Neo Hominum
Por Tristan Valure
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Quizás recuerdan a “Max el Magnífico”, ¿ese animador de programas banales que inundaban el sistema hace más de doscientos años? Está de vuelta, pero esta vez, nada de luces y lentejuelas. Comprado por un misterioso científico que quiere a los retornados, esos viajeros que partieron siglos atrás para colonizar la galaxia, Max deberá enfrentar a un enemigo mucho peor del que huía en el Gemini II. A lo largo de sus aventuras, esta antigua superestrella logrará retomar su destino, pero eso no será suficiente. El desea saber ¿por qué se compra a los retornados en secreto? ¿por qué tienen un precio tan alto en el mercado negro? ¿qué puede hacer este “doctor” con esos desafortunados? Lo que él descubrirá podría desconcertar a toda la galaxia.
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Comentarios para Neo Hominum
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Buena lectura, la historia es interesante y contiene muchas sorpresas. Primer libro de ciencia ficción francesa que leo, y la verdad me divertí mucho con los personajes de principio a fin, sobre todo Max. Recomendado al 100%. MC
Vista previa del libro
Neo Hominum - Tristan Valure
T r i s t a n V a l u r e
*******
Neo
Hominum
Cubierta: Guillaume Ducos
Traducción: Diana Velarde Robles
Tabla de contenidos
Capítulo 1 – El anuncio
Capítulo 2 – El Gemini II
Capítulo 3 – La señal
Capítulo 4 – Mundos Extendidos
Capítulo 5 – Lothan
Capítulo 6 – 10 %
Capítulo 7 – Primaube
Capítulo 8 – Venus Luxuria
Capítulo 9 – La zona rouge
Capítulo 10 – El frigo
Capítulo 11 – Neo Hominum
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Colección Leyendas de Rayhana
(Fantasía)
- La espada y el yunque, 2017.
- La búsqueda de Lya, Tomo 1: El Santuario, 2017.
- Érase una vez, 2017.
- El pueblo de las estrellas, 2019.
- La búsqueda de Lya, Tomo 2: La reina de Salinar, 2019.
Capítulo 1 – El anuncio
––––––––
— Espero por tu bien que esto funcione, si no estamos muertos.
— Escucha, Matt, de cualquier forma, en verdad no tenemos elección. Yo no tengo idea. ¿Cómo podría haberlo sabido? Tu tampoco lo pensaste, del resto... nos quedan seis días para atender la zona y la nave llegará en 7 días. ¡Considerémonos dichosos de haber encontrado a esta chica!
— Valone, creo que tengo suficiente por hacer con...
— ¡Calla! le cortó Valone. Ella llama, asegúrate de causar buena impresión, agrega él antes de presionar el comando del holograma.
Una mujer joven de cabello negro largo y liso aparece ante ellos, como si hubiera estado sentada del otro lado de la mesa. Frente a ella, Matt y Valone se habían colocado los uniformes para intentar darse un aire corporate
para que fuera divertido a decir de Valone. La pasarela de la nave también se había beneficiado de una limpieza profunda para la ocasión.
— Bienvenida a bordo del Damascus, comienza Valone sonriéndole a la joven que observaba discretamente el lugar con sus ojos verde claro.
— Buen día, señores, respondió ella con voz suave, casi infantil. Les agradezco por esta entrevista.
— Encantado, Salila, dijo Matt. Espere a tener el puesto antes de agradecernos, bromea él. Ha superado todas las pruebas con éxito, pero aún no es nuestra nueva ingeniera de sistemas. ¿Conoce bien los contextos y riesgos de esta misión?
— Si, señor, respondió Salila a regañadientes. Partida hoy mismo por treinta días, sin preguntas, sin contacto con el exterior. Acepto estas condiciones sin reparos. Como saben, terminé mi formación y tengo necesidad de un primer puesto para probar mi valor en el terreno. Estoy lista para demostrar mi motivación si me dan la oportunidad.
— Un momento, chica, interrumpe Matt. Esta misión será no oficial ¿Lo has comprendido bien? No se trata de darte una recomendación cualquiera al terminar. Para la empresa no existirás. No habrá ningún rastro en los registros. Oficialmente, ni siquiera estarás a bordo del Damascus.
