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Fuego
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Libro electrónico325 páginas4 horas

Fuego

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Información de este libro electrónico

¿Cómo reaccionarías si te enteraras que tus dos mejores amigos tienen una vida paralela? Esto es lo que le pasa a Alessandra, la cual descubre que sus dos mejores amigos son miembros de una agencia especial, la cual está conformada por gente con habilidades más desarrolladas de lo normal. Pero esta agencia está envuelta en capas y capas de secretos, y todos la incluyen a ella. Podrá descubrirlos, a raíz de la desaparición repentina de toda la población de su ciudad. ¿La acompañarás a descubrirlos?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ene 2020
ISBN9788418035043
Fuego
Autor

Alexia Orban

Alexia Orban empezó en la escritura cuando tenía apenas 12 años. Su pasión la llevó a terminar su primer libro dos años después, y a buscar que todos los autores jóvenes tengan el mismo reconocimiento que autores adultos, a pesar de su edad. Actualmente, anima a sus contemporáneos a lanzarse al mundo de la escritura, ya que los jóvenes tienen una percepción fresca y única del mundo. Vive en Lima (Perú) con su madre, su padre, sus dos hermanos y su abuela.

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    Fuego - Alexia Orban

    Fuego

    Alexia Orban Gamio

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Alexia Orban Gamio, 2019

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788418036590

    ISBN eBook: 9788418035043

    A Dori

    I: Alessandra

    Si a Alessandra le pidieran un ejemplo de algo «peligroso», ella no tendría palabras. Le habían pasado tantas cosas que ella consideraba peligrosas, que dar un ejemplo sería imposible, tendría que dar cientos…

    Según recordaba, todo había empezado ese frío sábado de junio. Tenía un día bastante ocupado, así que se levantó a las 7 en punto de la mañana. Primero tenía examen de ruso, el cual la entusiasmaba bastante; ese era el examen para que le dieran el grado nativo en el idioma, y se había esforzado mucho para llegar a ese punto. Estudiaba ruso desde que tenía memoria y según su madre debía hacerlo por sus antepasados, pero ella no estaba muy segura de que esa fuera la verdadera razón.

    Después de ese examen, tenía una fiesta en la casa de su mejor amigo, Esteban. Era su cumpleaños número 17 y Alessandra estaba muy feliz por él, ya que al fin tendrían la misma edad. Alessandra creía que ese día sería perfecto, mas no sabía lo que le esperaba. Entró al baño rápidamente, tenía que ducharse. Pero debía darse prisa, porque debía estar en la academia a las 8:30. Mientras se duchaba, recordaba ese mismo día hacía un año.

    Recordó llegar a la casa de Esteban y darle un abrazo larguísimo, mientras que los demás, muy incómodos, se les quedaban mirando. Mariana siempre los molestaba, (la típica mejor amiga que te empareja con todos), diciéndoles que parecían novios, pero a ella no le importaba.

    También hubo una espontánea guerra de cerbatanas. Sí, sé que suena raro, pero fue muy divertido para ellos. Alessandra y Esteban eran equipo con Jorge, el mejor amigo de Esteban. Era estadounidense, por lo tanto era muy bueno en inglés. A ella le caía bien Jorge, pero le daba un poco de miedo.

    Era un chico alto, debía medir 1,80 metros más o menos. Tenía el pelo castaño claro, casi pelirrojo y los ojos color avellana. Era delgado, con un poco de músculos. Su piel era muy blanca, tanto que parecía un fantasma. No era muy guapo, pero se defendía. Pero lo que le daba miedo a Alessandra era su forma de caminar y de hablar; caminaba encorvado y su voz era muy grave y fuerte, siempre parecía que estaba gritando. Pero ella era amable con él, como lo era con todos.

    Alessandra estaba segura que Mariana se sentía más intimidada por Jorge. Tal vez era porque ella era muy baja, medía 1,50 aproximadamente y era muy delgada. Por eso Jorge se veía más grande en su perspectiva. Ella tenía el pelo negro y los ojos violetas, una extraña cualidad que muy pocas personas tenían. Su piel era oscura con un color similar al de chocolate con leche. Era la persona más agradable y extrovertida que Alessandra había conocido jamás.

