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Debería Estar Muerto
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Libro electrónico358 páginas3 horas

Debería Estar Muerto

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Un hombre violento y agresivo, con um corazón frío y una mente criminal… una estadística más. Él no era apenas um traficante de drogas, él era el que se quedaba en la esquina dirigiendo todo. Trabajaba en las calles, vendiendo crack a quien quisiese comprar. Él tenía que luchar sus propias batallas para mantenerse vivo.
IdiomaEspañol
EditorialUnipro
Fecha de lanzamiento11 ago 2022
ISBN9786589769637
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    Debería Estar Muerto - Damien Jackson

    CAPÍTULO UNO

    Eché la colilla del cigarrillo de marihuana por el desagüe.

    —Ey, Chachi, ¿tú crees en Dios?

    Él me miró. Sonrió con burla y respondió:

    —Al único dios que conozco es al ‘dios de la maldición’. Pero, ¿por qué yo debería creer en Él? ¿Qué Él hizo por mí?

    —Eso no está bien, hermano —interrumpió mi hermano Derrick.

    Estábamos nosotros tres, sentados en un banco frente a las mesas de billar del Temptations, un club de striptease que estaba al lado de la pequeña tienda de conveniencia del Circle-K, en una gasolinera. Era allí que manteníamos el movimiento, es decir, nuestro punto de venta de drogas.

    —No deberías hablar así —Derrick añadió—, eso es blasfemia, algo malo te ocurrirá.

    Chachi se levantó, salió al aparcamiento y levantó las manos. Miró hacia arriba y se giró lentamente como si fuera un dispositivo de radar.

    —Bueno, si a Él no le gusta que me castigue aquí, ahora. ¡Vamos a ver!

    Sacudí mi cabeza y le dije:

    —¡Vete de aquí! Yo no quiero tener nada que ver con eso. ¿Cómo puede ser que no creas en Dios?

    Él regresó al banco, supuso que yo no estaba demasiado preocupado con que él se me acercara.

    —Mira —dijo Chachi.

    —No quiero creer en un Dios que deja que mi mejor amigo muera con 9 años, aunque Él exista.

    Derrick y yo ya no tuvimos nada que decir en relación a eso. Nos sentamos allí y nos quedamos en silencio. La botella de cerveza pasaba de mano en mano. Estábamos pensando quién iría a volver al Circle-K para robar otra botella, cuando aquella acabara. Era un día débil para el movimiento. Me sentía deprimido, así que comencé a pensar en Dios. Tal vez todo estaba saliendo mal porque habíamos estado haciendo cosas equivocadas y Él nos estaba castigando.

    Me agaché, apoyando los codos sobre mis rodillas, con la barbilla sobre las palmas de las manos.

    —¿Vosotros ya os distéis cuenta que estamos haciendo todo lo que en la escuela nos enseñaron que no deberíamos hacer?

    —¿Qué quieres decir?

    —Tú sabes, esas clases donde ellos nos dicen que no mintamos, no vendamos drogas o no robemos a las personas. Pues bien, nosotros somos todo eso y más. ¿Sabéis lo que estoy diciendo?

    Chachi me golpeó en la espalda.

    —¡Yeah, nosotros somos así de malos! Todo el mundo lo hace hoy en día. Es la única forma de ir hacia delante. Tú sabes que si dejamos de hacer esto por un instante habrá Crips and GDs y Vice Loreds, Mexicanos y los Camboyanos de toda clase para apoderarse de nuestro bloque.

    —Yeah —dijo Derrick—, como la mayoría de ellos piensa que ya controlan este negocio.

    —Lo sé y ese es el problema —yo dije—, no hay cómo salir adelante. Este es nuestro negocio, pero ahora, en Atlanta, todo el mundo está en lo mismo.

