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Misiones fantástica (cuentos)
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Libro electrónico137 páginas2 horas

Misiones fantástica (cuentos)

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Información de este libro electrónico

La provincia de Misiones es una de las más bellas del país y, sin lugar a dudas, todas las personas que han tenido oportunidad de ver sus arroyos, sus ríos, su preciosa vegetación y caminar por sus rojos caminos han visto y respirado el encanto que se esconde en este lugar. Ese hechizo no solo se captura en los paisajes, sino también en el trato con su gente y en las ricas historias que se entrelazan y tejen en la idiosincrasia única de estas tierras.

Te invito a explorar estos de los relatos que fueron contados desde hace mucho tiempo por sus habitantes, en la mansa tranquilidad de las tardes o las húmedas noches de verano, cuando las personas recuerdan y describen acontecimientos fantásticos y asombrosos a sus semejantes. Parte de su vida se mezcla con la magia y lo irreal se hace posible solo porque en Misiones se vive y se piensa de manera especial y diferente. Acompáñame en este recorrido y dale vida a este libro que nació para formar parte de la tuya.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 nov 2019
ISBN9789874116321
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    Misiones fantástica (cuentos) - Marcela Mariana Muchewicz

    Tapa_Misiones_Fantastica_1500.jpg

    Misiones fantástica

    (cuentos)

    Marcela Mariana Muchewicz

    No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

    ISBN 978-987-4116-32-1

    Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

    Índice

    Prólogo

    Biografía de la autora

    Biografía de Yoni Axt

    Accidente

    Brujería

    La dama del aljibe

    Cortesía por un amigo

    Don Martín

    Fuego en la vertiente

    Asesinato encubierto

    El juego

    Amor de madre

    La cuchara

    El perfume

    La pesadilla

    Inmortal

    Acompañante

    La puerta

    El pacto

    Parásito

    La casa de los suecos

    El guardaespaldas

    La pelota de fuego

    Tito y las Ruinas de Mbororé

    Prólogo

    Estimado lector:

    Te encontrás hoy con un libro que te permitirá conocer relatos que fueron contados y vividos por personas que aseguran haberlos experimentado realmente. Ahora, te advierto que, para entenderlos, debés abrir la mente y prepararte para un mundo que, por la agilidad de nuestros tiempos, ha quedado atrás.

    Te invito, lector, a recorrer las páginas de este breve material no solo para entretenerte, sino también para descubrir cómo viven sus historias muchas personas del interior del país. Estoy segura de que vas a descubrir que no son tan diferentes a vos, más bien, vas a ver que muchas historias que yo te cuento ahora habrán pasado alguna vez por tu cabeza y que te vas a apasionar con cada episodio.

    Los cuentos son para ser leídos lentamente, disfrutándolos, interpretando lo que dicen entre líneas para saborearlos mejor. Después de que acabes de leer cada historia, detenete un momento, cerrá el libro y descubrí cómo esas palabras se plasman en tu mente, te hacen recordar anécdotas paralelas o te sorprenden y te llevan a pensar en ello hasta la hora de cerrar los ojos y dormir.

    No olvides que lo que te cuento es parte de la cultura de mucha gente, son personas que tienen una vida normal llena de episodios rutinarios, como vos y yo. Pero ellos se permiten un momento de su tiempo para vivir cosas extraordinarias. Así que dejate llevar por cada cuento y disfrutalo. La experiencia te va a encantar. Es una adorable manera de gozar de la literatura.

    Biografía de la autora

    Marcela Mariana Muchewicz nació el 3 de agosto del año 1981 en Temperley, Buenos Aires. Llegó a la provincia de Misiones en el año 1983 con su joven familia y es la cuarta de siete hermanos.

    Sus padres, Eduardo Luciano Muchewicz y Yolanda Mercedes Viera, fomentaron su pasión por la literatura desde muy pequeña y la apoyaron siempre en su deseo de saber cada vez más sobre los misterios de la tierra misionera.

    Cursó sus estudios primarios en el Instituto Ceferino Namuncurá y en la Escuela N.o 380 Juan Bautista Azopardo; los secundarios en la Escuela Normal Superior N.o 13 de la localidad de San Vicente, y los superiores en la Universidad Nacional de Misiones, en la localidad de Posadas, donde obtuvo el título de Profesora en Letras.

    Se casó con Raúl Oscar König el 18 de febrero del año 2005 y tuvo con él dos hijos, John Bryan Sebastian y Alexander Eduard. Trabajó como docente en diferentes establecimientos de la localidad de San Vicente, en niveles secundarios y terciarios. En este momento de su historia, se dedica a dictar clases como profesora en la EPET N.o 21.

    En el año 2015, publicó la novela infantil El señor de lo sueños, libro con el que visitó la Biblioteca Nacional Mariano Moreno de CABA en el año 2017, con motivo del homenaje al centenario del nacimiento de Roa Bastos. Allí y en la Casa de Misiones, en la capital de nuestro país, lo dejó en resguardo ese mismo año.

    Pertenece, desde el año 2015, a SADEM (Sociedad Argentina de Escritores Misioneros) y es secretaria de la Biblioteca Municipal de la localidad de San Vicente desde el año 2017 hasta la actualidad.

    Biografía de Yoni Axt

    Jonatan Anselmo Axt nació en la localidad de San Vicente, Misiones (Argentina), el 2 de diciembre del año 1995 y reside en la localidad de Dos de Mayo (ubicada sobre la Ruta Nacional 14) desde 2010.

