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Encontrándome a mí mismo en el Interior de la prisión
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Libro electrónico252 páginas3 horas

Encontrándome a mí mismo en el Interior de la prisión

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En su cumpleaños treinta y cinco, Niven Neyland estaba en lo alto –un negocio próspero, una hermosa prometida, una familia muy unida, un amoroso hermano mayor. Hasta que una decisión incorrecta detrás del volante resultó en la muerte de su hermano, la pérdida de su negocio, sus sueños rotos y una sentencia de prisión por homicidio involuntario causado por el manejo de vehículo en estado de embriaguez. Pero encontrarse a sí mismo dentro resultó ser la más grande de las bendiciones, porque en ese oscuro lugar Niv encontró la luz de la misericordia y el amor de Dios, y libertad verdadera dentro de los muros de la prisión. Eso se convirtió en el comienzo de un ministerio del amor y redención de Dios para otros reclusos que continúa hasta hoy día.

Encontrándome a mí Mismo en el Interior de la Prisión es una narración convincente del sistema australiano de prisiones, los retos que los reclusos enfrentan en prisión y su re-ingreso a la sociedad.

Este texto está dirigido a todo lector con necesidad de redención, segundas oportunidades, y un camino desde la encarcelación física, emocional o espiritual, hacia la verdad y libertad eternas.

       

"Niven Neyland ha escrito su convincente historia, y yo puedo honestamente decir que hay pocas historias que sean tan honestas, penetrantes y esperanzadoras como ésta".

TIM COSTELLO.

EX DIRECTOR EJECUTIVO DE WORLD VISION AUSTRALIA.

Niven Neyland es el presidente de la Iglesia Amigos de Dismas para ex reclusos de prisión, secretario de Men's Support Mission, y un miembro a largo plazo de Prison Fellowship, Australia. Después de muchos años en el management. Niv, su esposa Heather, y su hijo Niven Neyland, Jr., viven en Melbourne, Victoria, Australia.

 

Traducción al Español por: Javier Gustavo Gaitán Serrano

Profesional en Estudios Literarios, de la Pontificia Universidad Javeriana.

 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2024
ISBN9780645145656
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    Encontrándome a mí mismo en el Interior de la prisión - Niven A. Neyland

    INTRODUCCIÓN

    No todo el mundo encuentra fácil aventurarse en el pasado. Puede ser vergonzoso abrir el closet y sacar afuera los esqueletos. A mi edad actual, yo podría gustosamente ocultar mucho de mi vida pasada, dejándola enterrada en los archivos de la historia. Pero al hacerlo, yo terminaría lavándome a mí mismo hasta el punto de hacerme irrelevante para esos otros que aún luchan. Honestamente, con todos sus defectos, las historias personales pueden ser poderosas herramientas para ayudar a otros. Así que es en ese contexto que yo he escogido excavar mi propio pasado por fuera de su entierro en el cementerio, y compartirlo con ustedes en estas páginas.

    Resumiendo, yo estuve involucrado muchos años atrás en la colisión de un automóvil  relacionada con el consumo de alcohol. Este evento ocurrió en mi cumpleaños, y en el proceso, yo perdí mi único hermano. Aunque hubo circunstancias mitigantes, al final fue mi culpa. Mis cumpleaños nunca han vuelto a ser los mismos desde el accidente, pero la vida continúa.

    Yo no me he tomado un trago desde aquel día. Además de la terrible tragedia de perder a mi hermano, yo terminé en una carrera de montaña rusa de injusticia y duplicidad que finalmente resultó en la pérdida de mi negocio, seguida por el ser sentenciado a prisión por homicidio involuntario relacionado con el alcohol, dejando a mi joven esposa embarazada por su cuenta.

    Yo supongo que no hay una sola persona que no haya luchado con alguna forma de demonio interior, bien sea el alcohol o la drogadicción, inmoralidad sexual, tentaciones financieras, etc. Muchos superan sus demonios y llegan a vivir vidas exitosas. Otros terminan en prisión, o pierden sus familias, amigos, trabajos y dinero. Algunos incluso van muy temprano a la tumba con aquel demonio aun conduciéndolos. Algunas luchas son obvias para los otros, mientras que otras luchas permanecen escondidas detrás de puertas cerradas. La vida es una lucha es un decir común, que  supone que la vida es una lucha porque la lucha es lo que nos hace más fuertes. Pero si el demonio interior con el que la persona está luchando es más poderoso que el luchador, entonces esa lucha no está haciendo a la persona más fuerte, sino sólo la está empujando hacia abajo. Para decirlo de otra manera, si un nadador es atrapado en una corriente demasiado poderosa contra la cual nadar, el nadador tiene sólo control limitado y termina siendo arrastrado por la corriente, no importa cuánto él pueda luchar.

