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Azimuth: El Proyecto Interescisión
Azimuth: El Proyecto Interescisión
Azimuth: El Proyecto Interescisión
Libro electrónico398 páginas6 horas

Azimuth: El Proyecto Interescisión

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Información de este libro electrónico

Edward tiene una oportunidad para salvar al hombre al quee olvidó que amaba.

Todo lo que tiene que hacer para conseguirlo es destruir el mundo.

Con los fatales acontecimientos de la misión Zenith a sus espaldas, Marty y Edward llevan vidas muy distintas en dos extremos del tiempo.

Martin ha sido elegido para liderar una operación militar de élite diseñada para detener y, finalmente, eliminar, la amenaza de los viajeros en el tiempo, pero Henry Bradford tiene otra idea en mente: quiere tentarle para que acepte la capitanía de la rebautizada nave estelar Azimuth.

Casi un cuarto de siglo en el futuro, Edward vive una vida de fortuna y poder como hijo adoptivo del consejero delegado de Starfire, Trevor Sutton. Sin embargo, el misterio que rodea a la muerte de su padre biológico todavía le ronda la cabeza, solo eclipsado por la desconcertante aparición de las placas identificativas de Martin alrededor de su cuello. El camino que siga en busca de respuestas decidirá el destino de la historia de la humanidad, al tiempo que se interpone en los planes destructivos del viajero en el tiempo al que conoce méramente como Gifford.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento2 jun 2019
ISBN9781507168110
Azimuth: El Proyecto Interescisión

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    Azimuth - Arshad Ahsanuddin

    Prólogo: Los sueños que están por venir

    Diciembre de 2202, Iteración Siete

    Ser o no ser, esa es la cuestión...

    — William Shakespeare, Hamlet

    CSS Damocles, órbita circunlunar

    El mundo desapareció en una ráfaga de luz blanca y volvió de pronto con una sacudida que tiró a Gifford de su silla y le lanzó de cabeza contra la cubierta. Se puso en pie mientras escuchaba los gritos de las sirenas. Sintió el sabor cobrizo de la sangre.

    —Modred ¿qué demonios ha ocurrido?

    —La onda del evento de interescisión se ha disipado antes de que el agujero de gusano se formara completamente. La Damocles ha sufrido daños importantes por culpa de un pulso electromagnético creado durante el colapso del horizonte de sucesos. El reactor de plegado espacio-temporal está desactivado. El suministro de energía está reducido a un sesenta y cinco por ciento de su capacidad total. Los sistemas de soporte vital y de control de la automación están intactos.

    Gifford se tragó el nudo que se le había formado en la garganta. Era plenamente consciente de lo vulnerable que sería si Modred o el sistema de reparaciones automáticas no funcionara adecuadamente. Pese a que la Damocles estaba optimizada para que una sola persona pudiera llevarla, él no era piloto. No tenía los conocimientos necesarios para mantener la nave en vuelo sin ayuda, ni, por supuesto, podría hacer los cálculos necesarios para ejecutar un salto en el tiempo.

    —¿Cuál es el estado del camuflaje óptico?

    —Los sistemas de camuflaje no han sufrido daños. Sin embargo, el pulso electromagnético no se neutralizó por completo hasta que ya había recorrido hasta el último rincón de la nave. Hay un ochenta por ciento de probabilidades de que la red de sensores de tráfico nos haya detectado.

    —Mierda. —Gifford se dejó caer en su asiento y se ajustó los arneses de seguridad—. ¿Los motores convencionales siguen funcionando?

    —Sí.

    —Entonces desactiva el campo de camuflaje y prepáranos para salir a toda velocidad de aquí.

    De pronto, vio en la pantalla exterior cómo el campo estelar se ondulaba. Una nave se materializó en su campo de visión, justo delante de la Damocles, y una melodía interrumpió las sirenas para indicar la llegada de un mensaje: «Atención, nave sin identificar, aquí el destructor de la Marina Confederada Chalcedony. Su transpondedor está desactivado en una zona con una densidad alta de tráfico. ¿Necesita asistencia?».

