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El Ave Fénix que hay en mí
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El Ave Fénix que hay en mí
Libro electrónico119 páginas1 hora

El Ave Fénix que hay en mí

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Los ojos de Claudia se cerraron y desapareció de su alrededor todo aquello que le recordaba que llevaba una existencia sin sentido: su departamento, la vista de Madrid desde la ventana, la copa de vino. 
Al abrir los ojos, se encontró en medio de la que había sido su habitación de la infancia en Granada. Sin embargo, no era la misma habitación: junto a la cama, había una cuna y, parada junto a ella, una mujer que parecía ser su madre, pero con 40 años menos y embarazada. La mujer lloraba firmemente agarrada a la cuna y, en otra habitación, Claudia podía escuchar una voz familiar gritando y tirando cosas contra la pared. Eran sus padres, justo antes de su propio nacimiento. Sabía que la violencia, el caos y el maltrato que habían reinado en su hogar la precedían, pero en ese momento, se dio cuenta de que estaba a punto de revivir todo su pasado, doloroso. Todo había sido violencia y sufrimiento en su casa, excepto cuando aparecían sus abuelos, dos personas maravillosas que le habían brindado a Claudia hermosos momentos y lo más parecido a la familia con la que soñaba, pero que nunca iba a tener.
Bien sabía Claudia que, si continuaba en este viaje en el tiempo, iba a atravesar por tragedias, noviazgos, sufrimientos laborales y muchísimas cuestiones que la habían convertido en la mujer que era en el presente: encerrada en sí misma, con una coraza que no permitía que nadie entrara en su corazón. ¿Había viajado en el tiempo?  ¿O habría muerto y estaba viendo pasar a través de sus ojos toda su vida? ¿Sería un sueño? Cientos de preguntas se agolpaban en la mente de Claudia, quien solo estaba segura de una sola cosa: cuando ese viaje llegara a su fin, ella ya no sería la misma.

María de la Cinta Moreno Mantero (Cinta o Cinti para familiares y amigos) nació en Huelva el día 3 de octubre de 1979. Es hija única y, como muchos niñ@s, le hubiera gustado compartir sus juegos con un hermano o hermana, pero, a falta de ello, la vida le regaló durante ocho años unos maravillosos abuelos que hicieron posible gran parte de sus travesuras y cumplieron muchos de sus sueños. Quienes la conocieron de niña dicen que fue una pequeña alegre, traviesa e imaginativa que, allí donde iba, dejaba huella.
Siempre fue muy estudiosa y responsable, destacaba por sus buenas calificaciones y durante varios años consecutivos obtuvo el 1.º Premio en el Concurso sobre “Redacciones de Temas Libres” que, junto con el Colegio/Fundación San Casiano, convocaba anualmente su colegio (C.P. José Oliva). Vivió toda su niñez y gran parte de la adolescencia en Huelva, donde también estudió una diplomatura en Relaciones Laborales. Tras finalizar su formación universitaria, inició su andadura en el sector de la banca con distintas entidades que le hicieron conocer otras ciudades y personas. A nivel personal, se considera una mujer “forjada a fuego”, querida por familiares, amigos y compañer@s y que intenta cada día ser un poco mejor. A sus 43 años, radicada en Madrid y con muchas andaduras a sus espaldas, ha pasado por muchas pruebas en distintas facetas de su existir, pero en ello consiste vivir y eso es lo que quiere… “VIVIR y SER LIBRE PARA SER YO MISMA”.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 abr 2023
ISBN9791220140744
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    El Ave Fénix que hay en mí - María de la Cinta Moreno Mantero

    1.

    Sentada en el sillón y mirando por la ventana el atardecer, Claudia sentía que todo en su vida carecía de sentido. Hacía años en los que, en cada día, sin falta, tenía algún momento en el cual se preguntaba: «¿Qué fue de la niña que dejó a un lado su inocencia para convertirse tan prematuramente en mujer? ¿Dónde está esa niña alegre, ruidosa y curiosa?».

