Las cartas de la ayahuasca
3.5/5
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Las cartas de la ayahuasca, libro publicado originalmente en 1963, es un volumen de correspondencia y otros escritos de William Burroughs y Allen Ginsberg. La mayor parte de estos textos datan de 1953, y constituyen una crónica del viaje que en ese año hizo Burroughs a la selva amazónica de Colombia y del Perú en busca del yagué o la ayahuasca, una planta de míticas propiedades alucinógenas y telepáticas. En el transcurso de su crónica epistolar, Burroughs comparte con Ginsberg numerosas anécdotas e historias, entre las que se incluyen ciertos conceptos que más tarde utilizaría en novelas como El almuerzo desnudo. El volumen termina con una larga carta de Ginsberg, escrita en 1960, en la que el famoso poeta de la Beat Generation le relata a su mentor Burroughs los experimentos que él mismo realizó también con la ayahuasca.
Muchos definen este libro como novela epistolar. Se trata de lo que también podríamos llamar fascinante diario de bitácora, en el que Burroughs va narrando sus esfuerzos por hacerse con la mítica planta del yagué. En una prosa restallante y seca, cuajada de ese humor de «cara de póquer» que le caracterizaba, Burroughs le describe a Ginsberg sus traumáticos y a un tiempo iluminadores experimentos con la ayahuasca, y le ofrece todo tipo de pintorescos y picarescos detalles sobre sus turbios contactos con muchachos de la calle y siniestros representantes de las fuerzas del orden. La segunda parte del volumen, por su parte, contiene las delirantes descripciones de Ginsberg sobre sus propias experiencias con la droga.
Al final del libro se incluyen dos epílogos: una breve nota de Ginsberg, escrita tres años después de los hechos narrados, en la que proclama su mística permanencia entre los vivos, y un hiperlisérgico y apoteósico cut-up de Burroughs titulado «¿Me estoy muriendo, míster?».
William S. Burroughs
(1914-1997) es una figura legendaria de la literatura norteamericana de este siglo, un escritor comparado con Villon, Rimbaud y Genet. Tanto su vida como su obra, de un pesimismo total y un sombrío sentido del humor, reflejan una actitud de rebelión permanente contra la sociedad convencional. Homosexual, drogadicto durante muchos años, amigo e ídolo de Kerouac y Ginsberg, se le considera el gran «gurú» de la generación beat, pese a su negativa a ser incluido en ella.
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Comentarios para Las cartas de la ayahuasca
106 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Some of the prose of William S. Burroughs defies classification, which is one of the strongest suggestions of its author's inventiveness and originality. For example, Exterminator! has long been regarded as a short story collection, as that is what it looks like, but is now considered to be an experimental novel. The Yage letters, both in its form, and the suggestive title, led critics believe that it consists of correspondence, although that view is hard to reconcile for the work as a whole. The first part of The Yage letters, i.e. "In search of yage (1953)" looks like an (edited) collection of letters, but the subsequent parts consist of prose fragments and poetry. These other fragments were not included in all previous editions, leading to the discussion as to whether they are or are not part of the work as a whole. Doubt has also been cast on the true nature of these parts, as some of it looks like poetry, but possibly should not be considered as such. There are also critics, who have suggested that The Yage letters is, in fact, a novel.In The Yage Letters Burroughs records his travels visiting the Amazon rainforest and his search for yagé (ayahuasca), a plant which produces a drug with near-mythical hallucinogenic and some say telepathic qualities. The book also explores the way the Indians consumed and used this powerful drug. Along the way, Burroughs and Alan Ginsberg relate other stories, ideas and concepts, some of which Burroughs would later use in other novels.The Yage letters. Redux, with the added subtitle "Redux" refers toy the new edition (2006), edited by Oliver Harris. It is a very well-documented edition, preceded by a long introduction by the editor. In this essay, Oliver Harris proposes that The Yage letters be seen as a travelogue. His conclusion is based on textual analysis and history of the manuscripts and writing process, which shows that, although some of the letters by Alan Ginsberg are authentic, much of the correspondence written by Burroughs is not, that is to say, they are written as letters, but were originally conceived of as prose, and were never sent. Out of 9,500 words in the manuscript only 320 came from authentic letters (p. xxxii). The Yage letters was in its origins not written in epistolary form.Furthermore, the editor points out that Burroughs interest in Yage was not only driven by his obsession with drugs. As a graduate student at Harvard, Burroughs trained and an anthropologist, while he also, eclectically, studied Medicine during his time spent in Vienna. Burroughs also sought funding to investigate and describe the source and culture of the usage of Yage.Particularly