquellas piedras a todo lo ancho y a todo lo alto de los pilares que rodeaban la explanada frontal del atrio, arte que se apreciaba también en la hermosa arquitectura alrededor de la gran puerta frontal e iba hasta lo más alto de sus torres donde el incesante revolotear de las palomas espantadas por el tañer de las campanas daban un toque romántico y muy especial a las soleadas tardes a la hora del rosario.

    Por el otro frente de la plaza, en la calle hasta el otro lado opuesto de la Iglesias estaba aquel alto edificio de adobe de dos pisos; viejo terrosos y despintado que al parecer en sus buenos tiempos fue amarillo, después verde y luego otra vez amarillo a juzgar por algunas descarapeladas en lo alto de sus paredes; este edificio ocupaba toda la cuadra y tenía en su parte baja un gran portalón que iba a lo largo de toda la finca, sostenido por una fila de gruesos, altos y redondos pilares también de cantera unidos allá en lo alto en forma de arco, y es por eso que a ese lugar allí frente a la plaza se le conocía como: Los Arcos.

    Es difícil imaginar que en un pueblo cómo este hubiera un hotel, pero los hermanos Rodríguez que para entonces eran los dueños de este gran edificio allí frente a la plaza le sacaban provecho rentando los cuartos de arriba, y la verdad es que casi nadie ocupaba; fuera de uno que otro merolico o cachivachero barato que se aventuraban a vender por todas aquellas rancherías, tomando el hotel como centro de operaciones, los unos a vender desde víseles para retrato, hasta cortes y retazos de tela; y los otros desde brillantinas y cremas, hasta pomadas que lo curaban todo, asì como tónicos levanta muertos.

    Algunos de éstos merolicos contaban con sus camionetas de sonido; Pakard, De Soto, Estudebaker, International, sin faltar el popularísimo Foringo; muebles, que dadas sus posibilidades económicas, los compraban muy viejos y algo baratos, allá de los yonques del ‘Otro Cachete’ (así llamaban ellos a Los Estados Unidos) pero sin duda alguna, eran muebles muy buenos pues casi no se les descomponían. En la cajuela de estas unidades ellos colocaban un generador de energía eléctrica, cuyo motor funcionaba con gasolina, que daban corrientes a cuatro descomunales bocinas instaladas en los capacetes de estas. Se paraban en una esquina y esto era hablar hablar y hablar, y vender vender y vender. Tal vez estos señores no tenían idea de lo que quería decir psicología, pero ¡Ah qué bien la aplicaban! Empezaban su sesión de ruido en cualquier boca calle; comenzaban a tocar la música que entonces andaba muy en boga: dos Arbolitos, con Pedro infante, Al Morir La Tarde, con Luis Pérez Mesa, y Juan Charrasqueado con Jorge Negrete; cantantes también de moda y lo mejor que ha dado México, y ya una vez que se hacían de cierto público, si había por allí alguien rarito del pelo, ya casi pelones, o bien, calvos, de inmediato anunciaban su famosísimo tónico ‘Peluquistrán’ para la caída del cabello. "Señores, este maravilloso tónico no solo evita la caída del cabello, sino que hace que le salga más…cuantos de ustedes van a la peluquería solamente a jugar damas, a rascarle a la guitarra o estirarle la garra a medio pueblo…¡No señores…los peluqueros también comen!

    Para las personas con barros y espinillas: "Jovencitos, que ya no les dé vergüenza salir a la calle o hablar frente a frente con sus amistades; la solución es nuestra famosa pomada ‘De LaSonaja’. Y esa se vendía porque se vendía.

    Para el dolor de muelas: -Señor, señora para ese terrible dolor de muelas traemos nuestro famoso enjuague ‘Astringoluna’…Cuantas noches se pasa usted en vela quejándose de que ¡Ay la muela, y ay la muela! Y a quién verdaderamente amuela es a quien está cerca; porque usted no duerme ni deja dormir a los demás…

    Y luego con algo de picardía decían: Señora…"si al pobre viejo ya tiene días que no se le para…esa maldita tos, que hasta parece perrro con anginas…dele nuestro famoso jarabe -Zapatio-Señora…si no tiene dinero no se preocupe…nosotros agarramos desde huevos, pollos y marranitos.