    Estaba convencida de que seguía ahí, presa del silencio al que se vio sometida por las circunstancias de la vida que le tocó vivir, a la espera de salir a gritar al mundo. Su infancia la había herido tan profundamente, que aún a sus cuarenta y tres años no lograba superarlo. Siempre le asombraba oír como muchas personas narraban su infancia como una etapa digna de recordar, en la que primaban los momentos felices junto a la familia, amigos y otras personas, pero para ella… la infancia había sido todo lo contrario. Violencia, dolor, sufrimiento, un calvario. ¿Todo iba a ser siempre una continua batalla por sobrevivir? ¿Había nacido condenada a ese sufrimiento? ¿Y si hubiera llegado el momento de marcharse? Más de una vez había pensado que su vida no tenía sentido, y ese pensamiento la llevaba a considerar que quizás sería mucho más misericordioso irse por su cuenta, que esperar a que la naturaleza hiciera su trabajo. ¿Cuántas almas estarían esperando por un lugar en la tierra y ella ocupando un espacio, consumiendo oxígeno para sostener una existencia sin mucha razón de ser? Cada vez que una idea así se le cruzaba por la cabeza, no podía evitar pensar en su madre.

    Alejandra —así se llamaba su madre— era y siempre había sido una fuente de inspiración inagotable para su hija.  Era como el Ave Fénix, que cada vez que parecía llegar a su final en un mar de cenizas, renacía, se volvía a levantar y volaba. Alejandra lo hacía por Claudia, por su amada hija. 

    Claudia, a su vez, también se había levantado innumerables veces de todas las caídas que había sufrido, inspirada por su madre. No podía abandonarla, tampoco a su padre. Pensamientos e ideas fatalistas como esos la invadían todo el tiempo. Se había esforzado durante muchos años en lograr que toda su familia estuviera en paz y tranquilidad. Había antepuesto a todos antes que a ella para generar cierta paz y armonía, pero ya era hora de disfrutar todo lo que había logrado. Se había olvidado de sí misma durante demasiado tiempo y, en su interior, sabía que ya era el momento de priorizar y disfrutar de su existencia. Su vida sí que tenía sentido: vivir todo lo que no había vivido antes. Lo sabía muy bien, pero había perdido la ilusión y las ganas por hacer algo para lograrlo. Había dejado a un lado todos sus sueños de llegar a formar una familia, de ser madre y de sentirse amada por una pareja. Se había perdido en el abismo de una vida en la que no terminaba de encontrar razones, sentidos o porqués que la alentaran a seguir adelante. 

    Otro día llegaba a su fin y Claudia seguía perdida, sin ningún modo de encontrarse de una vez por todas a sí misma. Se sirvió una copa de vino, le dio un sorbo y siguió mirando por la ventana. Madrid se extendía a lo lejos, la gente iba y venía, el ruido era permanente. Era la ciudad que nunca dormía. Un lugar en el que todo se desarrollaba a una velocidad distinta a la que solía estar acostumbrada en Granada, donde había nacido y pasado gran parte de su vida. ¿Qué estarían haciendo sus padres y seres queridos en esos momentos? Tenía muchísimas ganas de volver a su casa, de volver a ver a sus abuelos, de escuchar su voz. Hacía más de treinta años que los había perdido, pero no pasaba ni un solo día en que no los extrañara. ¿Hubiera sido todo distinto en su vida si ellos no se hubieran marchado tan prematuramente? De nada servía hacerse estas preguntas hipotéticas, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Su ausencia le dolía cada día de su vida. Hacía más de treinta años que cargaba una mezcla de dolor y enojo por lo que había sentido como un abandono temprano, como el primer gran abandono de su vida. Sabía que no tenían la culpa, pero no podía evitar sentirse enojada y abandonada, al mismo tiempo que lamentaba su ausencia. Ella los había escogido como sus propios padres por encima de los que eran sus padres biológicos. Tenía tantas ganas de volver a verlos…

    Ensimismada en sus pensamientos y sintiéndose miserable, sus ojos se fueron cerrando lentamente.

    * * *

    Claudia abrió los ojos. Era de día. ¡¿Había dormido toda la noche en el sillón?! Miró a su alrededor. No estaba en el sillón en el que hacía instantes se lamentaba de su propia historia. De hecho, ni siquiera estaba en su casa. 

    «¿Dónde estoy?», se preguntó. Pestañeó varias veces. Se levantó repentinamente, y sus ojos se abrieron grandes como platos cuando reconoció dónde estaba: ¡Era la casa donde había transcurrido su infancia hasta los ocho años! Pero se veía distinta… Estaba la cama — su cama—, pero junto a ella había una cuna blanca y faltaban muchos de los juguetes que le habían regalado sus padres y abuelos. Era su habitación, pero a la vez, no lo era. Las paredes parecían recién pintadas, todo parecía nuevo. 

