Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El café de nuestra vida
El café de nuestra vida
El café de nuestra vida
Libro electrónico468 páginas7 horas

El café de nuestra vida

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Romina Eguren es la dueña del café Gozoa; desde muy joven deja su tierra natal, el País Vasco y es en la Ciudad de México donde cumple su sueño de abrir el café que, junto a su hermano Aldo, le permite la entrada a personas únicas, con historias extraordinarias.Silvia es capaz de predecir cuándo van a morir las personas, Alina puede comunicarse con espíritus en sueños, Leo tiene una inusual relación con la muerte, Rul tiene una macabra doble personalidad y Aldo es asechado por un asesino misterioso.El café Gozoa es el punto de encuentro de sus vidas, que están destinadas a cruzarse, en medio de recuerdos y confesiones, que el oído siempre atento de Romina, estará listo para escuchar, entre un café y otro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2020
ISBN9788418233807
El café de nuestra vida

Relacionado con El café de nuestra vida

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El café de nuestra vida

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El café de nuestra vida - Claudia Quezada Urquiza

    El café de nuestra vida

    Claudia Quezada Urquiza

    El café de nuestra vida

    Claudia Quezada Urquiza

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Claudia Quezada Urquiza, 2020

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Laura Aznar Grau

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418233807

    ISBN eBook: 9788418235160

    Agradecimientos

    Esta novela surge a partir de uno de los episodios más difíciles de mi vida. Hoy, sin embargo, agradezco, no sólo el haber salido bien librada de un derrame cerebral, sino también, que me haya pasado, porque aprendí que, de todas las experiencias, puede resultar algo positivo.

    Todo lo que escribo se lo dedico a mis padres, pero también, en forma de agradecimiento, este libro va con dedicatoria especial al doctor Ulises García, por efectuar una cirugía tan exitosa, que hoy me permite seguir hacer lo que más amo: escribir.

    Gracias a Luis Pérez García por alentarme a escribir a todas horas, en cualquier lugar, recordándome que, para mí escribir es un medio de catarsis efectivo, que me ayuda a redescubrirme a mí misma.

    Agradezco a mi hermano Ricardo y a mi mamá, por haber hecho conmigo ese primer viaje a España en el 2016, que inspiró en gran medida la creación de esta historia. Juntos descubrimos muchos de los sitios de los que hago mención, con mucho cariño y nostalgia, en estas páginas.

    Gracias a Haizea Elizondo Gorroño, profesora de Lengua y Cultura Vasca de la UNAM, por su tiempo, esfuerzo y apoyo constante con las traducciones en euskera. No pude haber tenido mejor guía en esta ardua labor, de una lengua que no entiendo, pero me encanta.

    Estoy convencida de que los escritores dejamos nuestra esencia en cada personaje, lugar y sensación, descrita en las obras en las que trabajamos. Por eso agradezco también a cada lector, que se toma el tiempo de leerme y espero encuentre el mismo gozo y satisfacción que yo al escribir cada una de estas páginas.

    Capítulo 1

    Alina

    El sonido más regocijante para Alina era el crujir de las hojas secas debajo de sus zapatos. Lo que más le gustaba del otoño era caminar de la escuela a casa por la acera donde un centenar de árboles dejaban caer sus hojas en el pavimento y ella, con sus pisadas, podía hacerlas crear ese melodioso sonido, que tanto placer le causaba.

    La tarde del 19 de septiembre precisamente caminaba envuelta en esa música, concentrada en sus propios pensamientos e ignorando todo lo que ocurría a su alrededor, cuando Paulo, un chico de su escuela, que había visto muchas veces, pero con quien nunca había hablado, se le acercó corriendo y gritando su nombre.

    Paulo, un joven atractivo y popular, que le hablaba y simpatizaba con todos, pero que no se fijaba en quienes, como Alina, no existían socialmente.

    A Alina le atraía indudablemente, pero pensaba en él como un ser inalcanzable, con quien nunca podría entablar una conversación ya que no tenían nada en común.

    — ¡Alina, espera!

    Ella se paró en seco, se dio la vuelta y con asombro descubrió esos ojos color avellana brillando con la luz del sol, a tan sólo un par de metros de distancia,

    —Vaya… pensé que no te iba a alcanzar. —dijo él, respirando agitadamente. Llevaba puesto el pantalón del uniforme, pero ya se había cambiado la camisa por una playera beige con la calcomanía de Link, el personaje principal de Legend of Zelda.

    Ella observó en silencio el cabello obscuro y despeinado de Paulo, sus mejillas sonrojadas, la perfecta curva de su labio superior, los lunares marrones de su cuello, sus pobladas cejas, la tez morena cubierta de sudor. Le tomó unos segundos dejar de admirarlo y caer en la cuenta que tenía de responderle algo.

