Secreto de mujer
Por Sharon Kendrick
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Ahora, Donna había vuelto a la ciudad, tenía su propio negocio y estaba más hermosa que nunca... y Marcus parecía decidido a demostrarle cómo debería haber sido esa primera noche. En esta ocasión, la experiencia en la cama fue fabulosa, ardiente y apasionada; sin embargo, al contrario de lo que Donna había esperado, no consiguió zanjar con ello aquel asunto pendiente... Porque el hombre que le había causado tanto dolor en el pasado era el padre del hijo que llevaba en el vientre...
Sharon Kendrick
Fast ihr ganzes Leben lang hat sich Sharon Kendrick Geschichten ausgedacht. Ihr erstes Buch, das von eineiigen Zwillingen handelte, die böse Mächte in ihrem Internat bekämpften, schrieb sie mit elf Jahren! Allerdings wurde der Roman nie veröffentlicht, und das Manuskript existiert leider nicht mehr. Sharon träumte davon, Journalistin zu werden, doch leider kam immer irgendetwas dazwischen, und sie musste sich mit verschiedenen Jobs über Wasser halten. Sie arbeitete als Kellnerin, Köchin, Tänzerin und Fotografin – und hat sogar in Bars gesungen. Schließlich wurde sie Krankenschwester und war mit dem Rettungswagen in der australischen Wüste im Einsatz. Ihr eigenes Happy End fand sie, als sie einen attraktiven Arzt heiratete. Noch immer verspürte sie den Wunsch zu schreiben – nicht einfach für eine Mutter mit einem lebhaften Kleinkind und einem sechs Monate alten Baby. Aber sie zog es durch, und schon bald wurde ihr erster Roman veröffentlicht. Bis heute folgten viele weitere Liebesromane, die inzwischen weltweit Fans gefunden haben. Sharon ist eine begeisterte Romance-Autorin und sehr glücklich darüber, den, wie sie sagt, "besten Job der Welt" zu haben.
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Secreto de mujer - Sharon Kendrick
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Sharon Kendrick
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Secreto de mujer, n.º 1186 - julio 2019
Título original: Her Secret Pregnancy
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
I.S.B.N.: 978-84-1328-405-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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Capítulo 1
EL ABOGADO era listo, sofisticado y atractivo, y tenía las manos más cuidadas que Donna había visto en su vida.
–Está bien, Donna, firma aquí, por favor –el abogado señaló una zona del papel con una uña casi perfecta–. ¿Lo ves?, justo ahí.
Donna contuvo las ganas de reír.
–¿Te refieres al sitio que tu secretaria ha señalado con una cruz?
–Ah, sí, perdona –dijo él rápidamente–. No era mi intención insultarte.
La tensión de los últimos días se disolvió.
–No te preocupes, no lo has hecho –Donna estampó su firma–. No sabes cuánto me alegro de que todo haya terminado.
La expresión de Tony Paxman no se hizo eco de las palabras de Donna.
–Voy a echarte de menos –Tony suspiró–. En fin, la cosa es que la propiedad ya es tuya y has conseguido la licencia para servir alcohol. ¡Felicidades, Donna! Te deseo todo el éxito del mundo.
–Gracias –respondió ella.
Donna recogió su chaqueta de seda color crema y dedicó a Tony Paxman una sonrisa de agradecimiento. El abogado, con sumo celo, se había encargado de los trámites burocráticos referentes a la compra de la propiedad. Y, sobre todo, lo había hecho con absoluta discreción. Donna le debía un favor.
–¿Te apetecería almorzar conmigo para celebrarlo?
Tony parpadeó. Su expresión de sorpresa sugirió que una invitación a almorzar, viniendo de Donna King, era lo último que habría esperado oír.
–¿Almorzar? –repitió Tony débilmente.
Donna arqueó una ceja. ¡No estaba haciéndole proposiciones deshonestas!
–¿He quebrantado alguna ley al invitarte a almorzar conmigo?
