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Luces en la Noche: Ostinato, #1
Luces en la Noche: Ostinato, #1
Luces en la Noche: Ostinato, #1
Libro electrónico230 páginas3 horas

Luces en la Noche: Ostinato, #1

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Vive la vida al borde de la cordura.

Trevor, huérfano desde los trece años, vagó por Extremo Oriente en busca de algo, el problema era que no sabía qué buscaba. Azotado por el insomnio y cansado de viajar por el mundo, había regresado a casa para ser más "normal" y tomó un empleo de su hermano mayor. No le resultó ser normal. Cuando eventos mundiales vuelven a encender su búsqueda de lo inexplicable en un somnoliento pueblito del oeste de Texas, su mundo dio un giro hacia lo bizarro e inimaginable.

Atrapado entre la fantasía y la realidad, Trevor deberá enfrentar sus mayores miedos y admitirse que algunas cosas no se pueden explicar. Fuerzas invisibles lo empujarán hacia su destino. ¿Podrá Trevor descubrir qué fue lo que creó las Luces en la Noche y obtener a la chica, o perderá la cordura?

No te pierdas Luces en la Noche, el primer libro de la serie Ostinato de Greg Alldredge. Si te gustan las historias con curiosos personajes y la búsqueda metafísica de preguntas difíciles de responder, ¡entonces este libro de Ficción Especulativa te tendrá dando vuelta las páginas! ¡Ven y compruébalo!

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento5 may 2021
ISBN9781071599075
Luces en la Noche: Ostinato, #1

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    Luces en la Noche - Greg Alldredge

    Para Connie, mi esposa, mi mejor amiga, mi editora.

    Y

    Courtney y Nicole, cuyo viaje a su boda inspiró esta idea en mi pequeño y febril cerebro.

    Ostinato: un fragmento melódico constantemente recurrente.

    En el Principio.

    Todos en el pueblo conocían al Viejo Sentilla como el viejo y loco ermitaño. Él era uno de esos hombres que por elección propia decidían vivir una vida solitaria en pleno desierto.

    Y, sin embargo, en esta noche en particular tenía una misión. Como observador avanzado, estaba armado con equipamiento de vigilancia más apropiado para la Agencia Nacional de Seguridad o para atrapar cónyuges infieles. Estaba vestido con un traje ghillie, con la malla del camuflaje cubriendo su posición atrincherada. Una cámara de alta potencia, un micrófono hiperbólico, y un telescopio de cuatro pulgadas montado sobre un trípode estaban todos apuntando a la lejana cordillera sureña bajo su observación.

    Cualquier observador racional reconocería a alguien que estaba espiando a alguien o a algo. Él había elegido posicionarse en este mismo lugar, vigilando el mismo pedazo de terreno, por los últimos cuatro meses. Cada noche desde antes que se levantara la luna hasta la primera luz del alba, comía sándwiches fríos de moronga y bebía vodka, esperando a que algo pasara.

    Basta imaginar su sorpresa cuando algo finalmente sucedió. No lo que había esperado, y, más importante, no desde la dirección que él había anticipado.

    Mientras el ermitaño vigilaba la montaña, la montaña vigilaba al Viejo Sentilla. En realidad, dos guardias de seguridad de la Fuerza Aérea estaban sentados en una habitación a muchas millas de distancia, revisando todo en veinticinco pantallas de computador. Tenían incluso un dossier con el viejo mapa en la pantalla, esperando a que él cruzara una línea imaginaria.

    Sus movimientos habían sido rastreados desde donde él dejó su camioneta Ford del año 37 estacionada en una quebrada hacía muchas horas y a muchas millas de distancia, hasta donde ahora acampaba. El Viejo Sentilla no podía ser culpado por perder una guerra de vigilancia. El gobierno de los Estado Unidos llegó a la mesa con un enorme presupuesto y podía costear un mejor equipo de espionaje.

    En lo que respecta a bases secretas, esta no era tan secreta. El gobierno federal prefería no darse el tiempo y el trabajo de explicar su verdadero propósito.

    —Objetivo uno manteniendo la distancia —le report un guardia al otro, quien estaba sentado leyendo un libro.

    —Si se acerca demasiado, dejaremos que las unidades de campo se hagan cargo de él. ¿Crees que es lo suficientemente astuto como para saber dónde está la línea?

    Riendo, continuaron sentados esperando monótonamente a que algo sucediera, observando a un vigilante solitario.

    ¿Quién vigila a los vigilantes que vigilan a los vigilados?