    También tenía hiperactividad diagnosticada, y era muy alegre, así que a veces era un poco intensa. Pero eso no era un problema, hacía que encajaran a la perfección. Mientras que Alessandra era calmada y bastante neutral en lo que respectaba a sus sentimientos, Mariana era completamente opuesta a ella.

    Eran como el yin y el yang, se habían llevado muy bien desde el momento en que se conocieron. Alessandra recordaba perfectamente cómo se habían conocido: se chocaron y Mariana le tiró su malteada encima, luego le prestó su suéter y así se volvieron amigas. Ella siempre apreciaría ese momento, y siempre se lo agradecería al destino. Aunque le parecía que no encajaba, porque Mariana era un año mayor que ella, pero no importaba.

    A veces, tenía recuerdos que no encajaban, pero ella pensaba que se debía al famoso y polémico efecto Mandela, el cual consiste de un recuerdo falso colectivo. Cada vez eran más recuerdos que no concordaban con la realidad. Ella solo creía en que eran errores suyos, pero siempre tenía la pequeña sensación de que había algo más...

    Al salir de la ducha, abrió su armario y sacó su atuendo, que ya estaba preparado desde el día anterior. Era simple, pero estaba compuesto de toda su ropa favorita; una camiseta de rayas rojas con blanco, unos pantalones vaqueros de tobillo estrecho y unas botas de gamuza con un poco de tacón. Estaba acompañando con un reloj pequeño de cadena plateada y de un cárdigan largo negro. Le encantaba ese atuendo porque la representaba y era su estilo.

    Se miró al espejo y vió a una chica de 17 años, delgada, con pelo castaño oscuro al hombro, y algunas mechas rubias. Tenía unos penetrantes ojos negro azabache, y a veces, como dice el dicho, sus amigos le decían que su mirada mataba. Era de estatura media, 1,60 aproximadamente. Su piel era clara, semejante al color de un pergamino.

    Fue hacia su tocador y se puso un poco de rímel. También se puso un labial natural y un poco de sombra marrón claro en los ojos. Era su maquillaje sencillo, lo usaba todos los días, a menos que tuviera un evento importante. Se lo iba a cambiar para ir a la fiesta de Esteban, pero como iba a dar el examen no tenía que arreglarse tanto.

    Salió de su cuarto y se dirigió a la cocina del apartamento. Su apartamento era pequeño, pero tenía una vista increíble. Estaba en frente de la Costa Verde, por eso podía ver el mar; ese mar azul oscuro, y un poco verdoso. Vivía con su madre, su padre y su hermano. Su madre era alta, de pelo rubio, ojos verdes y piel blanca. Su padre tenía el pelo negro y los ojos cafés, con piel olivada, más clara que oscura. Sus ojos eran achinados, por su ascendencia.

    Ellos no se parecían a Alessandra en nada, pero su hermano sí: tenía el pelo del mismo color que el de ella, los ojos y la piel también. Su hermano, Cristóbal, tenía 14 años, pero parecía mayor que Alessandra. Debía ser porque era mucho más alto que ella, medía 1,80 aproximadamente.

    En lo único en que no se parecía a Alessandra, era en qué él era demasiado popular, siempre estaba hablando por teléfono o fuera de casa. Además, era bastante delgado y musculoso. Ella creía que eran adoptados, pero ni su madre o su padre le habían dicho nada.

    —¡Alessandra! ¡Ven a desayunar, se te está haciendo tarde!— gritó su madre desde la cocina.

    —¡Ya voy!— respondió Alessandra.

    Entró a la cocina y se encontró la típica escena de todas las mañanas; su madre sirviendo el desayuno, su padre leyendo El Comercio y su hermano lavando los platos. Para ella su familia era perfecta, pero habían cosas que sus padres le estaban ocultando. Por ejemplo, por qué no podían ir al sótano del edificio o por qué no se parecían en nada.

    —¡Buen día!— dijo Alessandra, con el entusiasmo que la caracterizaba.

    —Buen día, hija— dijo su padre.

    Ella quería preguntarles por qué no se parecían, y aunque ya lo hubiera hecho muchas veces, siempre evadían la pregunta.