Tony sacudió la cabeza rápidamente.
–No, no, en absoluto. Es más, con frecuencia almuerzo con mis clientes.
–Lo suponía –Donna se miró el reloj–. ¿Te parece bien a la una? ¿En el New Hampshire?
–¿El New Hampshire? –Tony Paxman sonrió con pesar–. ¿El restaurante de Marcus Foreman? Me encantaría, pero no creo que consigamos una mesa para hoy. Para comer en ese restaurante hay que hacer la reserva con mucha anticipación. No, imposible encontrar mesa para hoy.
–Lo sé –Donna sonrió–. Por eso mismo tomé la precaución de reservar una mesa la semana pasada.
Tony frunció el ceño.
–¿Tan segura estabas de que lograríamos zanjarlo todo hoy?
–Bastante segura. Sabía que hoy era el día en que se me tenía que dar la licencia y no pensaba que se presentara ningún imprevisto.
–Eres una mujer con mucha confianza en sí misma, Donna –dijo Tony con voz suave–. Además de sumamente bonita.
Había llegado el momento de destruir sus falsas ilusiones. Era una pena que algunos hombres interpretaran simples gestos de amistad como una invitación a algo más profundo e íntimo.
–Por favor, Tony, no te engañes –le dijo ella con voz queda–. Se trata de un almuerzo amistoso; por mi parte, es una forma de demostrarte lo agradecida que estoy por todo lo que has trabajado. Eso es todo, nada más.
–Bien –Tony comenzó a ordenar papeles en su escritorio con repentina urgencia–. Bueno, entonces hasta la una en el New Hampshire, ¿de acuerdo?
–De acuerdo –Donna agarró su bolso y se puso en pie, los tacones de sus zapatos marrones de ante la hacían parecer mucho más alta–. Hasta la una, Tony.
–Adiós –respondió él.
Fuera del despacho del abogado, Donna respiró el fresco aire de abril, casi sin poder creer que estaba de vuelta en aquella ciudad a la que tanto quería. Desde su llegada unas semanas atrás, había mantenido su regreso en secreto; pero ya no había necesidad de ocultarse. Había vuelto e iba a quedarse.
Hacía un día perfecto. Cielo azul. Sol. Los lustrosos pétalos blancos de una magnolia brillando como estrellas. Una iglesia con muros de piedra gris y una torre afilada como un lápiz. Perfecto. Y lo que lo coronaba todo era su adquisición.
La gente le había dicho que era una locura abrir una «casa de té» en una ciudad como Winchester, llena ya a rebosar de cafeterías y restaurantes. Y no les faltaba razón. Pero la mayoría de los establecimientos pertenecían a grandes e impersonales cadenas. Solo uno se destacaba, y pertenecía a Marcus Foreman.
Donna se tragó la excitación, los nervios y otra cosa. Algo que hacía mucho que no sentía, algo que había creído imposible volver a sentir. Era una sensación olvidada hacía mucho tiempo. Pero ahí estaba, urgente e insistente, con solo pensar en que pronto volvería a ver a Marcus.
Excitación. Y no la clase de excitación previa a un viaje de vacaciones. Era una excitación que le producía picor en los pezones y temblor en las extremidades.
–¡Maldita sea! –dijo Donna en voz alta–. ¡Maldita sea, maldita sea!
Y después de subirse el cuello de la chaqueta para protegerse del frío aire de primavera, Donna emprendió el camino calle abajo para mirar escaparates hasta que llegara la hora de su cita para almorzar.
Pasó despacio por delante de las tiendas, mirando sin excesivo interés las caras prendas de las boutiques. Exquisita ropa hecha con tejidos naturales de seda, algodón y cachemira. Ropa que, cualquier día normal, se sentiría tentada a examinar cuidadosamente, y quizá a comprar.
Pero ese no era un día normal. Y no solo porque no ocurría todos los días que uno invirtiera sus ahorros en un negocio que algunas personas consideraban destinado a fracasar desde el principio.