the first part of The Yage letters is very readable, and of considerable interest. It consists of travel writing into South American involving both anthropological and botanical descriptions. The travelogue shows William S. Burroughs as an excellent prose stylist. It has characteristics of an adventure story, and is profoundly personal. To some readers, a number of expletives may be disturbing, but such use of language was to be expected in Burroughs work, anyway. Surprisingly, the travelogue also mixes in some sensuous descriptions involving Burroughs interest in young men.The long introduction by the editor of The Yage letters. Redux, Oliver Harris, is a jewel. It does not only introduce and describe the history of the work, but also provides an excellent description, updated for the latest literary criticism, of the circle of the Beat Generation, and the co-operation between William S. Burroughs and Alan Ginsberg on this work.The Yage letters. Redux is by far the most readable and most beautiful text that I have read by Burroughs.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5The Yage Letters is a slim book consisting of correspondences between Burroughs and Ginsberg in 1953. Burroughs was traveling around South America (mostly Colombia, Ecuador, and Peru) in pursuit of Yage plant to make Ayahuasca which loosely translates as "Spirit Vine". It's a powerful hallucinogenic brew made from obscure Amazonian botanicals by indigenous witch doctors. The brew contains DMT (dimethyltryptamine) -- an extremely powerful hallucinogenic compound. Burroughs describes S. American villages and towns vividly. He playfully recounts run-ins with the police and doesn’t for a moment hide his disgust for the S. American way of life. He paints a rather dismal picture of the region. Every village and town is "filthy", "pest-ridden", and full of "do-nothings and whores". One quote was telling, "They're too apathetic to be corrupt." The book basically made me never want to go there -- ever, as I'm sure things haven't changed much. His descriptions of his Ayahuasca trips are fascinating. Through Ayahuasca he's able to glean some really insightful knowledge about the universe and more importantly himself. It basically tears down the false ideas people surround themselves with and forces one to look at the real "you" minus the ego, standing there stripped down to the core self with all its imperfections and potential. The book is amusing, interesting, and cautionary for sure. Ginsberg relates his Ayahuasca experiences as well (years later) in his own poetic style. However, since the book is simply a collection of letters there really wasn't much substance to speak of save anecdotal stories and chance encounters. I never really got pulled in, but it was still fun.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Brief but beautifully evocative of both a time & place that have all but ceased to exist outside the imagination. Burroughs followed Rimbaud in his Boys' Own determination to be the white man who made one last desperate attempt to step outside the confines of his own stupid culture and *see*; unlike Rimbaud, Burroughs never stopped writing, and that might have been the gesture that saved him. The letters jump time as well as space toward the end, cutting from the nineteen-fifties up to near present day-- the language & concerns evolve as suddenly. As with 'The Letters Of...' and 'Interzone', 'The Yagé Letters' aren't for everyone, but they might be considered slightly more relevant to younger readers.
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Las cartas de la ayahuasca - Roger Wolfe
Índice
PORTADA
LAS CARTAS DE LA AYAHUASCA
ROOSEVELT TRAS LA TOMA DE POSESIÓN
¿ME ESTOY MURIENDO, MÍSTER?
NOTAS
CRÉDITOS
15 de enero de 1953
Hotel Colón, Panamá
Querido Allen:
Me paré aquí para que me sacaran las almorranas. Me pareció que no procedía volver a instalarme entre los indios con almorranas.
Bill Gains estuvo en la ciudad y le ha pegado fuego a la República de Panamá desde Las Palmas a David de paregórico. Antes de Gains, Panamá era una ciudad p.g. Podías comprar ciento catorce gramos en cualquier farmacia. Ahora los boticarios andan nerviosos y la Cámara de los Diputados ya estaba a punto de aprobar una Ley Gains especial, pero Gains tiró la toalla y se volvió a México. Yo me estaba quitando del jaco y el tío no hacía más que darme la lata, que por qué me engañaba a mí mismo, que una vez que eras yonqui lo eras para siempre. Que si dejaba el jaco me convertiría en un borrachuzo baboso o me volvería loco metiéndome cocaína.
Me encebollé una noche y compré un poco de paregórico y el tío no paraba de decirme, una y otra vez, «Sabía que volverías con paregórico. Lo sabía. Serás yonqui toda tu vida», y me miraba con una sonrisita de gato. La droga para él es una causa.
Me fui yo mismo al hospital hecho polvo del opio y me pasé cuatro días allí metido. Sólo me daban tres chutes de morfina y no podía dormir del dolor que tenía, y del calor y la deprivación, y encima había un herniado panameño en la misma habitación, y sus amigos venían y se quedaban todo el día y la mitad de la noche...; uno de ellos se llegó a quedar hasta medianoche.
