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Piscis de Zhintra: pansexualactic
Piscis de Zhintra: pansexualactic
Piscis de Zhintra: pansexualactic
Libro electrónico209 páginas3 horas

Piscis de Zhintra: pansexualactic

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Nuestra querida Piscis de Zhintra regresa a las andadas en una nueva entrega llena de aventuras, disparos, viajes siderales, batallas espaciales y una pizca de sexo. Un sentido y honesto homenaje a la ciencia ficción pulpera de los años cincuenta y sesenta en la mejor línea de The Expanse y Star Trek que los aficionados al género no pueden perderse.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento22 jul 2022
ISBN9788728386484
Piscis de Zhintra: pansexualactic

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    Piscis de Zhintra - Víctor Conde

    Piscis de Zhintra: pansexualactic

    Copyright © 2022, 2022 Víctor Conde and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728386484

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    Para los que, como yo, aplican la definición

    de «ciencia ficción pulp» a la Cf de cascos de burbuja

    y pistolas de rayos con forma de resistencias de lavadora.

    0 – FLOTANDO EN LA NADA

    Hay días en los que el universo apesta.

    Sí, ya sé que no es una manera muy agradable de empezar, pero he descubierto que es la opinión que tienes sobre tu existencia cuando acabas de escaparte por los pelos de una caterva de piratas de Rezumy-2, colándote a través de un nexo hipercausal de doble ventana, y tu nave se estropea al salir por el otro lado. Y te quedas flotando en el espacio justo en mitad de ningún sitio, sin posibilidad de enviar señales de socorro para que te rescaten, no vaya a ser que tus enemigos te oigan y vengan a hacerte prisionera.

    Os reiríais si me vieseis ahora, tumbada boca arriba en un tubo de mantenimiento de la sala de máquinas, manchada de aceite y otras sustancias pringosas, intentando descubrir por qué mis maravillosos motores Kerambeón no funcionan. No suelen estropearse nunca, son una maravilla tecnológica sin parangón en este universo, así que la causa tiene que ser otra… o eso espero, porque como se me haya chafado algún impulsor, ni vendiendo toda la nave iba a conseguir la cantidad de kúbits necesaria para el taller. Qué vida esta, la de una corsaria espacial. Una desearía que fuese todo vino y rosas y noches románticas en mundos inexplorados contemplando atardeceres en un clúster de soles. Pero no.

    Para colmo, Peluche no deja de molestar. Se me pasea por encima de las piernas, se me sube a la barriga para que la rasque… y para rascar gatos estoy yo ahora. Trato de imaginar cómo se verá mi elegante nave, Aquario, vista desde fuera por cualquiera que pase: una pinaza de sesenta metros de eslora que se abre como una flor a partir de su morro puntiagudo, para desplegar hacia atrás sus pétalos hasta conformar dos planos de alas perpendiculares. Todo en esta nave fue diseñado para la elegancia, todo en ella es equilibrio, arte, molonidad. El puente de mando es una burbuja forrada de terciopelo y con una mullida alfombra que se traga tus pies cuando caminas por ella. Hasta los colores del casco, rosado y crema suave, estimulan la liberación de endorfinas en quienes lo contemplan por primera vez. No es una nave sino el manifiesto de un artista desconocido.

    Pero ahora, esta obra de arte está rota. Y yo estoy en su interior disfrazada de mecánica y manchándome mi precioso pelo rubio de grasa. Me llamo Piscis. Piscis de Zhintra, y si alguna vez he necesitado un milagro que me sacara de algún apuro, es ahora.

    Es entonces, cuando estoy pensando en cosas tan metafísicas como por qué los destornilladores de punta de estrella no sirven para tornillos planos, cuando suena una alarma. La de proximidad, esa de los trinos de pajarito, tan mona ella. Advierte que un objeto se está acercando a mi nave en trayectoria de colisión. Así que salgo del mugriento túnel de mantenimiento y con mi gata en brazos subo corriendo al puente, a ver qué rayos pasa. ¿Me habrán encontrado esos malnacidos de los rezumyos? Si es así, venderé cara mi permanente.

