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Los 7 pasajeros
Los 7 pasajeros
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Libro electrónico794 páginas11 horas

Los 7 pasajeros

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Información de este libro electrónico

"Un sagrado símbolo ancestral fue la clave de la conciencia universal"

"Ciertos eventos inesperados y descubrimientos insólitos a finales del tercer milenio amenazan con la extinción a los humanos, por un secreto en la sangre de solo 7 de ellos.
Viéndose el planeta perdido intentan escapar en una máquina del tiempo que solo puede viajar al futuro, mientras otro humano previamente rescatado y enviado a un exoplaneta distante, trescientos años después… hace un descubrimiento sensacional.
Dos centenares de seres ancestrales congelados bajo una gran montaña le involucran de inmediato en una grave confrontación entre dos especies alienígenas, cuyas consecuencias pondrán en peligro al universo entero.
Una obra de acción sin límites con una profunda mirada a los misterios y retos que enfrentaremos en el tercer milenio, con la posible pérdida de nuestra esencia humana por el avance de la ciencia, que seguro nos convertirá en máquinas."
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jun 2022
ISBN9788411149280
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    Me parecio muy buen libro y me interesaria leer la continuacion de esta saga

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Los 7 pasajeros - Julio Ubieta Roque

1500.jpg

© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

info@Letrame.com

© Julio Gregorio Ubieta Roque

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-928-0

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

a mis padres JULIO y Gilma, exploradores y aventureros de los espacios dificiles.

.

LA PERSISTENCIA DE LA IMAGINACIÓN

I

LOS 7 PASAJEROS

II

EL IMPERIO DEL DESTINO

III

LA GUERRA DE LAS ESPECIES

IV

LAS DIMENSIONES PARALELAS

V

EL ANSAR NEGRO

.

Querido lector, te saludo.

Seguro la ciencia nos convertirá en máquinas por nuestro afán de inmortalidad y explorar mundos desconocidos, pero siempre daremos las gracias al Creador cuando nos falten algunas piezas, o tendremos que ser ¡Superhumanos!

J.U.R.

.

«Todo lo que una persona pueda imaginar,

otras podrán hacerlo realidad».

Julio Verne.

MIL AÑOS ANTES

Durante mi adolescencia y temprana madurez muy aficionado era al montañismo, actividad que realizaba casi todos los fines de semana, siempre en compañía de buenos amigos.

Compartíamos con agrado la misma especialidad deportiva bastante exigente, escalando con mucho peso en nuestras mochilas a más de tres mil metros de altura, entendido solo ahora que en esos tiempos las cosas eran muy diferentes.

Una enorme cadena montañosa nacía justo donde yo vivía, al norte de Sudamérica, oponiéndose majestuosa al a veces tormentoso mar Caribe.

La «Cordillera de la Costa» era el nacimiento de la gran cadena andina, que terminaba mucho después en la Patagonia, pero Caracas con sus tres enormes montañas que la protegían de los vientos, era un sitio de aventuras en plena ciudad.

Con ríos y cascadas insospechadas en anfiteatros naturales de rocas megalíticas, que nacían entre las cumbres a grandes alturas donde la densa niebla rara vez se disipaba y que a pesar de su cercanía con la civilización, conformaba un mundo separado, con sectores todavía poco visitados e incluso inexplorados.

Desde lo alto se apreciaba el mar a un lado, y al otro el comienzo de las selvas infinitas, que guardaban la riqueza del mundo o el futuro de la humanidad.

En una de tantas ocasiones que subí a la montaña, esa vez a tempranas horas de la noche, utilizaba el funicular antiguo que todavía funcionaba para llegar hasta una altura considerable.

Logrando ahorrar así con esta ayuda un buen trecho de camino y esfuerzo antes de internarme en la espesura, para luego subir a otra montaña vecina quinientos metros más arriba, donde acamparía solo pocas horas después.

Transcurría el año 1978 y todo era magnífico.

Luego de abandonar el funicular que trabajaba hasta altas horas de la noche y comprar ciertos refrigerios en el desierto «gran salón» de la estación, salimos del centro de llegada donde solo los fantasmas de otros tiempos danzaban ahora por el lugar, notándose olvidado casi todo, quizá para siempre.

Sin embargo el gran Elton era la moda, transformando por una moneda el ambiente con las viejas «rockcolas» de los años cincuenta.

Incrustadas en las paredes mudas entre la niebla y el frío nocturno que se colaba, por algunos ventanales ausentes.

Una experiencia perfecta antes de partir.

Solo una buena amiga me acompañaba esa vez, insistió en venir, aunque siempre era grato compartir los increíbles atardeceres y las noches estrelladas del lugar adonde llegaríamos.

Otra suerte de anfiteatro natural con un pequeño riachuelo cercano, solo para lavar los utensilios y llenar las cantimploras.

Todo en preparación para la exigente ruta que tomaríamos al amanecer, recorriendo la escarpada fila «al revés», como la llamaban entonces por las cumbres de dos montañas más.

La noche era despejada permitiendo ver de un lado las lejanas luces de la ciudad, mientras del otro las estrellas parpadeaban en la inmensa oscuridad del mar Caribe, perdiéndose en el horizonte.

Jamás ninguna aeronave pasaría por allí con vientos casi siempre tan fuertes, que fácilmente podrían hacerlas estrellar contra alguna ladera, un serio peligro que ningún piloto correría.

Así que luego de disfrutar por un buen rato del imponente espectáculo nocturno y ya con el campamento establecido, decidimos retirarnos a descansar algunas horas en la pequeña carpa color naranja, de muy básica confección.

Cuando al filo de la medianoche y ya dormidos profundamente, una luz muy intensa iluminó de repente todo por dentro.

Un gran motivo de alarma ya que hasta donde sabía estábamos solos, considerándose además, un signo de muy mala educación entre los campistas, alumbrar una carpa desconocida con una linterna en mitad de la noche.

Sobresaltado salí a toda prisa para investigar el origen de esa repentina luminosidad, convencido de que no podría ser de ninguna aeronave, percibiéndose además un silencio absoluto en todo el lugar.

Lo que sin dudas también era bastante extraño.

Apenas abrir la carpa y elevar la mirada, un objeto silencioso y brillante pasó por encima de nosotros a menos de cincuenta metros de altura, produciéndome tal impresión que casi me llevaba la pequeña fogata que teníamos por delante.

Mientras, observaba asombrado lo que fuera eso, que desaparecía rápido entre la vegetación de la montaña vecina, sin escucharse ningún sonido o apreciarse nada más.

Traté de convencerme entonces con mil explicaciones pero era muy joven y a esas edades poco importaba nada, la chica apenas despertaba llamándome preocupada, por lo que decidí regresar a dormir ya convencido de que nada ni nadie más se veía en el lugar.

Hasta que apenas minutos después, algo extraño ocurrió.

El pequeño manantial dejaba de sonar y, al salir de nuevo, vimos a menos de veinte metros de nosotros dos pequeños objetos esféricos luminosos.

Que revoloteaban por el lugar, hasta detenerse casi juntos en el riachuelo en completo silencio.

Las esferas parecían absorber el agua o algo así, pero dos pequeños seres difusos quizá de grandes hocicos, se podían imaginar con facilidad en el interior de ellas, ahora fluctuando rápido en forma y color hasta desaparecer.

Fue todo lo que vi, o al menos lo que recuerdo hasta ahora.

Nos levantamos tarde a la mañana siguiente, pasadas las diez, sintiendo que el sol ya calentaba con fuerza la carpa.

