La habitación oscura
Por Víctor Conde
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La habitación oscura - Víctor Conde
La habitación oscura
Copyright © 2009, 2021 Víctor Conde and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726831849
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Dam Laivana llegó a la cámara de reflejos cruzando un arco de porcelana. Las imágenes talladas en él giraron sus bellas cabezas para observarle, pero se abstuvieron de hacer ningún comentario. Cruzando miradas divertidas como si compartieran una broma secreta, las ninfas escondieron sus vergüenzas ante la perpleja expresión del administrativo.
La cámara de reflejos era un recinto amplio y casi vacío, construido enteramente en campos de fuerza que tamizaban la luz del ocaso en reflejos tornasolados. Solo otra puerta contigua rompía la simetría de sus contrafuertes energéticos. Una pared estaba dedicada por entero a sostener una balconada de sólida piedra que daba al mar, y más allá, al temprano atardecer de Mitra, con su sol escondiéndose no tras el horizonte, sino tras la silueta del planeta madre que asomaba entre ambos.
Dam se acercó al centro pisando con timidez, y esperó con las manos en los bolsillos. Para un hombre como él, que nunca había abandonado su planeta natal, Delos, viajar hasta la sede de las Hermanas Bizantynas era toda una experiencia. La majestuosa armonía de atavismos que desprendían aquellas piedras transmitía a la perfección la imagen que a las estudiosas les gustaba dar de sí mismas. Como profano en los asuntos de las logias, Dam Laivana prefería asombrarse y no opinar.
Cauteloso, se acercó a una escultura de luz que conformaba el único elemento de mobiliario. Era un holograma rotatorio y excéntrico, con la propiedad de recordarle algo muy familiar. Parecía un átomo tejido con órbitas iluminadas con electrones, pero de contornos quebrados, parecidos al trazado de circunvoluciones de un cerebro. Solo había una mancha que alteraba la simetría del conjunto, un punto negro que orbitaba lejos del eje.
El comité de bienvenida de las bizantynas le hizo esperar cinco minutos. Un grupo de seis mujeres vestidas con atuendos hechos de circuitos escoltaba ceremonialmente, guardando silencio, a una mujer altiva y majestuosa de unos cincuenta años, de dedos largos y marfileños. Sus ojos centellearon a través de la habitación, congelando sus modales y su estúpida sonrisa de administrativo como una descortesía fuera de lugar.
Dam tragó saliva, preguntándose por enésima vez qué demonios hacía allí.
—Lamento haberle hecho esperar tanto —se excusó la mujer, tendiéndole una mano resistente como el mármol. Dam la estrechó.
—No se preocupe, acabo de bajar de la lanzadera enlace. Esto... —Tosió levemente, sintiendo cómo sus mejillas enrojecían—. Lamento el pequeño incidente con el parqué de la nave. Yo...
La madre regidora Elizabetha Moriani rio con una suave voz de contralto.
—Le da demasiada importancia. Hay mucha gente que detesta volar. A mí me produce mareos de vez en cuando.
—¿Sí? —exclamó el hombre, aliviado. La azafata de vuelo había adivinado por su físico anodino y complexión débil, propias del más estereotipado oficinista delgaducho y feo, que el viaje a través de las capas altas de la atmósfera traería problemas. Y no se equivocaba: Dam no era un hombre de acción. Tal vez la excitación de los días posteriores a su convocatoria en Mitra, segunda luna de Delos y sede oficial de la logia, desembocó en las terribles arcadas que sufrió al despegar y que habían acabado con un charco de vómito en medio del pasillo.
—¿Qué es esto? —Dam se interesó por la escultura, tratando de cambiar educadamente de tema. La madre regidora paseó su mirada por el complejo friso de reflejos.
—Ahora iba a hablarle de ello, pero antes, unas precisiones: ¿cuál de las organizaciones entró en contacto con usted? ¿El ejército, nuestro comité de seguridad, alguna otra de las logias...?
—Fue Sanidad. Me urgieron a venir inmediatamente tras unos test de rutina que pasé en la empresa donde trabajo. Pero nadie ha querido explicarme de qué se trata. —El hombre torció el labio, recordando las horas de comentarios amables y órdenes confusas—. Solo dijeron que lo entendería cuando llegara.
Las mujeres que acompañaban a Moriani alzaron sus rostros, perdidas en los laberintos de sus mentes. Iconos virtuales de control flotaban alrededor de sus trajes como satélites de brillantes colores, manteniéndolas en perpetuo contacto con los informes horarios de todas las ramas de la Orden.
—Suelen ser bastante rudos, en efecto; por eso preferimos hacer nosotras mismas el trabajo. Esto —dijo Moriani, señalando la escultura— es un esquema frenológico inducido.
—¿Un… qué?
—¿Sabe lo que es la frenología, señor Laivana? ¿No? Se trata de una ciencia popularizada hace miles de años, en la Tierra, antes del desarrollo de la