    Cursó sus estudios primarios en la Escuela N.o 473, los secundarios en el Bachillerato Provincial N.o 7 y la especialización en fotografía en la localidad de Dos de Mayo.

    Es el cuarto de nueve hermanos; su madre, Ramona Mirta Kelm, actualmente tiene treinta y siete años y su padre, Oscar Axt, cincuenta y tres.

    Su pasión por la fotografía comenzó cuando era muy joven y hoy se dedica a ella profesionalmente; realiza especializaciones constantes desde que tiene veinte años. En la actualidad, ejerce la fotografía social en la zona del centro de la provincia.

    Su participación en este libro es voluntaria y con la intención de compartir parte de la belleza de nuestra tierra roja.

    Instagram: yoni_axt_fotografías

    WhatsApp: +54 9 3755 665538

    Facebook: Yoni Axt Fotografías

    Accidente

    Un viajante ha vivido todos los climas y estaciones del año en la ruta, pero lo que me sucedió aquel viernes de otoño no tiene explicación. Era un día muy gris, recuerdo que hacía frío y que había tanta humedad que se empañaban los vidrios de mi auto, y el limpiaparabrisas se trababa porque estaba húmedo el cristal.

    Llegaba al final de mi semana de trabajo y hacía el trayecto de la ruta provincial 213, que une El Soberbio y San Vicente, en Misiones. La niebla no dejaba ver el asfalto; de lo único que me podía valer para no salir de la carretera era de los grandes riscos de piedra que se ubican a sus costados en dos o tres partes del recorrido y de alguna luz de las casas que hay dispersas entre el monte y los sembradíos. Por otra parte, con niebla, mal tiempo o sol radiante, es un trayecto muy peligroso.

    Había tardado más de lo necesario en mi itinerario por El Soberbio ese día. Un cliente me había pedido que esperara unas horas por el pago de la mercadería que le había dejado, y había tenido que quedarme en la ciudad hasta las diez de la noche. Había salido del lugar quince minutos después de hacer el cobro y había ido a calibrar las gomas y a cargar combustible para viajar más tranquilo: ese trayecto siempre me ponía un poco nervioso. Iba apurado, quería llegar a Posadas cuanto antes y estaba dispuesto a correr, así que subí un poco la velocidad. Calculaba estar con mi esposa en tres horas y media.

    Me sentía tranquilo porque la ruta estaba desierta esa noche; sin embargo, en algunos tramos el camino estaba tapado por la niebla y tenía que fijar la vista y disminuir la velocidad para no salirme del asfalto, que no tenía ninguna señalización —o la tenía, pero estaba cubierta de barro o gastada—.

    La preocupación por lo poco que veía me empezó a inundar; sostuve el volante con más fuerza e incliné el torso sobre él para poder ver mejor. Y, de repente, después de una curva, donde las altas paredes de piedra parecen dibujar caras extrañas al costado del camino, vi a un muchacho. Medía un metro ochenta, aproximadamente; tenía cabello castaño, ojos oscuros y la piel blanca. Era de contextura delgada, llevaba una camisa blanca y un pantalón de vestir oscuro, quizá negro. No tenía nada en las manos y estaba de pie en medio de la ruta. En una fracción de segundos nos miramos fijamente a los ojos.

    Frené el auto lo más rápido que pude, pero no fue posible evitar el impacto: estaba muy cerca. Además, él solo levantó la cabeza, todo su cuerpo se iluminó con la luz de los faros antiniebla y nos miramos. El auto se inclinó por la fuerza de los frenos y por el movimiento brusco que le di al volante. Me preparé para lo peor y agudicé mis sentidos esperando escuchar el ruido de las chapas retorciéndose por la fuerza del choque. Me aferré al volante y esperé que ese desesperante sonido llegara, junto con el dolor de romperme los huesos.

    Esos segundos fueron eternos. Como en cámara lenta, iba captando todo lo que sucedía, mientras el vehículo seguía las leyes de la física y volvía a la calma deteniéndose por la acción de los frenos que mi pie había activado al colocarse rígido sobre el pedal. Mientras todo pasaba, contrario a mis expectativas, tuve la sensación de que el cuerpo del chico no rompía nada, sino que atravesaba el auto por la mitad como si no tuviera materia, como si hubiera pasado por el medio de los dos asientos congelando mi brazo derecho con su paso, mientras me seguía mirando.

    En mis oídos había un vacío. Me había preparado para oír el impacto, ese sonido espantoso que se escucha cuando la chapa se dobla al recibir un golpe duro contra un cuerpo que es destrozado por el mismo efecto del choque, pero no hubo ruido alguno, salvo el de los frenos de mi auto.

    Me detuve a un costado de la ruta y esperé unos segundos sentado en mi butaca. Mis manos apretaban el volante con fuerza, como para que no se escapara, y mi pie derecho aún presionaba firme el freno contra el piso. Comencé a respirar lento, intentando hacer que mi corazón dejara de latir desbocado. Estaba muy asustado y prácticamente no podía contener mis emociones. Esperé en esa posición hasta que logré reponerme un poco.

    Unos minutos después, ya había logrado soltarme del disco marrón y, con más calma y un poco más de valor, comencé a mirar a mi alrededor. Primero observé el interior del auto en busca de daños, pero, más allá de la marca que le había dejado al cubrevolante por la

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