    Típicos comentarios cuando nosotros vemos a otros cogidos en semejante resaca incluyen: Bueno, ella no debió haber probado esas drogas. Ella obtuvo lo que se merecía...Si él no hubiera estado bebiendo, él no estaría en este desastre... Si tú juegas con fuego, tú resultarás quemado. ¡Es su propia culpa!.

    Pero la gente es arrastrada en las cosas incorrectas por una variedad de razones, con frecuencia sin darse cuenta de que allí hay una trampa adelante aguardando por ellos. Es fácil arrojar el lugar común de que ganar cualquier lucha se trata sólo de una buena decisión. La verdad es que mucha gente encuentra duro hacer esa única vital elección y comprometerse a ello. Ellos simplemente no pueden reunir la resolución, y terminan perdiendo la esperanza.

    Ese fui una vez yo. Cuando yo pienso en esos días y mi lucha con el pecado, especialmente el alcohol, no puedo sino recordar una canción de góspel de 1980 titulada  La Misericordia Re-escribió mi vida (Mercy Re-Wrote my Life, in the original). La letra básicamente resume la profundidad de la misericordia de Dios, y los grandes caminos para los cuales Él está preparado para ir con tal de cambiar nuestras vidas para Su gloria. Él sabe cuánto tomará el llegar a nosotros para levantarnos y obligarnos a prestar atención. Infortunadamente para nosotros, esto frecuentemente significa que Él tiene que permitirnos el ir a través de algunas serias heridas y dolor, ya sea financiero, social, o como en mi caso, físico y emocional, para que nosotros captemos el mensaje y nos convirtamos hacia Él incondicionalmente.

    Mirando hacia atrás ahora, yo puedo ver muchas veces cuando Dios trató de alcanzarme, pero yo no me rendía. Tan sólo continué viviendo mi camino propio con mis propias reglas, y eventualmente, la paciencia de Dios se acabó.

    Yo creo en la soberanía de Dios como es enseñada en la Biblia. Yo también creo que Dios tiene Su mano en cada situación en una vida Cristiana, incluso cambiando nuestra necedad para Su gloria. Desde esta perspectiva, yo comparto con ustedes una breve narración de mi propio viaje. Uno que me llevó a prisión y que me sacó también de allí. Durante este viaje, no tengo duda de todo lo que Dios tuvo su divina mano sobre mí, y me sentí bendecido más allá de toda medida. Yo aprendí a ser libre aún dentro de los muros de una prisión, y sólo Dios puede hacer eso.

    Mi esperanza y oración es que ustedes serán bendecidos e incluso personalmente ayudados por mi historia, con todos sus defectos. Cualquiera sea la lucha que tú puedas estar teniendo en tu propia vida, yo pido que tú experimentes la presencia de Dios justo como yo experimenté la presencia de Dios a través de esta inusual saga.

    EL ACCIDENTE

    En Junio 5, de 1990, fue mi cumpleaños número treinta y cinco. El comercio estaba un poco lento en la tienda de suministros de jardín, en Sydenham, Victoria. Un suburbio alrededor de veinte kilómetros al noroeste de Melbourne donde mi hermano y compañero de negocios John y yo vendíamos tierra, traviesas de ferrocarril usadas, y muchos otros productos de jardinería.

    El teléfono sonó. Era un amigo que trabajaba cerca de la famosa cúpula del trueno del parque Calder. El proyecto de ese día era el de asistir a la carrera del anterior piloto campeón de autos de carrera Bob Jane, quien fue el que trajo la carrera USA NASCAR a Australia. Mi hermano John y yo habíamos comprado tiquetes para la inaugural carrera de celebración de 1988, la primera vez que una carrera de Nascar era llevada a cabo por fuera de los Estados Unidos. Muchos famosos conductores americanos habían venido a Australia a competir. Era una emocionante carrera, y John y yo teníamos grandiosos asientos.

    Sabiendo que era mi cumpleaños, mi amigo había llamado para invitarme a unirme a él y a otro amigo mutuo para un almuerzo en la barra en el Hotel Diggers Rest, unos kilómetros más allá. Nosotros no nos habíamos reunido en un buen tiempo, y la idea de un buen almuerzo y unas cuantas risas sonaba atractiva. Mientras que el almuerzo se aproximaba, yo salté en el Audi para salir. En la prisa del momento, yo abrí la ventana del carro e invité a mi hermano John a venir conmigo. Con el día de tráfico lento, nuestros empleados podrían cuidar del lugar mientras que nosotros estábamos afuera. John entró, y salimos conduciendo.