    — ¿Estás bien? —preguntó Paulo, sonriendo incómodo ante el silencio que se había prolongado más de lo necesario.

    —Estoy bien. —dijo ella en un volumen apenas audible.

    No estaban en el mismo salón porque Alina cursaba apenas el segundo año de preparatoria, mientras que él, el tercer año. Tenían la misma edad porque ella debería estar también en tercero, pero había perdido un año, debido a una cirugía complicada, cuya recuperación, la obligó a abandonar la escuela temporalmente. Su mejor amiga, Emilia, era quien tomaba clases con él, y por ende Paulo apenas sabía su nombre, pero definitivamente no tendría por qué saber el de Alina.

    Habían coincidido en los pasillos, en la fila de la cafetería, en la entrada y en otros espacios dentro de la escuela, pero nunca fuera de ella y mucho menos habían tenido motivos para hablar o siquiera saludarse.

    —Quiero preguntarte algo. —continuó Paulo, sin percatarse de la mezcla de emociones que luchaban dentro de Alina para no manifestarse.

    —Adelante, ¿qué necesitas?

    — ¿Podemos hablar en otro lugar? Hay un café cerca de aquí, se llama Gozoa, ¿lo conoces? ¿Te parece si nos tomamos algo ahí?

    —Ya me hiciste tres preguntas. —dijo Alina entre divertida y nerviosa, pensando que era la chica más tonta por dar esa respuesta, en lugar de un entusiasta: ¡sí, vayamos a ese café!

    —Es cierto, pero eso no es lo que quiero preguntarte realmente. Es un poco más complicado. —comentó Paulo sin perder la serenidad y su sonrisa amable.

    A Alina le llovían las sorpresas sin parar y le costó trabajo reaccionar con la agudeza que la caracterizaba, al momento de tomar decisiones.

    Paulo sabía su nombre.

    Paulo había echado a correr desde la escuela para alcanzarla y hablar con ella.

    Paulo estaba invitándola a tomar un café.

    Paulo estaba ansioso por hacerle una pregunta.

    —Está bien, vamos. —respondió ella, luego de otra breve pausa en la que tuvo que controlar su efusividad.

    Caminaron juntos sin decir una palabra, los dos cargando en un hombro la mochila, y el suéter de la escuela.

    Alina descubrió encantada que el crujir de las hojas sonaba incluso mejor cuando sus pisadas estaban acompañadas de las de Paulo.

    El café Gozoa efectivamente no estaba lejos y por fuera lucía muy agradable. Alina siempre daba vuelta una calle antes para tomar el transporte que la conducía a casa, y nunca había entrado a ese establecimiento, pero había escuchado de él.

    El café Gozoa era famoso por la variedad de café, los exquisitos postres, la música jazz que ofrecían los fines de semana, pero principalmente por la peculiar personalidad de la dueña, una tal Romina Eguren, vasca de nacimiento, que contagiaba a toda su clientela de buen humor y tenía la inusual costumbre de escuchar conversaciones ajenas, mientras se paseaba entre las mesas, con alguna excusa.

    Paulo le abrió la puerta a Alina para que pasara al interior del establecimiento. Por fuera la fachada era de un tenue color rojo, sin llegar a ser rosado, un par de columnas decoraban la puerta de entrada, que tenía un aspecto a madera por el color y textura, pero era sólo la pintura, porque estaba hecha toda de metal. No tenía ventanas y por la altura, debía ser un sitio de dos pisos. Por dentro, inmediatamente te encontrabas en un vestíbulo muy amplio donde una joven muy risueña te daba la bienvenida y te guiaba a tu mesa. El café se dividía en la sala diurna y la sala nocturna y por ahora, Alina sólo conocería la sala diurna, ubicada a la izquierda del vestíbulo. El techo de la sala diurna era muy alto, de el colgaban unos grandes y relucientes candelabros, así como un ventilador en el centro, que le daba un toque arcaico al lugar.

    Las mesas eran redondas y de madera, en las paredes había estanterías donde reposaban pequeñas plantas de sombra y velas aromáticas. Donde no había una estantería, había una fotografía enmarcada del País Vasco, decorando a lo largo y ancho de la sala. Había imágenes de la Playa de La Concha, del monte Igueldo y el monte Urgull, la Catedral del Buen Pastor con un espectacular atardecer de fondo, una panorámica del Casco Viejo de Bilbao, una toma aérea del Castillo de Butrón rodeado de frondosos árboles desde todos sus ángulos, y cerca de la barra donde se ordenaba el café, la foto del Palacio de Miramar, que parecía sacado directamente de un cuento de hadas

    En la extensa barra se dejaban ver los distintos aparatos para la extracción del café; estaba la prensa francesa, el sifón japonés, chemex, el dispositivo más novedoso que Romina había adquirido, el aeropress y junto, algunas tazas de cerámica apiladas.