    —Mamá, ¿por qué mi hermano y yo no nos parecemos a ti y a papá?— preguntó Alessandra, por enésima vez en su vida.

    Su madre le respondió:

    —Ustedes son uno de esos casos rarísimos de la ciencia en los que los hijos son diferentes a sus padres.—

    Pero ella no estaba muy convencida, así que se decidió. Esa noche, al regresar de la casa de Esteban, investigaría todo ese asunto, empezando por el sótano del edificio. Terminó de tomar su desayuno favorito, tocino envuelto en panqueques con arándanos y salió del apartamento. Bajó al estacionamiento, desencadenó su bicicleta y se puso en camino. Estaba camino a la academia, y empezaron las cosas raras.

    Había un montón de hombres vestidos de azul por todos lados, y se quedaban mirando a Alessandra. Ella decidió apurarse, porque esos hombres la estaban poniendo muy nerviosa. Estuvo como unos 20 minutos sin parar de pedalear, hasta que uno de los hombres de azul le llamó la atención. Tenía una cara que era muy familiar para Alessandra. Creyó reconocerlo, pero no podía ser él. No, no podía ser.

    Movió la mano enfrente de su cara, como si estuviera espantando una mosca, para hacer desaparecer ese pensamiento. Tuvo que moverse rápidamente, porque como había parado en medio de la autopista, un auto casi la arrolla.

    Al llegar a la academia, había más hombres de azul por todos lados, incluso uno la siguió a su salón de clase. Cuando Alessandra se sentó en su sitio de siempre, un hombre de azul se sentó a su lado. Esos hombres la estaban poniendo muy nerviosa, pero debía concentrarse en su examen. Había estudiado mucho y no iba a ser en vano.

    —Bueno alumnos, este va a ser el último día en que nos vamos a ver, ya que después de este examen, los que pasen se van a graduar. Ahora voy a pasar la lista.— dijo la profesora Connor.

    Esa mujer de larga cabellera rubia y ojos verdes era un demonio andante, odiaba a sus alumnos y en sus clases solo hablaba de lo poco que le pagaban y de que iba a renunciar uno de esos días como señal de protesta. Pero volvía todos los años, con la misma queja y la misma amenaza.

    Los odiaba tanto, que un día los castigó, pero no era un castigo cualquiera; era quedarse después de clase copiando todo el diccionario ruso, con sus significados en ruso y con su traducción exacta en español. Y se preguntarán, ¿qué hicieron ellos para merecer esta clase de castigo? Pues, solo le dijeron que se había equivocado escribiendo una palabra. Solo por una palabra mal escrita. Era un error justificable, pero la profesora Connor no tenía límites.

    Y lo peor era que esta mujer le tenía una manía increíble a Alessandra. Ella se imaginaba que debía ser porque era la mejor de la clase, y probablemente la mejor de la academia. La profesora siempre le dejaba tareas que eran de ciclos más avanzados, o le hacía hablar en frente de toda la clase todo el tiempo.

    Habían algunos días en los que ponía a Alessandra a hacer toda la clase, mientras la profesora solo se sentaba a verla en su escritorio. Ella no entendía por qué la profesora los odiaba tanto, en especial a ella. Pero, ese era otro misterio que se dispondría a resolver, después de que ese día acabara.

    Se escucharon un par de sollozos en el salón. Alessandra se volteó y vió a un par de chicas llorando. Ella no soportaba a las chicas que lloraban por todo, y se notaba que sus lágrimas eran falsas. Por supuesto, Alessandra no era nada dramática. Algunas personas creían que no tenía corazón, porque no lloraba de la emoción y esas cosas, pero ella sí tenía corazón. Y era el corazón más grande que podía existir en el mundo.

    Tal vez nadie se diera cuenta, pero había cosas que la afectaban mucho. Podía parecer muy segura y con confianza en sí misma, pero en verdad era muy insegura y sensible. Ocultaba sus sentimientos por miedo a que la hirieran, aunque no le hubiera pasado antes. Con lo que sus amigas le contaban sobre las relaciones amorosas y cómo les destrozaron el corazón por abrirlo, decidió cerrarlo y tirar la llave a un río.