No, ese día era diferente porque, además de caminar hacia delante, Donna iba a retroceder. Iba a volver al lugar donde conoció a Marcus y donde aprendió sobre el amor y el sentimiento de pérdida, y muchas más cosas.
Acababa de dar la una cuando Dona entró en el New Hampshire, esperando dar la impresión de tener una confianza en sí misma que, en ese momento, no sentía. Tras la pálida máscara de su cuidadosamente maquillado rostro, miró nerviosa a su alrededor.
El restaurante había cambiado completamente. Cuando ella trabajó allí, fue en una época en la que se llevaba una decoración más recargada, todo con volantes, encajes y flores.
Pero Marcus había cambiado con los tiempos. Las alfombras habían desaparecido para dar paso a encerados suelos de tarima y sencillas cortinas cubrían las ventanas. El mobiliario que había era el mínimo posible y daba sensación de sencillez y confort, no de opulencia.
Donna recordó lo intimidada que se sintió la primera vez que cruzó aquellas puertas. Fue como entrar en otro mundo. Pero, claro, aquello ocurrió cuando acababa de cumplir dieciocho años, hacía nueve años y toda una vida.
Donna se acercó al mostrador de recepción en el que había un florero gigante con flores aromáticas. Los carnosos pétalos de los lirios estaban rodeados por un follaje verde espinoso. Era un arreglo floral extraordinario… pero Marcus siempre había tenido un gusto exquisito.
La recepcionista levantó el rostro.
–¿En qué puedo servirla, señora?
–Sí, hola… tengo reservada una mesa para almorzar –Donna sonrió.
–¿Su nombre, por favor?
–King. Donna King –la voz le pareció que sonaba desacostumbradamente alta, y medio esperó que Marcus saliera de un salto de las sombras–. Voy a reunirme con el señor Tony Paxman.
La recepcionista leyó la lista y marcó el nombre de Donna antes de volver a levantar la cabeza.
–Sí. El señor Paxman ya ha llegado y la está esperando –la recepcionista, con educación, lanzó a Donna una mirada interrogante–. ¿Ha comido alguna vez en el New Hampshire?
Donna negó con la cabeza.
–No.
Había hecho camas y fregado los cuartos de baño de las habitaciones de arriba, y también había comido los deliciosos restos de comida que solía haber en la cocina. Y una vez, junto al resto del personal del hotel restaurante, había comido en el salón privado del piso de arriba cuando Marcus les invitó a todos para celebrar un extraordinariamente halagador artículo sobre el restaurante en un periódico.
Donna tragó saliva al recordar aquel incidente en concreto. Pero, hablando estrictamente, no podía decir que hubiera comido en el restaurante.
–No, no he comido aquí nunca.
–En ese caso, llamaré a alguien para que la lleve a su mesa.
Donna, decidida a no dejarse intimidar y repitiéndose a sí misma que había trabajado y comido en lugares así por todo el mundo, siguió a uno de los camareros.
Sin embargo, el corazón le latía con fuerza ante la idea de la posibilidad de verlo, y se preguntó por qué.
Ya que había superado lo de Marcus.
Hacía años.
El restaurante estaba ya casi lleno, y Tony Paxman se puso en pie al verla aproximarse.
–Empezaba a pensar que ibas a dejarme plantado.
–¡Oh, hombre de poca fe! –bromeó Donna, sonriendo al camarero que, educadamente, esperaba–. Por favor, tráiganos champán de la casa.
–Por supuesto, señora.
Tony Paxman esperó a la segunda copa de champán para comentar sombríamente:
–Esperemos que dentro de seis meses sigas teniendo motivos de celebración.
–¿Qué quieres decir?
Tony se encogió de hombros.
–Solo que a Marcus Foreman no va a hacerle mucha gracia la competencia de un nuevo establecimiento en la ciudad.
–¿En serio? –Donna