    Detrás de la barra había un amplio estante con bolsas de café de distintas regiones y mezclas. En la vitrina de la barra había una amplia variedad de postres vascos, que Alina no había probado nunca, pero le parecieron apetitosos.

    Alina observó con mucho interés, sintiéndose atraída por la decoración, la iluminación tenue, los aromas, el acomodo de los postres, el perfecto orden de las bolsas de café y las tazas.

    Había tanto por ver, pero no podía olvidar que Paulo estaba a lado suyo y era en él en quien debía concentrarse.

    — ¿Te gusta esta mesa? —preguntó él. —Sentémonos aquí.

    Alina accedió a sentarse en la mesa que él eligió, alejados de la barra y muy cerca de unos de los cuadros que más gustó a Alina; la Playa de la Concha iluminada por los tenues rayos del sol de la mañana.

    —Me gusta este lugar.

    —Te va a gustar más cuando pruebes el café. Aquí en la manteleta está el menú. —indicó Paulo mostrándole a Alina la manteleta que tenía en frente, en donde se especificaban todas las bebidas y alimentos del local. Había tantas opciones que a Alina le tomaría la tarde entera decidirse.

    — ¿Qué tomarás tú? —le preguntó a Paulo.

    —Bueno, a mí me gusta el café fuerte, y me gusta cómo lo preparan con esa máquina de ahí. —dijo él, señalando la barra. —El aeropress, es ese tubo de plástico que tiene el filtro arriba.

    Alina decidió pedir exactamente lo mismo que él para no tener que lidiar con las opciones que se le presentaban, porque no conocía nada sobre métodos de preparación y esta era la primera vez que oía hablar del aeropress, de modo que se sintió súbitamente abrumada

    — ¿Ya sabes lo que quieres?

    —Sé que quiero algo ligero, nada que me vaya a quitar el sueño por la noche.

    Paulo torció la boca en una sonrisa genuina.

    —Te recomiendo la preparación con el chemex, tiene un sabor más sutil.

    Alina asintió y acto seguido Paulo se puso de pie e indicó que volvería enseguida. Lo vio caminar hacia la barra donde la barista se hallaba reacomodando tazas, y luego de pagarle a la cajera, la barista se puso a trabajar en la preparación de los cafés.

    Alina observó tanto a la barista, como a los instrumentos del café, a Paulo, que lucía muy atractivo con el cabello alborotado y las manos metidas en sus bolsillos mientras esperaba.

    Paulo regresó un par de minutos después con dos tazas de café de diferentes tamaños, que expedían el inconfundible aroma a café recién hecho.

    —Aquí no hay meseros como puedes ver. —dijo Paulo, arreglándoselas para dejar las tazas sobre la mesa, sin derramar nada. —Espero te guste.

    Alina tomó su taza enseguida, ansiosa por probar de una vez el café y descubrir si todo el alboroto por el Gozoa merecía la pena. Dio un sorbo y dejó que el sabor amargo del café le empapara la lengua,

    Nunca había probado nada igual. El café que su madre preparaba todas las mañanas en su bonita cafetera era bueno, pero no se comparaba en absoluto con este dichoso chemex que acababa de pasar por su garganta.

    —Está delicioso.

    Paulo sonrió orgulloso, como si hubiera sido él quien lo hubiera preparado. Él por su parte, también tomó su taza y degustó el suave y aromático aeropress que había elegido.

    —Ya veo que sabes mucho de café. —dijo ella y enseguida se preguntó por qué se sorprendía, ciertamente no sabía nada de él, pero su inmediata respuesta, de momento la hizo sentir especial:

    —Nadie lo sabe. —Paulo acercó la taza a sus labios y bebió un poco más de café. —Pero sí, me interesa más que para sólo beberlo.

    Alina se tomó el tiempo para disfrutar un poco más del café y observar la autenticidad con la que Paulo bebía el suyo, disfrutando sorbo tras sorbo, hasta que recordó que no habían ido al Gozoa precisamente por las bebidas, sino porque Paulo tenía una supuesta pregunta que hacerle.

    —Paulo… ¿por qué me has traído aquí?

    El joven se acomodó en su silla y se aclaró la garganta, como preparándose para dar un discurso importante. Se puso muy serio, incluso se podría decir que estaba nervioso.

    —La verdad es que no sé cómo decir esto, no quiero resultar imprudente.

    Alina empezó a sospechar de qué se trataba todo esto y todo el encanto desapareció. Si ella estaba en lo cierto, entonces Paulo no estaba verdaderamente interesada en ella, sino, como el resto de todas las personas que se acercaban a ella, necesitaba que le hiciera un favor.