    Estos señores vendían porque recontra-vendían; aunque al siguiente rancho fueran a vender pollitos.

    Son pollas y son pollitos señora; nomás cuídelos del gato y del vecino para que se le puedan lograr.

    Los Arcos pues, aqquel edificio viejo y terroso que estaba frente a la plaza, a parte de aquel hotelucho que estaba en el segundo piso, albergaban también en su parte baja a lo largo de toda la cuadra a los principales comercios del pueblo. En la esquina, la tlapalería de los hermanos Rodríguez; luego venía la administración del hotelucho, con una escalera muy vieja de madera pero con unos barrotes muy bien labrados; los cuartos estaban ajuarados con muebles también muy viejos pero muy finos a juzgar por el artístico labrado de sus maderas; y frente a la puerta y pendiendo del techo del portalón un letrero te de lámina con marco de madera igualmente viejo, con letra algo ilegible por lo descarapelado de la pintura pero aún se podía leer la palabra Hotel; y ¡Ah como rechinaban las armellas de dicho letrero con el viento!

    En seguida una cantina, con otro letrero te alusivo a una canción de moda: ‘La Barca De Oro’ Luego venía la peluquería con su clásica y tradicional barra de colores en la puerta con un simple letrero: El Buen Tono; atendida por el prestigiado peluquero don Pablo Camarena. Allí, aparte de clientes se daban cita todas las tardes uno que otro amigo para jugar damas, rascarle a la guitarra o platicar un rato, sacándole la garra a todo mundo. Los Merolicos pues, no andaban muy errados en esto.

    Luego estaba la tienda de abarrotes La Popular, propiedad también de los hermanos Rodríguez, y al último de la cuadra, la Botica, La Fe, atendida por su dueño, el único pero muy bien prestigiado galeno en el pueblo, don Isaac Puente.

    Por el otro lado, también frente a la plaza estaba la escuelaa que abarcaba todo lo largo de la cuadra y estaba recién pintada con lechada de cal color amarillo y con un letrerote que iba a todo lo largo del edificio: ESCUELA PRIMARIA RURAL FEDERAL FRANCISCO ZARCO. Desde luego el nombre en honor al ilustre periodista Duranguense; la escuela esta abarcaba todo el manzano e impartía estudios hasta sexto grado.

    Frente a la escuela, pero por la otra cara de la plaza estaba lo que se podía considerar El Palacio Municipal, aunque de Palacio no tenía nada y de cabildos tampoco, y no es que en El Refugio no hiciera falta la ley o que no hubiera espíritu político, pero la gente de allí era muy respetuosa y tenían sus propias convicciones y ya hacía mucho que reconocían como autoridad, llámese presidente, alcalde o comendador, a Julián el mayor de los hermanos Rodríguez; un hombre recio como de cincuentaicinco años. Ellos eran cuatro: Margarito, el segundo; Amador, el tercero e Ismael el más chico; todos casados, con hijos pequeños y las cuatro familias vivían en la grandísima hacienda que estaba como a cinco kilómetros del pueblo y a un lado de la brecha que entroncaba con El Camino Real.

    La importancia de ésta familia en esta historia estriba a que si la economía de este pueblo seguía adelante, mucho se debía a ellos, pues si bien es cierto que eran los ricos del el rancho, no eran monopolistas pues había también otras pequeñas tiendas repartidas en el pueblo, que claro, se surtían en la tienda grande de ellos y a diferencia de muchos comerciantes que ya empezaban a robar al cliente con kilos de a 900 gramos, los hermanos Rodríguez siempre fueron justos con sus básculas, pues sus parcelas les daban buenas cosechas de maíz, frijol, trigo y algodón, y ellos también eran muy justos para pagar a sus peones que con gusto mejor les trabajaban a ellos que a cualquier otro terrateniente; los hermanos Rodríguez pues estaban reconocidos allí en El Refugio cómo gente bondadosa.

