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En 2336 los wags intentaron invadir la Tierra. Ante esta grave amenaza, la humanidad trabajó unida para rechazarlos, y lo consiguió gracias a la ayuda de sus IAs militares y al intensivo proceso de automatización de las fuerzas armadas que éstas propiciaron. No solo lograron repeler a los intrusos, sino que además hicieron algo que a priori parecía imposible: secuestraron una de sus astronaves. Merced a esta épica hazaña la civilización humana logró tener acceso a la estratégica tecnología de transmutación que le permitiría por fin romper las cadenas de la velocidad de la luz y pondría las estrellas al alcance de su mano.
Esto marcó el comienzo de una nueva era de expansión estelar. Sin embargo, el clima de optimismo no duró mucho tiempo. A medida que las sondas exploradoras regresaban al sistema solar, los humanos fueron comprendiendo que los wags se habían adueñado de cada uno de los sistemas que incluían algún planeta de importancia en cuanto a su habitabilidad o recursos naturales. Esta situación derivó en nuevas tensiones diplomática entre humanos y wags. Paralelamente los humanos habían comenzado la construcción de una gran flota de astronaves de guerra para dotar de poder efectivo a la rama de la Fuerza Espacial del Consejo de Seguridad de la ONU.
Holman West es un ingeniero que trabaja como auxiliar técnico para la Fuerza Espacial. Nunca se vio a sí mismo como un soldado, aunque el contrato que firmó dice que lo es. Ahora, 92 años después de la primer victoria sobre los wags, se ve de repente envuelto en el contexto de una nueva guerra fría a escala interestelar. Su único interés es diseñar grandes y sofisticados artefactos tecnológicos, pero poco a poco se va dando cuenta de que los acontecimientos lo están empujando hacia una situación en la cual su propia vida puede estar en peligro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 may 2020
ISBN9780463592373
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    Ultimo Recurso - German E. Blando

    1. Holman

    Mientras daba un trago a su jarra de cerveza, Holman hacía un esfuerzo por que todo aquel esplendor natural que se desplegaba ante sus ojos quedara impregnado en sus pupilas. Y si no daba resultado bueno, para eso habían sacado tantas fotos que si las juntaban todas tal vez podrían hacer una película. Más allá de la terraza del hotel se podían ver hacia el sur las montañas alpinas cubiertas de pinares, las más altas incluso exhibiendo manchones blancos de nieve en sus cumbres desafiando la temporada estival. Por el oeste el sol se había hundido en un colchón de blancas nubes que también cubrían parcialmente algunas de las montañas más altas. En ese momento, una briza fresca proveniente del norte hizo que se le erizara la piel de los brazos, expuesta por su remera de mangas cortas. En esa dirección se extendía un valle dominado por una espectacular vista panorámica de la ciudad de Füssen junto a las celestes aguas del lago Frogeensee. Un paraíso sin dudas. Pero también sin dudas lo más maravilloso del planeta se encontraba justo frente a él. Su hijita Alexandra estaba sentada al otro lado de la mesa redonda, concentrada en alternar entre dar un sorbo a su limonada y engullir otro bocado de su pastel de manzana. Sus incontables rulos brillaban en un dorado casi payo mientras se movían al compás del viento.

    —¿Tienes frío? —le preguntó Holman— ¿Porqué mejor no te pones el abrigo?

    Ella rió con esa risa inocente que hacía que la quisiera cada vez un poco más si eso era posible. Hacía tan solo cuatro años que había llegado al mundo para alegrarle la existencia y él no tenía ningún apuro en que creciera y madurara. Salvo cuando se ponía en modo preguntas recursivas, como él mismo lo había bautizado.

    —No, no hace nada de frío papi.

    Él no opinaba lo mismo. Tal vez fuera por la cerveza, que estaba apenas por sobre el punto de congelación. Estaban sentados en una de las mesas del bar ubicado en una de las terrazas del Königliche Hotel. El Königliche era un lujoso alojamiento de cinco estrellas emplazado en la abrupta ladera de una de las montañas que delimitaban el final del valle de Lech y daban comienzo a los Alpes que recorrían la frontera entre Alemania y Austria.

    —¿Y te gustó la visita al castillo?

    La niña elevó sus grandes ojos celestes al cielo mientras lo meditaba por un segundo.

    —Mmm, no tanto. Me gusta más éste.

    Holman sonrió divertido

    —Bueno, pero no es lo mismo. Esto es un hotel. Los castillos son geniales porque puedes ver dónde vivían las princesas por ejemplo, ¿o no?

    —Ah, sí —le concedió Alexa por fin aunque sin demasiada convicción.

