PRESOS EN PUGNA
EN LA DESEMBOCADURA DEL RÍO HUDSON, al norte del nuevo puente Mario Cuomo, se encuentra una de las prisiones más viejas de Estados Unidos, elevada en una ladera y rodeada de bardas y alambres de púas, además de paredes altas. Es Sing Sing; es mi hogar. Guardias armados y torres de vigilancia octagonales vigilan el patio de ejercicios amueblado con mesas de picnic de metal –ahí están los blancos, los afroamericanos, los puertorriqueños y los musulmanes. Detrás de una pared de frontenis hay un área bardeada con pesas, conocida como el Hoyo, donde los hombres levantan pesas. Un guardia abre y cierra la puerta del área enrejada cada media hora.
Me siento nervioso cada mañana mientras me preparo para salir al patio. Hace 10 años, estaba en la prisión Green Haven en Stormville, Nueva York, y me dirigía a golpear un costal. Un rostro familiar se me acercó, portaba un abrigo del ejército, me saludó con una palmada en el hombro y me dio un abrazo, muy suavemente. Me volteé y –pum pam pum- me dio seis golpes con un trozo de barda afilado, justo en el costado, debajo del brazo. Sucedió demasiado rápido como para que me doliera. Mi mente estaba confundida: “Espera, me estás apuñalando, pensé que me estabas saludando”. Luego, sentí dolor. Incluso me dolía respirar. Me fui tambaleando hacia donde estaban los guardias. Me llevaron a
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos