El 3ro: Camino hacia la Oscuridad
Por A. A. Carrizo
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A. A. Carrizo
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El 3ro - A. A. Carrizo
Carrizo, A. A.
El 3ro : camino hacia la oscuridad / A. A. Carrizo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2001-2
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com
info@autoresdeargentina.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
AGRADECIMIENTOS
Para mis padres, Marcelina y Ángel que gracias a su educación llena de ejemplos y valores, me convirtieron en el hombre que soy.
Y no puedo olvidarme de Dámaris y Marcelo (Tacho) un gran amigo, ambos con su paciencia y ánimo, hicieron que esta aventura de escribir fuese divertida y desafiante.
PRÓLOGO
Algunos tuvimos la suerte de tener a alguien que nos contaba historias o nos leía cuentos llenos de aventuras para poder ir a dormir cuando éramos pequeños. Pero ese tiempo pasó, fuimos creciendo y cambiamos esos cuentos por los de suspenso y terror. Luego de esa lectura, pedíamos que dejen la luz prendida o en otros casos, que algún adulto se fijara debajo de nuestra cama o dentro del armario, en caso de que hubiera criaturas nocturnas o monstruos escondidos.
Seguimos creciendo y la educación que recibimos en la escuela nos ha enseñado que todas las historias tienen un principio, un desarrollo y un desenlace. Al igual que la vida, tenemos un principio con nuestro nacimiento, un desarrollo que es el transcurso de la vida y un desenlace que es nuestro final, lo que llamamos muerte.
Nuestra historia como individuos es casi insignificante cuando se compara con la historia de la sociedad a la que pertenecemos, salvo que hayamos logrado un aporte muy superior a los estándares establecidos. La misma historia de la sociedad es una parte pequeña dentro de la historia de un país, y esta a su vez es una pequeña parte de la historia de la humanidad.
Pero ¿qué pasa cuando una historia que le pertenece a la humanidad, una trama secreta de la que no se sabe su inicio, se cruza de improviso con la historia de tu vida? Ya sabemos el posible final de nuestra historia, si tenemos suerte, pero no se sabe cuál es el final de la otra. Ahora solo puedo pensar en un desenlace que anhelo, pero que es probable que no llegue a ver. Lo único que sé es que el final de esa gran historia de la humanidad todavía no está escrito.
¿Serías capaz de ingresar a una trama secreta y oscura de la humanidad? Si lo haces: ¿Lo harías por voluntad propia o por no tener otra opción? Sea cual fuere la respuesta, tu vida en ese momento habría de cambiar para siempre y debes estar seguro de dar el 100% cada día. Y, aun así, te cuestionarás al final de tus días si acaso habrías podido hacer algo más.
De ahora en más al mundo lo verás diferente, al igual que al resto de las personas, porque estás escribiendo parte del relato de la humanidad y aunque ellos no lo sepan, son partícipes necesarios de tu historia y de mi historia de vida. Aquella noche cuando era niño, mi vida cambió y de adulto cambiaría una vez más por parte del mismo protagonista… Y si hoy estás leyendo esto, tu vida también ha cambiado…
Bienvenido a la G.D.S.
CAPÍTULO 1
Una historia irreal
Esta historia comenzó hace mucho tiempo.
En unos de los tantos viajes que realizábamos en familia, mi padre iba al volante y mi madre en el asiento del acompañante y yo, por supuesto, en el asiento trasero. Tenía todo ese gigantesco asiento solo para mí; yo era solo un niño de cinco años. Recuerdo que llevaba en mi bolso algunas galletitas dulces para comer en el camino.
Estos viajes eran largos, entre doce y quince horas, dependiendo de cuánto tráfico encontráramos en la ruta nacional 9 hasta la provincia de Córdoba y de allí por la ruta nacional 38; ese tiempo incluía la espera para cargar combustible o lo que nos llevara comer algo en algún parador.
Nunca he olvidado esa noche de verano, ni esa luna llena que parecía gigante por la ventanilla del auto, en la que viajábamos hasta la casa de mi abuelo en Catamarca. El paisaje nocturno me mostraba los diferentes matices del color negro en los árboles y sus formas tan variadas al costado de la ruta 38. Este tipo de paisajes se cortaban al llegar a los pequeños pueblos, cercanos a la ruta, donde se veían las típicas estaciones de servicio y los paradores que, con sus carteles luminosos, atraían a los insectos del lugar.
En nuestros viajes familiares escuchábamos música en la radio (sé que al día de hoy parece una antigüedad, pero en ese entonces era una de las formas que teníamos para divertirnos y hacer más ameno el camino). Las diferentes tonadas de los locutores nos daban pistas de dónde estábamos durante el recorrido.