    — ¿Cómo lo supiste? —preguntó ella.

    — ¿Saber qué?

    —Ya sabes qué, ¿quién te lo dijo?

    —Muchos lo dicen… todos lo dicen.

    — ¿Quién te lo dijo a ti?

    —Emilia.

    ¿Emilia? ¿Acaso había escuchado bien? ¿Su mejor amiga había hablado de ella con Paulo, y no se lo había dicho?

    — ¡Vaya! ¿Y qué fue lo que Emilia te dijo exactamente?

    —Yo le pregunté acerca de… lo que todos hablan y… ella me aseguró que podrías ayudarme. Le conté lo que me gustaría contarte a ti.

    —Empecemos por el principio. —Alina bebió un poco más de café y se preguntó si estaría bien pedir otro, una vez que su primera taza se vaciara. — ¿Qué es exactamente lo que sabes? La verdad es que con el tiempo las personas han ido modificando la historia y es posible que no estés bien informado.

    Paulo asintió y se acomodó en su silla, recargando ambos codos sobre la mesa y entrelazando los dedos, como si fuese a narrar algo sumamente importante.

    —Se habla de que tú… tú puedes hablar con espíritus… y a veces tú… los ayudas.

    — ¿Los ayudo? —Alina frunció el ceño. Ciertamente ayudar no era precisamente lo que ella consideraba que hacía.

    —Los espíritus quieren decir algo y tú los ayudas a dar ese mensaje. —agregó Paulo, enseguida.

    Alina negó con la cabeza, pero no dijo nada para permitirle a Paulo continuar. Bebió un poco más de café con tranquilidad.

    —Se sabe que tú hablaste con la maestra Serna acerca de… su esposo después de que murió. Ella estaba muy deprimida, ¿no? Por eso renunció. Pero luego tú hablaste con ella y las cosas mejoraron. Tú le diste un mensaje de su esposo. No sé cómo fue que el rumor se esparció, pero al parecer fue la propia maestra Serna quien se lo dijo a alguien y en poco tiempo ya toda la escuela lo sabía.

    Alina volvió a negar con la cabeza y esta vez se aclaró la garganta para hablar.

    —Yo tampoco sé cómo se esparció ese rumor, como tú lo llamas, sobre todo porque no tiene nada de verdad.

    Paulo se sintió ridículo, porque hasta ese momento no se le había ocurrido pensar que él pudiera estar equivocado. Aquel rumor era bien conocido por todos en la escuela y no pensó que pudiera ser una mentira, si todos lo daban por hecho.

    —Hablé con la maestra Serna, sí. Lo hice poco después de que renunciara a la escuela, pero nunca hablé de ella sobre su esposo. —declaró Alina solemnemente. —Para empezar, debes saber que yo sólo puedo ver y hablar con un cierto tipo de espíritus, aquellos que están condenados por haber cometido un asesinato, a alguien más o a ellos mismos. Y en realidad yo no ayudo a los espíritus, ya que no puedo evitarles su condena, simplemente transmito mensajes. Soy sólo una mensajera.

    Alina sonrió y Paulo se relajó un poco, satisfecho con aquella explicación, que resultaba tan convincente como útil, dadas sus intenciones, que más adelante revelaría.

    — ¿Qué fue lo que le dijiste a la maestra Serna, entonces?

    —Su esposo nunca asesinó a nadie y tampoco se suicidó, de manera que yo no puedo hablar con su espíritu. Sin embargo, hace mucho tiempo, cuando la maestra era apenas una adolescente, su mejor amigo se quitó la vida y fue él quien me pidió que le diera un mensaje a través de mí. Como has dicho, la maestra estaba muy deprimida, y no sólo quería renunciar a su trabajo, si no también a su vida.

    —Significa que… —Paulo se había inclinado mucho hacia ella sobre la mesa con las manos engarrotadas a los bordes y los ojos muy abiertos, como si estuviera viendo una película de suspenso que lo mantenía al filo de la butaca.

    Alina bebió otro sorbo de café y asintió con mucha seriedad.

    —Estuvo a punto de quitarse la vida también, pero logré impedirlo. Cuando le hablé de aquel amigo suyo se sorprendió mucho, pero no pudo negar que yo estaba diciendo la verdad, ya que no hay forma de supiera tanto acerca de ellos, sin que él mismo me lo hubiera contado.

    Paulo resopló impresionado y también asustado, porque de momento, había recibido mucha información que costaba trabajo creer. Había escuchado las historias de Alina, pero escucharlas de su propia voz, resultaba mucho más inquietante.

    —Entonces es verdad. Puedes hablar con espíritus, bueno…con algunos espíritus.

    Alina sonrió con perspicacia.