    Desde el norte, en su búnker atrincherado, el ermitaño escuchó un leve y agudo zumbido elevarse lentamente. Con la atención y el equipo dirigidos hacia el sur, se vio forzado a dejar su posición para buscar detrás suyo. Inspeccionando el cielo, vio la hermosa Vía Láctea ardiendo por encima. Pudo discernir que el sonido se hacía más fuerte, un chirrido punzante.

    Los dos guardias de seguridad tuvieron una experiencia diferente. Primero, los sensors de vibración terrestre se dispararon, como si algo caminara por todo el desierto.

    —¿Qué es eso? ¿Un temblor? —Agitados, se apresuraron en ajustar los instrumentos esperando una mejor observación.

    —Ajusta el volumen ¿quieres? Ese ruido es ensordecedor.

    El Viejo no tenía cómo bajar los decibeles. El zumbido, con una frecuencia que se parecía a la del taladro de un dentista, perforaba su cráneo. Se cubrió las orejas, tratando de bloquear el sonido, pero sin éxito. El dolor era casi insoportable, causando que azotara sus miembros mientras trataba de escapar al dolor.

    En el búnker, el par silenció el sonido, pero incluso del otro lado de la montaña el sonido penetraba tanto que dolía.

    —¡Asegúrate de estar grabando!

    —¡Qué carajos es eso?

    —Ve al teléfono, necesitamos a las unidades de campo aquí.

    Se hablaban el uno al otro, tratando de terminar todo al mismo tiempo.

    —¡Quizá deberíamos ayudarlo, parece que se estuviera muriendo!

    —No estoy seguro de que podamos alcanzarlo.

    Silencio.

    El Viejo Sentilla, incapaz de escuchar, con sangre corriendo por ambos lados de su cara y entre su blanca y desaliñada barba, se mantuvo junto a su agujero de araña, pareciendo un espectro. El traje ghillie colgaba como jirones de carne de su cuerpo.

    De pronto, una luz tan brillante que iluminó el valle desértico planeó por encima, ametrallando hacia el sur como en un ataque—el búnker subterráneo con los dos guardias adentro siendo el principal objetivo.

    La luz voló hacia la cámara primaria, llenando el monitor más grande. En respuesta, la reacción natural de los guardias los hizo agacharse mientras abarcaba la pantalla.

    La vista en el monitor era impresionante, pero el puro tamaño del objeto hizo que el Viejo Sentilla se tropezara hacia atrás y cayera en la trinchera. Se quitó la capucha, trepó hasta arriva y corrió hacia su camioneta.

    Ahora en silencio, otros objetos se unieron a la luz delantera. Las luces persiguieron al hombre que corría. Sentía su respiración pesada en los huesos. Sobre el terreno quebradizo, se abrió paso lo mejor que pudo. La adrenalina lo ayudó a sobrellevar los efectos del alcohol. Pensó: Espero que pueda llegar a la camioneta sin que me dé un ataque al corazón.

    El par de aviadores estaba al teléfono, tratando de llegar a cualquier persona. No ocurre todos los días que uno deba reporter un OVNI. Aquellos a quienes contactaron pensaron que habían perdido la razón.

    —¿Crees que deberíamos enviar una unidad de campo a por él?

    El guardia más viejo pensó por un segundo. —No en nuestro procedimiento. Está fuera de nuestro perímetro. Dejamos que se escapara. Remítelo a la cadena de mando, ellos decidirán qué hacer con él. Nunca cruzó la frontera.

    Los guardias siguieron grabando la serie de luces, demasiadas para contar. Todas ondulando brillantemente, destellando patrones al unísono, como si se comunicaran, mientras perseguían al viejo fuera del valle.

    Desde el comienzo del evento, habían registrado el tiempo, 2300 horas, en la bitácora.

    Llegando hasta la camioneta, el Viejo Sentilla jadeó por aire. Al fin, pensó. Con su suerte aún en pie, encendió el viejo cacharro al primer intento. Dándole a la reversa, se alejó de la quebrada y comenzó a bajar por el camino de tierra, saltando con los lados de tierra levantada. Las luces continuaron persiguiendo al viejo por el camino sin nombre del desierto. En ese momento, ensució sus pantalones.

    En el búnker, a los guardias les estaba yendo un poco mejor. La distancia ofrecía algo de protección. Si bien no lo estaban presenciando en persona sino que mediante un televisor de circuito cerrado, los dos seguían todavía extremadamente agitados.

    Con la cadena de mando notificada, el deber de los dos aviadores estaba terminado. El radar no registraba nada, el único registro del evento estaba almacenado en los discos duros que grabaron todo lo que los aviadores presenciaron.

