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La Catedral
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Libro electrónico75 páginas58 minutos

La Catedral

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La Catedral cuenta la historia del padre Lavone, enviado a investigar los supuestos milagros relacionados con la tumba que yace dentro de la Catedral a las afueras de la biosfera de una ciudad en un asteroide a punto de ser evacuado. Después de entrevistar tanto a científicos como a peregrinos, el padre Lavone decide visitar la enigmática Catedral una última vez sin saber que esa visita cambiará sus planes por completo, llevándolo a cuestionar todo lo que sabe y todo aquello en lo que cree.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2023
ISBN9786071677891
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    La Catedral - Jacek Dukaj

    Portada

    COLECCIÓN POPULAR

    879

    LA CATEDRAL

    JACEK DUKAJ

    La Catedral

    Traducción

    AMELIA SERRALLER CALVO

    Fondo de Cultura Económica

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    Primera edición en polaco, 2000

    Primera edición, 2022

    [Primera edición en libro electrónico, 2023]

    Distribución en Latinoamérica

    © Jacek Dukaj

    Título original: Katedra

    D. R. © 2022, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

    www.fondodeculturaeconomica.com

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel.: 55-5227-4672

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere

    el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

    ISBN 978-607-16-7611-5 (rústico)

    ISBN 978-607-16-7789-1 (epub)

    Impreso en México • Printed in Mexico

    EN EL nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén. Con los Ismíridos a mano, a setenta días del perilevium, la tormenta a ciento doce horas. Romero ya tiene casi alineado el vector de velocidad con su vector, se ve la Catedral, la tengo sobre el techo, una imagen en tiempo real. Cierro y abro los ojos, y un ave de rapiña cae sobre mí, de cuello flaco, con sus alas altísimas abiertas, las garras huesudas y el cuerpo esquelético.

    Tomo una dosis doble de stupak, la cabeza me estalla por la ingravidez. Intenté leer a Feret, pero perdí el hilo después de unas pocas frases. Mantengo charlas corteses con Mirton. Estamos en un vuelo chárter y sólo volamos en él el doctor Wasojfemgus y yo, y él prácticamente no sale nunca de su cápsula; así que vuelo solo. Dialogo con Romero mientras deambulo por su interior; un día artificial, una noche artificial. Ella tiene una interfaz muy agradable. A veces, mientras hago ejercicio en el gimnasio, intoxicado por las secreciones endocrinas, casi me olvido de que es sólo un programa. Tiene sus prioridades. Se asegura de que no me sienta solo y me induce a conversar sobre te­mas que cree que pueden interesarme.

    —Así pues, ¿opina usted, padre, que no era un santo y que no ocurrió ningún milagro? —pregunta de improviso.

    —No tengo una opinión formada —respondo.

    —Uy, seguro que usted, padre, la tiene —se sonríe Romero.

    —Y tú, ¿qué opinas? —le devuelvo la pelota.

    Romero, con un instante en silencio, da a entender que está reflexionando.

    —Creo —empieza— que si en aquel momento estaba enajenado, enloqueció por la gracia divina. Simplemente, si Dios se permitiese a sí mismo injerencias directas, entonces Esmir no sería el peor pretexto.

    —¿Entonces eres creyente?

    —¿Si creo en Dios? Más bien… me lo pienso —afirma Romero.

    Quién sabe, quizá Turing también se equivocó en esto.

    Compruebo los datos actuales de la cita de los asteroides con Madeleine. Todavía no hay nada seguro. En las praderas informáticas del Centro Astronómico de Lizonne, el cristal vivo de estas ecuaciones ha crecido hasta casi una hectárea, y sin embargo no hay un resultado cien por ciento seguro. En el peor de los casos, tengo un mes. ¿Podría la Iglesia realmente permitirse trasladar un asteroide tan grande? ¿Permitiría esta fantasmagórica máquina de Hoan un cambio similar?

    Estoy. Primer día en los Ismíridos. Vi la tumba y hablé con el padre Mirton. Mientras tanto, la tormenta estalló en el otro lado. Sabían dónde aterrizar el Sagitario. (Pues no, qué tiene que ver, todo depende de la hora del día, del momento en el que gire la piedra; a no ser que el vector de Hoan…)

    La Catedral se encuentra fuera de la biosfera de la ciudad, es demasiado alta y se perforaría su cúpula. El transbordador espacial Romero nos dejó al otro lado, la propia ciudad (¡ciudad!: ciudad es mucho decir; más bien un cúmulo semiesférico de viviendas temporales) se encuentra en un cráter poco profundo y sus laderas bloqueaban nuestra vista con un acantilado negro. Este asteroide ismírido se llama Cuerno, es el segundo más grande de todo el cúmulo, pero aun así la gravedad es prácticamente inexistente aquí. Inmediatamente transbordamos a un gruis. Wasojfemgus me ayudó con mi escafandra: estos trajes autónomos son una verdadera armadura, una persona piensa durante medio minuto antes de mover una pierna.

    Los gruises del recorrido desde el campo de aterrizaje hasta la cúpula discurren por un carril de tracción brillantemente iluminado, sujeto a él mediante dos flexibles colectores de arco. Casi parece un teleférico.

    Mientras avanzábamos, el médico señaló a la derecha y dijo:

    —Los restos.

    Me di cuenta de que se refería al remolcador de Ismir. Miré en esa dirección pero no vi nada.

    —Ya está en el horizonte —dijo Wasojfemgus—. También hay una línea para ello. ¿Usted, sacerdote, viene de peregrinación?

    —No —respondí, y traté de bromear—: estoy de viaje de negocios.

    A través del plástico del casco apenas vislumbraba su cara, pero creo que no sonreía.

    —En realidad, sólo estoy aquí un momento… —murmuró—. Aproveché la oportunidad de que la gente reserva vuelos chárter para evacuar. ¿Crees que Madeleine nos dejará marchar?

    Quise encogerme de hombros, pero no me salió bien.

    —No lo sé. Todavía están haciendo cálculos.

    —Síííí.

    El cielo aquí no es cielo, sino simplemente un cosmos extendido a lo largo de un alto hemisferio. O algo incluso peor: se pierde al instante la ilusión de bidimensionalidad. Basta con mirarlo fijamente durante unos segundos para que el monstruoso abismo te aplaste. Inmediatamente tu mente se ajusta a la imagen espacial y entonces no tienes la menor duda de que no eres más que una minúscula mota en el océano, una hormiga sobre un guijarro. Puedes caer en pánico. La gente que sale al espacio abierto por primera vez lo

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