    —Es cierto, aunque como he dicho, no ayudo a nadie precisamente. Ayudé a la maestra Serna y puede ser que también a otras personas, pero me considero simplemente una mensajera.

    — ¿Cómo lo haces? ¿Cómo…es posible?

    Alina adquirió una postura rígida y empoderada, dejando en claro que su poder sobrenatural le daba orgullo.

    —A los nueve años tuve un derrame cerebral, no morí gracias a un neurocirujano que no permitió que entrara en coma. De haberlo hecho, él cree que no habría sobrevivido. Decidió operarme esa misma madrugada. Pasaron varias horas desde que empezaron a realizarme resonancias y me trasladaron a otro hospital en ambulancia. Todo ese tiempo yo no estuve del todo consciente, recuerdo haber tenido un fuerte dolor de cabeza y de cuello, pero hay cosas que ocurrieron de las que yo no tengo memoria. Mi mamá me explicó semanas después que hablaba de un modo extraño, como si no fuera yo. Decía cosas sin sentido, no tenía noción del tiempo ni del espacio, no podía coordinar ni mantener el equilibrio, gritaba y me comportaba como si estuviera, no sé…poseída.

    Paulo escuchaba muy atento, como todos quienes habían escuchado ya a Alina hablar de su experiencia cercana a la muerte. Lo miró fijamente todo el tiempo, hablando con claridad y el volumen adecuado, para no perder su interés. En medio de su estado de concentración, no se dio cuenta que detrás de ella estaba la dueña del Gozoa, Romina, quien se encontraba colocando manteletas nuevas en las mesas que se acababan de desocupar.

    —Después de la cirugía no pude recordar nada de lo que había pasado. Mi mamá y mi abuela tuvieron que explicarme lo del derrame cerebral y la cirugía de urgencia, que salvó mi vida. No me pareció real, no lo entendí, sólo sabía que estaba muy débil para levantarme de la cama, pero días después salí del hospital y poco a poco fui recuperando mi fuerza, mi peso y algunos recuerdos. Nada de lo que ocurrió previo a la cirugía se quedó grabado en mi memoria, fue mi mamá quien me ha habló de todo ello, pero lo que sí pude recordar, fue mi sueño. Al principio creí que solamente era eso, un sueño, pero un día antes de mi consulta de revisión con el neurocirujano, tuve otro sueño parecido. A partir de esa noche los sueños se volvieron cada vez más frecuentes, más intensos y entonces tuve que entender que no eran sueños o… pesadillas, todo era real.

    Alina hizo una pausa para beber más café. Paulo estaba intrigado. Romina había decido sentarse en la mesa contigua a la de ellos a hacer sus cuentas del día, con el fin de escuchar un poco más.

    —Si no son sueños, ni pesadillas, ¿qué son realmente? —quiso saber Paulo, impaciente.

    —Es otra dimensión, un lugar habitado por espíritus que yo llamo Sombras y ese mundo lo llamo el Mundo Solitario. Es un sitio vacío, camino por horas y en todas direcciones sin llegar a ningún lugar. Sólo hay neblina y un vasto silencio.

    Paulo trató de imaginar lo que Alina le narraba.

    —Sólo están las Sombras en ese mundo, nada más.

    — ¿Y esas Sombras…hablan contigo?

    Alina estaba acostumbrada a que las preguntas fueran siempre las mismas, por lo que las respuestas salían de ella de forma automática y sin ninguna emoción.

    —No exactamente, las Sombras no son personas, no tienen rostro, por lo tanto, tampoco boca y no pueden hablar. Pero se comunican conmigo telepáticamente, escuchó sus voces dentro de mi cabeza.

    — ¿Qué son las Sombras entonces?

    —Son los espíritus. El Mundo Solitario es una especie de limbo para ellos.

    La mayoría de las personas cuestionaban a Alina sobre la vida después de la muerte, pero lo cierto es que ella no podía responder más allá de lo que conocía del mundo solitario. No podría afirmar si existía un cielo, un infierno o cualquier sitio al que las religiones se refieren, sólo sabía que existía un Mundo Solitario porque ya había estado ahí.

    —Si ese mundo existe, entonces debe de existir el cielo y el infierno— había dicho Emilia en una ocasión, cuando discutían sobre el Mundo Solitario. —De no ser así, ¿por qué habría un mundo transitorio para las Sombras?

    Alina había creído que su amiga tenía razón y era posible que su argumento fuera correcto, pero no podía asegurarlo porque no había manera de probarlo, como tampoco tenía pruebas de haber estado verdaderamente en el Mundo Solitario, y por ello muchas personas la consideraban una adolescente charlatana, que sólo pretendía llamar la atención.