    Gifford pulsó un botón en el brazo de su asiento para hablar el canal de comunicaciones de audio.

    Chalcedony, aquí el capitán Wakefield de la CSS Charybdis. Nuestro transpondedor de tráfico ha sufrido daños durante una subida de tensión. Estamos llevando a cabo las reparaciones oportunas y deberíamos volver a aparecen en la red en unos instantes. —Cerró el canal de comunicaciones—. Modred, ¿cuál es el estado de nuestro armamento?

    —Los sistemas ofensivos están plenamente operativos.

    —Activa los cañones de rieles frontales y apunta a su reactor primario, pero no a los secundarios. Quiero que su soporte vital se mantenga intacto.

    —Objetivo localizado.

    Volvió a escucharse la melodía y sonó una voz distinta, una voz femenina hablando con tono airado: «Charybdis, aquí la capitana Powell de la CSS Chalcedony. No sé a qué está jugando, pero el control de la Estación Janus nos informa de que en su sistema no aparece un registro anterior de su nave. Desconecte los motores inmediatamente y prepárese para ser abordado».

    Gifford se agarró a los brazos de la silla con las manos empapadas de sudor.

    —Fuego.

    La Damocles se sacudió cuando los aceleradores lineales dispararon a la otra nave a bocajarro una serie de proyectiles de aluminio de un kilo que viajaban a casi un tercio de la velocidad de la luz. Gifford observó cómo una bocanada de fuego y escombros surgía de la sección de popa del destructor y su sistema de iluminación fallaba.

    —Apunta los cañones de pulsos en su sistema de sensores. Asegúrate de que no puedan rastrearnos.

    Una estela de luz verde brillante siguió a los pulsos que Modred había disparado contra el blindaje oscurecido, destruyendo los sensores de la nave.

    —Ahora sácanos de aquí. Mantennos por encima del rango de su cañón de rieles y esquiva sus proyectiles. Reactiva el camuflaje en cuanto estemos fuera de la red de tráfico.

    La aceleración hizo que Gifford se quedara pegado en el asiento y apenas pudiera respirar. Dejaron la Chalcedony atrás y le retumbaba el oído interno por culpa de los bruscos cambios de dirección de la Damocles para evitar los destellos que aparecían en las pantallas exteriores. Finalmente, la otra nave dejó de disparar.

    El sistema de comunicaciones dio un silbido y la voz de la mujer retumbó en el Puente: «aquí la capitana Powell por un canal privado. Capitán Wakefield, o quien sea que eres, te sugiero que sigas corriendo y no te detengas nunca».

    Gifford pulsó un botón para contestar en la misma frecuencia encriptada.

    —Lo siento, capitana. Espero que entienda que no se trata de una cuestión personal.

    Ella se rio: «lo entiendo perfectamente. Es usted el que parece no comprender con quién se las está viendo».

    Gifford se encogió de hombros.

    —Me encantaría seguir charlando tranquilamente, pero justo ahora no tengo tiempo para que me meta en una celda.

    «El tiempo debería ser la última de sus preocupaciones, capitán.» Su voz se convirtió en un susurro. «El Reloj de arena conoce su olor y le aseguro que no va a llegar muy lejos.»

    No comprendió la críptica respuesta de la capitana. Espero y, cuando no siguió hablando, Gifford cerró el canal y esperó en silencio hasta que Modred le informara de su situación.

    —La Damocles ha salido del tráfico lunar. Sistemas de camuflaje activados.

    Gifford consideró sus opciones.

    —Llévanos al archipiélago Ceres, a máxima velocidad.

    —Rumbo establecido. El tiempo de llegada aproximado es de treinta y siete meses a máxima velocidad.

    Puso los ojos en blanco.

    —Ya veo. ¿Y cuánto nos va a durar el soporte vital y las provisiones?

    —Al ritmo de consumo actual, veinticuatro meses.

    —Entonces será mejor que te espabiles con las reparaciones del reactor de plegado espacio-temporal.