    Ella creía que la mejor forma de romper a alguien en pedacitos era empezar por su corazón y luego destruir su mente. Por eso, Alessandra había decidido no enamorarse, solo por precaución. Pero, no estaba segura que pudiera aguantar más con los sentimientos que tenía dentro.

    Se dio cuenta que se había quedado viendo a la nada y la estaban mirando, así que decidió actuar como si nada hubiera pasado, pero reaccionó muy fuerte y tiró su folder con su cartuchera al suelo. La profesora dijo:

    —A ver, ¿qué es ese desorden? Gutiérrez, recoja sus cosas, ¿o pretende que yo las recoja?—

    —N-No, profesora, ahora mismo las recojo.— dijo Alessandra, avergonzada.

    —Después de esta interrupción, voy a tener que empezar de nuevo.— dijo la profesora, enojada.

    La profesora empezó a pasar lista otra vez, de mala gana:

    —¿Martín Aguilar?—

    —¡Presente!—

    —¿Alicia Casablanca?—

    —¡Presente!—

    —¿Juan Espino?—

    —¡Presente!—

    —¿Sebastián Falcón?—

    —¡Ausente!—

    —¿Alessandra Gutiérrez?—

    —P-P-Presente...—

    La profesora siguió pasando lista, pero Alessandra estaba demasiado nerviosa como para oírla. El hombre de azul no la dejaba de mirar, entonces, decidió cambiarse de sitio. Se fue casi al final del salón, en la fila del centro. Afortunadamente para ella, el hombre no la siguió, así que se relajó un poco pero no bajó la guardia. La profesora empezó a entregar las hojas del examen, y todo el mundo empezó a quejarse.

    —¡Usted no avisó que esto venía en el examen!—

    —No sé nada de esto…—

    —Profesora, usted si me va a ver el próximo año, no voy a pasar este examen.—

    En cambio, Alessandra empezó a revisar el examen y se dió cuenta de que estaba muy fácil. Empezó a resolverlo y sin darse cuenta lo terminó en 10 minutos. Se levantó de su sitio y se dirigió hacia el escritorio de la profesora, mientras que todo el mundo la miraba con la boca abierta. Todos estaban murmurando:

    —¡¿Cómo terminó?!—

    —Seguro se copió de otro.—

    Pero Alessandra no se había copiado de nadie, ella era muy buena estudiante. En la escuela era la primera entre sus compañeros y también era el primer puesto en la academia. Le entregó el examen a la profesora, y ya se iba a ir, pero ella le dijo:

    —Espera, este examen lo corrijo ahora y te lo entrego de una vez. Luego pongo tu nombre en el sistema y te llegará una notificación con la fecha en que será la entrega de diplomas.—

    —Bueno...— Como usted diga. respondió Alessandra, con la voz ahogada en nervios.

    La profesora corrigió el examen rápidamente y se lo entregó, mientras exclamaba:

    —¿¡100/100!?! Bueno, la suerte existe, Gutiérrez.— dijo a profesora, despectiva.

    Todo el mundo se quedó mirando a Alessandra (de nuevo) y ella no sabía si debía decir algo o no, así que solo fue hacia la silla, tomó su bolso y salió del salón. Empezó a caminar hacia el estacionamiento de bicicletas, estaba tan nerviosa y asustada que se iba a ir de frente a la casa de Esteban.

    Mientras caminaba por el campus, notó la ausencia de los hombres de azul. Esto la alivió, pero la hizo ponerse más alerta a la vez. Iba a continuar caminando, y notó que tenía mucha sed, así que se dirigió al Starbucks que estaba adentro de la academia.