    Yo me estaba refiriendo a otros 30 o más traficantes que trabajaban en nuestro punto noche y día, semana tras semana. Todo el mundo estaba realizando alguna extorsión, uno le robaba al otro, golpeando a los adictos que llegaban para agarrar la droga. Una vez un tipo fue disparado en la cabeza y su cerebro quedó esparcido por encima del contenedor de basura que estaba al lado. Él permaneció allí toda la noche, gimiendo y sollozando, pidiendo ayuda hasta que, por la mañana, finalmente murió. Nadie le ayudó ni movió su cuerpo. Creo que los trabajadores del Circle-K lo encontraron y finalmente llamaron a la policía. Después de ese día, la policía comenzó a presionar. Pasaba varias veces por semana por el local. Esto era una locura, locura, locura como una escena demente de una película.

    ¡Nuestra paz se acabó!

    Yo aguantaba todo lo que me ocurría porque no tenía otra salida, pero lo que realmente me enfadaba era que me había convertido en alguien frío y cruel. A veces corría a buscar a Celia, Fuimos compañeros de escuela durante un tiempo y ella me gustaba. Y exactamente aquella mañana la encontré, en esa ocasión en Target, cuando paré para comprar un par de calcetines, pues allí siempre los tenían baratos. ¿Sabes cómo? Todo lo que cupiera en el bolsillo por algunos centavos. Pues bien, Celia estaba en la caja trabajando, cuando me llamó mientras yo me estaba yendo hacia la puerta. Me acerqué. Espero que ella no me haya visto agarrar nada, pensé. Y no me vio.

    —Espera, Damien —dijo ella—, estoy saliendo al descanso, sólo voy a acabar de atender a este cliente.

    Salimos. Fuimos a un lugar donde ella pudiera encender un cigarrillo. Me di cuenta que algo la perturbaba.

    —¿Qué te pasa?

    Ella me miró, desvió la mirada, mientras daba una fumada profunda y el humo subía hasta llegar a los ojos. Sus ojos se llenaron de agua. ¿O eran lágrimas?

    —Es mi viejo —murmuró mientras soltaba el humo.

    —¿Qué le pasa? —pregunté como quien no sabe nada.

    Creía que ella sabía que yo lo sabía... Desvié la mirada. Me quedé mirando hacia el otro lado del aparcamiento como si hubiera visto a alguien conocido.

    Celia no hizo una escena, su voz estaba llena de decepción.

    —Esta droga del crack va a acabar con él. Está destruyendo a toda la familia. Si él no para, va a acabar muriéndose. ¿Sabes lo que estoy diciendo?

    —Sí, eso no está bien, acaba con la persona.

    Yo sabía exactamente lo malo que aquello era para su padre, sólo que era yo quien se lo suministraba. Cuando Celia y yo estudiábamos juntos, su padre era fuerte, seguro, con un buen empleo, hasta que él se convirtió en un junkie, desempleado; perdió la salud y la dignidad. La semana pasada, su padre vino hasta mí rogándome que le extendiera más el crédito porque él estaba sin dinero. Él estaba desesperado, pero le rechacé y fue a buscar a otro traficante. Sólo que no le consiguió pagar y el traficante le golpeó y le tiró al suelo en medio del aparcamiento. Cuando dejé mi punto a las 4h30 de la mañana, pasé de largo, sin mirar hacia atrás.

    Al día siguiente, él ya no estaba allí, y la policía había cercado el lugar. Creí que él había conseguido irse solo y me olvidé completamente de él..., hasta que vi a Celia.

    —¡Si pudieras —suspiró— dar una pasada por allí para decirle algo, Damien! Tal vez, darle ánimos. Tú sabes que le caes bien.

    —Oh, claro. Voy a ver lo que puedo hacer.

    Ahora, sentado en un banco, fuera del Temptations con mis dos camaradas, me golpeó la mayor depre. Parecía que aquello martillaba mi cabeza. No podía ni siquiera hablar con los otros tipos porque no era sólo una depresión de traficante lo que tenía. Yo podía perdonar cualquier corrupción, robo, fraude, pelea, incluso los tipos que fueron asesinados, pero, ¿cómo me podía perdonar? ¿Cómo había llegado a ser tan frío y cruel?

    Sí, yo creía que existía un Dios en algún lugar por ahí, pero si Él supiera la persona en la que me había convertido, no Lo culparía si me mandara todo de regreso.

    —¡Eh, Damien! —Derrick golpeó en mi hombro.