    Yo tenía otras razones para celebrar ese día además de mi cumpleaños. Ocho meses antes, yo había conocido la más increíble joven mujer, Heather Milne. Cerca de once años más joven que yo, ella era hermosa, con su cabello rubio y gentiles ojos verde-azulados. Había llegado a amar su naturaleza relajada, de risa fácil, y sobre todo, su piadoso carácter cristiano. Yo le había propuesto matrimonio casi cuatro meses antes, en el día de San Valentín, y ella me había dado el sí. Nosotros nos íbamos a casar en tan sólo siete semanas, y John iba a ser el padrino de boda.

    En el hotel encontramos a nuestros amigos y ordenamos nuestras comidas. Entonces comimos en medio de risas y bromas sobre los viejos tiempos. Nosotros conocíamos la familia de uno de ellos hacía más de veinte años. Yo había jugado fútbol con él, había ido a surfear y a otras vacaciones cuando éramos más jóvenes, y habíamos recorrido las calles a nuestros diez años.  Éramos buenos compañeros, y aún lo seguimos siendo.

    Cuando hubimos comido,  jugamos algo de billar pool y tomamos algunos tragos. Nos quedamos hasta la tarde, disfrutando de algunas bebidas más, algunas bolsas de papas y unos cuantos juegos más de pool. Era bueno ponerse al día con los amigos. Pero mi placer más grande era ver a John feliz y disfrutando de la tarde. Él había recientemente pasado a través de unos amargos procedimientos de divorcio que siguieron a una separación de un matrimonio de tres años, todo lo cual había puesto una pesada sombra sobre él.

    Finalmente al dejar el hotel, me puse detrás del volante. Cuando John y yo salíamos juntos, yo siempre parecía ser el único conduciendo, mientras que él se relajaba. Estábamos viajando a lo largo de la autopista Calder, aproximándonos a una curva a la derecha que teníamos que coger para llegar al Calder Park Drive, justo pasando la carretera.

    Cruzar esa sección de carretera era difícil en el mejor de los tiempos. Nadie quería ser atrapado quieto en esa salida por miedo de ser chocado de lado o chocado por detrás. Pero estas últimas pocas semanas había estado incluso peor cuando el Departamento de Transporte de Victoria estaba haciendo toda clase de construcciones en la vía. Esto había llevado a tener banderas naranjas de seguridad ensartadas por doquiera, haciendo nuestro lado de la carretera más angosto. Los carros estaban torciendo a la derecha, como yo estaba cerca de hacerlo, necesitados de no apartarse de la línea blanca y de encontrar un hueco en el tráfico que venía.

    Haciendo el cambio de marcha, encontré mi hueco y avancé a través de la autopista como lo había hecho innumerables veces en numerosos carros y camiones regresando de entregar productos y de tener salidas sociales. Pero esta vez mis cálculos fueron defectuosos, guiándome directamente en el camino de un auto que se avecinaba viajando a cien kilómetros por hora. Yo no había visto de hecho el vehículo aproximándose antes de que él se estrellara directamente contra nosotros, volteando el Audi boca abajo. Nosotros aterrizamos en nuestro techo y vino un abrupto alto en el lado de la vía.

    Yo colgaba boca abajo, suspendido por mi cinturón de seguridad, mientras que la gente comenzó a apiñarse alrededor del Audi. Moví mis dedos de las manos y de los pies para ver si algo estaba quebrado, entonces, cautelosamente, torcí mi cabeza de lado a lado. Todo parecía estar bien.

    ¡Gracias, Dios! Pensé. Entonces volteé mi cabeza lo suficientemente lejos para ver a mi hermano. John también estaba suspendido boca abajo en su cinturón de seguridad, pero yo podía ver sangrantes burbujas de aire saliendo de sus fosas nasales. Como sabría más tarde, John había sobrellevado el total impacto de la colisión en el lado izquierdo de su cráneo. Unos pocos segundos después, aunque esto pareció lo que dura una vida, las burbujas cesaron. Mi compañero de casa, socio, compañero, y hermano mayor, quien me había protegido de vez en cuando como los hermanos mayores hacen, se había ido para siempre. Todo lo que yo pude hacer en el ensordecedor silencio de esa cabina de carro fue sólo mirarlo a él.