    El orbe central de datos está iluminado como una verbena. La estatua que representa una sílfide entre cuyos brazos abiertos se genera el visor me permite ver lo que hay en el mundo exterior. ¡En efecto, algo se acerca a mi nave, y es enorme! Tiene por lo menos un kilómetro de eslora, lo que hace que en comparación a Aquario sea un auténtico leviatán. Como está casi encima de mí, tengo que activar la visión del plenópticon, que es como la del teleópticon pero con un gran angular y más letras.

     ¿Otra nave? Desde luego, artificial sí que parece, pues el diagrama que me muestran mis sensores es el de una esfera verde plagada de lucecitas que podrían ser hileras de ventanas. Pero lo más chocante no es eso, sino que esa esfera parece tener adosadas dos estructuras con forma de titánicas máscaras de teatro, una representando a un humano que sonríe, la opuesta a otro que llora. Es como si la nave fuera un homenaje al arte de Thespys, un teatro autopropulsado con capacidad para miles de espectadores. Su sombra me cubre, amenazadora…

    Siempre me gustó el teatro, lo reconozco. Incluso hice mis pinitos como actriz allá en Zhintra, cuando era una esclava sexual, aunque nunca me nominaron a ningún premio. Pero jamás pensé que acabaría siendo fagocitada por un teatro orbital gigante de aviesas intenciones.

    Como mis motores no funcionan, y tengo que darme con un canto en los dientes simplemente por seguir teniendo soporte vital y gravedad, no puedo hacer otra cosa más que quedarme quieta mientras esa cosa llega hasta mi nave, y se la traga a través de la boca de la cara triste, que parece ser la entrada a un hangar. Su garganta me conduce hasta un espacio en el que hay posadas otras naves de diferentes tamaños y diseños: veo un calamar minero de los que usan ciertas compañías asteroidales; un transporte frigorífico para pasajeros en estado de congelación; una nave-zoo preparada para albergar hasta cuatro hábitats alienígenas distintos, e incluso un yate afilado como una réplica bien pensada y salido, igual que mi nave, del deseo sexual insatisfecho de un artista.

    Entre todas ellas se posa Aquario, remolcada con delicadeza por un rayo tractor. Y ahí me quedo, a la expectativa, sin que nada más suceda durante un rato. «Miao», opina mi gata. Aprovecho para cambiarme de ropa, pues si mis anfitriones van a aparecer en cualquier momento prefiero estar presentable. Paso por el baño, donde pongo el dial de la ducha en tsunami-exprés —me suelta un huracán de agua, jabón y secado sónico que dura quince segundos y me deja mareada y con el pelo que parezco la prima loca de una pelusa angariana—, y me visto con un uniforme que es a la vez traje de vacío y conjunto de fiesta. Deja mi pecho izquierdo a la vista detrás de una cúpula transparente, pero no me importa: siempre pensé que esos detalles picantes en mi indumentaria formaban parte de la magia de mi mundo.

    Una vez estoy aseada y maquillada —¿hay alguien en este universo que no se maquille antes de ponerse el casco espacial?— espero mi momento para salir como una diosa de la nave, hermosa y despampanante. Pero los minutos pasan y no viene nadie a recibirme. Es muy extraño, pues, ¿quién se molestaría en tragarme si luego ni se molesta en digerirme? Y eso que soy muy apetitosa. Algunas teorías descabelladas empiezan a circular por mi cabeza: ¿acaso esta doble cara de teatro no es más que un gigantesco recolector cósmico, que se zampa todo lo que encuentra para conseguirse un público?

    —Muy bien, si eso es lo que queréis… —Abro los canales de radio—. ¿Hola? Me llamo Piscis de Zhintra, soy una comerciante sindicada. Esta es mi nave estelar Aquario, que ahora mismo se halla en situación de emergencia. ¿Con quién tengo el placer de hablar?