    Sin dudas aquel viaje fue la mejor forma de concluir las dos semanas de licencia extraordinaria que le habían concedido en la Fuerza Espacial. Muy pronto estaría a bordo de un acorazado, muy lejos de aquel planeta. No sabía exactamente dónde, pero sí sabía que iba a ser por bastante tiempo. Pasarían meses antes de que pudiera volver a escuchar la sinfonía improvisada por cientos de aves de la que estaba siendo testigo aquella tarde estival en su tierra natal. Siempre podría ejecutar una simulación, pero a pesar de que en teoría debería ser indistinguible de la original, de alguna manera nunca era lo mismo. Sin embargo lo que más iba a extrañar era a su tesoro de rizos dorados... En fin, todavía no tenía información muy concreta sobre su futuro inmediato. Solo sabía que era una operación importante y que los del ejército se habían puesto más misteriosos que de costumbre al respecto. Al día siguiente partiría rumbo al cosmódromo militar de Kourou y allí tenía la esperanza de poder enterarse de algo más. Sentía cierta incertidumbre, no lo podía negar. Pero a pesar de todo lo embargaba el mismo entusiasmo de siempre ante un inminente viaje al espacio. No sucedía muy a menudo. Normalmente se la pasaba realizando trabajo administrativo o de diseño en las oficinas que la Fuerza Espacial tenía en Múnich. El trabajo de diseño lo mantenía entretenido, pero el administrativo se le tornaba bastante tedioso por momentos.

    La última vez que se había embarcado había sido hacía un año y medio más o menos. Su misión había consistido en supervisar las construcciones que se estaban llevando a cabo en el planeta Endatch, ubicado dentro del sistema Optimus a doce años luz de distancia. En su rol de oficial de ingeniería tuvo que elaborar informes sobre los avances en los trabajos de construcción de la nueva fábrica de antimateria en la superficie y un astillero astronaval de última generación en la órbita baja apto para el ensamblado de astronaves de guerra. En total había estado fuera de casa poco más de un mes, pero no se le había hecho largo en absoluto. Era maravilloso ver la concreción de diseños en los que había estado involucrado de principio a fin. Siempre se había sentido atraído por las construcciones de todo tipo, entre más grandes mejor. Por eso se había recibido de ingeniero aeroespacial. Por otro lado, desde muy pequeño había desarrollado un espíritu de explorador, siempre anhelando descubrir lugares remotos donde nadie jamás había estado. Luego de obtener su título de ingeniero cayó en la cuenta de que trabajando en la Fuerza Espacial de la ONU podía conjugar a la perfección ambas aficiones y entonces logró obtener una beca para realizar un postgrado en ingeniería militar en la Universidad de Defensa Global. Estos dos títulos combinados con un excelente rendimiento académico facilitaron en gran medida su ingreso a la Fuerza Espacial. Se sentía satisfecho primero por el hecho de poder trabajar, y segundo por hacerlo en algo que realmente disfrutaba. En aquellos tiempos no era fácil conseguir un trabajo y muchos debían conformarse con vivir de la renta básica del Estado ya sea que les gustara o no. Con la renta básica se podía vivir, pero no alcanzaba para pagar lujosos hoteles de cinco estrellas como el que había reservado para aquel viaje con Alexa. Además el solo hecho de tener un trabajo formal otorgaba un estatus social preferencial con acceso a ciertos beneficios que el común de los mortales no tenía, como por ejemplo un mejor plan de salud para él y su familia.

    —¿Cuánto tiempo te vas a ir papi? —preguntó su hija justo en ese momento, como si pudiera adivinar por dónde estaban divagando sus propios pensamientos.

    —Unos tres meses más o menos.

    —¿Y eso es mucho?

    Pregunta complicada.

    —Depende. A ti a lo mejor te va a parecer mucho. Pero tres meses en realidad no es tanto.

    Alexa inclinó un poco el rostro y frunció la nariz en un gesto muy suyo cuando algo la dejaba perpleja. Y por lo general esto era el preludio al comienzo de una sesión de preguntas recursivas. Sin embargo, por lo visto la niña tenía en aquel momento preocupaciones más importantes que la relatividad temporal.

    —¿Y por qué tienes que irte al espacio?

    Otra vez con eso.

    —Porque es mi trabajo hijita. Es mi obligación, como la tuya ir al jardín de niños.

    Alexa proceso la información unos segundos. Luego se le iluminó el rostro con una sonrisa.

    —¿Y me vas a traer un regalito?

    Holman se levantó de su asiento, fue hasta donde estaba Alexa sentada en su sillita alta para niños y la levantó en sus brazos. Esa chica estaba cada día más pesada. Cuando la tuvo alzada, le dio un estruendoso beso en su regordeta mejilla provocándole una risita divertida.

    —¡Por supuesto nena! Eso te lo prometo.