Escuchándose a otras personas en los alrededores acabadas de llegar, por ser sábado, un día muy popular.

Mi compañera y yo nos encontrábamos bien, recogimos el campamento siguiendo con la excursión por dos días más, hasta descender a la ciudad sin mayores inconvenientes.

Pero ella también lo había visto y sería mi mudo testigo de que decía la verdad, aunque apenas hablamos de ello por el camino y, extrañamente, nunca más nos vimos de nuevo.

Hasta que en otra vida y casi mil años después, ocurrió esto…

AÑO TERRESTRE 3301 d.C.

En una lejana región del universo.

Sobre un planeta perdido del cual apenas me puedo acordar, ese sol resplandeciente fue lo primero que vi, cuando pensé que yo venía de otra vida.

Calentaba la estrella con fuerza las arenas de la playa desconocida donde en ese momento desperté; deslumbrado y confundido por su belleza repentina, olvidaba por completo los hechos que me habían llevado hasta allí.

Una límpida atmósfera perfilaba una blanca superficie llena de figuras y olores extraños, que bajo un calor sofocante me invitaban al reposo confundiéndome más.

En ese entonces tenía pocos años en mi nueva ocupación y muy escasa experiencia, sin saber fecha ni ubicación cuando mi cuerpo apareció en ese extraño lugar, sin conciencia previa.

Sin un antes o un después.

Solo percibía sombras en movimiento sin detectar ningún tipo de seres vivos, o menos sospechar que aquí la vida fluía misteriosa, oculta y, a pesar de no verla, muy peligrosa.

Me levanté alarmado corriendo sin razón, respiraba con fuerza intentando entender esa nueva energía que no podía contener, saltando de repente y creyéndome con poderes sobrehumanos.

Hasta esconderme muy rápido en un recodo de la enorme playa desconocida, agazapado, desnudo y desorientado, cuando al instante algo empezó a brillar en mi antebrazo.

Aparecían signos luminosos dibujados en la piel advirtiendo algo importante, hasta que reaccioné y mi mente se empezó a aclarar recordando solo lo principal.

Que seguro estaba en una misión ordenada por alguien, mientras miraba hacia arriba, extasiado todavía por ese sol incandescente que era una estrella diferente, y no el de mi planeta.

Cayendo en cuenta entonces de que jamás lo había visto antes.

De repente un objeto brillante se acercaba muy alto desde la atmósfera y a toda velocidad, justo hacia donde yo estaba, dejando una larga estela de humo con tonalidades violáceas, hasta chocar con fuerza en el agua produciendo un fuerte estruendo a poca distancia de mí.

Eran los instrumentos y equipos esenciales enviados desde la nave Aquiles de la que yo venía, seguro en órbita para ese momento sobre el planeta en el que me encontraba.

El sistema de teletransportación en las naves terrestres siempre me producía estos efectos, siendo en verdad como despertar a otra vida, aunque el mayor peligro era perder la conciencia en los inicios y ahogarse, o caer sin remedio al vacío.

Uno más de los duros efectos colaterales inevitables que los humanos aun no lográbamos soportar, ya que el brutal mecanismo de transporte personal no estaba del todo perfeccionado.

Nunca fue agradable la fragmentación programada, desarrollada por nuestros sabios científicos, que ahora andaban en busca de otras metas más relucientes.

El artilugio solo era utilizable desde las naves para cortas distancias y en una sola vía, siempre peligroso.

Ocurriendo a veces que los ordenadores sufrían desperfectos en el peor momento, reintegrando al viajero adentro de una roca, en pleno mar o en cualquier árbol perdido.

Sin embargo ahora observaba de nuevo a mi alrededor buscando llenarme los ojos con esta extraña sensación, confundido todavía al descubrir unas enormes nubes oscuras de tonalidades rojizas, que se acercaban ocultando en algo ese sol inclemente desplazándose con rapidez, que anunciaba ya la llegada del otro.

Aquí los días eran cortos y ya sabíamos que el planeta rotaba a gran velocidad, por lo que nunca había un lado sin sol siendo el verano conjunto mucho peor.

Por la presencia de otro astro más grande, moviéndose ambos ahora casi juntos en el cielo justo en esos momentos.

Hasta que de repente sorprendido empecé a sentir un ligero temblor bajo mis pies desnudos, masas burbujeantes de arena que brotaban esparciéndose por toda la playa con un fétido olor desconocido.

Junto a varias columnas gaseosas que me alarmaban más.

Seguro un tóxico letal o el mecanismo de defensa de estos seres desconocidos, que apenas estaba descubriendo.

Convenciéndome muy rápido ya con todo esto, de no quedarme ni un minuto más para averiguarlo.

Así que corrí, con todas mis fuerzas, y luego nadé con desesperación a buscar los equipos que ya flotaban en el agua.

Tenía que apresurarme a cumplir lo que debía.

Entendiendo finalmente que el tiempo implacable corría como siempre, sin importarle a nadie que en ese momento: Yo era el primer humano sobre el planeta.

MUNDOS DESCONOCIDOS

A pesar de los estudios orbitales previos realizados años antes, su atmósfera respirable y la ausencia aparente de radiaciones peligrosas, no lográbamos determinar grandes cosas.

Los Nanobots exploradores enviados con las velas láser transmitieron muy poco, perdiéndose algunos cerca del planeta, mientras otros continuaban su rápido y azaroso viaje hacia regiones inexploradas.

Confirmándose ahora que el lugar era peligroso.

Existía un oscuro misterio allí, por algo desconocido que bloqueaba las transmisiones, impidiendo el retorno a los receptores de la información captada por los sensores Gotsdell.

Una fuerza extraña parecía estar presente en ese mundo siendo esa la razón de haber sido enviado, era mi trabajo y así lo quise yo, o al menos eso pensaba entonces.

Era un enorme mundo desconocido, si bien solo uno más de los miles de exoplanetas descubiertos por nosotros con posibilidades para asentamientos humanos, desde varios siglos antes.

Disparábamos máquinas en todas direcciones que por lo general regresaban los datos sin problemas, pero aquí ocurría algo especial sin ninguna explicación, por lo que parecía una importante misión que justificaba la visita de algún explorador humano.

Al fin lograba alcanzar al Armo-Pod, viendo que al menos flotaba bien ese objeto brillante y metálico acabado de caer.

Lo sacaba del agua no sin un buen esfuerzo, hasta que, al acercar mi antebrazo al lector, se activaba el fantástico proceso.

Primero fue mi armadura, construida con el nuevo material nanomérico escamoso de placas superpuestas, con capacidad de autorregeneración y casi orgánico, por no decir de reptil.

Dejaba muy atrás a los ya olvidados exoesqueletos flexibles, utilizados por primera vez en los cruentos combates de las lejanas guerras informáticas, cuando en esos tiempos ejércitos de Vdrons y Ciberbots blindados se enfrentaron a los humanos protegidos con ellos, muriendo casi todos.

Pero estos eran diferentes, entendido que con el tiempo suficiente se reparaban a sí mismos de adentro hacia afuera.

De inmediato conecté el terminal cortical de la armadura a mi cuello, sintiendo en ese momento que ya lo controlaba todo con la mente, envolviéndome pronto esta piel casi indestructible y ligera con su agradable sensación.

Al fin ya no estaba desnudo y, con cinco mil ciclos de carga, era seguro que me bastarían para unas doscientas horas de misión.

