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Muerte súbita
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Libro electrónico56 páginas42 minutos

Muerte súbita

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Draconius es el alias de un narcotraficante venezolano que presencia en su niñez la atroz muerte de toda su familia por parte de Prince, capo de la droga de la época que había contratado a su padre, un ex profesor universitario que se ve obligado a entrar en el mundo de las drogas debido a la crisis económica.

 

Draconius, apuñalado también junto a su padre, madre, y hermanos, logra sobrevivir y se jura que no descansará hasta cobrar venganza. Para ello, se fortalece formando un red de narcotráfico paralela a la de Prince, y se forja un pequeño ejército de hombres fieles que deben pasar por las pruebas más sanguinarias y hostiles para ser dignos de formar parte del equipo que cobrará venganza por la muerte de su familia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 oct 2020
ISBN9781393909323
Muerte súbita
Autor

Alejandro León

Alejandro León es un escritor venezolano que ve en la escritura no sólo un arte, sino un negocio, de modo que su relación con la literatura es una bastante pragmática. Habiendo sido galardonado en diversos concursos internacionales desde un temprana edad, Alejandro ha logrado la libertad financiera, gracias a la escritura, a los 25 años.  Dicho esto, Alejandro no cree demasiado en esteticismos ni perfecccionismos académicos; su visión es más pragmática: mientras más escribe, más produce, y mientras más produce, más dinero gana. 

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    Muerte súbita - Alejandro León

    ALEJANDRO LEÓN

    Muerte súbita © 2020

    Alejandro León © 2020

    Ediciones Meyo

    Todos los derechos reservados

    Los hechos narrados en esta obra son en su totalidad producto de la imaginación del autor, y de ninguna manera representan parodias o versiones alteradas de hechos de la vida real. Asimismo, los personajes descritos aquí son cien por ciento ficcionales. Cualquier parecido o paralelismo con la realidad que pudiera encontrarse en este manuscrito no es sino pura coincidencia.

    ––––––––

    Puede contactarnos a la siguiente dirección de correo electrónico: meyoediciones@gmail.com.

    ÍNDICE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    CAPÍTULO XII

    CAPÍTULO XIII

    CAPÍTULO XIV

    CAPÍTULO XV

    CAPÍTULO XVI

    CAPÍTULO I

    ––––––––

    EL JEFE HABÍA SIDO MUY CLARO: Sólo uno de nosotros sobreviviría. Cuando quise saber por qué, con qué motivo, Draconius, el jefe principal, me dijo:

    —Porque así debe ser.

    Diez hombres metidos en una fosa cilíndrica. No había una misión, no había dicho nada más. No había instrucciones. A mí simplemente me secuestraron. Iba por la calle fumando y de repente sentí un carro estacionarse a mi lado. Dos hombres salieron de él. Uno de ellos me cogió por la espada y el otro me dio un shock eléctrico en el cuello y perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, sentí que iba en un auto. Pregunté dónde estaba. Me ignoraron. Seguí insistiendo y me dieron un golpe en las costillas que me dejó claro que no debía hablar. Luego, sentí que estacionamos y me metieron a una habitación fría, con aire acondicionado.

    —Mi nombre es Draconius —dijo un hombre—. Soy el jefe de todos ustedes, aunque algunos no me conozcan. Todos tienen tiempo trabajando para mí, pero ahora hay un puesto superior vacante, y uno de ustedes lo ocupará. Sólo uno de ustedes sobrevivirá.

    Yo no tenía ni puta idea de qué estaba hablando ese tipo.

    —Ahora me voy —dijo secamente—. Y recuerden: el más fuerte vence.

    —¿Por qué hay que vencer? ¿Para qué? —dije confundido.

    Y minutos después de bajar por unas escaleras, aún vendado, sentí como una gran puerta metálica se cerraba a mis espaldas al momento que era empujado hacia adelante. Y entonces comencé a hacer fuerza con mis manos para liberarme de los precintos que me apresaban las muñecas. En tres intentos finalmente rompí los precintos plásticos y de inmediato me quité la capucha negra que me habían puesto en la cabeza.

    Y justo entonces vi a nueve hombres más, algunos luchando por quitarse los precintos, aún encapuchados, y otros que ya se habían quitado la capucha y los precintos, mirando confundidos, como yo, a su alrededor.

    Estábamos en una especie de fosa octagonal, casi cilíndrica. La profundidad total sería de unos diez metros. Las paredes estaban frisadas. Y la única puerta que había era más bien un portón industrial que dudo hubiéramos podido siquiera abollar aun intentándolo los diez al mismo tiempo.

    —¿Qué coño hacemos aquí? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó un hombre alto, moreno, de tatuajes y calvo que acababa de quitarse la capucha.

    —¿Quién eres tú? —dije yo.

    El me miró brevemente. Yo había hecho la pregunta en un tono definitivamente desafiante.

    —Me llamo Roberto —dijo él de forma calmada—. ¿Alguno sabe qué estamos haciendo aquí?

    Hubo un pequeño murmuro grupal. Nos vimos las caras. Nadie, aparentemente, sabía nada.

    —¿Ustedes escucharon al tipo? —dije yo.

    —¿Qué tipo? ¿El que decía ser el jefe? —dijo otro hombre, blanco, bajo, musculoso.

    —Sí —dije.

    Todos los presentes lo habían escuchado.

    —¿Y quién fue el que preguntó por qué?

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