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Si eso de ahí es un Dragón, ¿Dónde diablos está la Mazmorra?
Si eso de ahí es un Dragón, ¿Dónde diablos está la Mazmorra?
Si eso de ahí es un Dragón, ¿Dónde diablos está la Mazmorra?
Libro electrónico76 páginas1 hora

Si eso de ahí es un Dragón, ¿Dónde diablos está la Mazmorra?

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Un hechizo ha fallado y la universidad de magia despierta más solitaria y silenciosa de lo que sería recomendable para un lugar en el que se experimenta con las fuerzas arcanas a diario. Tres magos que apenas recuerdan como se hacen las cosas de magos serán los únicos capaces de salvar a la universidad de una más que probable catástrofe. No cabe duda de que la magia tiene sentido del humor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 nov 2014
ISBN9781311586636
Si eso de ahí es un Dragón, ¿Dónde diablos está la Mazmorra?
Autor

Oscar Fernández, Sr

23 Años. Escritor, desgraciadamente. También guionista y ocasional locutor. Me gusta la política. Cofundador de @SuzakuSeken.

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    Si eso de ahí es un Dragón, ¿Dónde diablos está la Mazmorra? - Oscar Fernández, Sr

    I

    Un humeante fuego teñido de verde ardía sin consumir lo que envolvía. Aquella habitación con dos entradas opuestas entre sí era excesivamente grande para cualquier propósito menos, tal vez, evitar que la experimentación con las caóticas y distantes fuerzas mágicas se llevasen por delante más de lo debido, sólo lo justo. Esa era, precisamente, una de tantas situaciones que podían darse. Pero no la única. No hacía demasiado tiempo, un número nada desdeñable de estudiantes arcanos poco aventajados buscaron más allá de lo que podían abarcar con sus varitas y cetros, con obvias y nefastas consecuencias. Tal vez era el sino a sufrir por ajenos y conocidos con las reglas, en ocasiones demasiado laxas, de la universidad de magos más prestigiosa de aquel lado de las montañas de Kylaverne.

    En el suelo había tendidas tres personas demasiado ennegrecidas por el hollín como para distinguirlas entre sí. Iban ataviadas con túnicas que no hacía demasiado tiempo habían mostrado elocuentes y vivaces colores que eran capaces de dañar la vista de los más sensibles. Era una de las maneras en la que los magos hacían gala para hacerse notar. Como si lo necesitaran. Pero sin duda el método más eficaz, aunque parecía que para algunos era hasta un insulto el tener que

    recurrir a ello, era la simple convocación de magia. Un mago debía hacerse notar a primera vista, sin necesidad de que éste elaborase truco alguno. La magia casi parecía secundaria.

    Fue el más centrado el que se elevó primero, levantando el cuerpo sin mover las piernas, pareciéndose a las horribles representaciones de vampiros chupasangre de las que hacían gala en teatros y libros de poco rigor paranormalista. Sólo le hubiese faltado el tener también las manos cruzadas sobre el pecho. Su túnica de mago había sido reducida a nada más que jirones chamuscados, al igual que lo que seguro había sido, antes de la más que evidente explosión, una barba enmarañada y densa de la que sólo quedaban unos pocos pelos aquí y allá entre unos clareados como lagunas. Pero no lo único ausente, incluso la cejas le habían desaparecido.

    —Diablos —comentó para sí mismo.

    No demasiado lejos de él, a sólo media docena de pasos en realidad, un par de humeantes zapatillas casi del todo reducidas a carbón, yacían sin dueño cerca de lo que había sido un enorme círculo de magia con innumerables fórmulas encantadas repartidas por todo su alrededor e interior. Runas, triángulos y otras formas geométricas completaban el dibujo de una forma extremadamente perfeccionista. Era seguro que el hechizo que se había desatado de él tenía una buena magnitud, pero el mago era incapaz de recordar algo sobre nada. Aquello no era bueno en absoluto.

    Seguramente heredado de la manía de clasificar y ordenar todo lo existente, así como de tratar de aprender siempre más de lo recomendable para así superponerse a los que debían ser sus compañeros, los magos tenían un sistema de jerarquías tan rimbombante como efectivo. El nombre de cada cual iba acompañado de un rango y un grupo bastante concreto. Cuanto más largo, enrevesado o, por qué no decirlo, poderoso era y sonaba el nombre, rango y logia del mago, mayor respeto se le procesaba. Los menos próximos a las artes arcanas alcanzaban a decir que de la magia nunca surgía nada bueno, pero aquellos que se dedicaban a su estudio indicaban que la magia no era en absoluto mala o peligrosa per se... sólo complicada. Los magos sí que eran objetivamente peligrosos y no eran pocas las desventuras poco deseadas las que desencadenaban. Tal vez por eso las universidades más grandes estaban deliberadamente alejadas de las poblaciones.

    La figura de más a la derecha tensó los músculos y gimió como lo hacían algunos a la mañana siguiente de haber utilizado las marmitas para elaborar pociones para crear bebidas espirituosas en su lugar. Se trataba de una mujer cuyo cabello había quedado tan empañado de negro, que no se podía apreciar en absoluto su color rojo intenso cambiado mágicamente. Una práctica que ganaba adeptas con cada generación de alumnas, y también de algunos alumnos. Entre los hombres era habitual el dejar crecer largas y pobladas barbas que en ocasiones llegaban a importar más que los conocimientos y la sabiduría a la hora de imponer respeto y presencia. Pobre de aquel que no fuese suficientemente barbudo, aunque por suerte siempre se podía hacer crecer una barba mágicamente, que para algo eran arcanistas. Si se trataba de mujeres, la cosa cambiaba un poco. Ellas preferían engalanar sus túnicas y ropajes con la mayor cantidad de abalorios, brillantes y decoraciones en la medida de que pudiesen enardecer la belleza y la ostentosidad.

    El traje igual de chamuscado de aquella mujer presentaba vestigios de algunas decoraciones que no habían sido pasto de las llamas, pero incluso así habían quedado en un aspecto deleznable que afeaba más que ayudaba. La mujer presentaba una buena figura, conservada seguramente por una corta edad. No tardó en mirar a su alrededor para observar el caos que la rodeaba. La habitación seguramente había estado más recargada de lo que se dejaba ver entonces, los magos tendían a usar cualquier cosa que valiese para amueblar y decorar paredes. Todo menos un hueco de pared desnuda.

    —¿Y tú quién eres? —preguntó el hombre mientras trataba de estirar los músculos de forma poco rigurosa.

    —¿Yo? —dijo vacilante, ya que ella tampoco recordaba nada de quién era o de cómo habían acabado en esa peliaguda situación. Más le valía pensar deprisa—. Mi nombre

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