Solo pocos días en realidad, dependiendo por supuesto de las exigencias que me impusiera este lugar.

Se iniciaba entonces la cuenta regresiva pero esperaba no necesitar tanto para volver pronto a la nave, ya entendiendo que este planeta enorme y extraño debía explorarse bien.

Era mi trabajo conocerlo y, ante todo, descubrir las causas que generaban sus extrañas características, pero no sospechábamos lo que pudiera existir allí.

La información estaba incompleta en una amplia región y, con cinco cuadrantes para investigar, era poco el tiempo del que disponía, aunque quizás otros hicieran el resto algún día si acaso existiera mayor interés en ello.

Todo dependiendo de lo que yo encontrara entonces.

El hábitat flexible inteligente o «BIHAB» fue lo siguiente, desplegué los Vdrons en busca de un sitio adecuado para instalarlo hasta que casi de inmediato empecé a recibir una clara señal.

Indicándome una superficie elevada y casi perfecta para establecer el primer campamento temporal.

Un asunto ineludible antes de dar un paso más y de importancia también por las transmisiones que pronto debería realizar.

Así que me encaminé al sitio señalado con poco esfuerzo, sintiendo ya que la armadura parecía hacer muy bien su trabajo, por igual controlando con eficiencia entre otras cosas mi gasto energético, muy estricto en estas desconocidas misiones.

La gravedad también un poco menor me ayudaba a caminar, mientras el nanoimplante aceleraba la percepción del ambiente.

Por supuesto mucho más que nuestros atrasados y a veces confusos sentidos humanos, fáciles de engañar por tantas emociones bizarras, en las exploraciones de estos lugares perdidos.

Algo que se me había advertido mucho en mi corta carrera.

Luego de salir de la tierra visitaba planetas desconocidos o poco explorados, ya que los humanos ahora lo hacíamos todo el tiempo, sin importarnos los riesgos ni a veces las consecuencias.

Sin embargo, pronto empezaría una noche corta, siendo lo usual por aquí, ya que el planeta tenía un sistema binario de enanas rojas notándose el segundo sol más grande y ardiente, aunque todavía lejano en comparación al que calentaba en ese instante.

Seguro en poco tiempo aumentaría la temperatura de manera notable por la presencia conjunta de los dos enormes astros, que transitaban la superficie en un lento y constante movimiento, esterilizándolo todo a su paso por largos días.

En la playa de la que antes escapé, lograba ver ahora unas nuevas siluetas reptantes que brotaban de los hongos en erupción, haciéndome pensar incluso que pudieran ser inteligentes por sus movimientos casi humanoides.

Sin dudas otra trampa mortal de estos seres o un mecanismo de defensa, nada sorprendente habiéndose visto muchas cosas así en otros lugares perdidos, por lo que todo era posible.

Pero se trataba del primer signo de vida que encontraba en este planeta, todavía sin entender si fueran animales, vegetales o alguna otra cosa peor.

Tampoco que tan peligrosos, notándose ahora que algunos me observaban con mucha atención, quizá como su posible próxima cena.

Luego me ocuparía de estudiar a estos seres, pero sin olvidar nunca que los humanos no siempre éramos bien recibidos.

Otros como yo habían servido antes de alimento inesperado para muchos bichos peligrosos, apenas pisábamos por primera vez estos mundos, entendido siempre que desaparecer sin dejar rastro también era frecuente en estos casos.

Por fin llegaba al sitio señalado por el Vdron cuando el automatismo activaba la apertura de las cápsulas BARES-T15, con todo lo necesario según esperaba para esta breve misión.

Por otra parte muy atrás quedaban las enfermedades naturales padecidas por la humanidad, ya que ahora los terrestres éramos inmunes a casi todo lo que antes fue mortal, sobre todo las grandes pandemias de nuestro mundo originario cada vez más frecuentes y agresivas.

Pero mi equipo de supervivencia estaba completo, a pesar de lo poco que me tranquilizaba esto, ya que a veces fallaba todo.

La Tierra destruida tres siglos antes por la gran invasión extraterrestre quedaba ya lejos en nuestra memoria, por ser un nefasto acontecimiento que a casi nadie le interesaba recordar.

Bien entendido que sus condiciones incompatibles con la vida negaban nuestra permanencia en el planeta, sobre todo en el exterior.

Solo los avances científicos que en esos tiempos disfrutábamos, permitieron la supervivencia humana, apenas gracias a nuestra apresurada migración hacia otras partes de la galaxia, e incluso mucho más lejos.

Tres siglos después en el futuro, luego de este nefasto evento, alcanzábamos nuevas capacidades para viajes interestelares y aumentaba la población, siendo yo mismo uno de los pocos que pudimos escapar de esa fatal catástrofe.

Pero seguíamos deseando explorarlo todo, ir más lejos y ahora con mayores razones, a pesar de que al final solo era una loca ilusión que jamás terminaría.

Éramos simples humanos luchando contra nuestras debilidades, aunque siempre con una curiosidad insaciable que por lo general nos metía en serios problemas, pero insistíamos.

Sin embargo, ese había sido el peor momento de la Tierra en toda su larga historia, quedando al final el planeta contaminado, mutilado e irrecuperable, por lo que ahora nos olvidábamos de él.

Con todo un universo por descubrir seguíamos adelante, contando además con la capacidad tecnológica para hacerlo.

Debimos escapar por no tener otra opción y nos fuimos al futuro, si bien recordándolo siempre como nuestro mundo originario.

El salvaje lugar donde alguna vez en una pradera africana empezó a evolucionar la inquieta especie, erecta y peligrosa.

Del ahora perfeccionado «Homo Futuros».

Terminaba de acoplar los Biots de la pequeña estación sintiendo ya mi mente más despejada, cuando me senté por un rato sobre una extraña roca para observar el solitario y bello panorama.

Nunca antes visto por hombre alguno.

Una gran llanura árida se extendía por kilómetros en todas direcciones, salvo ciertas montañas lejanas de coloración blanca y rojiza hacia donde pronto partiría.

Cuando al ver esto pensé en la gran tecnología que llevaba conmigo, casi toda la información de la humanidad que por suerte habíamos logrado salvar, extrayéndola en el último momento.

No así los millones de seres vaporizados en la gran conflagración que nos ubicó muy cerca de la extinción esa vez, entendiendo que sin dudas yo tenía mucha suerte de estar allí.

No lo vimos venir pues ocurrió con rapidez apocalíptica, suponiendo casi todos que cualquier especie avanzada capaz de llegar a nuestro mundo, fuera benevolente.

Un grave error que algunos sabios anunciaron largo tiempo antes, pero nadie lo escuchó, ni tampoco nuestros gritos desesperados al cubrirnos el silencio mortal del vacío absoluto, y para otros…

La más terrible desolación.

El pequeño punto azul quedó casi despoblado y solo, en su eterno caminar por nuestra ya olvidada región del universo.

Pero los nuevos avances que surgían en esos tiempos eran enormes, notándose entre otras cosas más insólitas, que ya casi no utilizábamos nuestro sistema digestivo.

Involucionando ahora para hacerse más pequeño.

También por la escasez de alimentos, comíamos poco y solo a veces, a pesar de que en ocasiones especiales disfrutábamos de algunos platos elaborados y diseñados de manera excelente, por nuestros nuevos Servobots personalizados.

Las magníficas máquinas que luego de muchas historias nos ayudaban ahora en todas nuestras necesidades.