A unos diez minutos de uno de esos pueblos que cruzamos, escuchamos un gran estruendo, en el silencio de la noche. Mi padre miró por el espejo retrovisor para ver si no venía nadie, y una vez que estuvo seguro de ello comenzó a aminorar la marcha.
Mientras el auto iba mermando la velocidad, dijo:
—Ese golpe fue metal contra metal…
Él daba por sentado que había sido un accidente vial, uno de los tantos que año a año ocurren en la temporada de verano. Entonces, tomó todas las precauciones necesarias. Él y mi madre habían estudiado juntos la carrera de medicina; ambos se graduaron y como médicos estaban dispuestos a ayudar a quien lo necesitara.
Pasaron un par de minutos desde que escuchamos el estruendo hasta que encontramos el lugar del accidente: se trataba de un Peugeot blanco, un auto grande oscuro y una camioneta gris. La camioneta y el auto blanco estaban sobre la ruta, había pedazos de chapa y vidrio rotos regados por el pavimento y en la banquina, mientras que el vehículo oscuro se encontraba a unos diez metros de la ruta más o menos. Tenía el techo completamente destruido, y eso era señal de que había volcado.
Mi padre prendió las balizas y se detuvo en la banquina, ambos se bajaron a ayudar.
—Te quedás en el auto y no te bajás de acá. Afuera es muy peligroso —me ordenó mi madre.
Sacó la linterna que guardaba en la guantera, para casos de emergencia y fueron a sacar del baúl el botiquín de primeros auxilios para dirigirse al lugar del accidente. Estacionamos a veinte o veinticinco metros de aquel accidente. Agarrado fuerte de los asientos de adelante, yo podía ver el panorama de los autos destruidos como si fuera una película de cine. Mis padres metían sus manos entre el metal arrugado de aquellos vehículos, para ver si sus ocupantes estaban vivos y si podían ayudar en algo.
Solo se veía un cuerpo en la ruta y otro tirado a metros del vehículo oscuro que estaba alejado de la ruta. Pensé qué habría sucedido para que esos autos colisionaran de esa forma tan violenta.
Entre la oscuridad de la noche, con la luna llena y la luz de nuestro auto, vi a mi padre regresar al auto. En ese momento, una luz comenzó a cobrar intensidad a mi espalda, y al darme vuelta vi que eran las luces de una camioneta que venía por la ruta en el mismo sentido que nosotros. Mi padre levantó los brazos y comenzó a agitarlos para que la camioneta lo viera y aminorara la velocidad. El conductor se bajó de la camioneta con su matafuego, y en un típico acento cordobés, dijo:
—¿En qué le puedo ayudar?
—Lo mejor es que dé la vuelta. Cruz Del Eje está cerca y allí podría encontrar algún patrullero o personal de la Policía provincial, para informar del accidente y pedir que envíen ayuda lo antes posible —respondió mi padre.
Vi a mi madre dirigirse a la parte posterior de la camioneta y llamar a mi padre. Él, al escucharla, con un pequeño trote se acercó a ver. Mientras eso pasaba, el hombre de la camioneta emprendió la vuelta al pueblo más cercano para solicitar ayuda. Luego de un par de minutos, me di cuenta que aquel cuerpo que antes estaba tendido en el campo, ya no estaba. Pensé que me lo había imaginado. De repente, una sombra en el espejo lateral de nuestro auto me tomó por sorpresa, al girar, vi que era una persona que caminaba por la banquina, muy cerca del auto.
En ese momento no lo sabía, pero mi vida habría de cambiar para siempre. La figura que se aproximaba llevaba la ropa del cuerpo que pensé que había imaginado.
Su rostro se asomó lentamente por la ventanilla y llegué a ver sus ojos. Su mirada y su color me parecían diferentes. Miré de nuevo al frente, donde se encontraban los autos chocados y mis padres, pero sentía la presencia en la ventanilla, y la sombra de aquel individuo inundaba el auto. Volví a girar mi cabeza a la ventana, la cual se ensombrecía por causa de esa persona y en un momento cruzamos las miradas. Su rostro no mostraba dolor; al contrario, comenzó a dibujase en él una leve sonrisa.
Mostrándome algo aún más aterrador que aquel accidente y el cuerpo sin vida en la carretera, sus colmillos se asomaron, los vi agrandarse, y de su boca salía sangre. Salté al otro lado del asiento, en un intento por alejarme de aquella ventanilla y de aquel rostro tras el vidrio.
Al ver por la otra ventanilla, allí seguía