    De repente, una mujer entró en la habitación, llorando.

    —¡¿Mamá?! ¿Qué pasa? —gritó Claudia, instintivamente. La mujer se parecía a su madre, pero también parecía tener cuarenta años menos. Se veía mucho más joven que Claudia. De todas formas, estaba segura: esa mujer era su madre.

    La extraña joven hizo caso omiso a la voz de Claudia, quien, frustrada porque no le respondía, se paró frente a ella y empezó a mover los brazos para todos lados, intentando llamar su atención. La mujer no reaccionaba. Era como si Claudia fuera invisible. La intentó tocar, pero su mano atravesó el hombro de la joven Alejandra, como si no hubiera nadie por el lugar por el que pasó su mano. O su madre era un fantasma, o lo era ella. Pero una de las dos era inmaterial. ¿Sería un sueño? ¿Qué estaba pasando?

    No encontraba una explicación lógica. «Seguro es un sueño», pensó. Había escuchado acerca de los sueños vívidos, ese fenómeno por el cual una persona dormida puede tener control sobre sus sueños. Nunca le había pasado, y no estaba del todo segura de que fuera exactamente eso lo que estaba sucediendo. Era un extraño sueño, pero del que no quería despertar todavía, porque quería seguir viendo a su madre un rato más. Era tan extraño verla así de joven. Parecía mucho más vulnerable y eso le despertó con mayor intensidad el instinto de protección que siempre le generaba su madre cuando la veía mal: quería que fuera feliz, estaba dispuesta a remover cielo y tierra por ella. Le prestó un poco más de atención y vio que debajo del amplio vestido que llevaba puesto tenía un gran bulto en el vientre. Estaba embarazada. «Por lo tanto… debe estar en sus veintitrés años», dedujo Claudia, haciendo números en su cabeza, hasta que la realidad la golpeó como una cachetada en el rostro: «¡Y EMBARAZADA DE MÍ!». No lo podía creer. ¿Como podía ser posible una cosa así? Mientras tanto, Alejandra, seguía llorando mientras acariciaba con una mano su abultado vientre y con la otra se agarraba firmemente de la cuna. Aun con el rostro lleno de lágrimas, su madre era una mujer hermosa, que siempre había tenido un exquisito sentido del estilo. No tenía la ropa más cara, pero se hacía hacer sus propios vestidos y trajes a medida, los cuales elegía con mucho gusto y con un buen ojo para la moda, por lo que siempre iluminaba cualquier habitación donde ella estuviera. No había tenido una vida de caprichos, pero sí que había tenido una niñez y una adolescencia privilegiada: era guapa, se vestía bien, lucía mucho la ropa y siempre era el centro de atención.

    Claudia sabía que el embarazo de su madre no había sido fácil: tenía fecha aproximada de parto para la semana del 15 de septiembre, pero no había querido nacer hasta casi tres semanas después, lo cual era entendible si uno ahondaba en cómo era la relación entre sus padres. Héctor, el padre de Claudia, maltrataba cruelmente a su esposa. Siempre, sin razón aparente, se encontraba pasando de una rabieta a otra. Nunca se sabía qué podía hacerlo enfurecer: hasta el silencio le molestaba.

    Alguna vez Claudia le había preguntado a su madre si siempre había sido así.

    —¿Tu padre? No, cuando terminó la universidad cambió, no sé qué le habrá pasado.

    —¿Y qué te enamoró de él? 

    —Yo sé que no me lo vas a creer pero…

    ¿Sinceramente? Su simpatía. No era el chico más guapo, en comparación a otros que me habían pretendido, pero él tenía un atractivo distinto y era muy agradable conmigo. Siempre insistía en invitarme a salir, me proponía todo tipo de planes… me fue ganando. Era muy atento, todo un caballero, siempre pendiente de que quería hacer y qué cosas me gustaban. Pero después de un tiempo… no sé qué le pasó, simplemente… se amargó con la vida en general y yo me convertí en la persona sobre quien comenzó a descargar sus continuos enfados. 

    —Pero mamá… ¿Por qué no lo dejaste en ese momento?

    —Recuerdo que a pocos días de nuestra boda yo quería suspenderlo todo. No me quería casar, mi instinto me decía que era una mala decisión, que todavía estaba a tiempo de huir…  pero tus abuelos me hicieron desistir en mis intenciones: veníamos de dos familias acomodadas y de reconocido prestigio. No era buena idea

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