Los escamosos nanotrajes espaciales eran verdaderas armaduras multifuncionales, que también se encargaban de esto.

Logrando que toda la energía y los elementos necesarios para el equilibrio corporal, se integraran por la absorción transdérmica de paquetes alimenticios contenidos en esa segunda piel.

Aunque estos recursos no eran eternos y debían ser repuestos cada cierto tiempo, lo cual en realidad no era tan difícil, ya que los mismos trajes hacían el análisis antes de incorporarlos.

Comer y beber nos hacía ahorrar las reservas de los nanotrajes, pero encontrar alimentos adecuados para los humanos en los desconocidos planetas que visitábamos era inusual, escaso y peligroso, por lo que casi nunca comíamos nada.

Ya que incluso sin estar prohibido muchos morían, con solo probar algún fruto extraño que encontraban por descuido.

Así mismo, estas armaduras se perfeccionaron con el tiempo ayudándonos en los viajes espaciales, al liberarnos de tener que transportar enormes cargas de alimentos en las naves.

A pesar de que casi siempre algunos tripulantes desocupados o aburridos durante los largos viajes, se divertían con la ayuda de los amables Servobots haciendo cruces hidropónicos exóticos, para lograr las más inauditas recetas de «la alta cocina espacial».

El oxígeno seguía siendo un elemento vital para nosotros, si bien las nuevas escafandras de recirculación permitían viajes a lugares y ambientes extremos, sin la necesidad de equipos tan pesados.

Contando incluso con todo tipo de líquidos oxigenados en los cascos oscuros, que ocultaban el rostro de los viajeros.

Un asunto siempre molesto al sentir que nos ahogábamos sobre todo al principio, pese a que eran bastante comunes sobre todo para las cápsulas de hibernación y los viajes muy largos.

Si bien muchos de nosotros no nos atrevíamos a tanto, ya que solo deseábamos seguir utilizando nuestros pulmones naturales, para no lucir como peces en un acuario.

Sin embargo, ahora en este nuevo planeta donde la vida se notaba escasa, los análisis preliminares del oxígeno eran extrañamente abundantes y su presencia muy difícil de explicar.

Por lo que, como en otros mundos descubiertos, conocer el origen de los nuevos fenómenos siempre era lo más importante, en este caso la fuente primaria desconocida del oxígeno.

Más raro aun siendo un lugar tan árido lo que parecía algo imposible.

Así que ahora debía yo descifrar este insólito misterio de implicaciones importantes, entendiendo que era otro mundo inexplorado y sin nombre, que se presentaba bajo mis pies.

A pesar de ser cierto que también teníamos otros recursos personales, con cuerpos modificados por la más alta tecnología.

Por decir una excelente captación nocturna de la luz, lograda por la inyección directa de sustancias pigmentarias en los ojos.

Que producían cambios radicales en el aspecto de estos tomando las formas más variadas y desconcertantes, pareciendo hasta no humanas, aunque para otros resultaran ser muy atractivas.

Los humanos aumentábamos nuestras diferencias viéndose gran variedad de seres modificados, según los gustos de cada cual, y por supuesto según lo que pudieran pagar.

La capa interna de la retina tenía implantada a nivel microscópico una útil fuente de nanodiodos lumínicos, ya indispensable para nosotros en esos tiempos, siempre impresionante para cualquier observador desprevenido, ver a un hombre común al cual de repente le salían dos potentes rayos de luz por los ojos.

La unión de la neurocelula humana y la nanotecnología nos permitían acceder a extensas bases de datos, que ahora invadían nuestro cerebro de manera instantánea.

Colocando todas las ramas del conocimiento universal al alcance, para mejorar la efectividad de las tareas que debíamos realizar de manera mucho más rápida.

Las instrucciones se desplegaban como un mapa mental con toda la información necesaria, preguntándonos a veces nosotros mismos si acaso nos sobraba ya el cerebro, sintiéndonos casi máquinas.

Solo que en verdad no éramos más inteligentes pero sí más informados, y tampoco máquinas todavía.

El Armo-Pod ya estaba vacío.

Una verdadera maravilla del automatismo observar cómo varios ensamblajes se configuraban solos, ya listos y activados incluso con una de las dos antenas láser.

Todo esto mientras yo admiraba el panorama, aunque todavía faltaba una última conexión con mi armadura para integrarla de manera correcta a los Vdrons.

La nueva y poderosa Gran Red Informática humana, ahora llamada «Com Neuro Net», se tornó transgaláctica y mucho más compleja, al incorporarse otras civilizaciones pacíficas que fuimos descubriendo, apenas en nuestras primeras exploraciones.

La vida era increíblemente común en el universo, confirmándose que la «Lito Panspermia» superaba todo pronóstico.

A pesar de que siglos antes no entendíamos nada de esto.

En nuestro propio planeta convivían millones de especies distintas, si bien de la misma familia pero ¿qué no podría existir afuera en el vasto universo?

Pronto encontramos seres con creciente frecuencia, confirmándose la vida muy variada aunque a veces invisible para nosotros, algo que jamás pudimos imaginar, pues nos observaban.

Algunos nos aportaban conocimientos que hacían progresar a las nuevas exocolonias espaciales humanas, pero imponiéndonos grandes retos personales que aceleraban nuestros cuerpos a niveles enloquecedores, y no todos lo podían soportar.

Por otra parte, esperábamos esta vez nunca más padecer de nuevo lo ocurrido en la Tierra, ya que para esta época, a más de trescientos años de la gran invasión, poblábamos sistemas planetarios en varias galaxias con millones de seres humanos productivos, prosperando lejos del planeta originario.

A pesar de que otros no tan afortunados o a veces olvidados, habitaban planetas duros y difíciles en comunidades apartadas, donde debían inventar muy rápido sus propias soluciones para todo tipo de problemas.

Pero siempre aparecían individuos audaces amantes de la exploración, atraídos por la aventura y lo desconocido, a los que no los preocupaba mucho viajar o morir.

Con frecuencia perecían vaporizados o perdidos para siempre en el espacio profundo, un cruel destino que esperaba yo no sufrir.

Al menos no por ahora, entendiendo que explorar este planeta era importante y que quizás estaba viendo en ese momento, el futuro asentamiento de una nueva y exitosa colonia exoplanetaria.

Que parecía tener al menos las condiciones adecuadas.

Solo que, ¿de dónde provenía el abundante oxígeno en este planeta?

Los Vdrons con exacta precisión señalaban ya un lugar para el origen del inusual elemento, detectándose este solo a pocos kilómetros de mi ubicación en esos momentos.

La comunicación con Aquiles y mi Servobot personal era satisfactoria, entendiendo también que la inteligencia artificial de la avanzada nave terrestre vigilaba mis pasos, y tomaría medidas de extracción ante cualquier eventualidad o peligro inminente.

Tranquilizándome esto, apenas solo un poco.

Los humanos ahora vivíamos más pero todavía muy lejos de la inmortalidad, pese a que habíamos logrado modificar ya el reloj cromosómico demorando la degradación enzimática de los «Telomeros».

Las estructuras que producían el envejecimiento, entre otras cosas, siendo entonces la edad promedio de un humano normal de ciento veinte años, llegando muchos a vivir incluso hasta los ciento ochenta y más, en buenas condiciones físicas.

A pesar de que todavía era muy poco en realidad, ante la escala del universo y la inmensidad de las distancias espaciales.

Por lo que la vida seguía siendo corta y, por consiguiente, más valiosa que nunca, permitiéndose solo tres tripulantes biológicos en cada nave que, por supuesto, no siempre eran por completo humanos.

