El regreso del soldado

Por Alejandro León

Jacobo Martínez, un joven inquieto y rebelde, se gradúa de la academia militar para perseguir su sueño de la niñez de ver combate. Habiendo sido siempre un alumno excepcional, Jacobo es enviado al frente principal en la frontera colombo-venezolana para comandar un pequeño pelotón en aras de desarticular a los grupos terroristas que tienen azotada —con secuestros, narcotráfico y homicidios— toda la zona, llegando a invadir, incluso, territorio venezolano.

 

Sin embargo, no todo es tan sencillo. Jacobo ha dejado en Caracas a la mujer que ama, Carmen, una bella joven estudiante de periodismo. Su meta es sobrevivir los seis meses de combate que le fueron asignados y regresar con Carmen y casarse, pero el destino le jugará una mala pasada justo antes de finalizar su misión en la selva latinoamericana, y es que será herido fatalmente por una mina enemiga, y deberá enfrentar, solo, una recuperación traumática, y también el rechazo de las personas que, pensaba, nunca le fallarían.

• Idioma: Español
• Editorial: Ediciones Meyo
• Fecha de lanzamiento: 7 sept 2020
• ISBN: 9781393306344

Alejandro León

Alejandro León es un escritor venezolano que ve en la escritura no sólo un arte, sino un negocio, de modo que su relación con la literatura es una bastante pragmática. Habiendo sido galardonado en diversos concursos internacionales desde un temprana edad, Alejandro ha logrado la libertad financiera, gracias a la escritura, a los 25 años.  Dicho esto, Alejandro no cree demasiado en esteticismos ni perfecccionismos académicos; su visión es más pragmática: mientras más escribe, más produce, y mientras más produce, más dinero gana. 

Vista previa del libro

ALEJANDRO LEÓN

El regreso del soldado © 2020

Alejandro León © 2010

Ediciones Meyo

Todos los derechos reservados

Los hechos narrados en esta obra son en su totalidad producto de la imaginación del autor, y de ninguna manera representan parodias o versiones alteradas de hechos de la vida real. Asimismo, los personajes descritos aquí son cien por ciento ficcionales. Cualquier parecido o paralelismo con la realidad que pudiera encontrarse en este manuscrito no es sino pura coincidencia.

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ÍNDICE

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CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO I

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CREO QUE DESDE siempre he tenido una personalidad extrema. Desde muy pequeño, me aburría muy fácilmente. Siempre estaba buscando nuevos retos y aventuras que trajeran consigo emoción y peligro. Fui un niño muy, muy travieso. Quizá debido a que fui hijo único y por lo tanto casi no tenía tiempo para estar solo... Porque mi papá, oficial del ejército, siempre estaba trabajando mientras que mi mamá se quedaba en casa vigilándome. Procuraba siempre hacerle caso a mi madre, aunque eso me era muy difícil. Siempre lo fue. Simplemente no podía estar tranquilo. Estar en casa me resultaba muy aburrido. Ella siempre me invitaba a tomar una siesta o ver televisión, pero yo simplemente no podía estar quieto. Esperaba que se durmiera y comenzaba a buscar dónde había escondido las llaves. Frecuentemente las hallaba en una de sus carteras. De allí la tomaba y me escapaba para la calle. Siempre hallaba algo provechoso que hacer, bien fuera tumbar mangos o ponerme a vender algo. A veces, sólo para no estar aburrido en casa, colaba café y salía con una jarra para la calle, mientras mi mamá dormía. Entonces iba y hablaba con un árabe amigo de mi mamá y le pedía que me fiara un paquete de vaso plásticos. La primera vez fue difícil convencerlo, pero como él conocía a mi papá (quien era su cliente fijo), decidió entregarme los vasos siempre y cuando yo me comprometiera a pagarle al final de la tarde. Con el paquete de vasos amarrado a mi cintura y la jarra de café de mi mamá bajo el brazo, me iba por las calles del pueblo ofreciéndole café a todo el mundo. No tenía un objetivo definido ni tampoco sabía qué haría con el dinero. Lo único que tenía seguro era que compraría al final de la tarde café, azúcar y le pagaría los vasos al árabe. Simplemente era emocionante andar en la calle, tener una misión. Como la jarra de mi madre era plástica, el café se enfriaba rápidamente, pero yo era entonces sólo un niño de ocho años de edad. Además, mi familia era bien conocida en el pueblo. Mi papá era un hombre popular y respetado por todos, de modo que no se me hacía difícil en lo absoluto tocar la puerta de cualquier casa, presentarme, y pedirles el favor a quienes me atendieran de que me calentaran el café. Me atendían con cariño y con una sonrisa de admiración en el rostro. A esa corta edad aprendí que el sacrificio y el