    —Dijiste que volviste a soñar con el Mundo Solitario un día antes de que el neurocirujano te diera de alta. ¿Qué pasó entonces? —continuó Paulo.

    No todos hacían esa pregunta, sólo aquellos que habían prestado suficiente atención, y Alina sonrió.

    —Mamá y yo le hablamos de los sueños, le expliqué cuántos detalles pude recordar y así como tú, él quedó fascinado, aunque también asustado ante la posibilidad de que algo hubiera quedado mal en mi cabeza. Esa tarde me quitó los puntos, me dijo que podía volver a la escuela, pero tendría que hacerme varios estudios más para determinar que no hubiese quedado ningún daño cerebral.

    — ¿Te hiciste los estudios?

    —Una resonancia tras otra, la siguiente más compleja que la anterior. Resonancia normal, resonancia contrastada después, primero de tres Teslas, luego de siete. Nada. Todo estaba perfectamente normal.

    — ¿Qué dijo el neurocirujano?

    —Después de un año de estudios y pruebas, decidí mentirle sobre mis sueños. Le dije que había dejado de tenerlos, pero no fue así, casi todas las noches soñaba con las Sombras. Mamá me apoyó en la mentira, ambas creímos que era lo mejor. Así que el doctor sonrió, me dio un abrazo y me dijo que había sido muy valiente por haber pasado por una situación tan grave.

    Paulo se tomó unos minutos para procesar toda la historia de Alina y aprovechó para terminarse su café. Alina también bebió hasta la última gota y empezó a revisar el menú de la manteleta, esperando que Paulo tuviera la iniciativa de invitarle otra bebida.

    Romina se dio cuenta que sus dos objetos de estudio necesitarían un incentivo para prolongar la conversación y de ese modo, lograría escuchar un poco más de aquella fascinante historia. Se acercó a su mesa con toda la intención de conseguir su objetivo, de manera que utilizó sus habituales recursos de amabilidad y gracia.

    —Hola guapa, ¿te apetece otra bebida? No te había visto por aquí, ¿has probado nuestros postres?

    Alina alzó la vista hacia la mujer que se había impuesto frente a ella y pese a que nunca la había visto, supo enseguida de quién se trataba. Era la famosa Romina en persona indudablemente, con su acento español, que, aunque disimulaba, la delataba.

    Romina era una mujer muy alta, de cadera ancha y pechos grandes. Sabía vestir muy bien para destacar sus atributos y verse muy atractiva. Sus ojos color verde claro entonaban perfecto con su tez morena y su cabello castaño obscuro, largo y rizado, que adornaba con una peineta dorada con forma de girasol. Sus labios estaban perfectamente delineados con labial rojo obscuro, sus pestañas se elevaban hasta el principio de las cejas, dándole un aspecto de mujer madura e interesante.

    Alina la consideró, con esa primera impresión, la mujer más elegante que había visto en su vida.

    — ¿Te gusta el café con leche? Te sugiero que pruebes nuestro capuchino fuerte. Es muy espumoso, con un doble shot de expreso. —dijo Romina señalando el café descrito en la manteleta.

    —Adelante, pídelo. – intervino Paulo sonriendo a Alina y a Romina. —que sean dos, por favor.

    —A la orden, ya se los traigo yo misma a la mesa.

    Romina se dirigió a la barra y ambos vieron darle instrucciones a la barista.

    —Qué suerte has tenido, todos esperan conocer a la dueña en su primera visita al café. —dijo Paulo sonriendo relajado y agradeciendo que pudieran tocar otro tema por un momento.

    —Recuerdo haber leído un artículo sobre el café Gozoa y mencionar que la dueña tenía unos cuarenta y cinco años, pero luce más joven.

    —Este café tiene poco más de diez años de existir, así que sí, Romina debe de tener alrededor de cuarenta y cinco años. —agregó Paulo, al ver a la dueña caminar hacia su mesa, cargando una bandeja con sus capuchinos.

    —Esta es la primera vez que recibo el café en mi mesa en el Gozoa. —dijo Paulo sonriendo mucho.

    —Es la magia de este lugar, nunca sabes lo que te va a sorprender. —añadió Romina con un brillo de perspicacia en los ojos. —Disfruten.

    Romina se alejó, pero no demasiado como para perderse el resto de la conversación; volvió a sus cuentas en la mesa contigua.

    — ¿Cómo sabe que nunca había estado aquí antes? —peguntó Alina en voz baja, pero Romina, que era toda una experta en parar oreja, la escuchó perfectamente y sonrió divertida.

    —Ella conoce muy bien a sus clientes, siempre interactúa con todos. —contestó Paulo, también en voz baja.

    Alina acercó la taza a sus labios, pero antes de probarlo, se deleitó con el fuerte aroma del expreso recién hecho y observó a detalle el remolino que la barista había hecho con la espuma de la leche.