Solo los más calificados se seleccionaban para las exploraciones de los nuevos mundos, algo que sin dudas no era mi caso.

Tampoco me lo pude explicar por largo tiempo, sabiendo que no contaba con las altas habilidades necesarias para esto.

Pero ya mi armadura al fin estaba lista, con todos los elementos adicionales que llevaría integrados al sistema.

Emprendí la marcha entonces dando saltos cortos por ser más fácil, aunque menos precavido; podría lesionarme a pesar del nanotraje, solo que no me importaba demasiado en ese momento sintiéndome ya con bastante prisa por largarme de allí.

La noche llegaba oscura pero todo marchaba bien.

Los Vdrons continuaban sin reportar novedades en el camino volando en formación más adelante, apreciándose solo una larga planicie que se extendía por kilómetros en todas direcciones.

Entendiendo ya apenas con esto que se trataba de un planeta enorme y al parecer despoblado.

Las estrellas en los cielos de este mundo perdido eran muy diferentes, notándose en ese momento una noche impresionante con enormes galaxias cercanas y visibles a simple vista, junto a las nuevas constelaciones de este sector.

Que apenas si tenían nombres.

El campo magnético del planeta era muy fuerte por su gran tamaño, casi tres veces mayor al de la Tierra, pero con menor gravedad y sin cráteres en las planicies que eran extensas.

Su atmósfera le protegía a pesar de que la cara opuesta era toda una incógnita, pues no sabíamos lo que pudiera existir allí, confirmado ya que nada se captaba incluso desde el espacio.

Las sondas Bots que luego desaparecieron sin dejar rastro no lograron recolectar información, envolviéndose en un total misterio el área que bloqueaba la transmisión de los datos.

Luego de tres horas de camino apenas notaba a lo lejos, ya bien sorprendido, lo que parecía ser una extraña esfera plateada de intensos tonos oscuros, mimetizándose de manera insólita con las arenas lunares que la rodeaban.

Sobresaliendo como una cúpula extraña en el horizonte de este desierto, cuando los Vdrons ya volando por encima de ella, reflejaban en mi pantalla retiniana una visión sorprendente.

Sobre un hueco abisal en la llanura flotaba inerme, a poco de su superficie, una estructura ovoidea con espículas sin ningún tipo de apoyo a su alrededor, recordando a los erizos de mar en nuestros ya olvidados océanos oscilantes, pero ¿qué podría ser?, sin dudas no era natural y alguien tendría que haberla hecho.

Apagada y de duro aspecto metálico, lograba detallarla mejor cuando me acercaba, sintiendo mi mente volar tratando de imaginar la procedencia de este objeto nunca visto.

Quizás alguna sonda exploradora naufragada o abandonada.

¿Acaso de una nueva civilización alienígena?

Nada raro, cuando apenas de pie sobre el borde y, ante la ausencia de mediciones alarmantes, me dediqué a observar por un rato la profundidad del abismo ante mí, todavía sin captarse nada.

Complicándose ahora más el asunto por ser de noche.

Decidí enviar un Vdron para investigar, el cual descendió rápido hacia el fondo para nunca más volver, desapareciendo en el interior del pozo sin generar datos seguro tragado por algo demasiado poderoso, sin la menor dificultad.

Nada fácil, pero debía acercarme a este objeto flotante seguro mantenido por algún campo de fuerza enorme.

A pesar de que la lectura electromagnética era normal sin entenderse que lo generaba, cuando en ese instante la alarma sonó enfurecida indicándome que el otro sol alumbraría pronto sugiriéndome descansar.

Por minutos medité mucho el asunto, intentando convencerme de que, con la luz intensa que llegaría pronto se vería todo mejor, pero el excitante descubrimiento no me lo permitía.

Decidí estudiarlo de una vez ya que no había llegado hasta allí para perder el tiempo y el sitio me estaba poniendo nervioso.

Tampoco llevaba armas, casi nunca acostumbrábamos eso pero ¿acaso sería nuestro este artilugio? Quizá de algún programa secreto enviado por los humanos.

Su forma redondeada me hipnotizaba atrayéndome el aspecto orgánico que tenía, a pesar de no apreciarse entradas o escotillas ni uniones en el metal, solo las lecturas increíbles del oxígeno que seguían saliendo del insondable abismo.

Un flujo inacabable que solo podía venir de una máquina o algún inframundo muy diferente a lo que se apreciaba en la superficie.

No viéndose vida tampoco en las áreas cercanas, ni plantas o animales.

Solo este hueco inexplicable y la insólita esfera negra, asomándose sobre la arena de esa superficie estéril.

Enviaba entonces los datos iniciales a la nave Aquiles sugiriéndome el cerebro extrema precaución, aparte de modificar la alarma Rojo Alfa 2 en los Vdrons, lo cual activaba ciertas armas defensivas, pero ¿de quién era este planeta?

El desconocido aparato que casi seguro estaría en el fondo quizá pudiera ser parte de alguna maquinaria terrogénica olvidada, que por algún motivo no logró su cometido, quedando abandonada por allí para toda la eternidad.

Mi desconcierto crecía cuando, al fin envalentonado por una descarga de sustancias motivadoras inyectadas por el nanotraje, que a veces ni me dejaba pensar, decidí establecer una red de fibrocables alrededor del objeto desconocido sacándolos del Armo-Pod.

Para intentar subir al artilugio y encontrar una entrada, pues debía resolver el enigma y no contaba con la nave Aquiles para el análisis.

Por lo que al fin, acercándome, la toqué.

Parecía en verdad metálico el objeto cuando, sorprendido, vi que mi mano lo podía traspasar con facilidad, sintiendo de repente que algo me detectaba comenzando todo a temblar.

¡Las puntas de las espículas se iluminaban!, mientras un leve sonido de baja frecuencia subía de intensidad, aumentando poco a poco como si algo se hubiese encendido en la esfera apenas tocarla.

Decidí apoyarme entonces en los fibrocables para seguir buscando la entrada, hasta que, justo en ese instante, se desprendía todo hacia el abismo, conmigo apenas agarrado como podía cayendo a toda velocidad.

Rumbo al fondo de ese oscuro pozo desconocido.

Chocaría con fuerza sintiendo en esos momentos una sensación espantosa, cuando justo antes de estrellarnos, se detuvo con suavidad, haciéndome entender entonces que este aparato solo era una suerte de ascensor o elevador insólito.

Seguro configurado por seres desconocidos para desplazarse de forma horizontal y vertical, por los numerosos conductos subterráneos que deberían existir en este lugar.

Sus usuarios lo habrían dejado activo en la superficie sin conocerse, ¿por qué?, o ¿para quién?, viéndome ahora sumergido en una oscuridad impenetrable rodeado por una gran caverna, en la que apenas se percibía una tenue luz al final de todo.

Aunque ahora si entendía que el asunto ya estaba bien complicado y que era inútil retroceder, abandoné la esfera entonces para desplazarme con cuidado hacia la luz, más asombrado todavía por este enorme salón subterráneo que revelaban mis nanoimplantes, sin lograr precisar los numerosos detalles que seguro estarían por todas partes.

Reactivé los sensores de la armadura ya algo afectada y encendí mi visión expandida, con sus dos potentes reflectores que al fin lograban penetrar esa fea oscuridad, descubriendo un piso sólido que llevaba hacia una rampa ascendente.

Haciéndose más brillante a medida que yo avanzaba.