    —¿Qué carajos eran esas cosas?

    El otro vigia negó silenciosamente con la cabeza.

    El gobierno se haría cargo del evento tan eficientemente como la mayoría de las agencias gubernamentales se hacían cargo de estas cosas. Piensa en el Departamento de Vehículos Motorizados.

    Marysfield.

    El oeste de Texas puede ser un lugar hermoso. Eso, si te gusta el desierto, nada de personas, y el viento—nunca olvides el viento. No me malinterpretes, hay algunos lugares maravillosos en la Gran Curva. Lamentablemente, esta historia no toma lugar en uno de ellos. Si pudieras pensar en el fin del mundo, avanza cinco millas más, y te estarás acercando a donde esta historia toma lugar.

    Alguna vez esta área prometía más; la gente siempre podia tener un rancho. Por supuesto, no todo el mundo piensa en la ganadería como una manera glamorosa de vivir. Algo acerca de la temporada de castración tiende a hacer el negocio de la ganadería algo no muy sofisticado para la mayoría de la gente. Si bien pagaba suficiente para que muchas familias enviaran a sus hijos a la universidad, lamentablemente esos estudiantes nunca regresaban.

    El ganado hacía que algunos pueblos pequeños fueran casi un lugar cómodo para vivir, si te gusta vivir a lo chico. Recuerda, toma mucha tierra cultivar una hamburguesa en su envasado original. Alguien podría amar el conducir una hora y media para llegar a la ciudad; si eso te suena atractivo, este sería un lugar para ti.

    Eso era antes, esto es ahora. La mayoría de los pueblos chicos al oeste de Pecos perseveraban a pesar de los tiempos difíciles. Los bancos no se habían apropiado de todos los terrenos... algunos sobrevivían, ganándose la vida a partir de la tierra y la maleza de Texas. El precio de la carne era siempre voluble. Los precios de todo lo demás parecían siempre subir. No tomaba mucho para que los pequeños cuchitriles comenzaran a parecer pueblos fantasmas.

    Marysfield era uno de esos lugares. Algunos podrían compararlo con un quiste inflamado en el lomo de un longhorn. Otros, a un pedacito de cielo. Algunos podrían incluso haberlo llamado pintoresco. El principal problema era que no había suficiente gente en esta última categoría. En los últimos años, Marysfield se encontraba en tiempos difíciles.

    Algunos confesarían que allá en el campo de malezas había cierto tipo de paz. El problema era que, la mayoría de los días, uno encontraría que más cosas ocurrían en el descampado que en el centro de Marysfield.

    Por supuesto, llamarlo centro quizá es un poco generoso. Aproximadamente dieciséis edificios comerciales se repartían por los cuadro lados de una intersección con una luz intermitente para controlar el tráfico. Los principales establecimientos metropolitanos todavía disponibles eran el edificio de Ahorros y Préstamos de Texas y el Almacén General y Hotel Eddington, ambos edificios de muchos pisos. Otra esquina albergaba la única gasolinera, con el obligatorio restaurant de parrilladas adjunto.

    Por alguna razón desconocida, casi todos en Texas comprenden que la verdadera mejor parrillada debe estar conectada de algún modo a una gasolinera. Este comedor era también el único lugar real de reunión social en más o menos tres horas de conducción en cualquier dirección.

    Otro misterio para gente que es de otro lugar, es la propensión de los estadounidenses de medir la distancia en tiempo. En los Estados Unidos, cuando alguien dice tres horas de distancia, es casi un desafío a llegar en menos tiempo del declarado. Los límites de velocidad son para todos y deberían ser vistos como meras sugerencias. Carajo, cuando puedes dejar un área desarrollada y no encontrarte con nadie en una hora más o menos, ¿cuál es la diferencia? No hay mucha diferencia entre ir a setentaicinco millas por hora o a ciento quince millas por hora. ¿A quién estarías lastimando? Siempre y cuando ninguna vaca se pierda hacia la carretera, todo debería estar bien. Por supuesto, eso suele ocurrir de vez en cuando. Nunca termina bien para la vaca de dos mil libras o la gente en el auto de dos mil libras. Hamburguesa instantánea.

    De vuelta en Marysfield, el último bien raíz de primera, la última esquina de la intersección, albergaba la combinación de la oficina del alguacil con ayuntamiento. Todos los edificios del centro estaban tapiados o consumidos. Tampoco exhibía señales de un campo de batalla, sino que más bien las de un boxeador que perdió una pelea de quince rounds, tres veces seguidas, en el mismo día. Podría decirse que el lugar había pasado por tiempos difíciles, pero eso sería ofensivo para los tiempos difíciles. Muy poco en verdad sucedía en la zona.