    —Está exquisito. —dijo ella luego del primer sorbo.

    Romina sonrió disimuladamente, satisfecha de haber elegido para ella el café que disfrutaría.

    —Así es, es perfecto. —agregó Paulo, todavía muy relajado.

    —Ya te conté mi historia, ahora dime qué es lo que quieres de mí. —apuntó Alina, apoyándose sobre la mesa. Le gustaba hablar directo e ir al punto lo más rápido posible, no perdía el tiempo sondeando el tema o hablando de detalles de menor importancia.

    A Romina le agradó ese carácter audaz, y en cierto grado controlador, que sin duda debía intimidar a Paulo.

    —Necesito de ti para ayudar a mi mamá. Hasta ahora había tenido mis dudas, pero ahora sé que eres el indicada para ayudarme.

    Alina se sintió ofendida, puesto que le daba la impresión que Paulo había decido quedarse con lo que le convenía, dejando de lado el principio básico que ella se había esforzado por dejar en claro.

    —El espíritu que necesito que contactes… la Sombra… es mi tío. —agregó Paulo con un brillo de entusiasmo en la mirada.

    —No soy una médium. —declaró ella con una voz tan contundente, que sobresaltó a Paulo.

    —Lo entiendo, pero… estoy seguro que puedes ayudarme.

    Alina bebió un sorbo de su café y decidió no pronunciar palabra, ofreciéndole a Paulo el beneficio de la duda.

    Paulo la miró ansioso. No estaba seguro de si estaba cómodo o por el contrario, toda la situación estaba resultando lo bastante extraña como para resultar agradable, pero ciertamente ya consideraba a Alina una chica extraordinaria.

    —Mi tío, el hermano de mi mamá, se quitó la vida. Ella está destrozada.

    Alina pudo identificar la vergüenza con la que Paulo acababa de hacer esa confesión.

    —Mi mamá no entiende por qué. Mio tío no tenía problemas de ningún tipo, al menos ninguno del que ella estuviera enterada. Ninguna deuda, ninguna adicción, ninguna enfermedad, su vida era bastante normal. Trabajaba duro, salía con amigos, nos frecuentábamos, esas cosas.

    Alina deseó sostener la mano que Paulo había recargado sobre la mesa, pero no lo hizo porque sabía que no existía entre ellos ese nivel de confianza y podía resultar bochornoso para ambos si a Paulo le incomodaba el contacto físico.

    Él guardó silencio, tragó saliva y desvió la mirada hacia el interior de su café. En su mente imaginó el rostro de su tío la última vez que lo vio, apenas una semana antes de su suicidio, y estaba convencido de no haber visto ninguna señal de depresión que justificara sus acciones posteriores.

    Nunca pensó que la última vez que vería a su tío sería en una comida de domingo como cualquier otra, en la que hablaron de las carreras de Nascar y la Formula 1. A su tío le gustaban mucho esas competiciones y luego de hablar de pilotos y los nuevos motores de los autos, discutieron la posibilidad de asistir a la próxima carrera.

    Habían asado carne, bebido algunas cervezas y la conversación transcurrió con normalidad y ligereza. Paulo nunca vio a su tío preocupado por alguna cuestión particular.

    ¿Qué lo había llevado al suicidio?

    ¿Desde cuándo lo había estado pensando?

    ¿Qué lo llevó a tomar esa salida?

    Esas eran las preguntas que atormentaban a la madre de Paulo, y le dolía profundamente no haber podido ayudarlo a tiempo.

    —Ahora sé que tú podrías…contactarlo, en ese mundo con el que sueñas. —añadió Paulo tratando de darle lógica a sus propias palabras, que en otro momento le habrían parecido una absoluta broma. —Mi mamá sólo quiere entender por qué lo hizo, saber si ella pudo haber hecho algo para impedirlo.

    —No siempre puedo comunicarme con las Sombras, Paulo. Depende de si ellas quieren hablar conmigo. No puedo prometer que vaya a conseguirlo.

    Paulo bebió un poco de su café, con una expresión de inesperada desilusión.

    — ¿Puedes intentarlo al menos?

    Alina meditó unos segundos. Desde luego que no perdía nada con intentarlo, pero por mucho que deseara ayudarlo, no iba a darle falsas esperanzas.

    —Voy a hacerlo, pero no esperes demasiado. Como he dicho, no depende enteramente de mí. A veces las Sombras simplemente no tienen nada que decir.

    —Está muy bien, eso es mejor que nada. —dijo Paulo con renovado entusiasmo. Sonrió un poco y bebió más café, su taza ya estaba casi vacía.

    Alina había descuidado su bebida y se había enfriado, pero aun así lo bebió todo y al cabo de cinco minutos, ambos estaban listos para marcharse.