    Al entrar, se sorprendió, porque estaba casi vacío. Siempre que iba debía hacer fila varios minutos para que la atendieran, pero se alegró de que la atendieran rápido. Fue hacia el mostrador y pidió un frapuccino con caramelo, que era su favorito. Esperó unos minutos hasta que la llamaran y se acercó al mostrador. Alessandra pagó por su frapuccino y salió de la cafetería. Cuando salió, se encontró un papel en el suelo, que decía: «NO SABES LO QUE TE ESPERA»

    Ese papel hizo que las alarmas de Alessandra se encendieran por completo. Empezó a apretar el paso hacia su bicicleta y mientras caminaba, se encontraba más papeles iguales en el suelo. Cuando finalmente llegó al estacionamiento (casi corriendo), encontró su bicicleta forrada de esos papeles. Los despegó todos desesperadamente, se subió a la bicicleta y empezó a pedalear con todas sus fuerzas. Mientras que se dirigía a la casa de Esteban, lo llamó:

    —¿Esteban? Si, hola, soy yo. Estoy llegando a tu casa, ¿de acuerdo? Te explico al llegar.—

    —Alessandra, suenas asustada, ¿estás bien?— Le preguntó Esteban, preocupado.

    —Emm... Sí.— dijo ella, no muy convencida.

    —Bueno...— Respondió él, muy confundido.

    Alessandra colgó y siguió pedaleando rápidamente. Estaba avanzando y por un momento se sintió desorientada. No sabía hacia dónde estaba yendo ni de dónde estaba viniendo. Luego, su destino volvió a su mente: la casa de Esteban. Alessandra se preocupó, pensó que se estaba volviendo loca, así que se dijo a sí misma.

    Alessandra, cálmate. Tienes que concentrarte y no dejar que unos hombres te saquen de tus casillas. Ahora tienes que llegar a la casa de Esteban.

    Siguió pedaleando y, finalmente, llegó. Era un casa antigua, tendría unos 40 o 50 años, mínimo. Levantó el tapete, movió la piedra que estaba debajo y sacó la llave de repuesto. Había ido tantas veces a su casa que conocía todos sus secretos, o al menos eso creía ella. Entró y subió las escaleras corriendo. Abrió la puerta del cuarto de Esteban tan fuerte que por poco no la tumbó.

    —¡Alessandra! ¿Qué te pasa, por qué estás así?— preguntó Esteban, bastante sobresaltado por todo el ruido que Alessandra había hecho.

    —No vas a creer todo lo que me pasó hoy...—

    Ella se sentó, y le contó todo lo que había pasado a Esteban, no sin antes respirar hondo varias veces y calmarse.

    —¡¿Y no se te ocurrió llamar a la policía?!— preguntó Esteban

    —No me hubieran creído, me hubieran mandado a un hospital psiquiátrico o algo así.— le respondió Alessandra.

    Alessandra estaba temblando. Tal vez era por toda la cafeína que había tomado, tal vez era por el miedo, o tal vez por las dos cosas. No se notaba, o eso creía ella, hasta que él le dijo:

    —Hey, tranquila. Todo va a estar bien, créeme.— dijo él, con una voz muy reconfortante.

    Acto seguido, la abrazó. Inmediatamente, ella se relajó y se sintió segura. Esteban tenía ese... superpoder, por así decirlo. Sus abrazos eran como una hoguera cálida o un buen chocolate caliente en invierno. Además, él era bastante grande, así se sentía como si estuviera dentro de una cabaña acogedora.

    «Ser grande» se refiere a que medía 1,87 y era de una contextura normal. Su tono de piel era cálido. Tenía el pelo gris oscuro (era pintado, su color natural era marrón) y los ojos verde oliva. Siempre vestía ropa negra y unas zapatillas Converse azules muy usadas.

    Algunos le decían que tirara esas zapatillas a la basura, pero él no quería hacerlo. Al parecer, tenían un significado muy grande para él. Otras chicas le decían a Alessandra que no se juntara con Esteban, por que era muy raro. Pero ella lo comprendía perfectamente y sabía ver la llama especial que quemaba dentro de él.

    —Bueno, ahora que estás aquí, ¿me podrías ayudar en algo?— le preguntó Esteban.

    —Sí, ¿qué necesitas?—

    —Emm... Necesito que me ayudes a elegir mi ropa...— dijo él, bastante incómodo.

    —¡Claro!—

    Alessandra se dió cuenta de que a Esteban le avergonzaba pedirle ayuda, en especial en ese tema. Ella sabía que Esteban era muy orgulloso, y le costaba pedir ayuda en lo que sea, o pedir disculpas. Él abrió su armario y le enseñó la mejor ropa que tenía a Alessandra. Ella hizo lo mejor que pudo, ya que toda la ropa de Esteban era negra, gris, o de los colores de las sombras del negro. Después de lo que le parecieron horas, logró que Esteban se viera bien. Le armó un outfit bastante aceptable; una camisa gris, con un pantalón negro y un reloj de plata. Era lo mejor que Esteban tenía, así que no podía pedir más.