    II

    Allí en la placita aquella en las bancas que estaban precisamente frente a Los Arcos y bajo la fresca sombra de los altísimos sabinos, álamos, pinabetes y ahuehuetes, se daban cita todas las tardes por no decir todo el día un buen número de hombres entre lo maduro y lo senil para ponerse a platicar de las mismas cosas de todos los días: Que si la milpa, que si la siembra, que si llueve, que si no llueve, que si las chivas, que si las vacas, en fin, con o sin interés, la plática a cada rato se veía interrumpida por la cazcarrienta tos de don Pancho Bolaños y de don Felipe Castejón, que en honor a la verdad eran los que menos habían trabajado, pero eran también los que más presumían de saberlo todo y desde luego los que más competencia se hacían entre sí, opinando de siembra, de ganado, de temporales y aventando una de gargajos en la tierrita de los jardines y detracito de las matas pero sin aflojar para nada el típico cigarro de hoja.

    El estado económico de El Refugio asì cómo el de la mayoría de las rancherías de la región no era del todo bonanza, pero tampoco tirantez; digamos que era desahogado pues ya hacía varios años que las lluvias no fallaban, y los temporales, que era a donde algunos agricultores deveras se la jugaban, habían sido benignos para que la existencia de granos en el pueblo fuera muy regular. Los temporales son terrenos altos a donde no llega el agua de riego, pero dada la existencia de el rio, generalmente la lluvia no falla en aquellos sembradios cuando esta más se necesita. Y en todos los corrales había gallinas y guajolotes; en los tróchiles marranos y en los pastizales chivas, borregos y vacas.

    Fuera de todos los menesteres de las labores cotidianas, cómo eran la brega diaria en el campo que para la mayoría de los hombres empezaba a las seis de la mañana y acababa a las cuatro de la tarde, y para la mayoría de las mujeres también a las seis de la mañana en el molino de nixtamal y terminaba a las siete con la cena, en El Refugio no pasaba absolutamente nada; en el invierno un fillazo y un lodazal por toditas las calles, y en verano aquel calorón seco con un solazo que apenas se aguantaba; ¡Y que no hiciera aire! Porque en La Laguna no es un viento común y corriente, sino auténticos simunes, unas tolvaneras que levantan un terregal de todititos los demonios y de pasada tumbaban árboles y bardas viejas.

    Pero siempre hay primavera y es cuando El Refugio y toda la región norteña disfrutan de mejor clima, pues no ha salido del todo el frío ni ha entrado el calor en pleno.

    Primavera…esa hermosa estación que embellece los campos, pues los almácigos empiezan a dar sus primeros brotes. Y los trigales, los alfalfales, los maizales y los algodonales reciben a esta estación con una hermosa alfombra verde en donde afanosos labriegos recorren los surcos en las faenas propias del campesino.

    En primavera todo se ve más bello porque todo es más bello…y ello, se percibe en la lozanía, esencia, perfume y belleza de las flores; en la acariciadora frescura de las gotas de lluvia; en el armonioso rumor de las aguas de los ríos; en el hermoso trino de las calandrias y el cenzontle; en el peculiar cu cu de las tortolitas y las llaneras, en la singular belleza de todas las aves; en el sublime espectáculo de los amaneceres y en el sutil regalo de los atardeceres; pero más que nada, en la buena disposición de todos los seres. Y es que en primavera el ánimo y el entusiasmo de la gente parecen rejuvenecer, y aunque para el amor no hay estación definida, parece sin embargo que en primavera, este manifiesta más su esencia. Mas ya en primavera, ya en invierno, ya en frío, ya en calor, las muchachas de El Refugio que eran muchas y muy bonitas, se arreglaban de lo mejor para lucir sus encantos que también eran muchos y muy bonitos, en la plaza todos los domingos después de misa y en las tardes en ese clásico paseo allí mismo en la plaza, que llamaban: serenata, así como en las noches de los martes y los jueves a la hora de la tal dichosa serenenata a la luz de las lámparas eléctricas a lo largo de todos los corredores y a los acordes de las más o menos entonadas notas de los músicos Refúgienles que unían sus talentos esas noches allí arriba del kiosco en un vasto repertorio que iba desde valses, polkas, chotices y corridos.

    Es bien sabido que los jóvenes rancheros no se andan con rodeos. Un no o un de parte de la pretendida y a darle al noviazgo que por lo pronto tenía qué ser a escondidas de los papás de ella, porque cómo es universalmente sabido, los suegros eran súper desconfiados; (Bueno, aclarando; nomás los suegros de allí de El Refugio) quesque porque los jóvenes de allí eran una bola de garañones.