El camino tenía todo tipo de símbolos desconocidos incrustados en las piedras, que por segundos se hacían más y más visibles.

Convenciéndome ahora con todo esto de que alguna civilización no identificada habría puesto un notable interés en el lugar.

Al frente destacaba lo que parecía ser una máquina antigua y oxidada de donde provenía el oxígeno fluyendo incontenible, notándose además al fondo un gran cilindro oscuro que abría su boca como invitándome a entrar.

Un error que al principio pensé cometer, solo por la curiosidad, cuando, frente a mí, algo nebuloso empezó a formarse justo adentro de ese tubo sin final.

Un aura blanquecina rodeaba en ese momento a dos figuras grisáceas indefinibles, de un lejano aspecto humanoide con grandes y alargados ojos oscuros, que parecían sin vida.

Materializándose de repente a pocos metros de mí, algo o alguien que estaba llegando, y yo jamás había visto unos seres así.

En ese punto intenté una nueva comunicación con Aquiles sin éxito, confirmándome esto que la transmisión de los datos seguía bloqueada y, todavía peor, indefenso ante lo que se me acercaba.

Dos seres pequeños y alargados moviéndose con ademanes agresivos que parecían furiosos, avanzaban justo hacia mí, cuando de pronto me sentí paralizado.

Ya no me podía mover y estaba en sus manos dominándome por completo, mi destino era incierto cayendo en cuenta que seguro me habrían disparado con algo.

Se aceleraban mis pensamientos confundiéndome más, no me sentía bien y estaba casi ciego, cuando empecé a recibir un mensaje que el nanoimplante entendió de inmediato, una clara advertencia.

Los dos seres me observaban diciéndome telepáticamente que no debía estar allí, que no les gustaban los intrusos y, sobre todo, que me diera por perdido ya que sería exterminado a continuación.

Nada más pude hacer entonces, inerme y paralizado caí al suelo o eso creí, hasta que al final ya no supe nada.

En la nave Aquiles se había producido una alarma Rojo Alfa 1, de extrema urgencia, activándose fuera de sí mi Servobot TR34.

Pero no por lo que me ocurría sino por algo mucho peor.

Un objeto desconocido se aproximaba hacia ellos desde el espacio profundo a increíble velocidad, apareciendo de repente una forma difusa a corta distancia de la nave, enorme y nunca vista.

Cuando apenas un destello repentino se vio, al disparar el objeto tres esferas lumínicas poderosas que impactaban en la nave Aquiles, destruyéndola en un instante sin previo aviso.

Los restos vaporizados y calcinados se esparcieron pronto por el espacio suborbital de ese mundo desconocido, empezando a caer los trozos ardientes hacia la superficie, confirmándose que…

La nave Aquiles ya no existía.

SOLTAX

Era de noche y llovía, notándose pocos Jetters en las calles.

Pero los laboratorios MOI trabajaban como siempre día y noche sin descanso, ocupados en todo tipo de proyectos avanzados, corriendo el año terrestre 2978 d.C para ese momento.

La sabiduría de milenios nos amparaba, viéndose las luces de la ciudad desplazarse cual película analógica de tiempos ya olvidados, junto a todo tipo de naves que surcaban los cielos.

En una megalópolis que nunca dormía, mi hogar para esos tiempos.

Gigantescas ciudades como esta todavía prosperaban en la Tierra, donde los humanos y otros seres muy distintos se movían y reproducían como siempre, cada cual a su manera.

Reinaba la ciencia pero, más abajo, en la verdadera superficie, proliferaban las más extrañas colonias de tribus humanas, muchas veces sin leyes agrupándose también según sus intereses.

Al igual que otros seres poderosos que andaban por allí, ocupados en un mundo que todo lo ofrecía de las maneras más insospechadas, extrañas y, con frecuencia peligrosas.

Interesante para muchos individuos metidos en todo tipo de asuntos oscuros, aunque en principio a la caza y muy atentos de la menor oportunidad o debilidad, que ofreciera algún tonto desprevenido, nada fácil de encontrar por cierto.

Igual había otros seres que bajo una aparente honestidad, ofrecían a buenos precios aditamentos tecnológicos estrictamente prohibidos por los Consejos Virales, nombre que se les daba a las autoridades en esos tiempos por estar en todas partes.

Enormes luminarias envolventes anunciaban infinitos placeres de consumo personal, para quien los pudiera pagar, a pesar de que el dinero como tal hacía ya mucho que no existía.

Sin embargo, era un mundo avanzado y desolado como siempre se imaginó, futurista y a veces oscuro aunque, por supuesto, no en todas partes, solo nos faltaba el apocalipsis que no tardó en llegar.

La ciencia avanzaba más rápido que nuestra evolución como especie, y siempre había sido así, pero ahora lo era más.

Ya que a pesar de nuestras sustituciones cibernéticas no era fácil llevar este ritmo despiadado, viéndose que la competencia humana era enorme, la ambición mayor y el hedonismo como nunca.

Entendido que casi siempre la soledad extrema era el precio a pagar, viéndose muchos que jamás salían de las alturas, refugiados en sus palaciegos Bihabs.

En otros por supuesto habitaban pasiones más intensas, como el deseo irrefrenable de alcanzar el eterno poder supremo, confirmándose que los más aventajados poco transitaban el submundo.

Viviendo como querían pero a muchos metros de altura.

Todos entendíamos que el suelo llano ahora le pertenecía casi por completo al mundo vegetal, junto a muchas otras alimañas.

Ya que virgen de nuevo la superficie terrestre se consideraba sucia y peligrosa, inundándolo todo con su manto vegetal siempre lleno de secretos, pero esto renovaba el ambiente contaminado que por suerte ya mejoraba luego de milenios de salvajes prácticas industriales, que favorecían siempre a los más astutos.

Si bien al menos en este aspecto todo había sido regulado y controlado, lanzándose todo el tiempo naves de carga no tripuladas con la basura peligrosa del planeta, con destino al sol.

Una minucia para nuestra fiel estrella.

A pesar de que también se multiplicaban por el espacio las cápsulas de tipo industrial, que realizaban los procesos más contaminantes, disparando luego los desechos al espacio infinito para evitar así una mayor degradación de la Tierra.

También imponían estos consejos virales gracias a nuestras experiencias previas, al menos una semana mensual de paralización en todas las actividades humanas que produjeran contaminación.

Agradeciéndolo siempre la fauna y el ambiente, soportándonos todavía el planeta si bien no de buena gana, sin entender nunca que debió eliminarnos antes.

Enormes construcciones entre las nubes se unían por largos conductos luminosos, creando un entramado difícil de reconocer, que incluso podía cambiar de dirección en el aire.

Haciendo parecer todo siempre nuevo y diferente cada vez que amanecía, pues las ciudades eran distintas al ser de noche o de día.

Ofreciéndose también servicios automáticos interesantes para todos.

Algunos más populares que otros, o qué decir del continuo desfile de modelos androides con aspecto «tranquilizadoramente humano».

Diseñados para las tareas más insólitas, peligrosas y tediosas que ya ninguno de nosotros deseaba realizar.

Recordándonos todo el tiempo con su eficiencia lo mucho que habíamos avanzado en este peligroso aspecto, del trabajo.

Eran fieles servidores o Servobots que hacían la vida humana más fácil, mimetizados por completo con el entorno, ya que en cualquier esquina podía salir una mano robótica inesperada ofreciendo una bebida refrescante de última moda, de manera gratuita.