    —Despiértate, hombre. Te dormiste. ¡Eh hombre es tu turno! ¿Ok?

    —Ok, ok...

    Me levanté y fui andando a la pequeña tienda de conveniencia, todavía estaba pensando en Celia y en su viejo, el hombre al que arruiné la vida. De repente, un auto verde lowrider con un sonido de hip-hop ensordecedor dobló la esquina del aparcamiento. Pero ni puse atención y entré en la tienda.

    Tony, el gerente, sabía que nosotros robábamos constantemente, pero, ¿qué podía hacer? Nosotros controlábamos el barrio. La cerveza, el cigarrillo..., era como si él nos tuviera que pagar un alquiler o sino no tendría negocio. No hablábamos de eso, pero él lo sabía. Vi que tenía una nueva cajera e inmediatamente deduje que Tony estaba en el pequeño almacén de atrás. Abrí el refrigerador y agarré una cerveza, fue ahí que un muchacho que vivía rondando por el centro comercial entró corriendo hacia mí.

    El chico me miró con los ojos bien abiertos.

    —¡Oye, no salgas! Los Brown Side Locos te están buscando. Dicen que te van a disparar, y están hablando en serio, hombre.

    Instintivamente agarré mi arma, la gran Dirty Harry .357, el revólver que estaba sujeto en mi cinturón, por debajo de la camisa XXX San Francisco 49ers jersey. Hice un gesto, como si a mí no me preocupara.

    —¿Y qué?

    Puse la botella de cerveza en el bolsillo del pantalón y salí hacia la puerta.

    El chico agarró mi brazo.

    —No puedes salir por ahí, Derrick dijo para que desaparezcas.

    —¿Estás hablando en serio, hombre? Me estás poniendo nervioso.

    —No estoy bromeando, les vi sus pistolas.

    Sacudí la cabeza y le empujé en dirección a la puerta, mientras iba a la puerta trasera del almacén. Me encontré de frente con Tony, pero eso yo ya lo esperaba. Él estaba moviendo algunas cajas.

    —¿Qué quieres?

    —Voy a utilizar la puerta trasera. Y fui andando hacia allí.

    —Así que, ¿vas a robarme mi cerveza? —dijo, señalando el bolsillo de mi pantalón—, y ¿encima quieres que te deje usar mi puerta trasera porque eres demasiado perezoso para dar la vuelta y salir por la delantera? De ninguna manera, muchacho. O me das la cerveza o te vas enfrente a pagar por ella.

    Aquel día Tony estaba sintiéndose fuerte y creyó que podía enfrentarme. Sacudí mi cabeza:

    —Mira, hombre, deja me vaya por aquí, sólo por esta vez.

    —¿Por qué debería hacer esto?

    —Porque hay unos BSLs allí afuera que quieren volarme la cabeza no tengo tiempo para para eso hoy. Con seguridad, no querrás ver que tus ventanas se llenan de agujeros. ¿Ok? Entonces deja que me vaya por aquí.

    Le empujé y salí por la puerta, atravesando el pequeño camino de entrada donde los camiones de reparto dejaban las cosas para la tienda, y me metí por el agujero de la valla que llevaba al bosque.

    Anduve unos 45 metros hasta que llegué a un afloramiento de roca grande que hacía contraste con la claridad. Subí allí y me senté. Mis piernas se quedaron colgadas, balanceando. Miré hacia lo alto, sorprendido en ver que el sol brillaba. ¡Oh! Ni me di cuenta cómo el día estaba. Sólo tenía 16 años, y Derrick y yo ya estábamos desamparados. Dormíamos en plazas, tintorerías o, hasta en la calle. Siempre sabíamos cuando estaba mal el clima, pero raramente dábamos atención cuando estaba bien. Eso era sólo una señal más de lo mal que yo estaba.

    Nunca quise ser un pandillero o un traficante, mucho menos fumar marihuana y beber constantemente, pero era de esta forma que yo vivía. E, incluso reflexionando sobre eso, abrí una botella de cerveza, le di algunos sorbos y encendí un cigarrillo de marihuana. La Dirty Harry estaba siempre conmigo en el bolsillo trasero. Agarré el arma y la apoyé en la piedra, a mi lado. Seguro que estaba brillante y la agarré para sentir su peso.