— Lo sé, respondió Salila. Pero, sin mencionar la remuneración, en verdad necesito ponerme a prueba, ver cuál es mi rol a bordo de una nave concretamente.
— Perfecto. Tendrá nuestra respuesta en dos horas, concluyó Valone antes de cortar la comunicación.
— ¿No estuvo muy corta? Preguntó Matt.
— No lo sé, nunca he tenido una entrevista de trabajo, respondió Valone sonriendo tontamente.
— Tenemos suerte, ésta chiquilla está lista para todo, susurra Matt enderezándose. Encontrar un ingeniero de sistemas disponible en este agujero es un gran milagro.
— Además por cinco mil créditos los treinta días. Pero es algo bueno que nos hayamos topado con una chica amable e inocente, que acaba de terminar su formación. Por el contrario, puede que se sorprenda de su rol a bordo de una nave
, se burló Valone.
**********
Salila llegó a la bahía de anclaje B13 de la estación Foxite - H al final de la tarde. Esta pequeña base espacial fue construida en el sistema FX-83 porque la presencia masiva de iridio se descubrió en su tercer planeta. El planeta que albergaba el metal precioso era tan denso que la gravedad en su superficie necesitaba el uso de materiales pesados y potentes. Indispensable para elaborar cascos de naves que surcaban los vórtices, el descubrimiento de este metal raro en un sistema desató una degeneración de medios para extraerlo, de la misma forma que la locura por el oro en la Tierra en siglos anteriores. Los técnicos e ingenieros que parecían afluir de toda la galaxia construyeron una estación orbital alrededor del planeta. Desafortunadamente para los inversores, luego de decenas de años de extracción intensa, el yacimiento se volvió menos rentable de lo previsto. Se descubrieron otros yacimientos numerosos, en los sistemas con condiciones de extracción mucho más sencillas. El precio del iridio bajó hasta un nivel que permitía apenas continuar la explotación en FX-83. Si la mayor parte de los ingenieros y operarios habían desertado las obras después de eso, la empresa dejaba una delegación en el lugar y un equipo reducido para continuar la extracción. Quizás especulaban sobre el curso del iridio, que ellos esperan ver remontar algún día. Durante la espera, otros métodos, menos costosos, se explotaron en otros planetas del sistema; lo que permitió el regreso de algunas almas a bordo de la estación Foxite – H. La octava instalación de la empresa minera Foxite, se sacó a la esta estación de la órbita del tercer planeta para ubicarla en una zona juzgada como óptima para el conjunto de actividades mineras que debían realizarse en tres planetas diferentes.
Salila era hija de una pareja de ingenieros enviados a Foxite – H, conocida como FH
por sus habitantes, para buscar nuevos yacimientos en el sistema. La vida a bordo de esta estación-vivienda era todo menos emocionante para esta joven que soñaba con la exploración planetaria. Después de un largo curso universitario, su diploma de ingeniero de sistemas por fin le permitiría realizar su sueño: embarcarse a bordo de una nave. Cuando el Damascus llegó a la estación, Salila no pudo evitar aterrizar en la zona de bahías de anclaje. Si las llegadas y las partidas eran raras, aquellas de una nave extranjera eran aún más extrañas. Por una vez, no era una nave carguera desconocida que tenía una parada antes de alcanzar el vórtice, sino un merodeador, una de esas naves construidas para hacer frente a cualquier situación. El género de navío utilizado por los mercenarios o los más afortunados. El anuncio de la tripulación del Damascus de que buscaban un ingeniero de sistemas fue inesperado para la joven.
El interior del Damascus contrastaba con la estación. De construcción relativamente reciente, la nave era luminosa, dotada de tecnologías avanzadas y, sobre todo, ¡era propia! Intimidada, Salila se presentó en la pasarela, acompañada de un miembro de la tripulación que la había descubierto vagando por la puerta de embarque. Valone le dio la bienvenida y le hizo conducir a su cabina, un espacio exiguo que compartía con otro miembro de la tripulación, una mujer un poco habladora llamada Line.