Ya bien entendido que siempre fue una fantasía muy deseada que otros trabajaran incansablemente por nosotros.

Sin embargo, ahora todo esto estaba perfeccionado de manera magnífica, sin nadie olvidar que siglos atrás este deseo nos había costado muy caro, cuando el mundo casi desaparecía destruido al salirse de control los primeros modelos.

Un error que no quisimos ver y nos golpeó muy duro, perdiéndose recursos, tiempo y vidas en grandes cantidades.

La exploración espacial también daba frutos importantes ahora, poniendo a nuestro alcance tecnologías jamás imaginadas, que hacían la vida más duradera y gratificante, por lo que el futuro parecía más prometedor que nunca en esos años finales del tercer milenio, que pronto terminaría.

También meditaba en mi recorrido que nuestros logros y la llegada de las nuevas naves de la flota interestelar terrestre a la Rotación de Orión, recién descubierta, quizá nos protegieran para siempre de cualquier peligro espacial inesperado, pues podríamos escapar más rápido en caso de emergencia.

Sobre todo desde que entendimos cómo utilizar el efecto de transporte único, escondido en un área precisa de la gran nebulosa bajo el cinturón del guerrero.

Algo natural e inimaginable que siempre había estado allí.

Pero los graves acontecimientos que llegaron entonces y los efectos desvastadores de nuestras propias armas, en especial la creada por el estimado científico Thunder, definirían otro destino para el planeta aunque mucho más oscuro.

Viajaba yo esa noche a poca velocidad en mi viejo y poderoso Jetter, algo que disfrutaba mucho presintiendo en mis nostalgias que ya nada sería igual.

Que nuestro hogar cambiaría y el tiempo en que disfrutábamos de los océanos oscilantes con las grandes maravillas de la Tierra renovada, se perderían para siempre.

Pero igual me daba, pues yo estaba solo y así lo prefería.

Mis rumbos discordantes solo obedecían a los placeres no tan simples de esta vida tan compleja, además de la única actividad que me entusiasmaba por completo en esos días, el trabajo científico que estaba por entregar.

Por igual también crecía con fuerza un profundo temor en mí, algo que no podía explicar sintiendo una extraña ansiedad preocupante, de que tanta felicidad planetaria no era normal.

Sin saber que el destino estaba escrito en mi historia junto a la del planeta, algo que entendí mucho después, cuando se impuso implacable.

Ya que sin sospecharlo sería arrastrado por peligrosos caminos a mundos desconocidos, en una inimaginable aventura que no busqué, viéndome obligado por los acontecimientos.

El espacio guardaba sorpresas, olvidándonos siempre de que solo flotábamos por el cosmos con las puertas abiertas y un cielo sobre nuestras cabezas, era lo normal, pero ahora se aproximaba un evento que determinaría la ruina de todos.

Un exterminio global que mis instintos anunciaban, lo que siempre imaginamos que vendría.

Pero el alba se acercaba cuando por fin ingresé a mi cómodo BIHAB, todo un lujo en esos tiempos, disfrutando de esto gracias a tener ciertas destrezas especiales que siempre agradecía a los dioses, y a la suerte, por supuesto, antes de entrar en mi pequeño si bien avanzado espacio personal.

Necesitaba descansar del duro y largo trabajo de varios días, y recuperar más de catorce ciclos de esta armadura que estaban inoperantes, ya viendo que la segunda estaba casi lista, luego de pasar algo más de cincuenta horas en el fantástico gel liso lítico precipitante.

Las armaduras militares por supuesto eran más avanzadas que las mías, ya que inyectaban según su parecer sustancias químicas secretas y poderosas para mejorar en el combate, aumentando la energía del guerrero o disminuyendo el dolor según fuese necesario, pero llevándonos a límites extremos en esos tiempos.

Sin embargo no era mi caso por suerte, recordando también que algunas funciones de nuestros órganos habían sido reemplazadas o mejoradas con estos fines, desde generaciones anteriores.

Haciéndonos más fuertes y resistentes.

Muchos teníamos enormes corazones, grandes músculos y glándulas hiperactivas, que bombeaban hormonas semisintéticas en mayores proporciones, almacenadas en los nanotrajes.

El Soltax, mi droga favorita de relajación casi por completo legal aunque no siempre, también estaba lista, entendiendo bien que, a pesar de todo, mi cuerpo todavía era humano y necesitaba un poco de diversión.

A pesar de que ya padecíamos ciertas mutaciones estructurales, inevitables por el tiempo y la exposición a sustancias tóxicas, que habían producido serias degeneraciones en muchos.

A veces cuestionando nuestra propia supervivencia como especie, a pesar de que todavía nos resistíamos a morir.

Los Homínidos Futurus vivíamos gracias a las nuevas tecnologías, ocurriendo ahora que las personas nos parecíamos más a las máquinas y las máquinas eran más humanas, confundiéndonos ya todos en un atractivo «Transhumanismo Mutante», de características casi siempre sorprendentes.

Por decir lo menos.

Utilizábamos por igual otras sustancias poderosas, descubiertas en las primeras exploraciones de los planetas externos.

Insólitos componentes químicos sintetizados que ahora muchos necesitábamos para sobrevivir, siendo un asunto siempre delicado.

Pero los científicos las habían adaptado a nuestros cuerpos guardando otras recetas, por lo que ahora disfrutábamos mucho más de este mundo avanzado y supertecnológico.

Aunque sin olvidar de dónde veníamos, viéndose que el amor y la amistad eran rarezas del pasado, para las que nadie tenía tiempo ni mucho interés tampoco.

Pues vivíamos en nuestros mundos de placer y relacionarnos con otros fuera de los propios intereses no era práctico, ni productivo, entendiéndose bien que el tiempo lo valía todo.

Pero también la ambición desenfrenada era la norma, todavía en esos años finales del tercer milenio, algo muy difícil de superar en esta sociedad tan exigente y siempre ávida de nuevas experiencias.

A pesar de ser apenas una parte de la naturaleza humana que todavía conservábamos, sin entender por qué.

Mi nueva unidad RVA4 de realidad virtual aumentada estaba lista, con tres placenteras imágenes Mogo que me esperaban.

Me darían algunas horas de compañía divertida y relajante que, a pesar de ser artificial, al menos simulaba épocas más humanas.

Prefería sentir lo que fue real en mi mente a palpar lo sintético, y la máquina las extraía de mi cerebro en versiones diferentes.

Convirtiéndome en otras palabras en un ser conservador, anclado en un pasado que parecía más feliz.

A pesar de que a veces surgían otras cosas que nunca conocí y que solo se confundían vívidamente con el presente, mientras el Soltax hacía como siempre su maravilloso efecto.

Con facilidad podías imaginar ser un piloto de Roadsters en una alocada carrera llena de chicas a mediados del siglo XX, o cualquier otra cosa que se te ocurriera, sintiendo que la hiperrealidad virtual con los nuevos nanoimplantes de interface cerebral me engañaba por momentos.

Era increíble la compañía sin compromisos que ofrecían, sin dudas un gran avance de la humanidad, ya que nadie nunca más se sintió solo, aunque no fuera verdad, la mente humana podía ser manipulada a voluntad del usuario, o a veces por otros, y todo lo que éramos estaba allí.

Pero como siempre, las poderosas corporaciones disfrazadas de benevolentes premiaban como ratones de laboratorio a sus más fieles seguidores, otro tipo de esclavitud no superada desde el inicio de la era digital.