    —Las reparaciones automáticas están en curso. Se estima que el tiempo hasta que volvamos a plena potencia es de cuarenta y dos horas.

    Arqueó una ceja.

    —¿Tan grave ha sido el daño que ha recibido? ¿Qué ha pasado?

    —Desconocido. Sin embargo, no se detectaron averías durante el intento de interescisión.

    —¿Qué significa eso? ¿Que no se detectó el problema o que fue externo al evento de interescisión?

    —Esa información no está disponible.

    Gifford desabrochó el arnés de seguridad mientras la Damocles alcanzaba velocidad de crucero y la inercia en el Puente se reducía.

    —Vuelve a analizar la información de los sensores y compárala con el modelo teórico de plegado espacio-temporal. Identifica la causa del fallo del reactor. Usa toda la serie de chips Athena si es necesario, pero descubre qué ocurrió.

    —Confirmado.

    Gifford se secó la sangre del labio partido. Miró la mancha escarlata de su mano y se puso a pensar.

    ¿Qué está ocurriendo? El reactor de plegado espacio-temporal ha funcionado perfectamente en numerosas ocasiones. Algo ha cambiado esta vez, pero ¿qué? Frunció el ceño. ¿Y qué demonios es el Reloj de arena?

    Diciembre de 2202, Oxford, Eurozona, Tierra

    Edward intentó por todos los medios no bostezar cuando su hermana se subió al podio del aula de conferencias. Pese a que entendía que las matemáticas avanzadas requerían un cierto estado mental y preparación para comprenderlas, le maravillaba que sus estudiantes encontraran tantas formas de hacerle las mismas preguntas una y otra vez, pero usando palabras distintas. Era sorprendente que no perdiera la paciencia y les dijera que lo buscaran por su cuenta y punto.

    Supongo que por eso ella es profesora y yo no.

    Acarició el metal brillante de las placas identificativas que llevaba debajo de su camisa, calientes por el contacto con su piel. Por algún motivo, le reconfortaban —lo cual no tenía ningún sentido, porque no tenía ni idea de dónde habían salido—.

    Los archivos que le había enseñado su padrastro le habían dejado con más preguntas que respuestas. ¿Por qué nunca le habían dicho que a su padre biológico le han asesinado? Y ¿qué era Martin Atkins para él? El informe biográfico no arrojaba luz sobre el nombre inscrito en las placas, que habían aparecido alrededor de su cuello esa mañana.

    ¿Intenta alguien decirme algo con este misterioso regalo?

    Era un pensamiento inquietante, dado que se lo habían colocado por la cabeza mientras dormía, lo que significaba que solo había tres personas que podían haberlo hecho: su madre, su padre o su hermana.

    No fueron mamá o papá. Ambos se sorprendieron cuando leí el nombre de Martin y no son tan buenos actores como para haber fingido su reacción.

    Eso dejaba solo un sospechoso en la lista.

    Edward se inclinó en su asiento mientras su hermana terminaba su lección.

    Va a recibir el Premio Nobel esta tarde y se ha molestado en dar clase esta mañana. El resumen perfecto del mundo académico.

    Se puso en pie mientras los estudiantes recogían sus libros y tablets. Los que habían asistido como oyentes virtuales, desaparecieron con un flashazo de luz. Bajó las escaleras hasta la tarima del auditorio.

    —Hola, hermanita ¿necesitas que te lleve?

    Cuando le escuchó, Annette Sutton levantó la mirada y sonrió.

    —Ya nadie necesita que le lleven a ninguna parte, Ed. Justo por ese motivo tengo un pequeño evento esta tarde ¿no te acuerdas?

    —Lo decía por tradición. —Edward sacó su tarjeta personal de teletransporte del bolsillo de la camisa—. ¿Tienes algún plan para comer antes de ir a Estocolmo?

    —Por supuesto. —Le fulminó con la mirada—. El idiota de mi hermano me va a llevar a un restaurante maravilloso en el Cairo del que he oído hablar alguna vez. Ya he hecho la reserva.