    —Wow, nunca me había visto... así.— le dijo Esteban.

    —Así... ¿cómo?— preguntó Alessandra, mientras se reía tímidamente.

    —Mmm... Guapo.— respondió Esteban

    Alessandra se le quedó mirando, no podía creer lo que le acababa de decir. Esteban era bastante guapo, pero no enseñaba su belleza nunca, solo la ocultaba. Ella quería decírselo, pero sentía que sería demasiado incómodo y podría llevar a cosas que ella no quería, así que solo dijo:

    —Bueno, ¡es porque yo hago milagros!—

    —¡Hey! ¡Eso no es justo!— le dijo Esteban, y le dio un cariñoso empujoncito.

    Después de que conversar un rato, bajaron a la sala de la casa de él. Encima de la mesa había vasos descartables, un par de carteles que decían FELIZ CUMPLEAÑOS y bolsas de piqueos. Alessandra sabía que a Esteban no le gustaba lo extravagante, pero incluso eso era simplón para el.

    —Solo hay.... ¿esto?— preguntó Alessandra.

    —Sí. ¿Esperabas algo más?— le respondió Esteban.

    —Bueno... Es una fiesta de cumpleaños, ¿no debería ser más alegre?—

    —Supongo...—

    Alessandra no quería que la fiesta de su mejor amigo fuera un fracaso, así que decidió que era momento de sacar su creatividad a relucir.

    —Esteban, tráeme todo el cartón que tengas. También necesito tijeras, cartulina de colores y pegamento, UHU de preferencia.—

    —Bueno...— Esteban empezó a subir las escaleras, pero se quedó inmóvil y dijo:

    —Vas a hacerlo de nuevo, ¿verdad? ¿Te vas a poner creativa otra vez? Recuerda cómo quedó mi casa después de la última vez que te pusiste creativa.—

    Ella lo recordaba perfectamente. Solo vamos a decir que hubo confeti en la casa de Esteban por 2 meses.

    —¡Oye! Esto no va a ser así, te lo prometo. Ah, también necesito pintura... por favor.— dijo Alessandra y sonrió.

    Tal vez Alessandra no lo sabía, pero esa sonrisa pícara que siempre tenía derretía a Esteban por dentro.

    Esteban subió las escaleras y dejó a Alessandra sola en la sala. Ella empezó a acomodar un poco las cosas. Despejó la mesa y se sacó el reloj y las pulseras. Deben saber que siempre que Alessandra hacía eso, era señal de que planeaba algo. Mientras tanto, escuchaba muchos ruidos provenientes de arriba, pero decidió no subir. Si Esteban tenía algún problema la llamaría, como siempre lo hacía y viceversa. Pasaron unos 20 minutos y Esteban no bajaba. Alessandra se preocupó y pensó:

    Si no baja en 10 minutos, subo a ver que pasa.—

    Pasaron unos 5 o 6 minutos y Esteban bajó. Tenía un par de arañazos en la cara y tenía la camisa fuera del pantalón. Parecía que había estado peleando, pero ella no lo veía muy probable. Pensó en preguntarle qué había pasado, pero si él hubiera querido hablar de eso, se lo hubiera contado.

    —¿Trajiste la pintura?—

    —Si... ¿Creíste que me la había olvidado?—

    —Es que eres un poco olvidadizo...—

    Alessandra tenía razón en eso. Una vez se había olvidado de ponerse el uniforme para ir al colegio y fue en pijama. Esteban se sonrojó un poco, siempre se ponía así cuando le daban la contraria y tenían razón.

    Toda la casa estaba irreconocible. Habían carteles de «feliz cumpleaños» por toda la casa, con un fondo de pintura salpicada. Había puesto serpentinas en las ventanas para que no se vean tristes. Había decorado los vasos con los nombres de todos, las letras estaban hechas a mano y los diseños también. Alessandra estaba repleta de pintura

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