Una hora después, el Damascus soltaba amarras, alejándose lentamente de la estación FH. Instalada detrás de un pupitre de control, ubicado en un anexo pequeño y aislado de la pasarela, Salila observaba varias pantallas con atención. Detrás de ella, otro operario, mucho menos calificado, se pasaba el tiempo discutiendo por el intercomunicador. Una vez que superó la distancia de seguridad alrededor de la estación, el Damascus encendió sus dos enormes propulsores y la nave se lanzó al vacío intersideral. En un instante, la FH dejó de ser visible en las pantallas. Con el corazón agitado, Salila saboreaba este instante en que ella no era más la hija de mineros, exiliada en una sórdida estación, sino la ingeniera de sistemas de un merodeador en ruta a su misión. Pensado en eso, Salila se dijo a si misma que ella no tenía ni idea de lo que habían ido a hacer. Aunque era cierto que su rol se limitaba solo al funcionamiento de la nave, sus empleadores podrían por lo menos haber tenido la decencia de hablarle sobre eso.
Pasaron seis días. Salila tenía problemas para mezclarse con la tripulación, la cual, ella ahora ya estaba enterada, estaba formada por mercenarios. Si no tenían la predisposición de discutir con la recién llegada, todos se ocupaban del gran golpe
próximo. El Damascus se dirigía hacía un punto de encuentro donde tomaría posesión de un cargamento de gran valor. La parte más grande de la nave, la zona de carga se había vaciado completamente para recibir esta preciosa mercancía. Las esperanzas de la ingeniera de sistemas se desvanecieron con el tiempo. Su rol a bordo de una nave reciente se limitaba a observar las pantallas de control y a efectuar verificaciones de rutina. Salila no se había imaginado tener ese tipo de ocupación cuando se embarcó en este camino. Ella también encontraba esto extraño. El Damascus realmente no tenía necesidad de un ingeniero de sistemas. Más tarde, cuando se encontraba en su cabina descansando, una alarma sonora resonó en toda la cubierta de la nave y su brazalete multifunción le indicó que Valone, el segundo al mando, la llamaba. Este le pidió que estuviera lista con su material ligero. Salila fue al taller. Acababa de terminar de armar su equipo, que consistía en un escáner-múltiple, una especie de computadora portátil y algunos otros útiles que servían para separar, desmontar o ensamblar cuando un choque sacudía el Damascus. Un nuevo mensaje de Valone le ordenaba que se presentara inmediatamente en una de las esclusas de la nave. Salila acató la orden, apresurándose al lugar indicado. Ella se sorprendió de encontrar allí una decena de hombres armados esperando frente a la puerta de la esclusa cuya ventana dejaba entrever otra puerta metálica: el Damascus estaba anclado a una nave. Valone llegó un poco después.
— Salila, ponte un traje y abre esa puerta, le ordenó a la joven.
— Basta con...
— No discutas mis ordenes, corta Valone con tono autoritario. Usa un traje y abre.
Poco después vestida con un traje impermeable equipado con una reserva de oxígeno, la ingeniera de sistemas ingresaba en la esclusa con su mochila. Un potente chillido resuena en el espacio exiguo, lo que indicaba una fuga de aire: el anclaje entre las dos naves no era óptimo y la zona se despresurizaba. Después de activar la alimentación de oxígeno de su traje, Salila sacó el escáner múltiple de su mochila y se acercó a la puerta de la otra nave. Sostenía sus cosas que comenzaban a flotar alrededor por la falta de gravedad, luego empieza a pasar los dedos sobre un comando antes de congelarse para expresar su sorpresa.
— ¿Qué te ocurre? Se inquieta Valone por el intercomunicador.
— Esto no es... como sea, quiero decir... no hay nada habitual. La nave no reacciona al protocolo y no veo ninguna interfaz de conexión. Nunca había visto esto antes.
— ¡Encuentra una forma de abrir! Ordena Valone.
Salila gira hacia abajo, deja su escáner múltiple flotar a su lado, y toma un desarmador para extraer una pequeña placa de metal situada cerca de la puerta. Selecciona enseguida los cables de conexión que conecta a una tarjeta electrónica incrustada en la pequeña abertura que acababa de abrir, conectó enseguida su escáner múltiple antes de utilizar el aparato para intentar comprender el funcionamiento del sistema. Después de algunos minutos de intentos fallidos, Salila comenzaba a dudar de que pudiese abrir esa puerta. Eso la desesperaba, iba a arruinar su primera tarea que se salía de lo ordinario.