    —Ah sí... ¿puedes pasarme la dirección?

    Sacó su propia tarjeta de la chaqueta del traje y escribió la instrucción para transmitir las coordenadas programadas del salto al restaurante.

    —Me alegro de volver a verte. Estabas a punto de quedarte dormido cuando llegaste a casa anoche. Es un milagro que consiguieras andar lo suficiente como para llamar a un taxi para llegar a casa cuando te bajaste del transporte de Chiron.

    —Este año hay mucho tráfico entre sistemas. El ojo rojo es el único vuelo que pude coger que no estuviera completo. —Hizo una pausa—. Bueno ¿qué hiciste después de que me fuera a dormir?

    Se encogió de hombros.

    —No mucho. Estuvimos hablando como una hora más antes de que volviera a casa. Todavía tenía que comprobar unas simulaciones. Solo porque me vayan a dar un premio muy importante no significa que mi trabajo se pause. Siempre hay algo más que hacer.

    —O sea... ¿que no pasaste por mi habitación y me dejaste un regalito para cuando me despertara?

    Ladeó la cabeza.

    —¿A qué te refieres?

    Edward sacó de debajo de su camisa las placas metálicas y se las extendió para que las leyera fácilmente.

    —Me he despertado llevando esto.

    Annette se inclinó hacia delante y las llevó hacia sí con los dedos.

    —¿Martin Atkins? ¿El capitán de la misión Zenith?

    —¿Le conoces?

    Ella puso los ojos en blanco.

    —Por supuesto que no. Murió durante el primer año de la misión Azimuth, ante de que hubiéramos nacido. —Adoptó una postura rígida y le miró con sospecha—. Murió en la misma explosión que Charles Davenport. ¿Dónde dices que las has conseguido? ¿Son una réplica?

    Edward sacudió la cabeza.

    —A mí me da la sensación de que es original. El chip de identidad que tiene incrustado estaba diseñado para prevenir la falsificación de datos, y transmite la misma información que el texto. —Respiró profundamente—. Respecto a cómo acabé llevándolas, no tengo ni idea. Pensaba que a lo mejor me las habías puesto antes de que te fueras a casa.

    —No. No las había visto nunca —dijo Annette con el ceño fruncido—. Ese tipo de identificación militar está registrada y rastreada. Debería ser fácil averiguar quién ha sido el último que lo ha tenido. Eso no explica cómo han acabado contigo.

    —Ya, ya veo. Por lo que yo sé, el capitán Atkins solo tenía un familiar: su hermano, Jacob.

    Dirige una empresa de seguridad privada en París con su marido, Thomas Knox.

    —¿El capitán Knox, de la Azimuth? Es demasiada coincidencia, Ed. ¿En qué lío te has metido?

    —No estoy seguro... pero creo que alguien quiere que siga un rastro de migas.

    —¿Quién?

    —No lo sé. Es posible que tenga que descifrar las pistas para descubrirlo.

    Ella le tocó el brazo con suavidad. Su expresión mostraba preocupación.

    —Esto no me gusta, Edward. Alguien está jugando contigo.

    Sonrió a medias.

    —Nunca me he podido resistir a un desafío.

    —El cementerio está lleno de héroes, hermanito.

    —Y el que se mueve no sale en la foto. Elije la opción que prefieras, hermanita.

    Annette no parecía muy convencida.

    —Ten cuidado, es todo lo que te estoy diciendo.

    —¿No lo soy siempre?

    —No, casi nunca.

    Edward se rio.

    —Venga, que tenemos que llegar a nuestra cita en Cairo.

    Asintió y tecleó una instrucción en su tarjeta de teletransporte. Durante unos instantes, una luz brillante la rodeó y, después, desapareció.

    Edward bajó la mirada a las placas de identificación en su mano. Nos han dejado solos, Martin Atkins. Volvió a esconderlo bajo su camisa y configuró su tarjeta con las coordenadas del restaurante, esperando a que el sistema de tráfico verificara que la ubicación de llegada estaba despejada. Entonces el mundo se tornó blanco y sintió la sacudida familiar del teletransporte.

