#TodoEsPosible
Por Agustina Cadel
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¿Sueñas lo suficiente?
Alice ha perdido un momento, un instante que ha naufragado en el mar de su memoria y que podría haber cambiado su vida por completo.
Su búsqueda define la exquisita aventura que se dispone a vivir: un viaje en globo que la llevará a descubrir paisajes en su interior que desconocía y que no tardan en desvelarle los secretos de una vida feliz.
Una novela fresca y sencilla que nos transporta a un mundo imaginario pero tangible, y que lleva tatuado un mensaje de esperanza e indicaciones simples para adentrarse en el camino del autodescubrimiento.
«Sirve, ama, da, purifica, medita, realízate.»
Swami Sivananda
Agustina Cadel
Agustina Cadel nació y creció en Argentina. Se licenció en Derecho y trabajó durante algunos años en reconocidos bufetes de su ciudad. En 2010, se estableció en Valencia, donde estudió filosofía oriental durante tres años y se introdujo en la práctica del yoga, cuyas enseñanzas calaron profundamente en su manera de vivir y de entender el universo y cuanto le rodeaba. Desde entonces, y ahondando en los silencios que le provee su amada isla de Fuerteventura, en la que ahora reside junto a su familia y en la que día a día construye su «exilio voluntario», se ha embarcado en una aventura personal que no podía sino culminar con su ópera prima, #TodoEsPosible, y con sus siguientes dos obras en plena gestación; trabajos en los que transmite el mensaje que aún pelea irrefrenablemente por escapar del cautiverio que habita en las profundidades de su alma.
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#TodoEsPosible - Agustina Cadel
Introducción
¿Qué pasaría si los momentos vividos pudieran perderse? Imagina que un instante relevante de tu vida, que pudo haber determinado la persona que eres o pudo haberte transformado en alguien distinto, se perdiera para siempre entre los recodos de tu memoria sin que pudieras rescatarlo jamás…
¡Alice ha perdido ese momento!
Primera parte
Sabía desde siempre, sin haberlo pensado jamás, que su vida estaba predestinada a ser vivida profundamente, como si un hilo conductor uniera los sucesos de su vida, guiándola hacia el único sitio al que tiene sentido ir. Parecía saber con certeza que, frente a situaciones difíciles, había un algo/alguien que la protegía, que la trataba con suavidad, que la amaba inmensamente, y que esperaba pacientemente su metamorfosis, su despertar, para barrer los escombros de sus «yo» pasados.
Alice comenzó a dejar de ser Alice, por primera vez, esa mañana al amanecer. El aire en el exterior era fresco, perfumado con la sal del mar, que con delicadas ondulaciones rozó su piel cuando estiró los brazos para desperezarse. El cielo brillaba azul cristalino, salpicado de unas pocas nubes vaporosas que se movían con suavidad hacia la playa. Inspiró profundamente y sintió el frescor entrar a través de sus fosas nasales y calentarse delicadamente al llegar a la garganta. Llenó generosamente sus pulmones tres o cuatro veces de ese bálsamo alquímico y pronto se sintió revigorizada, llena de energía, con ganas de continuar aunque fuese sin saber hacia dónde. Al volver a entrar, la puerta de hojalata no hizo ruido y en casa olía a café con leche tibia y tostadas recién hechas. «Tengo suerte de tenerte», pensó. Pero su pensamiento viró a tanta velocidad que casi sin oírlo, lo olvidó.
—Gracias papá. ¿Te sientas conmigo?
—¿Acaso crees que preparo tu desayuno gratuitamente? ¡Ni hablar! Cuento con tu compañía para que sea perfecto.
Hablaban durante horas. Alice siempre tenía alguna pregunta guardada bajo la manga, y su persona favorita para exponerla era su padre. Sus respuestas, a veces, eran largas y detalladas, fruto de un profundo conocimiento cultivado durante años de observación, de prueba y error. En otras ocasiones, no sospechaba ni siquiera él mismo la respuesta a esas preguntas, pero era una persona extraordinaria y, cuando empezaba a hablar, las ideas apropiadas brotaban del centro mismo de su corazón. Hablaban sobre música, historia, política, leyes, arte, sobre animales y sobre fuerzas mayores. Sobre la vida y sobre la muerte. Los minutos pasaban sin ser dignos de atención, sin sentido ni realidad. El tiempo no se detenía, simplemente dejaba de importar.