— ¿Qué pasa? Se impacientó Valone por el intercomunicador.
— Lo siento. Los sistemas embarcados en esta nave son incompatibles. ¡Jamás había visto esto!
— Eso, ya lo sabemos, ya lo dijiste. ¿Tú eres ingeniera de sistemas o cocinera? ¡Abre esa maldita puerta! Grita Valone con un tono enfadado y autoritario.
— La esclusa no está presurizada, debe haber un protocolo de seguridad que impide que la otra puerta funcione en este caso, afirmó Salila con tono desesperado.
— Bien, entiendo. ¡Sal de ahí!
Salila salió de la esclusa bajo las miradas de desprecio de los mercenarios que esperaban subir a bordo de la segunda nave. Valone no tuvo ninguna mirada especial para ella. Mandó buscar con qué parchar la esclusa provisionalmente y una cortadora de plasma para cortar el casco de la nave.
Al salir, Salila observaba al hombre mientras cortaba la cubierta. Se había esparcido espuma expansiva por todo lo largo de la esclusa, lo que hizo desaparecer el chillido. Poco después, se había cortado completamente la puerta recalcitrante. Con los bordes aún rojos por la cortadora de plasma giró sobre si misma lentamente en la esclusa de la otra nave. Los hombres ingresaron inmediatamente, sosteniéndose con firmeza de las manos haciendo olas para avanzar en ese lugar desprovisto de gravedad.
Antes de unirse a los demás, Valone se detuvo a la altura de Salila, permaneció inmóvil. El fijó la mirada severa en los ojos de la joven.
— Tú tienes una cosa más por hacer, una sola: no me vuelvas a decepcionar. Ve, carga tu traje vamos a embarcar.
Salila pasó al interior de la nave, contorsionándose para evitar la voluminosa puerta que flotaba en medio de la esclusa. A bordo de la segunda nave reinaba una oscuridad total. Valone prendió una linterna. La temperatura, aunque más fría que en el Damascus, era soportable. Pasaron por la esclusa para desembocar en un corredor. Algunos diodos solos dispuestos por aquí y por allá indicaban que esa nave aún funcionaba. Valone agarró a Salila del brazo para hacerle continuar. Llegaron a una sala pequeña de donde salían otros tres corredores. Dentro de dos de ellos, las luces de las linternas de los mercenarios que les precedieron resplandecían a lo lejos. El aire tenía un hedor extraño, hecho de una mezcla indescriptible.
— ¡Allí! Exclamó de pronto Valone, jalando del brazo a Salila cuando pasaban frente a algo que parecía una consola de comandos. Enciende las luces.
Salila se acercó a un rincón de la estructura que albergaba una pantalla sobre un teclado de comandos. Una vez más, se encontraba frente a un sistema que no conocía. Nada de lo que había aprendido en su larga formación le permitía comprender esta interfase cuyo origen empezaba a entrever. La disposición de los comandos, las conexiones presentes o incluso los compuestos utilizados para construir ese material la hacían pensar en un gran regreso al pasado: ella estaba frente a una consola de más de un siglo de antigüedad. Ante la mirada impaciente de Valone, Salila consiguió conectar su escáner múltiple a la consola. Después de varias manipulaciones, se encontró frente a la pantalla de inicio del Gemini II, una nave de colonización construida cerca de doscientos años atrás. Salila comenzó a comprender por qué Matt y Valone la necesitaban a ella para esta misión, pero entonces ¿Qué hacían esos mercenarios a bordo? ¿Formaba parte de un equipo de chatarreros sin saberlo?
— ¿y bien? Exclamó Valone, más impaciente que nunca.
— Si, listo, respondió Salila al activar un comando.
Toda la cubierta del Gemini II se iluminó. Aquí y allá, las consolas de comando o los aparatos necesarios para el soporte de vida despertaron después de un sueño de dos siglos.