    A seguir el rastro de migas.

    Parte I: Los Guardianes

    Agosto de 2177, Iteración Seis

    Destinados a representar un acto cuyo prólogo ha finalizado ya

    y cuyo desenlace depende de lo que decidáis.

    — William Shakespeare, La tempestad

    Capítulo 1

    San Francisco, Amerizona, Tierra

    Martin bebió un sorbo de champán mientras caminaba sin rumbo entre la multitud reunida para ceremonia de reinauguración del proyecto. Su mirada pasó de largo el podio para posarse en el casco de la CSS Zenith, que relucía como un espejo. La nave descansaba con el tren de aterrizaje apoyado en el asfalto de la pista.

    La CSS Azimuth, quiero decir. No sería apropiado que se dijera que seguía viviendo en el pasado, reviviendo sus hazañas en vez de buscar nuevos desafíos. El hecho de que ahora su trabajo estuviera envuelto en un halo misterio le complicaba las cosas cuando insistía en que no estaba durmiéndose en los laureles mientras la Azimuth seguía en el dique seco. De todos modos, tenía que admitir que la gente de Starfire estaba haciendo un buen trabajo. Ni siquiera el ojo experto de Martin podía encontrar en la nave rastro de los importantes daños estructurales que había provocado el viajero en el tiempo conocido como «Gifford».

    Menudo cambio se puede conseguir con ocho meses de reparaciones.

    Se sobresaltó cuando alguien le dio un toquecito en el hombro y se giró para ver la cara de un hombre con el pelo del color de la arena de la playa. Casi de inmediato, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

    —¡Chuck!

    Charles Davenport se rio y aparecieron unas arrugas junto a sus ojos. Su rostro estaba surcado por más líneas de lo que Marty recordaba, pero estaba bronceado y se mantenía en forma. Y estaba feliz.

    Supongo que la luz natural te viene bien, colega. Me alegro de que todo te haya ido bien después de dejar el servicio.

    —Hola, Marty. Cuánto tiempo.

    —Sí, supongo que hace bastante. —Bajó la mirada—. Sé que te prometí que me mantendría en contacto contigo, pero...

    —Pero yo tenía mi trabajo —le interrumpió Charles—, y tú el tuyo. —Señaló el uniforme azul oscuro de la Marina que llevaba Martin. El contraste con el que él llevaba, un traje oscuro con dos alfileres con un destello solar en el cuello para simbolizar su rango civil, era más que obvio—. No te disculpes, los dos estábamos metidos en proyectos de alta seguridad. Ahora solo tenemos ciertas cosas en común.

    Martin se giró hacia la Azimuth.

    —Lo sé, pero aun así echo de menos tenerte por aquí. ¿Todo bien con Jennifer todavía?

    Su amigo ladeó la boca ligeramente.

    —Sí, nos va bien. —Se acercó a él más y susurró—. ¿Recuerdas cuando te pregunté si podía dejar tu número en la lista de marcado rápido por si necesitaba un padrino?

    —¿En serio? ¿Se lo has pedido?

    Charles se tapó la boca antes de toser.

    —Bueno... no, todavía no. Quería esperar una semana más o menos, justo antes de que comenzara la cuenta atrás de la misión. Hemos estado trabajando a plena capacidad para que la Azimuth estuviera lista para esta ceremonia y vamos a estar muy ocupados una vez nos pongamos a preparar la nave para el vuelo; pero, este mes, vamos a poder tomarnos un respiro y su cumpleaños cae en el catorce. Le prometí que saldríamos por ahí, así que no sospechará nada cuando le diga que se ponga elegante para la ocasión. Créeme, lo tengo todo planeado.

    Martin fulminó a su amigo con la mirada.

    —¿Voy a poder verlo?

    —¿El qué?

    —Pues el anillo, tonto. Supongo que lo llevarás contigo para que no se lo encuentre por accidente.