    Romina había estado pendiente todo el tiempo de todo lo que se dijeron y le pareció asombroso tener en su café a una chica que podía hablar con los muertos en sus sueños.

    Muchas personas extraordinarias habían pasado ya por el Gozoa, dejando sus experiencias impregnadas en la propia historia del café. Romina no sabía todavía lo importante que Alina sería para la continuidad de aquellas historias, que a lo largo de trece años se habían contado entre taza y taza, y el aroma del café tostado.

    De algún modo, todas las historias se entrelazaban, todas estas personas increíbles tenían que ver unas con las otras, aún cuando se conocieran.

    Por suerte para la misma Romina, que tanto interés tenía en esos clientes y sus historias, llevaba algunos años redactando un diario, donde narraba los acontecimientos, en una línea de tiempo que poco a poco cobraba sentido.

    La historia del Gozoa no comenzaba con Alina, ni siquiera trece años atrás cuando abrió sus puertas por primera vez, sino desde el momento que Romina dejó su tierra natal, el País Vasco, llegó a México con sus padres, y conoció a la persona que la motivaría a convertir el Gozoa en una realidad, hace veintiocho años.

    Romina se quedó un momento ensimismada pensando precisamente en todos los años que el Gozoa había sido testigo de historias increíbles, cuando vio a Paulo ponerse de pie, obligándola a regresar a la realidad.

    —Iré a pagar los cafés. —dijo él, buscando en el bolsillo de su pantalón los billetes y monedas.

    —Déjalo así, cortesía de la casa. —exclamó Romina desde la mesa que ocupaba, con una sonrisa dibujada en el rostro.

    Paulo asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y de todos modos dejó unas monedas como propina.

    Alina se echó la mochila al hombro y se despidió de la dueña con una gran sonrisa, que demostraba su inequívoca satisfacción por su primera visita al Gozoa.

    —Es un buen gancho el de Romina. Me refiero a los cafés de cortesía para motivarnos a volver aquí, —mencionó Alina luego de que sus ojos se ajustaran nuevamente a la luz del sol, al salir del establecimiento.

    —Bueno, digamos que hay distintas formas de pagarle a Romina, por ejemplo, dejándola escuchar.

    — ¿Qué quieres decir?

    —No se sentó cerca de nosotros por mera coincidencia. A Romina le gusta escuchar conversaciones ajenas, debe ser una especie de pasatiempo para ella. Si finges no darte cuenta y le permites que te escuche, recibirás este tipo de recompensas.

    — ¿Y si no lo haces? —preguntó Alina, pensando que su privacidad había sido descaradamente violada.

    —Simplemente no se acercará a tu mesa, no te hablará y mucho menos recibirás café gratis. Puedes seguir yendo al café, pero serás invisible para ella.

    — ¿Romina escuchó todo lo que hablamos? —inquirió Alina consternada y preocupada.

    —Cada una de nuestras palabras, estoy seguro. A esa mujer no se le escapa nada, tiene bien entrenado el oído.

    —Que falta de respeto. ¿Y para qué? ¿Qué gana con meterse en los asuntos que no le competen?

    —Nadie lo sabe. —Paulo volvió a sonreír, demostrando que a él no le importaba que Romina estuviera husmeando.

    — ¿Y si alguien confesara un crimen? ¿Lo denunciaría?

    —Supongo que está en su derecho de hacerlo.

    — ¿Quién se cree que es? ¿Miss Marple contemporánea?

    — ¿Quién? —Paulo levantó una ceja en señal de confusión, pero Alina no se molestó en explicarse.

    Una chica rubia entró al café, empujando sin querer la espalda de Alina, haciendo que esta tuviera que apretujarse contra el pecho de Paulo, quien la tomó de los codos, al tenerla cerca. Ambos rieron incómodos y se separaron casi enseguida.

    — ¿Crees que ella tenga algo interesante que decir, como para que Romina se tome su tiempo de escucharla? —preguntó Alina con un aire sarcástico que a Paulo le pareció divertido. —Bueno, ya tengo que irme. Creo que… nos estaremos viendo, ¿no? En la escuela.

    —Sin duda.

    —Gracias por el café, Paulo.

    —Gracias por hablar conmigo. Espero que puedas… ya sabes.

    Alina sonrió ligeramente y asintió con la cabeza; posteriormente se acomodó las correas de la mochila en ambos hombros y caminó hacia la esquina. Paulo tomó la dirección opuesta.

    Alina dio la vuelta a la derecha en la esquina y se cambió de acera para poder continuar disfrutando del crujido de las hojas bajo la suela de sus zapatos.

    Todo lo que le había contado a Paulo era cierto y aunque

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1