Recuerdo cruzarme con unas americanas por el pasillo, que tenían pinta de esposas de oficiales. Una iba diciendo: «No sé por qué, pero no puedo comer caramelos.»
«Tiene usted diabetes, señora», le dije. Se dieron todas la vuelta y se me quedaron mirando indignadas.
Después de que me dieran el alta en el hospital, me pasé por la Embajada de los Estados Unidos. Delante de la embajada hay un baldío lleno de hierbajos y de árboles, donde los chicos se desnudan para darse un baño en las aguas contaminadas de una especie de pequeña bahía que parece el nido de una serpiente de mar venenosa. Olor a excrementos y agua de mar y lujuria de joven macho. No había cartas para mí. Me paré otra vez para comprar cincuenta y cinco gramos de paregórico. La vieja Panamá de siempre. Putas y chulos y buscones.
«¿Quiere chica linda?»
«¿Baile señora desnuda?»
«¿Verme follar a mi hermana?»
No me sorprende que la comida cueste tanto. No hay quien los mantenga en el campo. Todos quieren venirse a la gran ciudad y ejercer de chulos.
Llevaba conmigo un artículo de una revista que describía un garito de las afueras de Ciudad de Panamá llamado el Ganso Azul. «Un local donde todo vale. Los camellos pululan por el váter de hombres con jeringas cargadas y listos para entrar en acción. A veces salen disparados de un retrete y te clavan la aguja en el brazo sin esperar a que les des permiso. Los homosexuales andan desmadrados.»
El Ganso Azul parece un café de carretera de la época de la Prohibición. Un edificio alargado, de una sola planta, venido a menos y cubierto de parras. Oía el croar de las ranas que llegaba del bosque y de los pantanos que lo rodean. Fuera había unos cuantos coches aparcados; dentro, una tenue luz azulada. Me recordaba un café de carretera de la Prohibición, de mis tiempos de adolescente, y el sabor de los combinados de ginebra en verano, en el Medio Oeste. (¡Ah, Dios! Y la luna de agosto en un cielo color violeta, y la polla de Billy Bradshinkel. ¿Se puede uno poner más sensiblero?)
Inmediatamente, dos putas viejas se me sentaron a la mesa, sin que yo las invitara, y pidieron copas. Una ronda me costó 6 dólares con 90. Lo único que había pululando por el váter de hombres era un insolente y dictatorial encargado. Y en cuanto a desmadrarse, bastante poco; no pude hacérmelo ni con un solo chaval mientras estuve allí. Me pregunto cómo serán los chicos panameños. Tan cortados como el material, seguramente. Cuando dicen que «todo vale», se están refiriendo al garito, no a los clientes.
Me crucé con mi viejo amigo Jones, el taxista, y le compré un poco de coca, más cortada que el demonio. Casi me asfixio intentando esnifar lo bastante de aquella mierda como para pillar un subidón. Eso es Panamá. No me sorprendería que hasta las putas estuvieran cortadas con gomaespuma.
Los panameños son probablemente la gente más guarra del hemisferio –aunque tengo entendido que los venezolanos también les hacen la competencia–, pero nunca me he encontrado con ninguna banda de ciudadanos que me dé tanto bajón como los funcionarios de la Zona del Canal. Es imposible comunicarse con un funcionario en términos de intuición y empatía. No reciben, y lo que emiten parece que salga de una pila gastada. Debe de haber una onda cerebral especial, de baja frecuencia, entre los funcionarios.
Los militares no parecen jóvenes. Carecen de entusiasmo y de capacidad para la conversación. De hecho, rechazan la compañía de los civiles. Los únicos con los que me muevo en Panamá son los negros enrollados, y todos andan de palo por ahí.
Abrazos,
Bill
P.D. Billy Bradshinkel se acabó poniendo tan pesado que al final tuve que quitármelo de encima.
La primera vez fue en mi coche, después del desfile de primavera. Billy con los pantalones por los tobillos y la camisa de gala puesta todavía, y el asiento del coche todo lleno de lefa. Luego yo sujetándole del brazo mientras el chico vomitaba a la luz de los faros del coche, allí plantado con su pinta juvenil y su pelo rubio revuelto por el cálido viento de primavera. Luego nos metemos otra vez en el coche y apagamos las luces y le digo: «Vamos a repetir.»
Y el tío me dice: «No, no deberíamos.»
Y yo le dije que por qué, y