    Charles le miró ruborizado y no dijo nada.

    —¿Me estás tomando el pelo? —Martin ladeó la cabeza—. ¿Has olvidado comprarle un anillo?

    —Eh... a ver, no se me ha olvidado per se. —Cambió el peso de una pierna a otra—. Pero es que aún no me ha dado tiempo a escoger uno.

    Martin suspiró.

    —De verdad, a los ingenieros no os deberían dejar sueltos por ahí. Anda, Chuck, tómate el lunes libre. Podemos pasarnos por París el domingo por la noche y que Jake nos ayude a encontrar la mejor joyería de la ciudad. No te preocupes, tu novia va a tener el anillo más bonito para que no te rechace directamente cuando descubra que ibas a aparecer con las manos vacías.

    —Gracias...eh, te lo agradezco mucho. —Respiró profundamente—. La verdad es que todo esto de mantener una relación me pone de los nervios. No se me da bien comprender a las mujeres.

    Martin se rio.

    —Comprender a las mujeres es sencillo. Cuando todo va bien, trátalas como debe ser y sé siempre sincero. Cuando va mal, arrástrate de rodillas hasta ellas y acepta la culpa por todo. Confía en mí, te ahorrarás mucho tiempo.

    —Eres demasiado joven para ser tan cínico.

    Martin apartó la mirada.

    —Ojalá fuera así.

    Charles apretó el hombro de Martin.

    —¿Todavía no has sabido nada?

    Martin apartó la mano de su amigo y sacudió la cabeza.

    —Nada.

    —Si te recuerda, no tiene por qué regresar al mismo punto en el tiempo. No pierdas la esperanza.

    —No me tendría esperando a propósito durante ocho meses. No va a volver, Chuck, tengo que aceptarlo... y seguir con mi vida.

    —Eso no es lo que va a pasar —respondió Charles en voz baja—. Nunca te rendirías con alguien a quien quieres.

    —¿Eso es lo que crees?

    —Estoy seguro de ello. Es lo que veía todos los días cuando era yo al que esperabas.

    A Martin le costó tragar saliva.

    —Le echo de menos, Charles.

    —Entonces ten un poco de fe.

    —Ya. —Martin suspiró—. ¿Podemos hablar de otra cosa?

    Charles le dio una palmada en la espalda y se giró hacia la resplandeciente inmensidad de la nave estelar.

    —Están buscando a un capitán ¿sabes? Dejaste el listón muy alto.

    Martin se encogió de hombros.

    —Estoy seguro de que Henry encontrará a alguien más cercano a lo que necesita de lo que yo jamás fui.

    —No, no lo creo.

    Se encontró con la mirada del otro.

    —¿Qué quieres decir?

    —Llevo ocho meses trabajando codo con codo con Henry. Me apuesto una cena contigo a que está retrasando la decisión definitiva con la esperanza de que reconsiderarás la oferta y aceptarás el trabajo.

    —Encabezo una docena de operaciones distintas, todas con el objetivo de construir un sistema defensivo temporal, Chuck. Si no podemos encontrar una forma de protegernos contra gente como Gifford, quizá no podamos hacer nada realmente útil. El futuro se construirá con nuestras decisiones, sean buenas o malas, no con las acciones de un historiados de pacotilla que piensa que puede hacerlo mejor. No puedo intentar evadir esa responsabilidad e irme en busca de aventuras.

    Charles se le quedó mirando, su bello rostro mostraba serenidad.

    —¿Por qué no?

    —¡Porque es mi cometido! —exclamó Martin.

    —Solo porque te lo encargó el almirante O’Dare. ¿Hay alguna otra razón por la que no puedas dejarlo en manos de otro?

    —¡Gifford asesinó a cuarenta y cuatro miembros de mi tripulación! —Martin encogió las manos en un puño al recordarlo—.

    Charles asintió lentamente.

    —Y a Edward.

    —Edward no está muerto.