    El hecho de que John estaba actualmente muerto vino derrumbándose sobre mí en ese momento. Unos pocos segundos después, yo finalmente fui dueño de mis actos, y gateé por fuera de los destrozos. La brigada de bomberos ya estaba en la escena. Agradecidamente, uno de ellos era un compañero mío, quien se puso delante para detenerme antes de que yo pudiera correr alrededor para ir al lado del carro que ocupaba John. ¡No vayas allí alrededor Niv!.

    Ignorando este comentario, yo traté de caminar hacia allá. Él de nuevo se movió al lado, interceptándome el camino. ¡Niv, no quieras ir allí!.

    Yo obedecí su segunda advertencia. Y pude ahora ver el carro que me había golpeado. Estaba en mal estado, así como lo estaba el conductor. El tráfico estaba regresando en ambas direcciones. La ambulancia y la policía pronto llegaron. Debido a aquel relajado almuerzo, ellos rápidamente descubrieron alcohol en mi respiración.

    Esto dio lugar a una mezcla de insinuaciones. La policía me acusó de desviarme bruscamente por toda la carretera en el camino de la autopista, arrastrando mis palabras, y estando tambaleante en mis pies ante la escena. Gracias a Dios que el personal de la ambulancia, con el cual yo había pasado la mayor parte de mi tiempo en la escena, declaró en su reporte que yo estaba lúcido y coherente en todo momento.

    Después del interrogatorio inicial de la policía y los controles in situ del equipo de la ambulancia, yo fui llevado a un hospital para una revisión adicional y exámenes de sangre. Entonces llevé a cabo la tarea más difícil que haya alguna vez emprendido. Yo llamé a mi madre para contarle que había acabado de matar a su otro hijo. Mamá pensó que yo estaba bromeando debido a que yo tenía la reputación de hacer bromas pesadas. Nada pudo haberla preparado para la abrumadora verdad de mi llamada telefónica.

    Los expertos dicen que perder a un hijo es una de las más agónicas experiencias en esta tierra, dado que los padres tienen todas la expectativas de que los hijos los van a sobrevivir a ellos, y no al contrario. Yo acababa de poner a mamá justo en esa agonía. La conversación me hizo regresar al momento en el que mi papá murió, muchos años antes. Yo tenía diecisiete años, y justo lo había visitado en la Unidad de Cuidado Intensivo (UCI), en el Royal Melbourne Hospital.

    Él sólo tenía sesenta y cinco años de edad, y había parecido estar bien luego de una operación menor cuando yo lo había visitado la noche previa. Pero dentro de las veinticuatro horas siguientes, su salud se había deteriorado hasta el punto de que ellos lo habían movido desde el pabellón a la UCI. Tendido de lado, y drogado hasta no poder más, con sus ojos todavía cerrados, él había preguntado, ¿Eres tú, Niv?.

    ¡Sí, soy yo!, respondí.

    Él cayó dormido, y que yo sepa, no volvió a abrir sus ojos de nuevo en esta vida. Cuando yo volví a casa desde el hospital tarde en la noche, yo encontré a mamá y a una de mis hermanas, Helene, llorando amargamente. Durante mi camino a casa, el Hospital había llamado con las inesperadas noticias. Papá había estado crónicamente enfermo, pero había siempre regresado a nosotros, así que su súbito deceso significó un desconcertante shock.

    El dolor de ese momento y el rostro de mi madre bañado en lágrimas vinieron de vuelta a mi memoria mientras yo le explicaba a mi mamá acerca de John. Después de informar a mamá, llamé a cada una de mis cuatro hermanas. Ellas también pensaron al comienzo que yo estaba bromeando. Y experimenté los mismos comentarios, reacciones y emociones que yo tuve de mamá, pero gracias a Dios, no hostilidad. Nosotros estábamos todos tratando de aceptar nuestra pérdida.

    Nuestros empleados, de regreso a la tienda de suministros de jardín, habían visto el reporte del accidente en las noticias. Al ver que John y yo nunca regresamos al trabajo, ellos se turnaron de dos en dos, y supusieron que nosotros debimos estar involucrados.  Al siguiente día yo mantuve el negocio cerrado, aunque nosotros lo reabrimos al siguiente día.

