Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Cuentos Para Disfrutar
Cuentos Para Disfrutar
Cuentos Para Disfrutar
Libro electrónico131 páginas1 hora

Cuentos Para Disfrutar

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Los Cuentos para Disfrutar son como palomas liberadas al cielo porque tienen vida propia y destinos inciertos.

Pueden leerse slo por el gusto de pasar unos minutos agradables ms all de este mundo terrenal; pero tambin para encontrar en ellos un poco de sabidura que nos ayudar a vivir la vida con ms plenitud y conciencia; pueden leerse para pensar, para comentar, para compartir o para olvidar; pero hay que leerlos.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 oct 2013
ISBN9781463365035
Cuentos Para Disfrutar

Relacionado con Cuentos Para Disfrutar

Libros electrónicos relacionados

Cuentos cortos para niños para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Cuentos Para Disfrutar

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Cuentos Para Disfrutar - Roberto Gómez Garcïa

    EN ABYI

    1.jpg

    Cuando Roberto abrió su maleta de viaje encontró una carta de su hijita que decía:

    "Papá, llo se que los abiones te dan mucho miedo, no te preocupes y regresa pronto. Tu ija que te ama

    mariana"

    Los dos días en Cartagena se hicieron al mismo tiempo muy gratos e interminables por ese maravilloso regalo de su hija, quería verla para agradecerle y –pensó- ayudarla a mejorar la ortografía.

    Al regreso, feliz de ver a su pequeña olvidó los detalles y se sumergió en la dicha de su compañía.

    Semanas después recordó y lamentó no haber ayudado a su hija a corregir su ortografía, por lo que, aprovechando esa oportunidad que sólo tenemos en Abyi, decidió regresar en el tiempo para mostrar a Mariana el error en su carta.

    Mariana —con la pena de sus cinco años, aprovechando esa oportunidad que sólo tenemos en Abyi, decidió regresar en el tiempo… para no escribirla.

    HABÍAMOS SALIDO MUY TEMPRANO DE LA CHOZA

    2.jpg

    Habíamos salido muy temprano de la choza en que nos hospedamos en la exuberante selva.

    Alex y yo queríamos revivir en nosotros unos días en la vida de nuestros antepasados, dormir en petates, protegidos por paredes y techos de palma, cerrar los ojos en medio de una obscuridad que se asemejaría a la muerte si no fuera por los interminables sonidos de la noche, lechuzas, lluvia, ramas que se desprenden, cigarras, creíamos escuchar el mar; pero seguramente era su hermano el viento.

    Nos dirigíamos a la ciudad de Tak’alik Ab’aj (que ahora torpemente llamamos Takalik porque hemos perdido la gracia del hablar de los mayas). Amanecía, como los rayos del sol, los habitantes del día fueron entrando uno a uno en el concierto de la vida; nos tocaba salir a los animales diurnos y descansar a los noctámbulos.

    Dejamos que nos invadiera el mundo por todos nuestros sentido, respiramos el aire fresco cargado de rocío y los aromas del amanecer, oímos extasiados el gorjeo de aves que jamás habríamos podido imaginar, escuchamos la versión diurna del viento y sentimos en la piel el calor húmedo de la selva, como lo sintieron sus habitantes a lo largo de los dos mil años de su historia ahora olvidada.

    Queríamos ver las más de 200 estelas que habitan el lugar, recorrerlas con los ojos de los hombres, captar los sentimientos de las manos que las crearon, no con la razón de los arqueólogos que las quieren interpretar.

    Queríamos ascender al observatorio astronómico y deambular por los templos que veneraron a los dioses olmecas y más tarde a los mayas; queríamos admirar la vida como la habrían vivido ellos.

    Una modesta mezcla de granos y agua nos sirvió de desayuno para iniciar la marcha hacia el poniente en busca de la mágica ciudad; caminamos por veredas que seguramente transitaron los habitantes de la selva, cruzamos riachuelos y ascendimos pequeñas montañas, sólo nosotros, la vida y el sol, el tiempo y la bóveda del cielo.

    Lejos, muy lejos, en otro mundo paralelo sospechábamos las ciudades, las carreteras, los aviones, los barcos, la medición del tiempo, las escuelas, las computadoras y la tiranía del dinero.