    Apunté hacia un árbol que estaba del otro lado de la claridad, imaginando acabar con los BSLs (Brown Side Locos) que estaban por detrás de mí queriendo acabar conmigo, y todos mis enemigos y los policías y el novio de mi madre y mi padre y todos los demás que hicieron de mi vida una desgracia.

    ¡Ah! Sacudí la cabeza. Yo solía ser un mediador, el menor de la familia que intentaba mantener la paz entre todos mis hermanos y hermanas. Yo era tan inteligente que el primer año de escuela me mandaron a una escuela especial. Sólo que, ahora, era aquél que había abandonado todo. ¿Qué me había ocurrido?

    Mis hombros temblaban. Comencé a llorar. Bebía, fumaba cada vez más. Cada día me sentía más débil de espíritu. Ya no puedo hacer esto más, murmuré.

    Sujeté la Dirty Harry de nuevo. En esta ocasión, en vez de apuntar hacia los árboles cruzando la claridad, giré el tambor y apunté el cañón del revólver hacia mi cabeza. Esa sería la salida para quedarme libre de aquel caos. Puse abajo la pistola, bebí unos tragos más de cerveza, y le di unas fumadas más al cigarrillo de marihuana.

    Yo no veía otra salida.

    Agarré de nuevo la Dirty Harry y la levanté. Parecía la única salida.

    —¡Ey, Damien! ¿Eres tú quien está ahí? ¿Qué te pasa hombre, estás bien?

    Rápidamente, bajé el arma y me enjuagué los ojos en la camisa, antes de girarme para ver quién se aproximaba. Lamar, un muchacho que cantaba en un grupo de Chicago llamado Subway.

    —Ey, ¿qué me cuentas? ¿Cómo me encontraste aquí? Casi nadie conoce este lugar.

    —Derrick creyó que tú podías estar aquí. Me dijo para que viniera a decirte que la barra estaba libre.

    —¿Ah, sí? ¡Qué bien! Ve yendo que ya voy.

    Me levanté, tambaleándome de tanto beber y fumar marihuana..., o tal vez por saber que yo ya podría estar muerto, si aquel muchacho no hubiera llegado. Incluso fue él que me dijo que Derrick mandó que él viniera. ¿Será que fue Derrick? ¿O será que hay alguien que está cuidando de mí? Voy a seguir...

    Agradezco a Dios por mi madre

    Porque mi padre nunca estaba en casa.

    Si no fuera por mis hermanos,

    Nunca hubiera sido fuerte.

    Nosotros intentamos y luchamos,

    Aunque no somos perfectos.

    Pero sobrevivimos, no desistimos,

    Porque creímos en Dios.

    CAPÍTULO DOS

    A pesar de haber vivido en un hogar destruido, las cosas ni siempre fueron tan malas. Nací en 1982 en Fort Lauderdale, Florida. Creo que mis primeros años fueron muy buenos. En esa época no me acuerdo muy bien de mi padre, Greg Jackson, creo que él no estaba muy presente. Mi madre, Sadie, me mimaba mucho porque yo era el menor de la familia, también tenía a mi hermana, Rose, que era dos años más mayor, y mi hermano, Derrick, tres años más mayor que yo. En realidad, mi madre antes de casarse con mi padre tuvo cuatro hijos más, sólo que no me acuerdo muy bien de ellos durante los primeros años de mi vida. Ellos vivían con nuestras tías.

    Nosotros teníamos bastante dinero en aquella época. Lo suficiente para tener una buena casa, empleada y todos los juguetes que deseábamos. Creo que el dinero provenía de mi padre. Él trabajaba para el Departamento de Transporte y de vez en cuando íbamos a su trabajo para verlo trabajando con los otros compañeros en las carreteras. Sólo que, más tarde, descubrí que el dinero que venía era de mi madre que trabajaba para la mafia italiana.