— Perfecto. Vamos, ven. Esto aún no termina, dijo Valone con una voz casi tranquila.
Salila tuvo apenas tiempo para recoger sus cosas. Por su intercomunicador, Valone acababa de tener la confirmación de que sus hombres habían encontrado la carga tan esperada. Se apresuraron por un corredor largo para desembocar en una zona enorme que contenía numerosas ventanas. Desde allí, Salila pudo por fin apreciar una parte de la nave por la que deambulaban. A todo lo largo, daba vuelta sobre sí misma, como todas las naves equipadas con ese tipo de generadores de gravedad. Del otro lado, una abertura en el muro permitía alcanzar la segunda parte del Gemini II mediante un largo pasaje.
— Pasaremos por el tubo, dijo Valone. Pon atención y sígueme.
Valone tomó uno de los mosquetones presentes a un lado del tubo de metal apenas iluminado. Se apoyó sobre un comando e hizo fuerza para que un sistema mecánico libere el mosquetón. Salila hizo lo mismo y volvió a su curso por el largo túnel sin gravedad. Se dirigían a la parte frontal de la nave, una zona probablemente menos expuesta a las radiaciones del reactor de fusión. La mayor parte de las naves grandes de esa época se alargaban así para alejar la zona de vida del sistema de propulsión. Del otro lado del tubo, un panel indicaba el retorno de la gravedad al mismo tiempo que el sistema de retención del mosquetón se ralentizaba. Al acercarse al final del tubo, Salila observaba la sala que giraba sobre ella misma lentamente. Valone dispuso sus piernas sobre el suelo, después de caer bruscamente sobre la base metálica mientras salía del túnel. Salila lo imitó antes de dar una ojeada a los alrededores. Se encontraban en una especie de vestuario. El contorno de la sala estaba equipado con pequeños armarios de material compuesto. Salila no tuvo tiempo de ir a dar una ojeada, sin decir nada Valone le tomó del brazo una vez más para llevarla más adentro de la nave. Atravesaron un corredor, pasaron por otra sala con múltiples pantallas y escritorios antes de por fin llegar a una sala grande con baja iluminación y donde se encontraban decenas de capsulas criogénicas. Estaban dispuestas una al lado de la otra, en dos columnas separadas por un corredor, esas máquinas permitían a sus ocupantes entrar en un estado letárgico durante el cual sus cuerpos no estaban sometidos al desgaste del tiempo. Esos sarcófagos de plástico y metal no dejaban ver nada de su contenido, sólo la pequeña pantalla de control dispuesta debajo de cada uno. La identidad de la persona que se encontraba allí, así como el registro de sus signos vitales. Todos los mercenarios se habían reunido en esa sala. Algunos examinaban las capsulas, otros discutían, esperando probablemente la llegada de Valone. Uno de ellos, pequeño y flaco, se acercó a Valone con paso rápido.
— Son cincuenta y cinco. Seis se malograron, pero las cuarenta y nueve restantes están operativas.
— Perfecto, exclamó Valone con gran satisfacción.
— No termina aquí, hay otras tres salas idénticas repartidas por los otros puntos. En total, tenemos ciento noventa y seis sobrevivientes. De acuerdo con lo previsto, están selladas. Por nuestro lado, estamos listos.
— Gracias, hicieron un buen trabajo, respondió Valone antes de voltear hacia Salila.
— Salila, escúchame bien, comenzó a decir con un tono serio y autoritario otra vez. Ciento noventa y seis personas están en estasis criogénica en la nave, partieron hace 2 siglos y el sistema no los despertará hasta que lleguen a su destino. El problema es que su destino durante ese tiempo fue colonizado y, por lo tanto, su viaje ahora es inútil. Tú debes forzar el sistema para iniciar el proceso de reanimación. Una sala tras otra.
— Está bien, pero por qué...
— Recuerda, Salila: sin preguntas. Tómate el tiempo que necesites para asegurarte de no poner en ningún riesgo a esta gente, y cuando estés lista, me avisas. Reanimamos una sala y luego, una vez que nos hayamos encargado de esos sobrevivientes, reanimamos la segunda sala, y así sucesivamente. ¿Está claro?