    Caminamos, disfrutamos, escuchamos, sentimos, olimos y observamos esta misteriosa forma de vida.

    Al pie de una montaña encontramos una mujer anciana que nos recomendó regresar: La montaña es un obstáculo en mi camino que por más de 30 años no he podido superar –se lamentaba, lloraba y maldecía. Ésta no es una buena compañía –me dijo Alex- al tiempo que tomaba el camino que serpenteaba al sur de la montaña.

    Seguimos avanzado a veces él delante, a veces detrás, al lado, en silencio, contemplando, conversando, disfrutando, viviendo.

    En la falda de la misma montaña encontramos un grupo de 12 o 13 personas que rendían tributo a la Diosa Naturaleza –nos explicaron- "la madre y creadora de todo, le pedimos perdón por el daño que le hemos hecho, por la sobrepoblación, la deforestación, por el deshielo de los polos, la contaminación, la matanza de las focas y el hoyo en la capa de ozono, porque cuando La Yaya se canse cobrará venganza mediante sismos, huracanes y volcanes". Miré a Alex de reojo y decidimos dejarlos en su devoción.

    Íbamos a tomar una vereda que descendía la montaña cuando nos llamó una potente voz desde lo alto: ¡No abandonen, sigan ascendiendo, no ven que ésta es una prueba que deben superar¡ nos gritaba: ¡Es un símbolo, un mensaje, una lección que debemos aprender¡. También a él lo dejamos con su interpretación personal sobre la montaña.

    Finalmente, tomamos uno u otro camino conforme fuimos avanzando en busca de la mágica ciudad olmeca-maya-nuestra de Tak’alik Ab’aj; Alex y yo caminábamos, subíamos, bajábamos, nos deteníamos a ver, respirar, descansar, escuchar, comimos el queso y el pan que habíamos preparado, paladeamos dulces de leche, agua fresca del río, reímos, disfrutamos el camino y poco antes del anochecer nos encontramos frente al mar.

    EL AMANECER DETENIDO

    3.jpg

    Sucedió el 13 de octubre de 1582 en el poblado de Santiago, al sur de la Sierra Madre de la antigua Nueva España; el sol se adivinaba a lo lejos por la tímida luz que crecía en el horizonte, las estrellas se iban alejando resignadas para dar lugar al amanecer; la aurora se fue formando con esa tenue línea delgada entre naranja, roja y amarilla que se teje a los pies de la tierra.

    Las aves daban la bienvenida al amanecer en un concierto de los más variados sonidos: cantos, cacareos, graznidos, trinos que armonizan de manera inextricable e inexplicable a la pobre razón humana, a quien solo le resta escuchar con la misma admiración que tuvo el primer hombre sobre la tierra.

    El rocío formado, al amparo de la obscuridad de la noche se disponía a levantar el vuelo y fundirse con el aire de la mañana… si hubiera amanecido; pero la mañana de detuvo ese día.

    Los árboles –con sus eternas raíces aferradas a la tierra- esperaban el amanecer sin sospechar los problemas que tenía para subsistir, la agonía por no haber poder avanzar como otros días.

    Los animales ladeaban la cabeza sin comprender lo que sucedía, durante millones de años sus ancestros vieron llegar el amanecer como lo más natural de la vida; ellos presenciaban ahora el parto difícil de ese día.

    Los ríos aligeraron su marcha en espera del desenlace, no fuera que se perdiera el amanecer y entonces nada tendría sentido o razón de ser.

    El amanecer sufría, pujaba, gemía, gritaba pidiendo ayuda; pero los dioses habían muerto… no acudirían. Solo -en la soledad de sí mismo- tomó fuerzas y con un ímpetu supremo reinició la marcha… sin lograrlo, seguía atrapado, pasmado, encadenado a la noche de quien no podía desprenderse como lo hacía cada día.

    El tiempo transcurría la tierra de los hombres, el amanecer se había detenido, estaba a punto de fallecer, perecer sin haber podido alumbrar un día más la Montaña.

    ¿Qué sería de los niños? –se preguntaba.

    Resignado a su destino dejó de luchar… en el preciso instante que amanecía un nuevo día.

    ERA MÁS DE MEDIANOCHE

    4.jpg

    Era más de medianoche,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1