    Pero, casi siempre estaba en casa cuidando de mí. Me llevaba a pasear a un parque que había cerca de casa, me leía, me enseñaba cómo comportarme, a tener buenas costumbres, a vestirme, a hablar educadamente y a comer correctamente, ella parecía mi mejor amiga. Casi cada semana, ella viajaba a Nueva York. Se quedaba allí durante uno o dos días. Cuando regresaba, traía algunos paquetes para entregar a unos tipos de ropas oscuras, que se quedaban parados frente a nuestra casa, dentro de unos autos negros alargados.

    Normalmente, nosotros la llevábamos al aeropuerto cuando ella tenía que viajar. Ella solía tomar un vuelo comercial, con excepción de una vez que la llevamos a un pequeño aeropuerto, y se fue en un jet privado. Fue la única que subió por la escalera y aquello me pareció muy extraño.

    Aún no sabiendo el porqué, notaba que había mucha tensión en la familia, tanto antes como después de sus viajes. Más tarde, me enteré que mi madre también estaba envuelta con el vudú y el espiritismo, que seguramente añadió una nube de tinieblas y miedo que nos perseguía, a pesar de todas las comodidades materiales de las que disfrutábamos.

    A veces algunas de las cosas que sucedían yo no conseguía entenderlas. Cuando tenía 4 o 5 años, Derrick, Rose y yo fuimos a vivir con nuestra tía Pearl, en Ocala, Florida. Recuerdo que aquella fue la primera vez que conocí a mis hermanos mayores por parte de madre: Kevin, el más mayor; mi hermana May, después Rickie y Vince. Pero no me acuerdo del porqué yo estaba allí, ni por cuanto tiempo me quedé. La casa de la tía Pearl era extraña. Por dentro había sido pintada con un verde que daba miedo, medio triste que más parecía color de vómito. Ella tenía un perro viejo y flaco, creo que era de la raza boxer y su nombre era Bobo. Él no era fuerte ni tampoco era brilloso como la mayoría de los boxes, él era todo manchado, parecía que estaba enfermo. La parte delantera de la casa se veía bastante bien, a excepción de un par de autos golpeados que siempre estaban estacionados en el camino de la entrada. Pero, la parte trasera del patio estaba llena de chatarra; ni se conseguía ver el pasto, sólo basura, gallinas y chatarra. Detestaba ir hasta allí, aunque mi tía fuera buena conmigo.

    Una noche, mis padres aparecieron con un remolque (U-Haul) y dijeron:

    —Ok, nos vamos a llevar a Damien.

    Y eso fue exactamente lo que hicieron. ¡Fue muy extraño, porque sólo me llevaron a mí! Pero ningún niño volvió para Fort Lauderdale con ellos, sólo yo. Claro que yo estaba feliz en volver a casa con mi madre. Sólo que no tenía la menor idea del porqué ellos no se habían llevado a mis hermanos y hermanas. Era como si ella me quisiera siempre a su lado. Ella me mimaba tanto que acabé haciéndome un niño maleducado y me aprovechaba de eso siempre que podía. Cada vez que mis hermanos se metían conmigo, yo lloraba y decía:

    —Dejadme en paz. Soy sólo un niño —sin darme cuenta de que después me avergonzaría de eso.

    —Sólo espera —ellos solían decir— un día vas a salir de la falda de tu mamá, ¡ahí te atraparemos!

    En aquel entonces yo sólo pensaba en que ellos se portaban mal conmigo, no me daba cuenta del profundo resentimiento que ellos tenían porque yo era el favorito de mamá, principalmente el día que les dejaron en la casa de mi tía.

    Que yo recuerde, la única vez que mi madre se enfadó conmigo fue cuando en un día lluvioso, entramos en la farmacia de Eckerd. Yo llevaba puesto un abrigo de lluvia amarilla y un sombrero. Cuando llegamos al mostrador, imploré para que ella me comprara un chicle de la Bubblicious.

    —¡No! Coloca eso ahí debajo. ¡Colócalo en su sitio! —dijo mi madre severamente.

    La miré y, cuando vi que ella hablaba algo con el vendedor, coloqué rápidamente el chicle debajo de mi sombrero. Pensé: me salió bien. Cuando llegamos a casa, me quité mi abrigo de lluvia y el

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