    2. Holman

    Al día siguiente Holman West estaba viajando a bordo de un vuelo suborbital comercial que cubría el trayecto desde Alemania hasta Las Guayanas en poco más de una hora. Eso hablando en tiempo real. Según las subjetivas convenciones internacionales reguladas por los usos horarios, había partido de Berlín a las 15:30 de la tarde, en esos momentos se encontraba en medio de algo así como un desconcertante viaje a través del tiempo y el espacio, y en una media hora aterrizaría en la ciudad de Cayena a las 11:30 de la mañana de ese mismo día. En ese momento estaban a mitad de camino, en el tramo de caída libre que tenía lugar luego del período de aceleración y antes del comienzo de la fase de frenado y reingreso en la atmósfera. Había reservado un asiento del lado del pasillo. A su izquierda, un joven de unos treinta años miraba como hipnotizado como pasaba la inmensa esfera terrestre a través del vidriacero de su ventanilla. La IA de navegación estaba ejecutando los tres clásicos giros de cortesía rotando 360 grados en cada uno de los ejes cartesianos espaciales, para que los pasajeros pudieran deleitarse con el imponente paisaje del planeta visto desde todos los ángulos posibles. Bueno, al menos para todos aquellos que no sufrieran de vértigo o mareos. A veces se podía ver los destellos del Sol reflejados en la superficie del océano Atlántico por entre las nubes. De a ratos solo se veía el negro cielo salpicado por infinidad de estrellas. Y de vez en cuando le tocaba al propio astro rey hacer su aparición estelar, haciendo palidecer hasta la extinción al resto de sus colegas distantes que no podían competir con su luz. Cuando eso sucedía, las ventanillas de vidriacero se debían oscurecer para evitar que la sobredosis de radiación les pegara de lleno.

    Tuvo que sacar al muchacho de su transe tocándole el hombro para avisarle que el recipiente hermético de café que le había dado el robot asistente al abordar el avión había comenzado a flotar y se alejaba lentamente. Cuando se dio cuenta se sonrió entre avergonzado y divertido, estiró el brazo para recapturarlo y le dio las gracias. La mayor parte de los pasajeros ya se habían desabrochado los cinturones y flotaban descalzos moviéndose todo lo que les permitía el limitado espacio que había en la cabina.

    Se escuchó por los parlantes a la computadora de vuelo recomendando una vez más con su voz femenina suave y modulada:

    —Por favor, les rogamos a todos los pasajeros que limiten en lo posible los desplazamientos a través de la cabina y que no realicen movimientos bruscos para evitar posibles golpes y accidentes. Muchas gracias.

    Su compañero de asiento no tardó mucho en unirse a la diversión, tomándose primero el tiempo necesario para dejar asegurado su capuchino. Había muchas probabilidades de que terminara el viaje sin habérselo bebido.

    Por el contrario Holman permanecía en su asiento con el cinturón de seguridad abrochado. Colocó un sorbete en su propio recipiente para comenzar a beber un poco de jugo de manzana. También le habían dado una bolsita con frutos secos, pero prefería en lo posible no deglutir sólidos mientras se encontraba en 0g. Cuestión de costumbre suponía. Miró una vez más como la superficie del planeta se desplazaba suavemente al otro lado de la ventanilla. Aparte de las conversaciones de los pasajeros, todo el resto parecía estar en calma allí arriba. El ruido del motor y las vibraciones del avión habían desaparecido al mismo tiempo que la aceleración. Y sin embargo sabía que se seguían moviendo a unos vertiginosos 24.000 kilómetros por hora con respecto al planeta.

    Solo unos pocos permanecían sentados al igual que él, la mayoría de ellos con la ventanilla cerrada y la vista perdida en sus propios mundos virtuales proyectados por los implantes oculares. En su experiencia, los que se abstenían de andar flotando por ahí se dividían mayormente en tres grupos: los temerosos, los que sufrían de vértigo y los que ya se habían aburrido del juego. En cuanto a él, no solo se había aburrido hacía tiempo sino que además en breve sabía que tendría muchas oportunidades para jugar, le gustase o no. Así que optó por pasar el rato leyendo algo. Comenzó manipulando su pulsera de comando para bajar la intensidad de las señales visuales y auditivas del exterior. Sus implantes aurales redujeron el animado parloteo de los pasajeros a un murmullo lejano. Sus implantes oculares bloquearon el 80% de la luz que ingresaba por sus pupilas y luego desplegaron ante su campo visual la interface gráfica operada por el asistente personal alojado en uno de sus bolsillos. Así fue como pasó a ser un zombi más con la vista perdida.

    Entonces susurró:

    —Mary, busca la información más reciente sobre los wags.

    Su implante vocal captó sin problemas sus palabras, las digitalizó, las transfirió inalámbricamente hasta el asistente y éste las interpretó para luego obrar en consecuencia.

    —Buscando información reciente sobre los wags —confirmó el asistente con la vos femenina que él mismo había configurado.

    Apareció además un ícono animado indicando que su solicitud se estaba procesando.

    Los wags eran la única raza alienígena inteligente con la que había hecho contacto la humanidad, por lo que era muy probable que estuvieran implicados directa o indirectamente en cualquier operación militar planificada por el consejo de seguridad de la ONU. En sus retinas se imprimieron

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