Una conversación casual
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Horacio y Joseph, mejores amigos de la infancia y ladrones expertos, acaban de cometer el robo más grande de su vida, con el que finalmente podrán retirarse para siempre. Sin embargo, al llegar a un conocido bar que solían frecuentar luego de finalizar un trabajo —para sacarse el estrés con unos tragos de whiskey—, se dan cuenta inmediatamente de que algo anda mal: hay policías en el bar, y estaban esperando por ellos. Sin intenciones de entregarse e ir a la cárcel, Horacio, el líder de la banda, decide cerrar el bar y darle tragos gratis a todos los presentes, incluyendo a los policías, para así comenzar una fascinante e intimidante conversación con sus adversarios, acalorada por el whiskey y el inminente tiroteo que está por armarse, en caso de que él y su amigo se rehúsen a entregarse y entregar el dinero del robo.
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Una conversación casual - Jesús María Cotton
JESÚS MARÍA COTTON
Una conversación casual ©
Jesús María Cotton © 2021
Ediciones Meyo
Todos los derechos reservados
Los hechos narrados en esta obra son en su totalidad producto de la imaginación del autor, y de ninguna manera representan parodias o versiones alteradas de hechos de la vida real. Asimismo, los personajes descritos aquí son totalmente ficcionales. Cualquier parecido o paralelismo con la realidad que pudiera encontrarse en este manuscrito no es sino pura coincidencia.
––––––––
Puede contactarnos a la siguiente dirección de correo electrónico: meyoediciones@gmail.com.
ÍNDICE
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO I
––––––––
LLEGAMOS AL BAR TEMPRANO. Jamás hubiera podido imaginarme cómo resultarían las cosas, cómo tonarían los eventos.
Estábamos Joseph y yo. Los dos inseparables. Veníamos de una larga faena de trabajo. Nos sentamos en una de las mesas del fondo, y rápidamente nos dimos cuenta de que algo estaba raro en ese bar. No solíamos frecuentarlo, pero casualmente decidimos entrar allí porque acabábamos de perder a los policías, y no queríamos arriesgarnos a ser avistados de nuevo, así que nos estacionamos, nos bajamos y entramos al bar de la forma más natural en que nos era posible (nos era muy posible, porque estamos muy acostumbrados).
Bajamos el dinero con nosotros. Cada uno tenía un bolso. Los trajimos al bar porque había cierto morbo en eso, cierta fascinación en cargar encima el dinero que nos acabábamos de robar, y verlo, ver las fajas de billetes discretamente sobre la mesa, dentro del los morrales negros.
Había cuatro hombres vestidos de negro en la barra. Tres de ellos viendo constantemente a su alrededor, y un último que sólo miraba a todos por el espejo del bar, sin voltear nunca. Los otros tres miraban a todos los presentes y balbuceaban entre ellos. No me gustaba para nada la atmósfera que había allí. Había una tensa calma en el ambiente, como si estuviera a punto de explotar una balacera.
Joseph y yo nos dimos cuenta instantáneamente de lo que pasaba: habíamos sido pichados. Alguien en nuestro círculo nos había echado paja. Alguien había informado a estos tipos que llegaríamos a ese bar después de robar el banco.
—Yo no voy a huir —dije a Joseph, dándole un trago a mi vaso de whiskey 18 años.
Joseph sonrió.
—Yo tampoco. Si quieren la plata, que nos maten.
—Definitivamente —dije.
Los tres hombres lucían cada vez más tensos. Más nerviosos.
—Hemos vivido una buena vida —dijo Joseph con una mueca, dejándome saber que, si se armaba la balacera, lo disfrutaría como siempre disfrutaba asesinar policías y guardias de seguridad.
—Maravillosa, querido —dije.
—¿Serán sólo cuatro?
—Lamentablemente, no lo creo —dije—. Creo más bien que si no han intentado nada aún, es porque están esperando refuerzos.
—Si saben que tenemos el dinero, saben que estamos armados hasta los dientes —dijo Joseph.
—Exactamente —dije, dando otro largo trago a mi vaso de whiskey—. Pídele la botella al mesonero. Si este es nuestro último día, nos lo vamos a disfrutar como cualquier otro.
—Tiene sentido —dijo Joseph. Entonces llamó al mesonero y le pidió la botella de whiskey nueva.
—Cóbrese de una vez —dije yo, sacando una faja de billetes de diez mil dólares del bolso y metiéndole tres billetes de cien dólares en el bolsillo frontal de la camisa al señor, que se sonrojó ante el gesto inesperado—. Y me trae cuatro bandejas de tequeños o cualquier pasapalo que tenga, que aquí vinimos a pasarla bien.
Joseph