    Yendo un poco hacia el sur por la carretera había una base militar. La gente enviada ahí nunca dejaba la base. Los asuntos de sus quehaceres eran considerados ultrasecretos.

    Así, el escenario estaba listo para una agitada noche de viernes en otoño no mucho tiempo atrás. Había acontecimientos que ver en Juniors.

    Otro hecho poco conocido de Texas: alguien se asombraría de saber la cantidad de negocios llamados Juniors. Específicamente, parrilladas.

    Tres personas bebiendo cerveza significaban una noche de viernes acontecida en Juniors, si a eso le agregas un pedido ocasional de parrillada para llevar. La hora de cerrar estaba cerca. Esa noche parecía que iba a ser a la una de la mañana ya que las cosas estaban medias muertas en Juniors.

    El Viejo Sentilla irrumpió al lugar derribando del resorte la pequeña campana en la puerta. Con un acento de Europa oriental hiperventilado, gritó: —¡Tienen que venir a ver esto, no lo van a creer de ningún modo, creo que nos están invadiendo!

    Ahora bien, la mayoría de las noches vas a necesitar una mejor historia que esa para arrastrar a bebedores empedernidos de su pasatiempo favorito: beber cerveza. De todos modos, no fue el fin del pequeño drama que estaba tomando lugar. Después de que la campana volara del resorte, rebotó un poco alrededor antes de detenerse debajo de una de las bancas de la barra.

    En sucesión, el Viejo Sentilla atravesó la puerta, gritó su advertencia, vomitó explosivamente sus últimas tres comidas, y finalmente se derrumbó como si alguien le hubiera disparado en el trasero con una pistola tranquilizadora. Incluso los bebedores empedernidos se dieron cuenta, uno de ellos incluso se levantó lo suficiente para darle una patada a dicho cuerpo para verificar que respiraba.

    Junior, el primero en responder con un ¿qué carajo? sacudió su toalla frente a su cara. —¿Qué es ese olor asqueroso?

    Un esqueleto alto le servía a Junior como su cuerpo, milagrosamente inmaculado por las décadas de consumir su propia parrillada. Fue hacia el cuerpo demacrado que ahora yacía boca abajo en un charco de los contenidos de su estómago.

    ––––––––

    Un rato podría usarse en describir los eventos que se sucedieron dentro de Juniors, pero el incidente incitante ocurrió afuera. En el cielo nocturno sobre Marysfield, un despliegue asombroso de luces destelleantes tomó lugar.

    Al mismo tiempo, un joven alto llamado Billy estaba parado bombeando gasolina en su F150 color blanco. Su piel era color cappuccino y su cara apuesta, presentando una nariz aguileña, su cabello desgreñado estaba tomado hacia atrás en un tomate. El Ford brillaba como el oro con las luces del cielo, como si hubiese sido imbuido con la energía que emitían las luces.

    Todo esto podría haber pasado desapercibido e indocumentado completamente si Billy y Ellie no se hubieran quedado acariciándose hasta tarde. Él tenía que llevarse a una ruborizada Ellie a casa antes de que los descubrieran y a ella le dieran una paliza. Eran adolescentes, por supuesto. Ambos afuera cuando deberían haber estado en casa. Ese lado de la historia será para después.

    Billy y Ellie estaban en un ligera estado de shock, pero mucho mejor que el sujeto tirado sobre su propio vómito. Billy tenia suficiente inteligencia para filmar las luces. La mayoría sabrá que la gente, en especial los adolescentes, nunca están sin sus smartphones— incluso en cuchitriles chicos del oeste de Texas. La mayoría de los pueblos palurdos tenían cobertura de señal celular.

    Ahora, si le hubieras preguntado al padre de Ellie qué opinaba sobre Billy, habrías obtenido una cadena de obscenidades que habrían hecho sentir orgulloso a un marine. El disponía de mayor discreción que muchos chicos de su edad al no enviar el video directo al internet directo a las garras de todos sin cobrar. Billy envió por correo electrónico el video a unas pocas agencias noticiosas, tratando de vender el registro.

    En vez de acudir a la lista de buenas y ejemplares instituciones mediáticas que rechazaron a Billy, saltaremos a las semi—respetables —algunos dirían perioducho— compañía de medios británica que compró la grabación. Por supuesto, ellos pusieron sus imágenes en su sitio web y en su periódico en la primera página, en la esquina inferior derecha. La noticia perdió el titular ante dos gemelos siameses. El tabloide guardó el video por alguna razón desconocida.

    Un par de

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