    Sigue sin haber respuesta, cosa que me escama. Si hay algo que me ha permitido permanecer viva tras todas mis aventuras es mi sexto sentido, que, muy afinado él, me avisa cuando hay algo que no funciona bien. Ahora, ese sentido está cosquilleando en mi nuca, así que abro el armario de las armas —un aparador neoclásico que se encuentra al lado del minibar, otro elemento que no puede faltar en ningún puente de mando que se precie— y escojo una carabina láser de dulceprotones y una pistola de bolsillo. Ambas a juego con mi traje espacial. También elijo un par de adminículos a los que una chica que trabaje en el espacio jamás debería renunciar, como una pulsera baliza que se puede transformar en un robot autónomo, y un clicclackmisor. Así pertrechada, me dispongo a salir de la nave y encontrarme con lo que sea que me esté esperando.

    Este universo lleno de misterios en el que vivo tiene una peculiaridad que no para de sorprenderme, y es su insólita capacidad para sacarse algo completamente nuevo e inesperado de la manga en cuanto doblo una esquina, o circundo alguna estrella. En mis viajes he visto de todo, literalmente, y en teoría ya nada debería sorprenderme… pero me alegra que siga siendo así. Porque si algún día dejara de embobarme ante las maravillas del cosmos, ¿de qué serviría vivir?

    Ojalá mi amiga Destiny estuviera aquí para acompañarme, deseé. A pesar de sus rudos modales y su nulo sentido de la femineidad, es una buena compañera, y me ha sacado las castañas del fuego en unas cuantas ocasiones. Pero sea donde sea que se halle ahora, seguro que estará mucho más tranquila que yo…

    Primera Parte:

    RETORNO A MARMOLIA

    1 – DE CABEZA EN LA TRAMPA

    No lo supe hasta más tarde, pero mientras pensaba en esas cosas, Destiny estaba metiéndose en problemas, como hacía siempre. Después me enteré de todo porque ella me lo contó, pero déjenme asumir por unos momentos el rol de narrador de esta historia para contarles lo que estaba haciendo mi amiga a trescientos pársecs de distancia, justo cuando a mí se me tragaba aquella nave tan teatral. Y abróchense los cinturones, porque lo que voy a relatarles es de aúpa.

    La nave-tanque de mi amiga es, en su diseño y propósito, lo más alejado a Aquario que pudiera haber en este universo. Aunque lo mismo se puede decir con respecto a nosotras dos, pues si bien yo me enorgullezco de tener un cuerpo artificial pero precioso de mujer alta, bella y escultural, y un rostro que daría envidia a la mismísima Afrodita, mi amiga no tuvo tanta suerte. Es bajita, robusta y rotunda como corresponde a una guerrera, una chica nacida para combatir en lugar de para amar. El único atributo de su cuerpo que los hombres envidian más que los míos son sus pechos, generosos a más no poder, y que yo he disfrutado en múltiples ocasiones cuando Destiny y yo nos quedamos a solas en esas largas noches del espacio, sin nada mejor que hacer que buscar el calor mutuo bajo sábanas de seda. Ella, con su pelo corto y negro y su mandíbula cuadrada y poco femenina, parece un perro mastín a mi lado, pero tiene un gran corazón y un sentido de la lealtad a prueba de bomba. Es una gran mujer.

    Su nave no tiene nombre —en realidad le ha puesto varios a lo largo de los años, pero luego se los ha quitado porque ninguno acababa de gustarle—, y para ella es simplemente su preciosa nave-tanque… aunque de preciosa tiene lo que yo de lagarto de las cuevas. Es un bloque lleno de aristas montado en un par de cohetes, con pinta de carro blindado fugado de alguna guerra, al que le sale por delante un cañón de partículas tan amenazador como imposible de ocultar. Destiny está muy orgullosa de su nave, con la que ha vaporizado a más de un batallón de piratas siderales y monstruos de toda índole, pero me da vergüenza que aterrice junto a Aquario en los diques secos, la verdad.