    En lo que a cuñados se refiere, el pretendiente no tenía qué caerles bien precisamente; pero era mejor que no les cayera gordo, porque la madriza que le ponían era segura y lo espantaban porque lo espantaban; esa era una de las principales razones por las que muchas chicas se ‘jullían’ con el novio, cómo solía decirse cuando ella se fugaba con él, o se la robaba el novio, cómo solía decirse también; y las que no se aventaban a dar tal paso, se quedaban a vestir santos, como todavía se suele decir y por culpa de los cuñados ignorantes, a muchas solteronas se les fueron presuntos buenos partidos. Bueno…dejémoslo en presuntos; buenos, quien sabe.

    En lo que a suegras se refiere, ¡Aguas!

    Universalmente es conocido también la tristemente célebre fama con la cual ellas cargan; aunque a veces es algo injusto endilgarles tal fama, pues toda la apatía por los enamorados de sus hijas se debe más que nada al exagerado amor de madre; es decir, madre buena: suegra mala…madre mala: ¡Suegra malísima!

    Sin embargo hay que comprender que la conducta de las suegras no es más que el resultado de su experiencia que tubo cómo novia, pero más que nada, la experiencia que después llega a tener cómo esposa lo que le forma ese patrón de comportamiento que da origen a esa tristemente célebre popularidad de la cual las suegras gozan desde el tiempo de las cavernas; y ya en largas peroratas, o ya en simples consejos les hacen saber a sus hijas, no exactamente la forma en que se deben comportar; ¡No señor; sino en la forma que no se deben comportar!

    Y que, -¡No dejes que se te acerque mucho!

    Y que, -¡No te agarre la mano!

    Y que, -¡No te abrace!

    Y que, -¡Cuidado con que te dejes besar!

    ¡Ja ja ja ja ja ja! ¡Y más ja ja ja ja ja ja!

    ¡Sí cómo no!…

    Mandatos ilusos e imposibles de obedecer en un noviazgo donde las parejas deveras se gustan y se aman. Lo bueno es que con o sin obediencia, casi todos terminaban en matrimonio, y es cuando las suegras se ufanaban diciendo: -Mi hija se casó cómo toda una señorita decente.

    -Decente tal vez, señorita quien sabe. Opinaban las malas lenguas.

    A la mejor no todas las suegras son asì de malas, quizá haya por allí una que otra buena, pero lo que es en El Refugio todavía no se ha sabido de una; todas han salido cómo el alma de judas.

    Es iluso pensar que un novio le llegara a caer bien a una suegra; ¡No en El Refugio; no señor! Que se diera por bien servido con no caerle mal, y eso ya era mucho pedir, porque la verdad es que los novios de sus hijas, en cuanto los conocían, luego lueguito les caían, que digo mal…les caían gordos, atravesados…y eso en cierto modo era de comprenderse; aunque la mayoría de los jóvenes fueran buenos y trabajadores, para las suegras no había tal; y es que la imagen del marido, en este caso, la mala, predominaba en ellas; y todos los novios pues cojeaban de la misma pata; todos tenían cola qué les pisaran; o sea, si al marido le gustaba el chupe, el patrón que predominaba en el criterio de la futura suegra era que todos, pero absolutamente todos los pretendientes que llegara a tener su hija eran una bola de borrachos; si por casualidad el viejo se pasaba buena parte del día aplastándote en la plaza, otra vez, para las suegra, todos, pero absolutamente todos pasaban a ser una bola de güebones. Para las presuntas suegras pues, (nomás las de El Refugio, aclarando otra vez, conste) no había joven que fuera estudiante modelo, o que se le reconociera cómo un buen deportista, o negociante exitoso; nada nada; para ellas, con el solo hecho de ser novio de sus hijas de inmediato pasaba a ser un pazguato, un bueno pa nada, un…pájaro nalgón.

    Pero si a la hija…todo esto le valía pura sombrilla…¿Se imagina usted al novio?…A él le valía poco menos que un cacahuate el parecer de sus futuros suegros y sus cuñados juntos…a él le bastaba con que su novia lo quisiera, y punto.

    Y como en estos menesteres el ingenio es universal y cosa de siempre, en El Refugio cómo en la mayoría

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