    —Si no recupera su memoria, es como si lo estuviera. Nunca sabrá lo que sacrificaste para protegerle. Ni él, ni los muertos. —Charles se acercó, mirando a Martin directamente a los ojos—. ¿O tienes miedo de que vuelva a por ti y tengas que estar a la altura de las circunstancias?

    Martin mantuvo la mirada durante unos instantes y, después, sacudió la cabeza.

    —No tengo nada que demostrar, a nadie. —Empezó a retroceder hasta el centro de la nave, hacia el aparcamiento—. Te veo el domingo, Chuck. Encontraremos un buen pedrusco para tu futura prometida. No me hagas esperar en París.

    —Allí estaré.

    Martin siguió andando hasta que se perdió entre la multitud.

    No tengo nada que demostrar, a nadie, Chuck. Ni siquiera a ti.

    Capítulo 2

    París, Eurozona, Tierra

    —Oh, por favor —dijo Martin mientras empujaba las puertas de Seguridad Clandestina—, ¡menudo robo a los Lasers al final del partido.

    —Solo estás molesto porque no tienes a un equipo al que apoyar en la final —dijo Charles mientras pasaba a su lado. Tras el umbral de la puerta, había un amplio vestíbulo dominado por una recepción hecha de caoba—.

    —Bueno, al menos mis muchachos tuvieron una oportunidad. Los Novas podrían haberse quedado cada uno en el sillón de su casa durante toda la temporada, después de que Jeffries fichara por otro equipo.

    —Ni me lo recuerdes —gruñó Charles cuando se acercaron al escritorio.

    Un hombre asiático con un traje azul muy elegante era el encargado de la recepción. Murmuraba a la terminal de vídeo dentro de un campo de privacidad auditivo. Levantó la mirada cuando Marty se acercó e inmediatamente cortó la llamada.

    —Bienvenido a París, capitán Atkins. Su hermano le está esperando. ¿Quiere que le avise de que ha llegado?

    —Sí, por favor. ¿Podemos subir?

    —Por supuesto. El director Atkins está en su oficina del décimo piso. Pueden llegar allí con el ascensor que hay al final del pasillo.

    Martin y Charles atravesaron el pasillo que les condujo a una zona con espaciosas oficinas en las que Jake y Thomas se reunían con sus posibles clientes. Tardaron un momento en llegar hasta el décimo piso. Fuera del ascensor había un recibidor con dos puertas. Una estaba cerrada y tenía una placa de bronce en la que se leía «Thomas Knox, director de operaciones». Martin se dirigió a la segunda, que estaba abierta y tenía otra placa idéntica con las palabras «Jacob Atkins, director de inteligencia» inscritas en ella.

    Jacob estaba sentado detrás de un escritorio de acero y cristal polarizado. Comparaba las lecturas de su tablet con los documentos holográficos que flotaban en el aire frente a él. Sus ojos verdes como el jade se concentraban en el trabajo. Al igual que Marty, llevaba el pelo negro de punta en una serie de mechones desiguales.

    Marty llamó al marco de la puerta.

    —¿Se puede?

    Jacob levantó la mirada de su tablet y sonrió.

    —Ni que pudiera pararte. —Hizo desaparecer las pantallas holográficas y puso su ordenador a un lado. Pasó la mirada de su gemelo a Charles—. ¿Qué hay, Charles? ¿Dónde te has metido estos meses?

    Charles se encogió de hombros.

    —Sobre todo trabajando en la restauración de la Azimuth. La nave sufrió graves daños, pero la mayoría fueron superficiales. Hemos conseguido quitar las abolladuras.

    —Claro. —Jacob se recostó en la silla y entrelazó los dedos detrás de su cabeza—. ¿Qué puedo hacer por vosotros, muchachos? Marty no quería decírmelo.

    Charles exhaló.

    —Necesito un anillo de compromiso.

    Jacob miró un momento a Martin y después volvió a Charles.

    —Vaya ¡enhorabuena! ¿Imagino que Marty te diría que puedo conseguirte un buen descuento?

    —No, que conocerías los mejores lugares para encontrar el anillo

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