    Bueno, la cosa es que Destiny tiene ese rasgo grabado en los genes de que no puede evitar meterse en líos una y otra vez, lo quiera o no, unas veces por su culpa y otras por la de terceros. Y mientras estoy bajando la rampa para empezar a explorar la fortaleza thespiana, tenéis que imaginarla a ella en mitad de un combate espacial que tiene como protagonista a su nave-tanque, que ha recibido serios impactos, y en el otro bando a un escuadrón de platillos volantes robot de la Mecanomancia Idarita.

    —¡Están ganando terreno, tienes que sacártelos de encima! —grita de modo histérico el hombre que está agarrado como una garrapata al sillón de la piloto. Es un chico joven, de unos veinte años, con pinta de monje de una de esas religiones del borde de la galaxia, cuyo atuendo parece una mezcla entre toga de ermitaño y el llamativo atuendo de un vendedor de esclavos. La toga es de un diluido gris tamizado de pardo, pero cuando se pone de pie delante de las consolas trufadas de lucecitas, crea un efecto de particular riqueza contra los diodos, las palancas de metal y los resaltes cromados. Lo más llamativo en su persona es la placa de cobre que le cubre media cara, como si estuviera ahí para disimular una deformidad horrible, pero sobre ella volveré más tarde.

    Destiny nota cómo el monje le clava las uñas en el hombro, y se lo sacude de encima.

    —¡Cállate y siéntate, me estás molestando! —le ordena con su voz de «Te quedan menos de dos segundos para que te lance por la esclusa, guapo»—. No podemos correr más que ellos, sus naves son veloces. Tendremos que probar métodos más… expeditivos.

    Esa frase hace que el hombre pierda color en las mejillas.

    —¿A qué te refieres por más expeditivos?

    —¡A esto! —Destiny empuja las palancas para que la nave ejecute un picado con respecto a su propio horizonte artificial, lanzando al monje contra una de las mamparas y dejándole un hematoma de recuerdo. Un tirabuzón invertido hacia abajo, luego un ascenso por el lado contrario de la hipérbole y ya tiene encarados de frente a los platillos robot. Aparecen en el visor de puntería de la piloto, la cual, con una sonrisa demente, fija en el más cercano su punto de mira—. A ver si tenéis narices para aguantar una descarga de negapartículas recalentadas hasta el estado de sublimación desfasoide…

    …Lo que, en términos de artillería naval, viene a significar algo así como que del cañón sale una tormenta vectorizada de cuantos de alta energía que hacen cosas horribles y desprovistas de sonido —porque estamos en el vacío del espacio y no en una película de Marmolia— con la materia que encuentran en su trayectoria. No suele ser agradable, ni bonito. Pero a Destiny le encanta. Forma parte de su personalidad, algo psicótica y propensa a romper cosas que no le pertenecen.

    El cañón suelta un escupitajo con forma de lágrima hecho de energías que la gente con dos dedos de frente y un mínimo de sentido común no debería estar manipulando. Ese escupitajo golpea el platillo volante y lo reduce a un estado de la materia que no se tenía como honorable ni siquiera en las primeras épocas del cosmos. Pero no se detiene ahí, sino que continúa su viaje a través del vacío y roza de refilón a una segunda nave enemiga, lo suficiente para dejarla fuera de combate, porque le derrite la mitad del disco. Las otras naves supervivientes, tres, se reagrupan.

    —¡Estás loca, Destiny! —aúlla el monje, arrastrándose a la silla con cinturones de seguridad más próxima. Le sangra un lado de la cabeza—. ¡Lo predije cuando te contrató el monasterio para hacerme de guardaespaldas! ¡Nunca debí aceptar el trato!

    —Tampoco es que tuvieras elección, pringado. Tus jefes pagaban muy bien —sonríe ella, y tira de unas cuantas de sus maniobras de esquiva favoritas. Los platillos le sueltan descargas de haces coherentes de indefinitrones, que están a medio camino entre los posi y los nega, y algunas llegan a rozarle el

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