Aquel día Alice saboreaba con gusto su desayuno después de varios días fuera de casa, y, aunque mil y una veces había pedido en mil y una cafeterías diferentes ese simple café con leche y esas discretas tostadas, las que preparaba su padre eran, sin duda, diferentes. No había desarrollado aún esa capacidad de prestar atención a los detalles, a voluntad, en cualquier sitio y en cualquier momento, aislándose y fundiéndose en la delicadeza de un fragmento de la vida, así que sin saber ni cómo ni por qué, incorporaba con cada sorbo y bocado, una pincelada de misterio, de magia, que inadvertidamente rubricaba las páginas de su memoria.
Su atención se ancló en la elección de su pregunta. Debía ser ingeniosa, pues sabía que su padre era un alma vieja y sabia, y que la riqueza de la respuesta dependería en gran medida del interés que despertara en él, de sus propias inquietudes, y del desafío que para él representara encontrar una respuesta que no solo fuese respuesta, sino que también fuese útil. En este tipo de quehaceres hay que andarse con cuidado, pues contestar no es responder. Se debe tener pericia para sembrar la idea básica y regarla de argumentos para la mente y de amor para el alma. Si no se tiene cuidado, las palabras vagan solas por el aire, durante unos segundos, quizás algún minuto, hasta que se desvanecen y resultan inutilizables durante mucho, mucho tiempo.
Alice guardó silencio y miró hacia el tragaluz por el que se colaban los rayos aún naranjinos del sol.
—¿Sabes? Aún no sé exactamente la razón, pero he recibido más dinero por mi último trabajo del que esperaba —dijo Alice al fin, intentando no dejarle ver su falta de inspiración para maquillar su verdadera inquietud.
—¡Qué bien! Pues dámelo a mí que lo necesito más que tú —contestó sin retraso ni permiso.
—En realidad, había pensado en volver a Cirupa.
—¡Pero si acabas de volver de allí! Si no has sabido metabolizar cada momento vivido, o si no has sabido dejar honestamente abiertas o terminantemente cerradas las puertas del «tal vez si», no deberías tratar de reeditar las experiencias vividas para tomar decisiones. Si quieres viajar en el tiempo, hazlo moviéndote hacia adentro y no hacia afuera. Medita en cuanto has vivido y encuentra el instante perdido que te mantiene buscando hasta hoy.
«¡¿Cómo es posible que entienda lo que todavía no he logrado decirle?!», masculló Alice para sus adentros. «¡Y de dónde ha sacado esa respuesta!»
—No entiendo —dijo Alice con sinceridad.
—No es necesario. Esta idea germinará por sí misma a su tiempo, ahora solo hace falta que se le dé agua y sol. Crecerá y entenderás. Pero ahora debes hacer lo que quieras hacer.
—Creo que volveré a Cirupa.
—Suerte, hija.
Terminaron su desayuno en silencio, sumiéndose cada uno en un profundo estado de reflexión. Alice no se daría cuenta hasta muchos años después, de la cantidad de veces que no le preguntó a su padre «y tú, ¿cómo estás?»...
El momento que Alice había perdido no era más que otra idea que fugazmente apareció, en medio de una de las noches del cálido verano de Cirupa, hacía solo algunas semanas atrás. Fue un pensamiento corto, casi sin forma pero contundente, aunque por desgracia, náufrago en el mar encrespado de su mente. Su aparición repentina sobresaltó a Alice, pero al mismo tiempo la invadió de una embriagadora sensación de absoluto sentido, conmoviéndola hasta dejarla desprovista de conciencia propia. A pesar de que intentó retenerla, la perfección se disolvió rápidamente y la conversación con sus amigos terminó llevándosela de vuelta a la cotidianeidad, esa de la que a veces no hay retorno aparente.
Ahora, en su casa y a cientos de kilómetros de Cirupa, estaba convencida de que algo se había fracturado, separado de su propio interior haciendo que todo a su alrededor tuviera, de alguna forma, menos sentido. Y a pesar de su esfuerzo por repasar cada uno de los detalles de aquella noche en la que todas las piezas encajaban, continuaba vagando entre una bruma espesa, analizando si esa sensación mágica había surgido de las personas que la acompañaban aquella noche, del sitio en el que cenaban, del inmenso atractivo de la ciudad de Cirupa. Tenía que volver, tenía que «reeditar» (en palabras de su padre), la película para encontrar el instante perdido. No tenía certezas… Quizás al volver a Cirupa, a la ciudad encantada con su misterio, a las sempiternas conversaciones con Ed, encontraría las respuestas que buscaba. Quizás fuera él su momento perdido, pensó. Tenía que