Las horas transcurrieron sin novedad hasta que el insólito placer posterior al Soltax, y el reparador descanso, me recordaron también que la Tierra ya no albergaba solo a los hombres.

Poco antes descubríamos dos especies de humanoides sencillos insólitamente atractivos, con los que convivíamos ahora en muchos aspectos, cierto que a veces bastante juntos diciendo algunos preocupados filósofos y pensadores, que demasiado.

Desde el inicio se integraron a nosotros de manera pacífica mejorando nuestra creciente civilización exterior, cuando al rato no quedó otra opción que adoptarlos, a pesar de que mil años antes nadie pudo imaginar esto de vivir con un ET.

Fue una gran sorpresa para los exploradores y luego para toda la humanidad cuando, cincuenta años antes, una sonda no tripulada captaba las imágenes de un pacífico poblado, en un planeta desconocido, lleno de humanoides que nos saludaban notándose todos muy parecidos a nosotros.

Sin embargo, la procreación era imposible, ni aun con las máquinas generatrices, al ser por completo incompatibles ambas especies, algo que tampoco les importaba demasiado a muchos.

También recordaba la llegada a la órbita terrestre, solo pocos años después, de una enorme nave desconocida.

Eran los Quants de Biratz, amos de la «mecánica quántica», la ciencia de lo imposible, por estar en dos sitios a la vez.

Una especie que nos llevaba millones de años de ventaja, basando su poder en el desarrollo de la inteligencia quántica artificial, donde el cero y el uno se fundían en el Qbit multiparamétrico, junto con algo más.

Una relación entre la física y la informática que lograron incorporar en sus grandes cerebros, hasta que la evolución la hizo natural dotándolos de una enorme inteligencia.

No invadieron la superficie terrestre, pues en realidad nos visitaban con frecuencia desde los inicios de la especie humana, pese a que tampoco eran amables y no les importábamos para nada.

Solo venían cada cierto tiempo a recolectar lo que les interesaba, hasta la última vez, cuando al fin los pudimos detectar.

Debieron comunicarse con nosotros por presentar fallas en una de sus naves, lo cual en definitiva fue una mala idea.

Debimos compartir nuestros recursos sin la menor objeción o resistencia muy rápido, pues caso contrario habríamos sido exterminados del planeta, ya que tampoco nos necesitaban para nada.

Solo enviaron un mensaje telepático global que todos entendimos muy bien, a pesar de que nunca los vimos físicamente.

La «Guerra Psíquica Planetaria» con los Quants duró poco, apenas unos días y, por suerte, terminó pronto, nos habrían puesto todavía más locos a todos, hasta que al final se fueron tranquilos como otras veces llevándose lo que querían.

Sin embargo, con mucha amabilidad por esa vez, nos dejaban sus semillas sagradas indestructibles, descubiertas en otros planetas lejanos a cambio de las molestias causadas.

Ya lo habían hecho en épocas anteriores con ciertos nativos salvajes de la Tierra, confirmando entonces que los humanos habíamos avanzado apenas en algo.

A pesar de que realmente luego nos fueron muy útiles sus regalos, cuando debimos escapar para siempre de nuestro mundo.

Los Quants se llevaron lo que buscaban sin ser amigos ni enemigos, continuando su búsqueda transgaláctica en una supuesta misión encomendada por un ser al que llamaban el Profeta.

Nos informaron que era el único portador de un elixir desconocido y sagrado de la inmortalidad, según lo que apenas quisieron transmitirnos, justificándose solo un poco antes de irse.

Sin embargo, los Quants habían sido seleccionados también por un poder muy superior, descubriéndose luego que representaban y servían en este universo a los ancestrales Maestros Arlikis.

Los padres del mítico planeta Primigenio ubicado en una galaxia lejana en los inicios de la creación, siendo además la primera consciencia humanoide del universo.

Aunque por igual en esas épocas, otro grupo de sabios ocupados pero mucho menos elevados, gobernaban la Tierra.

Se trataba del todopoderoso Consejo Viral Terrestre, electo de manera universal por los habitantes del planeta desde hacía mucho y, como siempre, lo sabían todo sin decirle nada a la población, como era su costumbre.

Diciendo luego que para no preocuparnos.

Los mandatarios terrestres, a pesar de los grandes avances sociales logrados durante siglos, seguían haciendo lo que les venía en gana, negociando a nuestras espaldas asuntos insólitos, lamentándose esta vez de lo poco que les sirvió.

En la siguiente oportunidad eran vaporizados por los Vijorgs, la especie invasora extraterrestre, al ya no ser necesarios para sus planes, pese a que todo esto lo supe mucho después de mi partida.

Así que esa mañana, sin sospechar lo que me esperaba, me conecté a la eterna red Com-Neuro-Net o CNN, actualizando mis datos G625, ya sintiendo que el nanoimplante cerebral que tenía conectado estaba a punto de colapsar.

Estos modelos como el mío también habían sido superados por otros con capacidades aumentadas, solo disponibles en versiones especiales.

Pero la exitosa unión de la Neurocelula con los Biochips quánticos multinucleados de altísima velocidad, tenía ya varios siglos de desarrollo, cada vez mejores y, por supuesto, más rápidos.

Lo cual muchas veces era una verdadera locura, los humanos podíamos ejecutar rapidísimas tareas con nuestras manos, dirigidos por la interface cerebral.

O también correr maratones si fuera necesario en caso de emergencia, bajo el absoluto control del nanoimplante, que suplantaba si queríamos a nuestra propia voluntad.

Iniciando cualquier programa que deseáramos bajo el límite de lo que soportaran nuestros cuerpos y cerebros, un trabajo agotador en el que algunos estallaban literalmente por el cuello.

Viéndose que casi nunca estábamos a la altura de estas exigencias, por ser un asunto peligroso del que debíamos conocer los límites.

¡Aha!, el Soltax, reaccioné de repente, pareciéndome que esta vez la felicidad no tenía límites y lo disfrutaba mucho, quizá por ser la última sin sospecharlo en ese entonces.

Andaba en modo aéreo volando, flotando y casi feliz, hasta que al final solo necesité tres horas más para recuperar mi buen humor.

La armadura había quedado como nueva gracias al poderoso gel que lo recargaba todo, solo con sumergir un rato cualquier cosa en él, haciéndome recordar también que las inclemencias en la vida eran parte de la experiencia humana.

Dependiendo todo de cómo las enfrentáramos, aunque a veces fuera una espantosa realidad que esta vez nos golpearía muy pronto en la cara.

Tampoco olvidaba que nuestro mundo ciberlógico no permitía errores, pagándose estos con la modificación celular y la cancelación biológica, si las conductas de algún individuo no eran lo suficientemente adecuadas.

Nuestra pasión por la tecnología se convirtió en la férrea manera de controlarnos, viéndose que ciertos privilegios también podían ser eliminados con facilidad por el Gran Poder Central.

Casi siempre manejado con eficiencia perfecta desde este Consejo Viral General, de supuestos sabios incorruptibles.

Pero así eran las cosas para la época en nuestro avanzado mundo, ahora intergaláctico, donde las prisiones apenas existían solo para los grandes criminales, cuyos delitos fueran de tal magnitud que se les considerara irrecuperables.

Merecedores de un castigo mayor que la simple terminación biológica, podían ser torturados con legalidad como justa expiación de sus abominables actos.

Un método mucho peor y más temido que la muerte, haciéndose todo a través del nanoimplante, sin necesidad

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