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La nave maldita
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Libro electrónico75 páginas1 hora

La nave maldita

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Aquella nave estaba abandonada en el espacio, pero había algo dentro. Algo terrible.

IdiomaEspañol
EditorialLem Ryan
Fecha de lanzamiento23 oct 2015
ISBN9781311758224
La nave maldita

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    La nave maldita - Lem Ryan

    CAPITULO PRIMERO

    Drax miró hacia las estrellas a través de una de las ventanas de su alojamiento en la nave. Parecía tan tranquilo todo... Sin embargo, él sabía que no era así, que en aquella aparente calma que sugería el siempre silencioso y frío espacio se ocultaba una realidad que estaba desgarrando galaxias enteras, destruyendo mundos y poniendo en jaque a la Federación. Tal vez ahora mismo, encubierto por el brillo de aquellas mismas estrellas, el enemigo podía estar acechándoles.

    El enemigo... Al pensar en ellos no pudo evitar un estremecimiento. A lo largo de los últimos años se había enfrentado varias veces a aquellos esquivos y misteriosos seres que habían llegado un buen día, tal vez desde remotos confines, para sembrar el terror, y a pesar de eso apenas sabía nada de ellos. Nadie sabía nada, sólo que aparecían de repente, destruían todo lo que encontraban a su paso y volvían a desvanecerse con la misma facilidad. Les habían puesto el nombre de Dull—Zacx, que en el idioma de la Federación significaba invasor, por llamarlos de alguna manera.

    Drax sabía que en cualquier momento podían ser atacados. Era el comandante de Xolter, una macro—nave de combate con forma lenticular, del tamaño de un pequeño planeta y que parecía una ciudad majestuosa flotando en el Éter. Sacudió la cabeza. Era un soldado, pero no le gustaba la guerra. Más bien la odiaba con toda la fuerza con que era capaz. Sin embargo, no había más remedio que luchar contra los monstruos sin rostro que asesinaron sin piedad a tantos hombres, tantos semejantes suyos.

    Se dirigió a la puerta, con paso firme, y ésta se abrió sola, deslizándose hacia un lado para formar parte de la pared lateral, tras la orden mental que Drax diese al Computador Central. Atravesó el umbral. Ante él se extendía un desierto corredor con paredes que despedían un suave fulgor que lo iluminaba todo. Comenzó a caminar a través de él, dispuesto a llegar hasta el centro neurálgico de la nave para averiguar la situación a bordo.

    Fue entonces cuando una sección de la dorada banda de metal que se ceñía a su muñeca se tornó roja, produciendo el lógico sobresalto que trae consigo saber el significado oculto tras ese hecho. Lo que sólo un momento antes había temido se hacía realidad. Un peligro se cernía sobre la nave.

    Multitud de preguntas surgieron al mismo tiempo en su mente. Y la única respuesta a todas ellas sólo podía ser una: Dull—Zacx. Ellos eran, sin duda, los causantes del peligro detectado. Tocó con ambas manos su cinturón. Un brillo cegador envolvió su cuerpo y, en un instante, hizo lo que hubiera tardado en hacer con medios físicos en varios minutos. Cuando el brillo desapareció, estaba en el Centro de Control. A su alrededor, en aquella enorme cámara llena de pantallas y complicados aparatos, centro de mando de la nave, había gran agitación.

    Una bella mujer de oscuros cabellos, tan negros como los mismísimos espacios, que contrastaban con sus rasgados ojos azules y el dorado uniforme que enfundaba su cuerpo, se acercó a él. Drax la conocía bien. No en vano habían pasado ciclos enteros juntos, compartiendo el mando de aquella nave.

    —Zaia, ¿qué sucede? —preguntó.

    —Unos cazas de combate Dull—Zacx se dirigen hacia nosotros —contestó la axorita, agitada—. Son cinco y están a unos seis parsecs.

    —Suficiente distancia como para poder desintegrarlos en pleno espacio.

    —¿Doy la orden?

    —No —negó, tras meditar unos momentos—. No representan una amenaza para nosotros. ¿Seguro que sólo hay cinco cazas? ¿No habrá algún destructor preparándonos una emboscada?

    —Si es así, no está al alcance de los sensores. Sería mejor destruirlos, en lugar de correr riesgos.

    —Ésta puede ser la oportunidad que llevamos tanto tiempo esperando. Si de verdad esas naves no son la escolta de un destructor podríamos intentar la captura de alguna de ellas —argumentó el comandante.

    —He de admitir que es una posibilidad tentadora.

    —En ese caso y ya que tengo tu aprobación, saldré a capturar vivo por lo menos a uno de ellos.

    Zaia le miró con sus rasgados ojos muy abiertos.

    —Eso me parece una temeridad. ¿Por qué debes salir tú?

    —Me corroe la curiosidad —se encogió de hombros— y quisiera ser el primero en ver a nuestros desconocidos enemigos.

    —Es demasiado peligroso —continuó Zaia, tozuda. Le sublevaba pensar que podía perder a Drax y el oculto amor que sentía por él con tan arriesgada acción.

    —Si algo malo pasara, Xolter tendría un nuevo comandante —sonrió Drax.

    —Prefiero continuar a tus órdenes toda la vida.

    El oculto sentido de aquella frase pasó desapercibido a Drax, que, sin añadir una palabra más y tras poner las manos en el cinturón, desapareció con un centelleo súbito, tele—transportado. Volvió a aparecer, reintegrado, en el hangar, dentro de un caza ovoide. Se sentó en el cómodo sillón, ante la pantalla del caza, y su mente entró en contacto con la Computadora Central. Una orden telepática hizo que éste abriese las puertas del

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