Piernas Manara
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Así nos encontraremos con chavales que recrean en las calles de sus barriadas memorables partidos de fútbol, breves idilios que se reactivan inesperadamente con el paso de los años, promesas truncadas por la desidia, aprendices de ladrones que desean devolverle la cultura al pueblo, disputas poéticas de eminentes escritores de poblaciones enfrentadas o princesas de barrio, pobres, que aspiran a un porvenir que las trate mejor.
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Piernas Manara - Fabián Edgardo González
Piernas Manara es una colección de relatos cortos que sorprenden por su sencillez, escritos con la naturalidad del lenguaje cotidiano y que expresan precisamente eso: historias del día de día, secuencias del presente y del pasado de las vidas de unos personajes marginales que se encuentran en medio de un mundo que puede resultarles tan extraño y familiar a la vez. Así nos encontraremos con chavales que recrean en las calles de sus barriadas memorables partidos de fútbol, breves idilios que se reactivan inesperadamente con el paso de los años, promesas truncadas por la desidia, aprendices de ladrones que desean devolverle la cultura al pueblo, disputas poéticas de eminentes escritores de poblaciones enfrentadas o princesas de barrio, pobres, que aspiran a un porvenir que las trate mejor.
Piernas Manara
Fabián Edgardo González
www.edicionesoblicuas.com
Piernas Manara
© 2019, autor
© 2019, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-17709-80-8
ISBN edición papel: 978-84-17709-79-2
Primera edición: diciembre de 2019
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Fotografía de contraportada: Eva Zanettin
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
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Contenido
Piernas Manara
2048
El bicho
El gol inolvidable
Loco lindo
El divorcio
Espíritus
El barrilete de la muerte
Poetas de pueblo
Un monstruo grande
El oficio de escribir
El oficio de escribir II
Método Bauza
Princesa de barrio bajo
Con las manos vacías
La verdad de la poesía
Chamuyero
Una noche de triunfos
Crónica sin cordones
Con gambeta y de taquito
De diablos y diablitos
La cultura vuelve al pueblo
Gracias, Toribio
Diez años después
El autor
Piernas Manara
El avión estaba a punto de despegar y todo el mundo ya, acomodados en sus asientos, esperaban por mí. Volví a tener problemas con migraciones y casi pierdo el vuelo. ¡Apúrese, señor! Me decían al pasar. Alcancé a subir y una azafata me recibió con una sonrisa. Willkommen, me dijo y me señaló el pasillo hacia mi asiento.
Puteé y puteé cerca de dos horas, el tiempo que Migraciones tardó en entender que mi problema no era más que una causa menor del 2004 que ya prescribió; además presenté los papeles, donde certifica que ya fue dada de baja.
Me acomodé en mi lugar, me abroché los cinturones y salimos a pista. Era un día agradable, un calor soportable para ser enero en la inmensa Buenos Aires.
Estaba a unos escasos dos metros de la cabina de azafatas, cuando una de ellas se sentó justo enfrente. Elegante, con su traje impecable. Alta, esbelta, siempre con una actitud muy delicada. Se abrochó el cinturón. El avión ya se movía y ella cruzó sus largas piernas Manara. Sí, inmediatamente no sé qué acto reflejo en mi memoria dibujó en la mente aquellas piernas perfectas del gran dibujante italiano. Sus piernas que acababan en unos tacos altos negros. Sin dudas podría ser una modelo del artista.
Recuerdo con claridad que a mis diez años estaba sentado en la vereda de casa, aburrido sin saber qué hacer. De pronto apareció mi vecino, un par de años mayor, con un par de revistas. Me las enseñó, eran cómics de Milo Manara. Quedé en shock, tanta belleza, tanto erotismo junto. No podía creer que algo así existiera, que alguien lo hiciera tan a la perfección. Lo cierto fue que me sacudió el aburrimiento, me cambió la vida, me sacó de niño y me tiró unos cuantos años para adelante. O, por lo contrario, fue como si ya lo hubiera vivido en otra vida y no lo recordara. Como si alguna vez hubiera sido ya un galán de telenovelas cursi, con un montón de chicas hermosas. O mejor aún, actor porno de una producción sueca. (Aunque físicamente, creo, no doy el target). Y viví feliz entre orgías y orgasmos en un cómic de Manara.
Te las presto, cuídamelas, me dijo.
Bueno, dije, todavía extasiado por las imágenes. Las escondí debajo del colchón y las ojeaba todas las noches. Fue la época de mi vida más fértil en el acto de masturbar. Hasta que, un buen día, mi madre las descubrió tendiendo la cama y me dijo que las devolviera de inmediato. Las tuve unos días más, y resignado y con un dolor en el alma, se las llevé de vuelta a mi vecino. Fue como si mi madre rechazara a mi primera novia, mi primer amor. Aunque ese amorío duraría ya para toda la vida.
A mi lado estaba sentado un gringo semicolorado con toda la pinta anglosajona. De reojo alcance a leer en su enorme celular un mensaje de whatsapp: Next week meeting in Dublin. Era grandote, medio pelado con una campera de cuero de unos 500 euros. Ocupaba su asiento y la mitad del mío.
Ya, antes de sentarme, sentí un aroma intenso, bien intenso a desodorante masculino insoportable. Que suelen usar este tipo de machos omega.
Entiendo que el hombre está aseado para viajar, yo hice lo propio. Pero existen desodorantes muy efectivos sin tanta violación nasal. Eso sí, entre el olor a chivo de estos señores y el desodorante violador te la ponen difícil.
No entiendo todavía cómo los ingleses, en su avanzada armamentística y su buena fama de usurpadores y masacradores territoriales, aún no hayan probado concentrar en pócimas el olor a chivo de unos cientos de estos gringos y las soltaran en zona de combate, así, sin más. Exterminarían medio planeta en un abrir y cerrar de ojos, en este caso en un solo suspirar.
Lo cierto es que hasta ese momento no se me pasaba el malestar con Migraciones, ya que no me dio tiempo a comer nada antes de subir. Y a causa de eso, y del desodorante violador, comencé a sentirme descompuesto. Llamé a la azafata y se lo comenté. De inmediato llamó a uno de sus colegas, asistente en estos casos. Lo claro fue que no era más que el estómago vacío. Le pedí algo dulce. Me trajo una manzana y un chocolate, un sándwich de miga, jamón y queso y unas medialunas de dulce de