    El día después del accidente, yo notifiqué a la ex esposa de mi hermano acerca de su muerte y funeral, lo cual probó ser un mayor error. Aunque ellos habían estado separados por casi tres años, los papeles de divorcio no se habían finalizado al momento de la muerte de John. Ella no había tenido parte en nuestro negocio desde la separación, y las ganancias eran virtualmente no existentes debido a una recesión por la que el país estaba pasando. Pero ella vio el negocio como a un árbol de dinero, e inmediatamente vino tras de mí por lo que ella reclamaba era de John y sus dos tercios del negocio.

    Durante los meses siguientes entre el accidente y mi caso en la corte, el más raro y frío sentido de responsabilidad me golpeó, y empecé a operar como una muy diferente persona. No lágrimas, sólo un gran trabajo por hacer. Yo no pude llorar por John. No sé qué pasó, pero recuerdo claramente una noche después del trabajo, parado en la ducha –su ducha en su casa desde que yo  había estado viviendo con él en el momento del accidente – y pensando que yo debí haber derramado una lágrima o llorado en algún momento.

    No derramé ni siquiera una lágrima en su funeral, el cual fue para mí un camino de vergüenza de lejos peor de lo que la prisión sería. La sala de funerales estaba llena. Yo parado allí en medio de toda esa gente como un asesino culpable enfrente de una sala llena de jueces. John y yo éramos miembros voluntarios de la brigada de bomberos locales, y ellos habían hecho una guardia de honor por John mientras que el féretro era llevado por ellos afuera. Muchos dolientes vinieron para tranquilizarme, ¡No es tu culpa! Eso pudo haberle pasado a cualquiera.

    Por supuesto que en ese momento ellos no conocían la historia completa. Siete semanas después, yo me casé con mi novia como lo planeábamos, aunque nuestro gran día estuvo empañado de tristeza por la ausencia de mi padrino y hermano. Por trece meses después del accidente, yo continué con mi negocio hasta el día en que fui arrojado de la propiedad debido a las maquinaciones de la ex esposa de John.

    Durante esos meses, yo esperé, y oré, y creí que el caso de la corte pendiente en contra mío por manejo culposo bajo la influencia del alcohol sería rechazado, sin ameritar una temporada en la cárcel. Perder a mi único hermano había sido un castigo lo suficientemente doloroso. La última cosa que yo quería era la de abandonar mi nueva esposa mientras que yo cumplía una sentencia en prisión.

    Pero sólo cinco semanas después de que mi ex cuñada me había forzosamente removido del negocio que John y yo habíamos trabajado tan duro en construir, yo me encontré en prisión, dejando a mi hermosa y joven esposa en la desesperada situación de quedarse sola, sin trabajo, embarazada de tres meses, y con su familia más inmediata a quinientos kilómetros de distancia.

    Durante los catorce meses que habían pasado desde el accidente hasta ser escoltado a través de las puertas de la prisión Pentridge de su Majestad en Coburg, Victoria, la vergüenza había sido mi constante sombra. Y ahora esa vergüenza me había atrapado.  

    DÍAS TEMPRANOS

    Yo nací como un niño de cabello rubio y ojos azules en el Royal Women’s Hospital, en Melbourne, Victoria, de Niven y Beryl Grace Neyland. Papá fue Niven Neyland II, su propio padre Niven Neyland I, y yo era el tercero. El abuelo Neyland se alistó para la guerra de los Boers en Sudáfrica con su propio padre. No mucho tiempo después de retornar a Australia, él se casó con mi abuela, Linda May Pryse, y tuvieron cuatro hijos, incluyendo a mi papá, antes de alistarse para WWI (World War I). Después de esa guerra, él fue padre de un niño más, antes de morir diez años después, dejando a la abuela criando los hijos sola.

    Muchos años después, la abuela se mudó a la comunidad rural de Sydenham, Victoria. Mi padre conoció a mi mamá en la ciudad cercana de Ballarat. Ellos tuvieron seis hijos, cuatro niñas –Lael, Carmel, Beth, y Helena-  seguidas por John, y entonces yo, tres y medio años después. Papá sufría de asma crónica en días cuando los asmáticos tenían poca medicina preventiva. Esto le hizo difícil ganarse una buena vida, así que éramos muy pobres. Entre los medios de vida que mis padres intentaron estuvieron las aves de corral y la producción de huevos.

    Inicialmente nosotros vivíamos en casas rodantes en la propiedad de pensión de guerra de la abuela, así que algunos lugareños solían llamarnos gitanos. Mientras que yo era muy joven para preocuparme acerca de ese estigma, mi mamá y hermanas mayores llevaron la carga de la indignidad. Eventualmente mis padres

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